Un mono acaricia a su cría mientras un asno toca el arpa. A lo lejos, ruge el león. Los animales, reales o representados, salvajes o domesticados, desempeñan un papel fundamental en el antiguo Egipto y son omnipresentes en la vida cotidiana. Los antiguos egipcios se apropiaron de los animales para emplear de distintas formas sus imágenes simbólicas.
De este modo, la figura animal se convierte en el elemento múltiple de un lenguaje codificado, escrito o representado, y, en este sentido, se erigió en pilar del pensamiento religioso egipcio. También fue fuente infinita de inspiración y origen de una producción artística de una riqueza y variedad excepcionales. La exposición Animales y faraones. El reino animal en el antiguo Egipto reúne una selección de 430 objetos que explican esta intensa relación a partir de esfinges y estatuas —algunas de ellas de grandes dimensiones— y estelas, vasos y jarras, acuarelas y pinturas murales, cofres y amuletos o sarcófagos y momias. De hecho, la muestra incluye 14 ejemplares de momias animales que han sido estudiadas expresamente para la ocasión, de la misma forma que 260 objetos han sido restaurados para su exhibición. La exposición es fruto del acuerdo entre la Obra Social ”la Caixa” y el Museo del Louvre para la organización conjunta de proyectos excepcionales como este.
«Los templos de los egipcios, sus propileos y sus atrios, están magníficamente construidos; sus patios están rodeados de columnas […]; las naos brillan con el destello del oro, la plata y el electro y de las piedras preciosas procedentes de la India y de Etiopía; los santuarios, tapados con cortinajes bordados de oro, quedan en la penumbra. Pero si avanzáis hacia el fondo del recinto y buscáis la estatua a la que está consagrado el templo […] ¿Qué veréis entonces? ¡Un gato, un cocodrilo, una serpiente autóctona o cualquier otro animal de este tipo! El Dios de los egipcios parece… ¡Es una fiera salvaje que se revuelca en un lecho de púrpura!»
Clemente de Alejandría (c. 150-215),
El pedagogo, Libro III, capítulo II, citado por Champollion, 1823
No es necesario ser egiptólogo para advertir la amplia presencia de la figura animal en el arte egipcio, en múltiples formas y contextos. Esta profusión, junto con el culto a los animales sagrados que se dio en las épocas más tardías del Egipto faraónico, llevó a algunos filósofos e historiadores clásicos a considerar a los antiguos egipcios como simples zoólatras. Clemente de Alejandría, entre otros, llegó incluso a ridiculizarlos con elocuente condescendencia.
Esta reputación ha permanecido arraigada en el pensamiento occidental hasta la época moderna, hasta que la egiptología científica ha arrojado nueva luz sobre una religiosidad mucho más compleja de lo que parecía y ha interpretado con mayor precisión la relación entre los antiguos egipcios y el mundo animal. Los egipcios no adoraban a los animales: elegían cuidadosamente las formas animales para convertirlas, por comparación o asimilación, en manifestaciones de la esencia divina accesibles a los humanos. En su representación hay un discurso religioso, simbólico o político basado en una observación minuciosa e incansable de la naturaleza.
En una civilización en la que los animales, tanto salvajes como domesticados, eran omnipresentes, los egipcios se apropiaron de ellos para crear de diversas maneras las imágenes simbólicas que vehiculan. En este sentido, la figura animal constituye un pilar del pensamiento religioso egipcio, así como una fuente infinita de inspiración que dio como resultado una producción artística de una riqueza y una variedad excepcionales.
En sus nueve ámbitos, la exposición Animales y faraones. El reino animal en el antiguo Egipto muestra estos vínculos extraordinarios que unieron a los hombres y la naturaleza, a los egipcios y los animales. A la vez compañeros, medios de transporte y representación de los dioses, los animales fueron una fuente heterogénea de inspiración. Su imagen aparece de forma constante, tanto en la vida cotidiana como en los ritos funerarios, religiosos y civiles.
En total, la muestra reúne 430 obras, la inmensa mayoría de las cuales proceden del Museo del Louvre. La lista se completa con algunos préstamos de otras instituciones, como son la Bibliothèque centrale des musées nationaux (París), el Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC (Madrid), El Museu de Ciències Naturals de Barcelona, el Museu de Montserrat y el Museu Egipci de Barcelona.
El visitante encontrará esculturas, estatuas y figuras, estelas y relieves, cerámica, papiros, acuarelas y pinturas murales, cofres, amuletos y joyas, así como una gran diversidad de objetos cotidianos.
La exposición incluye algunas piezas de grandes dimensiones, entre las que destaca poderosamente la obra que cierra la muestra, de más de cinco toneladas de peso de granito rosa. Se trata de un grupo estatuario que muestra a los babuinos que formaban la base del obelisco oriental del templo de Luxor. Otras piezas de grandes dimensiones son las estatuas Esfinge real con el nombre de Acoris o León tumbado sobre un costado.
Asimismo, destaca un grupo formado por 14 ejemplares de momias de diversos animales (gatos, perros, corderos, ibis, halcones, peces, cocodrilos y serpientes), así como ataúdes y sarcófagos. Aprovechando la última tecnología y la organización de esta exposición, se han realizado escáneres (tomografías computarizadas) a las momias, con el objetivo de recoger el máximo de información a partir de las imágenes obtenidas.
Se ha podido constatar que en el interior de la mayoría de las momias se hallan animales enteros, aunque en algunos casos, como algunas momias de ibis, solo se encierran unas plumas o huesos aislados. También se han detallado los principios de la momificación animal, distinguiendo entre tres técnicas diferentes de momificación.
Además del estudio de las momias, gracias al acuerdo entre el Museo del Louvre y la Obra Social ”la Caixa” para la realización de la exposición, se ha podido llevar a cabo la restauración de 260 piezas, efectuando trabajos diversos, desde la limpieza hasta intervenciones de restauración encaminadas a devolver a las obras su legibilidad y estabilidad.