El Empire State Builiding le dedica sus luces y se colorea al modo de doce de las más icónicas piezas de su colección. Michelle Obama y el alcalde Bill de Blasio se fotografían cortando la cinta mientras artistas consagrados y marcas como Audi o Tiffany & Co. se disputan las primeras felicitaciones. Manhattan celebra desde el día primero de mayo la culminación del distrito artístico más grande del mundo.
El edificio de Marcel Breuer, inaugurado en 1966, es un bunker de roca ígnea, áspero en sus superficies y proporciones. Un cíclope amenazante y refractario con la arquitectura del entorno. El de Breuer fue un diseño coherente con aquella idea anacrónica y romántica del Whitney como fuerte y refugio del arte estadounidense, particularmente del que crecía en Manhattan al abrigo de Gertrude Vanderbilt Whitney, y que era ignorado y aun despreciado por grandes instituciones como el enciclopédico MET y el eurocéntrico MoMA. El Whitney del año 2015, a cinco kilómetros de distancia, flanqueado de cerca por el río Hudson y el High Line Park, es la más completa antítesis de la vieja sede.
Renzo Piano fue elegido por el Patronato para acometer una ampliación significativa del museo hace más de ocho años. El arquitecto italiano ha especializado su carrera en espacios museísticos y cuenta con un total de veinticinco esparcidos por el mundo. El diáfano Centro Georges Pompidou en París, el mimético Museo de la Colección Menil en Houston, las expansiones del Instituto de Arte de Chicago y el Museo de Arte de Harvard, o el Centro Botín de las Artes que quedará por fin este verano suspendido sobre las aguas de la bahía de Santander.
Se diría que Renzo Piano hubiera metido el brazo por el gran ventanuco de la fachada de Breuer y le hubiera dado la vuelta al edificio como a un calcetín. Aquellos grandes escalones de zigurat en negativo, pasan a ser amplias terrazas. Las escaleras se van para afuera y aquella oscuridad volcánica se troca en luminosos aceros blancos y amplias superficies acristaladas. Si el de Breuer era un bunker, el de Piano es una plaza abierta. Pues no solo el área de entrada y distribución lleva este nombre, por estar delimitada tan solo por cristaleras y ser una continuidad de la vía pública, sino que la mirada puede atravesar el edificio de Este a Oeste sin interrupción hasta ver el horizonte. Esta perspectiva es posible, particularmente, desde el High Line Park. La antigua vía de tren elevado que discurre paralela al río desde el centro de convenciones Javitz y las Hudson Yards (el colosal proyecto en construcción formado por 16 rascacielos, la extensión de la línea 7 de metro, y el centro para las artes Culture Shed donde se celebrará la New York Fashion Week a partir de 2018), hacia el Sur por entre las 350 galerías de arte del barrio de Chelsea y hasta la misma puerta del Whitney. El parque atrae cinco millones de visitas al año que el museo está preparado para acoger e incluso transformar. Porque esta milla y media de jardines aéreos tiene ahora un destino y un acotamiento temático. No hay en el mundo un distrito artístico más grande ni más denso.
Quizá sea esta razón suficiente para una ampliación que triplica el espacio expositivo y que transforma la “casa de los artistas” en la “casa de los comisarios” en palabras de la comisario jefe Donna de Salvo, que con su equipo de seis comisarios ha trabajado codo con codo en el diseño del edificio junto a Renzo Piano para hacer primar al arte y proyectar desde la funcionalidad, de dentro afuera.
La exposición inaugural es, naturalmente, la más grande en la historia del museo y se nutre de su amplia colección permanente. Las Tres Banderas (1958) superpuestas por las que el Whitney pagara un millón de dólares en 1980, rompiendo el record del mayor precio jamás pagado por la obra de un artista vivo. O la magnífica Rosa (1958-1966) de Jay DeFeo. Su opus magnum que le significó ocho años de trabajo y que acabó emparedado en un seminario del Instituto de Arte de San Francisco. La Puerta al Río (1960) de Willem de Kooning quizá como una velada referencia a las propiedades de la cara Oeste de la nueva sede. O la serie fotográfica La Balada de la Dependencia Sexual (1979-1996) de Nan Goldin tan carnosa y tan tierna. Y tantos otros.
Sin embargo para el comisario de dibujo del Whitney, Carter E. Foster, Edward Hopper juega un papel central en el museo: “Una de sus primeras exposiciones fue en el Whitney Studio Club, que fue una de las organizaciones que precedió al Whitney. El museo le ayudó a continuar en la pintura, de hecho, mi pintura favorita de todo el museo “Mañana Temprana de Domingo” (1930) fue adquirida por el museo apenas unos meses después de ser pintada. Fue un apoyo muy temprano en su carrera. El museo hizo dos retrospectivas de Hopper durante la vida de este. De hecho se hizo muy amigo del comisario Lloyd Goodrich que llegó luego a dirigir el Whitney. Así que creo que Hopper sentía que el Whitney era su casa como artista. Y de hecho, él nos dejó su propia colección al morir. Con lo que tenemos la colección más grande de su obra en el mundo”.
Mañana Temprana de Domingo (1930) está inspirada en unos edificios que pertenecieron a este mismo barrio. El título original era Tiendas de la Séptima Avenida que estaban entre las calles 16 y 17. La calle Gansevoor en que se encuentra el museo ahora solía extenderse justo hasta donde estaban estos edificios. Pero el cuadro no parece querer representar fielmente aquellas edificaciones, sino que más bien pinta un recuero, basado en aquellas imágenes que él vio, pero no en tanto que las vio sino como recuerdo. Hay una suerte de veladura poética en esta pintura. Es una de las mejores pinturas de nuestra colección no hay duda”.
El patrimonio de la colección permanente cuenta con el enorme valor de ser un pedazo de la historia del arte de los Estados Unidos y del mundo, en cuanto arte universal y por cuanto muchos de sus autores no nacieron ni aun murieron bajo barras y estrellas. Aun y con esto está justificado preguntarse si el valor mayor del Whitney no esté en su vocación de interpretar la historia desde una perspectiva de presente, con vocación denodada de seleccionar el futuro. La Whitney Biennial funciona como una fábrica sistemática de contemporaneidad. El equipo de comisarios quiere tomarse ese proceso de selección prospectiva con calma y ha postpuesto la Bienial hasta 2017 para tener 2016 para enriquecer la búsqueda de la próxima contemporaneidad. ¿Quiénes serán los próximos Georgia O’Keeffe, Jackson Pollock y Jeff Koons?