África es pobre, una frase que hemos escuchados hasta nausearnos y quizás sea en parte verdad. Vista desde un punto de vista tradicionalmente occidental, donde la unidad de discreción para definir la pobreza o la riqueza es el ingreso per cápita, medido como es medido -el producto nacional bruto dividido por la cantidad de habitantes- del cálculo podemos cómodamente concluir que África es más pobre que Suiza y que además es más pobre que el país más pobre de Europa y de occidente, si la pobreza puede ser definida en esta forma.
Pero África es rica en diversidad cultural, biológica y lingüística, es rica en materias primas, es rica en naturaleza y en belleza. Pero al parecer esto no cuenta y sobre África se impone un modelo de “desarrollo”, que la está destruyendo completamente. Es verdad, en África existe el hambre, la media de vida es definitivamente más baja que en Europa y en el continente mueren miles y miles de niños por infecciones y enfermedad fácilmente curables. También es verdad que los occidentales han sacado de África muchos más de lo poco que han dejado y lo que han dejado no es siempre positivo.
El hambre en África se debe a las divisiones nacionales impuestas por occidente, a la desertificación, a la urbanización acelerada e insostenible, a la erosión de las tierras fértiles, a la explosión demográfica y a la destrucción de formas de vida y producción, que antes permitían saciar la población y esta es la paradoja: cómo es posible que un continente rico sea pobre y en parte la respuesta es que África ha sido destruida cultural y económicamente, subordinándola a formas de vida que le son ajenas, a un modelo que en vez de hacerla mejor, la empeora.
Nigeria, el país más poblado de África, vive al borde de un colapso social, económico y cultural. Sudáfrica no encuentra su camino y la corrupción y la criminalidad la está arrastrando a una tragedia y estos son solamente dos de muchos posibles ejemplos y los problemas del continente no tienen solución, si por solución pensamos como se piensa en occidente.
El precio en el mercado mundial de las materias primas que exporta el continente está bajando rápidamente. África está siendo recolonizada por China, que solo busca beneficios inmediatos sin pensar al bien de la población local y quizás nadie pueda hacerlo, sino la misma población local. Quizás los problemas del continente no sean sino problemas importados por buenos pensantes, que dan uno y se llevan dos o tres, si son buenos, porque otros no dejan nada y se llevan todo lo que puede, pagando con la destrucción y la muerte
La triste realidad es que los modelos con que se analiza, evalúa y administra la situación del continente africano, en vez de ayudar, lo están destruyendo cada vez más y el progreso, entendido como se hace en Europa, no es progreso en África, sino el contrario, devastación y cualquier cosa que se pretenda hacer desde afuera, no tendrá resultados positivos. El petróleo no ha ayudado a Nigeria, sino que la ha llevado a un infierno imposible y sin salida, porque la nación no es una colectividad o una comunidad, sino una imposición artificial, que no se funda en la realidad local y las formas de gobiernos se basan en principios y conceptos extraños a la cultura local.
Ha llegado la hora de dejar a los africanos la responsabilidad sobre su propia situación, ha llegado la hora de entender que ayuda externa puede significar destrucción. Ha llegado la hora de aceptar que el concepto de progreso es estrecho y que soberanía significa autodeterminación.
Por el futuro de África y de los africanos, los occidentales tendrían que contribuir en la única manera posible, retirándose para permitir una reorganización total basada en otros principios y valores, donde la mejor intervención sea una no intervención. Una no intervención que impida la venta de armas, que prohíba la corrupción, que impida alianzas y favoritismos y que haga sentir a los africanos la responsabilidad absoluta de su propio presente y futuro y mientras antes se haga, mejor.
África es además un espejo que muestra en negativo la otra cara del occidente y de todos sus valores. El desastre de África es lisa y llanamente la demostración de la barbarie occidental y de toda su hipocresía oportunista. Ya que la pobreza del continente es en parte la pseudoriqueza del occidente. Pero una riqueza fundada en la pobreza de otros no es riqueza es destrucción y toda forma de destrucción es también autodestrucción. África representa en carne propia el límite absoluto de nuestra civilización y por eso los miserables somos nosotros que han negado al continente africano un presente y un futuro mejor.