El Museo Thyssen-Bornemisza presenta en febrero una exposición dedicada al pintor belga Paul Delvaux (1897-1994), un artista representado tanto en su colección permanente como en la colección Carmen Thyssen-Bornemisza. Realizada en colaboración con el Musée d’Ixelles y comisariada por Laura Neve, su agregada científica, la muestra reúne en un recorrido temático más de medio centenar de obras procedentes de colecciones públicas y privadas de Bélgica, mereciendo una mención especial la de Nicole y Pierre Ghêne, en la que se asienta fundamentalmente este proyecto, para el que han cedido 42 piezas. Fascinado por la obra de Delvaux desde 1962, Pierre Ghêne inició su colección a principios de la década de 1970 y desde entonces no ha dejado de crecer, sumando ya varios centenares de obras, la mayor parte de las cuales se encuentran en el Musée d’Ixelles.
Tras haber experimentado con el realismo, el fauvismo y el expresionismo, Delvaux descubre la obra de Magritte y Giorgio de Chirico. El surrealismo se convierte en la revelación más decisiva para el artista, aunque él mismo no llega nunca a considerarse propiamente un pintor surrealista. Le interesa más la atmósfera poética y misteriosa del movimiento que su lucha iconoclasta, por lo que, a partir de la década de 1930, crea un universo propio y original, libre de las reglas de la lógica universal, y que se sitúa entre el clasicismo y la modernidad, entre el sueño y la realidad. Su obra destaca por la unidad estilística y está marcada por un ambiente extraño y enigmático. Sus protagonistas, de la mujer a los trenes, pasando por los esqueletos y la arquitectura, son parte de este universo, seres aislados, ensimismados, casi sonámbulos, que se ubican en escenarios a menudo nocturnos y sin relación aparente; el único vínculo entre ellos son las propias vivencias del artista.
En la exposición se abordan los cinco grandes temas de su iconografía desde el punto de vista del amor y la muerte: Venus yacente, un motivo recurrente en su obra que remite a su amor incondicional por la mujer; El doble (parejas y espejos), el tema de la seducción y la relación con el otro, el alter ego; Arquitecturas, omnipresentes en su producción, en especial de la Antigüedad clásica pero también de la localidad de Watermael-Boitsfort (Bruselas, Bélgica), donde reside; Estaciones, esenciales en la construcción de su personalidad pictórica; y, finalmente, El armazón de la vida, que pone de manifiesto su fascinación por los esqueletos, que sustituyen a los humanos en sus actividades cotidianas.
Procedente de una familia de abogados, Delvaux consigue el permiso de su padre para acceder a la Academia de Bellas Artes de Bruselas, donde, tras un breve periodo dedicado a la arquitectura, estudia pintura decorativa, graduándose en 1924. En sus primeras obras se observa la influencia de los expresionistas flamencos, como Constant Permeke y Gustave de Smet, que constituyen la vanguardia belga del momento. Ya entonces comienza a mostrar interés por la representación del ser humano, sobre todo de la mujer, que se mantiene como una constante a lo largo de su carrera.
A mediados de la década de 1930, descubre el surrealismo y, aunque participa en la Exposición Internacional del Surrealismo en París, en 1938, y en otras posteriores en Ámsterdam y México, se mantiene al margen del grupo, preocupado por conservar su independencia de pensamiento.