Bien suele decirse que el País Vasco parece como si fuera otro mundo, otra tierra diferente. Y bien podríamos pensar que así se trata. Y es que fue el único superviviente de la llegada de los indoeuropeos. Su lengua, tan distinta al castellano, el carácter de sus gentes y la peculiaridad de su gastronomía hacen de esta comunidad autónoma original y distinta.
La diferencia la apreciamos nada más entrar en su territorio a través de la antigua Castilla. La magnificencia y frondosidad de sus paisajes hacen que el viajero se transporte rápidamente a otra realidad, invitándole a tomar contacto con el entorno a través de sus vastos bosques y sus verdes praderas. Muy recomendable la visita en coche que, pese a poder resultar tediosa, si se viene desde otro punto del país bien merece la pena para poder contemplar las maravillosas vistas que desde el primer momento se ofrecen.
Precioso, colorido y heterogéneo. Desde los esqueléticos árboles desnudos que nos deja el otoño hasta los últimos anaranjados y rojos, hasta los pinos verdes que se conservan robustos durante los doce meses del año, se crean bellas estampas que se van descubriendo a medida que se va avanzando. Sin lugar a dudas, todos los parajes del País Vasco son recomendables para ver, andar, caminar y deleitarse con la tranquilidad y paz que transmiten. Sin embargo, si la estancia va a ser breve, indispensables tres ciudades que combinan en perfecta sintonía el contacto con la naturaleza, la historia del entorno y la modernidad de los últimos tiempos.
Una de las imágenes más recomendables nos la deja la señorial ciudad de San Sebastián. Y es aquí done encontramos la postal más fotografiada de toda la geografía española: la playa de la Concha. La singularidad de su fisionomía, el espíritu que rezuma y la armonía con los habitantes de la ciudad hacen de esta playa uno de los elementos más representativos y característicos que se encuentra el viajero durante la visita a la ciudad. Curioso también el hecho de que, pese a las bajas temperaturas del invierno, se observe a los locales – conocidos como ‘los chicarrones del norte’ – bañándose en sus aguas.
Bilbao es otra de las imprescindibles a lo largo de nuestro viaje por el norte. El paseo por la ría nos descubre la llegada a la modernidad y el arte de la mano del Guggenheim. En contraposición, se levantan magníficos edificios de estilo renacentista por todo el centro de la ciudad. No cabe la menor duda de que las ciudades del País Vasco están diseñadas para el paseo y Bilbao no es una excepción. O bien a lo largo de la ría o bien cortando camino por la avenida principal de López de Haro, la caminata es más que agradable y sorprenderá al visitante con instantáneas que le acompañarán durante toda su vida.
Y, para completar la ruta, Vitoria. Capital de Álava y famosa por ser la única ciudad española con dos catedrales, su centro histórico en forma de almendra presenta un recorrido interesante y, sobre todo, histórico. Llama la atención, entre todos los monumentos, su catedral de Santa María, al 40% de su rehabilitación, pero imprescindible en la visita a la ciudad pese a que aún quede mucho trabajo por hacer. Del mismo modo, durante el paseo, el viajero se tropezará con otros puntos emblemáticos como la iglesia de San Miguel y la plaza de la Virgen Blanca.
Pero lo que no puede ni debe faltar durante el viaje es el contacto con la gastronomía de la tierra. Los archiconocidos ‘pintxos’ vascos se encuentran por doquier y son imprescindibles si se quiere completar la visita satisfactoriamente. Todo ello, como no, bañado con los vinos de la zona y aquí un buen ‘chacolí’ es el rey de la mesa.
En definitiva, un viaje por los sentido que nos llevará a conocer un auténtico país de ensueño.