No había podido entrenar como me hubiera gustado, pero la fecha estaba señalada en el calendario: 26 abril de 2015. Ese día iba a convertirme en Finisher del EDP Rock 'n' Roll Madrid Maratón pese al diluvio y las numerosas cuestas de la capital española.
Suena el despertador a las 6.45 para poder desayunar con tiempo y llegar con tranquilidad a la línea de salida situada en la mítica Plaza de Cibeles. El día va a ser duro porque se cumplen las previsiones de lluvia, pero a la vez será más épico. Cojo puntualmente el tren que me lleva a Atocha y comienzo a ver como poco a poco el vagón se llena de runners. Se cruzan miradas que detonan nervios y a la vez ilusión. Quedan apenas unos minutos para que den el pistoletazo de salida y ya he calentado y me he situado en mi correspondiente cajón por lo que estoy listo para afrontar los 42 kilómetros y 195 metros.
Los primeros 6 kilómetros son ligeramente ascendentes y transcurren por el Paseo de la Castellana hasta el Parque Empresarial Cuatro Torres Businness Area. En el kilómetro 4 dejamos a la derecha el Estadio Santiago Bernabéu mientras caen las primeras gotas de la mañana y las piernas quieren cogen ritmo. En Plaza Castilla tenemos el primer avituallamiento de agua y antes de encarar la bajada de Bravo Murillo me encuentro a un hombre de Albacete corriendo en sandalias. Sí, en sandalias.
El Kilómetro 10 lo pasamos antes de llegar a la Glorieta de Cuatro Caminos ante los aplausos de la gente que ha salido a la calle desafiando a la lluvia. Se me escurre de las manos una botella de Powerade aunque rápido está al quite un chico y me la vuelve a dar. Entablamos una pequeña conversación: se llama Fran y ha venido desde Alicante. Al cabo de un par de kilómetros le da un pinchazo en la pierna, se para y me dice que luego me cogerá.
Después del 13 llegamos al desvío de la Medio Maratón y el Maratón, nosotros giramos a la derecha mientras los de la Medio nos dan ánimos para encarar lo que resta de carrera. En el kilómetro 15 toca afrontar la subida de la calle Santa Engracia y hago un primer chequeo. Me encuentro bien y voy disfrutando, por eso mantengo la mente fría para ahorrar fuerzas, ya que no es bueno dejarse llevar por la euforia. La bajada por la calle San Bernardo nos acerca a la Gran Vía. Se nota el rugir de los madrileños y se hace más emocionante en la Calle Preciados. La música en vivo de la banda en Callao y la gente te llevan en volandas hasta la Puerta del Sol. Se me pone la piel de gallina y eso que aún no he cruzado la meta.
Rápidamente me deshago de la Calle Mayor y del Palacio Real para afrontar la subida de Ferraz, donde tras comer un poco de plátano llego a la mitad del recorrido. Toca bajar de nuevo hasta llegar a la eterna recta de la Avenida de Valladolid, donde comienza a diluviar. Es en ese momento, pasando por Casa Mingo, cuando me doy cuenta de que la cosa se va a poner más dura aún. Nos jarrea en plena entrada a la Casa de Campo (Kilómetro 26) y ya dentro veo a los primeros damnificados que necesitan parar por culpa de los calambres y de las diversas molestias musculares. Noto que el asfalto está poniéndose peor debido a los charcos pero no lo pienso y sigo corriendo hasta llegar al kilómetro 30.
Durante la bajada por la Avenida de Portugal vuelvo a hacer otra valoración de mi situación en carrera. La Casa de Campo me ha dejado algo tocado pero el ambiente de fiesta y los ánimos de la gente a pesar de la que está cayendo me dan energía para encarar la última parte del recorrido ya en zona urbana.
Al cruzar otra vez el Manzanares en el Kilómetro 32 nos topamos con el Estadio Vicente Calderón, lo cual hace indicar que el temido “muro” puede estar al caer. Ahora es cuando toca restar, solo quedan 10 kilómetros e intento pensar en positivo. Me digo a mi mismo “venga, que eso equivale solo a un entrenamiento del día a día”. El Paseo de la Virgen del Puerto parece una piscina y el tener que sortear los charcos me distrae un poco (cosa que no se si es buena o mala para no pensar en la subida que hay a continuación). Del 34 al 36 pasamos por el Paseo las Acacias para encarar Ronda de Atocha y es cuando noto que he bajado el ritmo, algo normal por el cansancio acumulado y la singular orografía de la capital.
En el 37 llego al Reina Sofía totalmente empapado, la camiseta pesa, las zapatillas están encharcadas, los músculos dan guerra… pero justo antes de toparme con el “muro” oigo mi nombre. Es mi novia gritando con unos amigos que han desafiado al día gris y han estado esperando bajo lo tormenta para darme el último aliento hasta meta. Gracias a ellos logro coger impulso y vuelvo a pasar por delante de la diosa Cibeles para hacer frente a dos interminables kilómetros de subida por Recoletos, Colón y Velázquez.
Al entrar en Príncipe de Vergara atisbo a lo lejos el Retiro a la vez que el ritmo de mis zancadas incrementa, lo cual provoca un pequeño calambre en la pierna izquierda, pero rápidamente es subsanado gracias al chute de Réflex que me proporciona un voluntario-patinador. Ya dentro del Parque del Retiro noto el calor del público y al cruzar la línea de meta me siento invencible. He ganado a la lluvia, a las cuestas y a los dolores. No sé si reír, llorar o las dos cosas a la vez. Recibo la medalla de Finisher y por fin puedo decir orgulloso: reto cumplido.
PD: Ya estoy haciendo cábalas para ver dónde será mi segundo Maratón el próximo año. Acepto propuestas.