"El buen fotógrafo es el que miente bien la verdad". Joan Fontcuberta

El fotógrafo fabrica sus realidades desde su propia sensatez o insensatez. La elección del formato, del encuadre, de la composición, el decidir qué elemento queda fuera y cuál figura dentro del ángulo de visión son elementos que hablan de la astucia tras la imagen. Si a esto le sumamos que la cámara es un simple artefacto, sabremos que no produce realidades, sino artificios. La fotografía miente, inclusive en los territorios en los que no debería mentir, como en la prensa y en la esfera documental. La fotografía es especulación, pues manipula, así sea de modo inconsciente.

Como señala W. Mitchell, “es la fotografía de la era electrónica la que ya no intenta reflejar el mundo, sino que se encierra en sí misma para explorar las posibilidades de un medio liberado de la responsabilidad de señalar la realidad”. Lo que en definitiva hace que hoy el consumidor de arte (cauto) sienta constantemente que le están tomando el pelo.

Entre tanta mentira, una cosa es cierta, y es que la fotografía está cambiando de piel. Pero en esencia busca lo mismo que hace un siglo: está al servicio de la verdad, aunque esa verdad sea solo aparente. Sin importar cuánto mienta el fotógrafo, “es la presencia de la cámara lo que hace historiable un acontecimiento”, (Walter Benjamin).

Entonces, es válido preguntarse: ¿cómo se asienta la credibilidad del espectador ante una fotografía? Hoy por hoy, se basa en la confianza que se gane el fotógrafo. Pero ¿si la fotografía es anónima? El receptor forjará su juicio según el lugar donde se haya publicado la fotografía. No es lo mismo ver un foto-reportaje en Time magazine que en una revista del corazón.

Ahora sí, es imprescindible hacer la siguiente distinción. El buen fotógrafo miente bien. El malo no sabe mentir. El primero es capaz de moldear la mirada ajena a través de la construcción personal de un escenario que mira e interviene con su presencia. El segundo muere en el intento tras hacer una pésima y descuidada participación.

El eterno legado de la fotografía es el de darnos la sensación de que está al servicio de la verdad. Existen fotógrafos que son capaces de mentir conscientemente para escupir unas cuantas verdades. Sin embargo, cabe preguntarse hasta qué punto es ético intervenir una fotografía de contenido social, por ejemplo. Existe una nueva conciencia crítica por parte de los espectadores. Lo verdaderamente revolucionario de la fotografía actual no es simplemente el píxel sobre la película, sino lo que está ocurriendo a nivel de la recepción. Como decía hace un momento, nos hemos vuelto más cautos. En el foto-reportaje parece haber una garantía invisible pero presente: crea en lo que ve, pues nuestra función es informarle. Es por ello que mientras un tipo de imágenes esté más cerca de la verdad en su intención, peor vista será su mentira. Lo fundamental en una fotografía no es su excelente técnica, ni el talento del ojo que la previsualizó, sino la función que comienza a cumplir una vez la exponemos, una vez la insertamos en un determinado lugar. Toda fotografía pensada tiene una misión que alguien le está obligando a cumplir. Por ello debemos responsabilizarnos por lo que otros verán a partir de nuestra intención.

Como advierte Fontcuberta en La cámara de Pandora, “Puede que una fotografía en una valla publicitaria decante su función hacia lo persuasivo y que otra en un libro científico lo haga hacia lo informativo. Pero en cualquiera de los casos, la seña de identidad a la que no ha renunciado la fotografía hasta ahora es a la de suministrar datos fiables…Cuestionar esa seña de identidad (…) implica el desmoronamiento de la certeza como andamiaje ideológico e histórico de la imagen fotográfica” p. 117. Y esto es precisamente lo que está ocurriendo en la esfera de la recepción. Estamos despertando cada vez más ante la posibilidad del trucaje; pues, aunque la manipulación fotográfica siempre ha estado latente, hoy por hoy, lo que verdaderamente tambalea su credibilidad, es cuán familiarizados y conscientes estamos, como público receptor, de esas técnicas y costuras.

Es por ello que la fotografía apela hoy, más que nunca, a nuestra capacidad de creer.

No es misterio para nadie que un software como Adobe Photoshop® sea una fábrica de nuevas realidades. Las posibilidades de trucaje son infinitas. Pero cada fotógrafo debe analizar su situación, las reglas del género al que se dedica y la naturaleza del medio de difusión. Por ejemplo, para el fotógrafo artístico o de moda la edición podrá ser sumamente enriquecedora a efectos de su trabajo, pero pero para el fotógrafo documental esto es mucho más delicado.

Basta mencionar el sonado caso del foto-reportero que pagó caro la edición de una imagen en particular. Se trata del ganador del Pulitzer, Narciso Contreras. El mexicano fue despedido de la agencia Associated Press a la que prestaba servicios, por una decisión “insalvable”. Borró un elemento, al parecer sin importancia, de una fotografía de guerra en Siria; el elemento en cuestión era una cámara en la esquina inferior izquierda sobre la cual clonó algunas rocas para hacerla desaparecer. A su lado, el gran protagonista de la fotografía, un soldado armado. ¿Quién iba a pensar que alguien se percataría de semejante nimiedad? Narciso advierte que la edición se debió a un tema eminentemente compositivo. Lo cierto es que el género documental no perdona esta clase de “borrones”.

Podríamos dedicar un ensayo entero al tema del retoque en el mundo del fotoperiodismo digital. Por lo pronto quisiera dejar esta cuestión en el aire: ¿qué será del futuro de la fotografía en términos de su recepción? Aunque no me siento con la autoridad suficiente para afirmar algo con impulso férreo y concluyente, hay autores que han atisbado un posible escenario. Serge Daney advierte que “quedaremos ciegos ante la hipervisibilidad del mundo”. De tanto ver perderemos la facultad primigenia de ver. Reforzando esta teoría, Fontcuberta advierte: “el exceso de visión conduce a la ceguera por saturación”. Pero esto no quiere decir que la fotografía vaya a extinguirse. Simplemente está cambiando de piel.

Referencias

Fontcuberta, Joan. La cámara de Pandora. La fotografía después de la fotografía. Editorial Gustavo Gili, SL. Barcelona, España. 2011