Maisie Williams. Británica. 18 años. Reina de Instagram. Asidua a los festivales de música. Para muchos, una de las actrices más jóvenes y más feas que han dado los últimos tiempos. Su interpretación de Arya Stark en la que ya es una de las mayores producciones de todos los tiempos se ha ganado el corazón y el cariño de los fans de la serie y de los lectores de Canción de Hielo y Fuego, cosa que rara vez coincide. Juego de Tronos ha dado el pistoletazo de salida a su carrera interpretativa y, sin embargo, la pequeña pero matona Maisie ya ha sacudido el tablero de la industria poniendo sus propias condiciones a la hora de aceptar trabajos. ¿Por qué nos sorprende que una joven tenga dignidad en un contexto en el que cualquier cosa vale a cambio de la fama o el trabajo? El mundo entero se vio sorprendido por las valientes palabras de la actriz en una entrevista para The Evening Standard hace unos meses. Williams declaraba estar cansada de ver a las mujeres en la pequeña y gran pantalla interpretando a ‘la novia’ o a ‘la chica caliente’. Y no es la única. Su compatriota Tom Hardy dejaba claro en un junket de Mad Max su profundo aburrimiento con los papeles de novia y madre a los que las mujeres estaban encadenadas en la industria.
Williams relataba el terrorífico momento de recibir un guión y comparar la descripción del protagonista masculino con la del personaje femenino. La palabra ‘sexy’ siempre está de por medio como un recurso pobre y cutre de dibujar el perfil de una mujer; ‘sexy de una forma adorable’, ‘sexy e irresistible’, ‘una cirujana muy sexy’. Maisie Williams se planteaba la siguiente pregunta: ¿qué pasaría si las actrices se negaran a interpretar esos papeles? ¿Dejarían de escribirse?
El simple hecho de que esta pregunta haya desatado el debate a nivel mundial es una señal de la poca salud que tiene la igualdad de género en la industria. ¿Por qué los personajes femeninos en cine y televisión se encuentran encorsetados en estos estereotipos? Quizás porque quienes escriben los personajes tienen siempre un pene entre las piernas.
Últimamente se ha puesto de moda el conocido Test de Bechdel, que tiene su origen en una tira cómica del año 1985 creada por una lesbiana del mismo apellido. En dicha tira, dos mujeres se plantean ir al cine una tarde, pero ninguna de las películas en cartelera reúne estos tres requisitos; que haya más de dos personajes femeninos con nombre, que estas dos mujeres mantengan una conversación entre ellas y que dicha conversación no sea sobre un hombre. Lo que nació como una broma terminó convirtiéndose en una vara de medir el machismo muy utilizada en países como Suecia. Según el test de Bechdel, ni siquiera Gravity, una superproducción taquillera con una protagonista femenina, quedaría libre de culpa. Para muchos es simplemente una tontería. Para otros un síntoma de que el patriarcado sigue presente a pesar de los supuestos grandes avances en derechos.
El cine sigue siendo una industria de hombres. En el año 2012 solo un 9% de las doscientos cincuenta películas más taquilleras estaban creadas por mujeres. En ochenta y cinco años de historia de los Óscar, únicamente en cuatro ocasiones han estado nominadas mujeres para la Mejor Dirección, y Kathryn Bigelow (The Hurt Locker) sigue siendo la única en haber conseguido hacerse con una estatuilla dorada sin ser actriz.
Si dejamos a un lado la necesidad urgente de que irrumpan en el panorama de la industria más mujeres que hagan cine y nos centramos en las actrices, no se trata únicamente de cuántas mujeres aparezcan en una película o en una serie, sino del papel que juegan. La heroína está empezando a instalarse en la pantalla con un relativo éxito. Un ejemplo es el buen resultado económico y la rentabilidad de productos como Los Juegos del Hambre o Mad Max. ¿Pero cuándo vamos a empezar a reivindicar a la heroína fea y a la heroína gorda? Cuando lo más importante a la hora de escoger a una actriz en un casting es su aspecto físico se corre el riesgo de que el intrusismo se haga protagonista en un panorama en el que cada vez más a menudo es corriente ver a mujeres monas con pocas dotes interpretativas. Ahora las modelos y las cantantes pueden ser actrices sin ningún problema, cuando cientos y miles de mujeres con un talento desmesurado llevan años intentando que se les dé una oportunidad; mujeres llenas de talento con kilos de más o una cara poco vista en la publicidad.
Según un estudio de la NY Film Academy, solo un 10,7 % de las películas que se estrenan tienen repartos equitativos entre hombre y mujeres y en un altísimo porcentaje los personajes femeninos se presentan ligeros de ropa o como objetos de deseo. Pensemos por ejemplo en la típica escena post coital en la que ella siempre sale de la cama en bragas o desnuda, mientras que él permanece tapado con la sábana o e pantalones. Algo que resulta tremendamente llamativo cuando más del 50% del público consumidor es femenino.
Kevin Bacon ha sido el último en hacer un llamamiento a favor de más desnudos masculinos en cine y televisión a través de su campaña #FreeTheBacon, con la que no podría estar más de acuerdo. No es un problema de sed de exhibicionismo desmedido e injustificado; es una necesidad de igualdad. ¿Es que acaso las mujeres que están delante de la pantalla no querrían ver un trasero masculino de vez en cuando, o incluso un pene? En este aspecto, el mundo de la ficción tiene una deuda (nunca cobrada, ya que fue brutalmente ignorada en los Emmy) con Kurt Sutter y su casi perfecta Sons Of Anarchy. Una serie tremendamente cruda respecto al papel de la mujer en la sociedad como producto a la venta, que nos ofrece más a menudo que lo acostumbrado magníficos planos del cuerpo desnudo de Charlie Hunnam.
Iría más lejos y diría que no solamente es necesaria la igualdad de desnudos en pantalla, sino también la igualdad de desnudos de cuerpos ‘perfectos’ y cuerpos que no lo son tanto. Kate Winslet ha sido siempre una abanderada de la libertad estética de la mujer en el cine. Ha denunciado en numerosas ocasiones la presión que sufren las mujeres por mantenerse delgadas y emprender una lucha interminable contra el paso del tiempo. Hollywood es una fábrica de muñecas de plástico que parece haber dejado a un lado definitivamente la importancia del talento.
Otro de los claros síntomas del machismo en el cine es el aspecto económico y la falta de equidad en los sueldos de los actores y actrices. Se dice últimamente que el feminismo está de moda. Sin embargo, es ahora más necesario que nunca cuando en la apariencia los hombres y las mujeres gozan de los mismos derechos, pero no así en la práctica. Como dice Geena Davis, el feminismo persigue la equidad social y política y no hay nada radical en eso, en usar ese término o en tener dicha meta. Cada vez son más las actrices que han sacado a pasear sus pensamientos feministas sin ningún complejo; Una de las más conocidas es la joven Emma Watson y su campaña HeforShe que traspasó incluso las barreras de las Naciones Unidas dejando a todo el mundo boquiabierto. Pero no es la única. La veterana Toni Collette ha puesto en relieve en varias ocasiones la falta de equidad en el mundo pero sobre todo en su industria, la industria del cine. Natalie Portman ha luchado toda su carrera por derribar estereotipos en los personajes femeninos que se escriben; incluso en el cambio que intenta transmitirse, la fortaleza de una mujer se representa con tintes machistas, convirtiendo al personaje en una matona preciosa.
Por otro lado, el feminismo en el cine no es solamente cosa de actrices; Gordon Levitt, quien siempre sostiene que la cultura trata a las mujeres como objetos; Matt Damon, padre de varias niñas, que siempre ha mostrado su preocupación por el futuro de estas; o Daniel Craig, que declaró que su personaje de 007 le parecía un ‘cerdo sexista’, son solo algunos ejemplos de las voces masculinas que se han alzado en favor de la igualdad en el cine.
Aunque queda mucho trabajo por hacer, quizás el primer paso sea efectivamente que una actriz tan joven y prometedora como Maisie Williams ponga límites y dé un puñetazo sobre la mesa. Espero que todas sigan su ejemplo. Y sobre todo, espero que cada año se presenten al público más productos para cine y televisión escritos, dirigidos y creados por mujeres.