Del anarco-capitalismo se habla poco en los periódicos, pero es una ideología que está, más o menos explícitamente, detrás de los actuales movimientos de ultraderecha y de sus representantes políticos y económicos como Trump, Meloni, Milei, Abascal, Ayuso, Le Pen, Bannon, Musk y un largo etcétera. Todos abogan, de boquilla (en realidad el único gobierno que aborrecen es el que ellos no controlan), por un gobierno reducido a la mínima expresión, sin compromiso social con la ciudadanía, acompañado por una máxima libertad de acción e iniciativa individual como expresión y garantía de libertad. Naturalmente este modelo no puede ser de izquierdas dado que la izquierda es por naturaleza invasiva de los derechos individuales, intervencionista y reguladora, dicen, lo que también por naturaleza la lleva a un recorte de libertades que desemboca siempre, tarde o temprano, en dictaduras de variado pelaje. Resumiendo, libertad y socialismo son, una vez más por naturaleza, totalmente antagónicos y se niegan mutuamente. Aparte de poner eficazmente a la izquierda política universalmente a la defensiva, tiene la virtud de asociar causalmente la democracia con el capitalismo como un binomio indisoluble garante de todas las libertades imaginables y al socialismo como garante de todo lo contrario.
La base teórica del anarco-capitalismo propiamente dicha se encuentra en el premio Nobel de economía Friedrich A. Hayek, a caballo de su más conocido libro Camino de servidumbre, publicado en 1944 y traducido a numerosos idiomas. Camino de servidumbre popularizó el nombre de Friedrich A. Hayek más allá de las fronteras del mundo académico, donde su prestigio científico (reconocido en 1974 con la concesión del Premio Nobel de Economía) estaba ya sólidamente establecido. La tesis central del libro es que los avances de la planificación económica van unidos necesariamente a la pérdida de las libertades y al progreso del totalitarismo. Resulta notable que una obra de tan acusado filo polémico, nacida para suscitar la controversia y el debate, fuera acogida con respeto incluso por sus críticos debido a su honestidad intelectual, rigor lógico e información fiable. Si Keynes mostró su acuerdo con los puntos de vista de moral y filosofía social de «este gran libro», Schumpeter subrayó un rasgo poco común en obras de este género: «Es un libro cortés que casi nunca atribuye a sus contrarios otra cosa que el error intelectual». Es decir, que Hayek que no era totalitario, ni antidemocrático, ni fascista proporciona pátina académica a patanes como Milei en Argentina o a Ayuso en Madrid de una forma no disimilar a como el Nazismo se aprovechó de algunos aspectos puntuales y anecdóticos del pensamiento de Nietzsche. Lo de Hayek, sin embargo, tiene más calado porque es teoría económica, ciencia, no filosofía.
De hecho, el sueño húmedo que aúna a la ultraderecha con el ultraliberalismo occidental ya se manifestó como precedente histórico en estado químicamente puro con el colonialismo de los siglos XVIII y XIX. La distancia con la metrópoli daba una iniciativa y libertad de acción casi total al virrey o gobernador de turno con una estructura administrativa a menudo testimonial (Estado mínimo), beneficiado por una mano de obra gratis y masiva sin derecho social alguno. Un caso paradigmático es el del supremacista blanco Cecil Rhodes en Ciudad del Cabo, donde se convirtió en el hombre más rico del mundo gracias a sus minas de diamantes, con suficiente dinero para comprarse un país y ponerle su nombre: Rhodesia. El caso más clamoroso, sin embargo, es el del Rey Leopoldo II de Bélgica, propietario a título personal, del Congo, un caso de explotación genocida que Francesc Torres Aleluya del Anarcocapitalismo para adolescentes produjo diez millones de muertos en veinte años.
Mientras en Europa estas cosas se fueron poniendo difíciles debido a la emergencia de movimientos revolucionarios de base obrera marxista o socialista prestos al combate, en las colonias europeas todo era jauja. Como lo era también en Estados Unidos después de la declaración de independencia en 1776, con la curiosa particularidad de que allí el colonialismo como método se aplicaba sobre el propio territorio que se estaba construyendo como nación y que acabó constituyendo su mito fundacional en la cultura popular, más incluso que la propia guerra de independencia contra Inglaterra. No había que irse al Congo; el Congo estaba en casa y sólo tenía que cambiar de propietario. El único obstáculo eran las culturas autóctonas supuestamente salvajes y por civilizar. Vale la pena recordar aquí que el campo de pruebas del salvajismo civilizado –valga el oxímoron– ha sido precisamente el colonialismo europeo de los siglos XVIII y XIX; desde la explotación racista sin límites, el expolio material y simbólico, la utilización del gas como arma de exterminio, el bombardeo aéreo de poblaciones civiles, el genocidio, la guerra total y absoluta en definitiva, se implementaron en África, Oriente Medio y América entre mediados del siglo XIX y principios del XX antes de que impregnaran el resto del mundo mediante las dos guerras mundiales que siguieron. A partir de ahí esas son las características de la guerra moderna (ver la última de “Tierra Santa”).
Este proyecto, Aleluya del anarcocapitalismo para adolescentes, trata de lo expuesto hasta aquí. Trata de lo que podría ser el mundo en un futuro mucho más próximo de lo que nos imaginamos si no se acaba antes, pero con una vuelta de tuerca simbólica que lo pone en su contexto geopolítico. Su estructura es la del auca catalana o aleluya castellana, o fábula de ciego medieval, es decir, una narrativa visual de estampas complementadas por pareados que pueden o no rimar. Las estampas se mostraban en las ferias y mercados hasta principios del siglo XX y servían de base para la narración en vivo del cuento o historia por el relator, que a veces era invidente o lo hacía ver. Aquí la narrativa está compuesta por una selección de reproducciones de pinturas de Frederic Remington, el más conocido pintor del mito fundacional de Estados Unidos, la frontera y la conquista del “Oeste”, escogidas y alteradas para establecer una narrativa histórica, política y económica, alternativa a la versión cinematográfica del Hollywood de posguerra. La vuelta de tuerca reside en que están realizadas por los conocidos copistas chinos de la población de Dafen, cerca de Shanghái.
China es la alternativa distópica de la internamente amenazada democracia norteamericana. Combina el capitalismo de estado con el socialismo de raíz maoísta pasado todo ello por el túrmix de la historia. No tienen, ni quieren, fantasías de libertad individual y eso tiene su origen profundo más en el taoísmo que lo que pueda tener en el comunismo, y están en camino de convertirse en la primera potencia mundial. Complementa la puesta en escena una vitrina que muestra un revólver Colt Single Action, calibre 45, llamado coloquialmente peacemaker (“pacificador”), legendaria arma de fuego individual de uso generalizado en la frontera americana del XIX, eficaz en la resolución de diferencias de parecer tanto con propios (otros europeos blancos) como extraños (indios autóctonos, mejicanos transfronterizos o esclavos negros fugitivos). El arma descansa sobre un ejemplar de Camino de sumisión de Hayek, con las páginas en blanco.
La alegoría que aquí se presenta es en realidad la representación pictórica con aditamentos del modelo económico y cultural hacia el que vamos de cabeza con el crecimiento de la extrema derecha en Occidente. No es la primera vez que hago algo así. Mi instalación Oikonomos, que se estrenó en el Whitney Museum of American Art de Nueva York en la Bienal de 1989, ya era eso. En aquel caso se escenografiaba la teoría económica reaganiana del “goteo”, a saber: Favorece el banquete de la élite económica para que las migas que caen de la mesa alimenten al resto. Durante la era Reagan/ Thatcher se pusieron los cimientos para que el Séptimo de Caballería volviera a cabalgar en nuestro siglo XXI.
(Texto por Francesc Torres, 2024)