El estilo de vida moderno se rige por las prisas, la practicidad y la eficacia. En el trabajo, en las tareas domésticas, incluso en el ocio. Pero estos parametros de vida, en ningún caso saludables, nos obligan, cuasi a diario, a adoptar hábitos de vida poco recomendables desde un punto de vista emocional y físico. Uno de los que mayor repercusión tiene en el ámbito de la salud es la alimentación. La comida rápida o comida basura se ha implantado veloz y silenciosamente en la cultura occidental. Una gran urbe como Londres me impactó por ver a transeuntes comiendo sandwiches o patatas rellenas de mil ingredientes mientras caminaban o esperaban para cruzar en un paso de cebra. Como si comer fuese un mero trámite, como quien habla por teléfono mientras camina. Craso error. Es sencillo: si fusionamos la importancia de lo que comemos y la manera en la que lo hacemos emerge con fuerza un nuevo concepto: la alimentación consciente. Obviamente no es nuevo para todas y todos, pero si que ha entrado con fuerza en nuestras vidas, especialmente en estos tiempos que corren en lo que lo enlatado, precocinado y comer andando o con prisa está a la orden del día.
Cuando hablamos de alimentación consciente no debemos pensar en no disfrutar de la comida. Todo lo contrario: es una forma, un estilo de alimentación en el que todas y todos podamos disfrutar de la alimentación y al mismo tiempo canalizarla para estar más sanos. Implica comer prestando especial atención a los sabores, a las texturas, a los olores e incluso sentir como nos sientan tanto a nivel físico como emocional. Consiste en comer en pleno estado de consciencia de lo que comemos, como lo hacemos, en que contexto y que consecuencias tiene tanto para nosotros como para nuestro entorno. Basta con seguir una serie de pautas e interiorizarlas como hábitos, simplemente para que cada vez más disfrutemos de lo que realmente significa comer.
Si nos centramos en el momento de la alimentación, podemos hacerlo con unas serie de ejemplos. Por ejemplo vamos al cine y a excepción de los poco educados que comentan la película en voz alta o se ponen a hablar por el movil, alguien que paga una entrada lo que quiere es disfrutar del argumento de la pelicula, de las imágenes, la fotografia, la banda sónora o los diálogos. Si alguien habla por el movil, le da al whatsapp o se pone a pensar en el trabajo no acaba de disfrutar de la película. Pues bien, con la alimentación sucede lo mismo. Otra forma de entenderlo: suele coincidir, especialmente en nuestro pais que coincidimos en la hora de la comida o la cena con los noticiarios, o en el peor de los casos con alguna basura televisisva que tanto nos gusta. Los informativos (parate a analizarlo) emplean entre un 80 y un 90% de sus tiempo de emisión en noticias negativas: terrorismo yihadista, secuestros, violencia de genero, casos de corrupción y un largo etcetera. Pues bien, nos guste o no, esas noticias generan estrés en la mayor parte de los casos. El estrés viene de la indignación, del miedo o la preocupación que nos generan esas noticias. Podemos ensar que ya estamos inmunizados pero esos mensajes atacan, subliminalmente, a nuestro estado emocional. Sin ser expertos en la vinculación entre lo emocional y lo fisiológico, todos podemos hacernos esta pregunta: ¿de verdad creemos que generar esa tensión o estrés mientras te alimentas puede aportarnos algo positivo?
La importancia de mantener la calma mientras nos alimentamos
Muchas y muchos de los que lean este artículo pueden pensar que debe ser muy aburrido eso de comer sin ningún estimulo externo. Los budistas cuyos hábitos se han demostrado no solo saludables sino fuente de felicidad emplean apenas veinte minutos en sus cómidas y lo hacen en pleno silencio y siendo conscientes de cada bocado que saborean. De hecho, una práctica budista que empieza a cobrar fuerza en occidente, e incluso en empresas como Google, es dar un tiempo adecuado para la comida al discipulo o empleado: los budistas dan tres pasas o una mandarina al comensal y veinte “largos minutos” para que disfruten de lo que comen. Por otro lado, y seguro que no es la primera vez que lo escuchas, ello permite una masticación correcta y adecuada que facilita la digestión. Comer en silencio conlleva eso, la entrada justa de aire en nuestros pulmones y estomago, que implica una digestión más sencilla y equilibrada.
Se trata de una cuestión de hábitos. Es decir, de ser regular. Es de gran importancia respetar unos horarios en las comidas habituales en nuestro día a día. Esto beneficia enormemente la regulación del aparato digestivo. En nuestra cultura se toman tres comidas diarias. Sin embargo, aquellos que comen a intervalos, cambian sus horarios, se saltan una comida pero la suplen con un atracón o cualquier hábito alimenticio poco regular generan resistencia a la insulina y desarrollan síndrome metabólico. Es también curioso como la mayor parte de nosotros comemos por inercia cuando llega la hora X “porque es la hora de comer o es la hora de cenar”, tengamos o no hambre. Ese es el problema. ¿Realmente escuchamos a nuestro organismo?
Muchos nos preguntamos qué podemos hacer para comer más tranquilo si el entorno no lo es. Lo primero es planteárselo. Hemos dado un paso de gigante. Romper hábitos es tremendamente difícil, salir de nuetsra espiral de cotidianeidad no resulta sencillo, pero aquellos que lo prueban y son persistentes acaban preguntandose por qué no lo habrán hecho antes. Lo principal es buscar un lugar que nos transmita tranquilidad y que no nos altere. Cierto es que este estado es externo, pero puede trabajarse desde el interior con prácticos y sencillos ejercicios de respiración vinculados al yoga. Y sobre todo debemos focalizarnos en el momento de la alimentación, de la masticación, de los aromas, la temperatura de la comida... y dejarse llevar. Es como ver un atardecer en silencio pero con el paladar. Ojo, esto no implica que debamos comer ni cenar solos. Es positivo hacerlo en compañía, mantener contacto e incluso podemos mantener una charla ligera, nada que nos enerve o nos tensione. El momenton de la comida sirve para estrechar lazos con familia (en muchos casos la única hora donde se reúnen todos sus miembros) o con los amigos. Sirve también para que los más pequeños empiecen a familiarizarse con este momento tan importante. Huelga decir que la comida se saborea mejor si la ha preparado uno mismo, porque sabe como lo ha hecho y sobre todo porque el amor y la pasión, como me enseño un buen amigo (y cocinero), son los ingredientes principales para que el plato sea exquisito.
Finalmente, y como apunta la guru de la alimentación Susan Powell, comer es un acto de consciencia y no de impaciencia. Cuando comemos en celebraciones especiales (y muchas veces aunque no lo sean) comemos con avaricia, como si no hubiese mañana, como también lo hacemos cuando compramos esos alimentos. Somos tan ingenuos que, tal como apunta Powell (de quien recomiendo la lectura Alimentación Consciente), seguimos comiendo porque tenemos hambre sin pensar que lo que acabamos de masticar aun esta en camino a nuestro estomago y que ello lleva su tiempo. Es decir, no engullimos y aparece en el estomago, sino que la saciedad llega a los minutos, pero cuando seguimos comiendo no somos conscientes. Y luego nos duele el estómago...
"El ritmo con el que vivimos es cada vez más rápido, de modo que ya no tenemos la misma capacidad de introspección y análisis de qué y por qué comemos”, apunta la reconocida nutricionista de la Universidad de Harvard Lilian Cheung. “Por eso, alimentarse a conciencia es cada vez más importante. Necesitamos preguntarnos si nuestro cuerpo necesita ciertos alimentos, por qué comemos uno u otro alimento o si solo lo hacemos porque estamos tristes y estresados", concluye Cheung.
Para muchas personas comer rápido, casi engulliendo, significa comer más. Pero la alimentación consciente indaga en reconocer por qué sentimos ese deseo intenso de comer y qué factores refuerzan el hábito de llenar nuestra tripa. Las nutricionistas como Lilian Cheung o Susan Powell, sugieren comenzar paulatinamente: "No se exija demasiado. No se trata de presionar un botón para activar la alimentación consciente y, así, cumplirla a la perfección. Es algo que demanda constancia", aconseja Cheung.
Haremos un especial apunte que quiza no venga al caso, pero que resulta bastante molesto en los días que nos han tocado vivir: se trata de los platos que vemos cocinar en la tele o los menús ridiculos con precios astronómicos de los restaurantes de estrellas Michelin y todas esas frivolidades. Mientras nos dedicamos a hacer de la comida una moda, hay millones de personas que se mueren por no poder comer un simple plato de arroz blanco. El lector habrá nacido, seguramente, en un pais con malnutrición, no con desnutrición. Y seguramente podamos comer casi todo lo que nos apetezca, repetimos, casi todo. No es demagogia, pero quiza mientras comemos o cenamos hoy, si pensamos en lo afortunadas o afortunados que somos seamos más conscientes de lo que comemos, cómo lo comemos e incluso pidamos una pizza en vez de dos porque unas cuantas porciones acabarán en la basura.