La palabra ruina evoca una cierta retórica poética y a la vez, es un término que técnica y llanamente se refiere a una demolición, a un conjunto de materiales, por lo general de origen constructivo, venidos a menos. ¿Pueden ambas cosas conjuntarse? ¿Puede un material ser arruinado por un artista, o puede el mismo autor ser capaz de rescatar un material completamente desechado para convertirlo en escultura? Todo lo que me viene a la cabeza son respuestas afirmativas en el caso de Pablo Capitán. Arte y ruina son dos términos que existen asociados hace mucho tiempo, y podemos datar este binomio en el momento clave en el que surge el romanticismo. Y podemos también decir que esta feliz alianza persiste en el arte contemporáneo de la mano de artistas como Capitán.
Los que somos fans de los materiales y valoramos en gran medida a los artistas que los tratan y re-tratan con justicia, nos preguntamos sobre la memoria de los mismos. Estos materiales han vivido una vida, en muchos casos extrema, han tenido experiencias de todo tipo y ahora son domeñados de nuevo. Ésta última vez, no con un sentido práctico sino estético, buscando exprimir sus últimos estertores, o con el afán de imprimirles una nueva misión. ¿Qué busca Capitán en los materiales, en los objetos? ¿Su pasado, su traza, los signos de vidas anteriores? ¿Intenta redimirlos en su estudio, creando con todo su cariño un ser nuevo, como hizo el Dr. Frankenstein?
Capitán persigue estas investigaciones pisando territorios no familiares, desconocidos, situados en otra dimensión matérica, territorios que contienen infinitas posibilidades, tantas como un viaje en el espacio exterior, tantas como una ficción que oscila entre lo seguro y el territorio inexplorado, que es el que más le interesa. Y esto nos conduce a la materia como elemento equivalente al tiempo, que se estira, se acelera, cambia al ser sometida a ciertas operaciones que permiten al ser humano jugar a manejarla.
Entre el trampantojo y el paroxismo oscila el trabajo de este mago de la escultura que es Pablo Capitán del Río. Confiar en la materia es motivo y causa de ser escultor. Abducido por los materiales, las texturas, su escala, su peso, sus reacciones a contracciones y deformaciones, al desgaste por el uso, a Capitán le interesa trabajar en la reconstrucción de las memorias perdidas de los objetos, en el tiempo y en el espacio. Todo junto. En su estudio. Le gusta la materia y la posibilidad que ésta tiene de ser modulada, la magia que contiene, al ser elemento físico y metafísico. Capitán es un escultor que funciona en unos ciclos que parecen acelerar el tiempo geológico, que trabaja en un escenario que da un valor mágico a los materiales. A éstos, convertidos ya en objetos. A sus pensamientos. Y además, a estudiar cómo se comunican.
Pero basta ya de materialidades, porque lo inmaterial también está aquí muy presente. Se palpita en cada intervención de Capitán. Entre lo material y lo inmatérico, se crea un espacio ficticio donde coexisten lo vivido y lo que está por hacerse, donde se diluye cualquier separación entre funcionalidad y nuevos destinos artísticos. Donde la física probada y la ciencia-ficción se tocan. Este es el territorio de exploración de Capitán del Río.
Sobre la manera como el artista aborda los materiales, él mismo contesta a esta pregunta; es un tema muy misterioso, nos dice. Vamos al estudio a aprender cosas de los materiales, esto dice Capitán. A la hora de ejercer la intervención escultórica, se toman decisiones de visibilizar e invisibilizar, de incluir y excluir. Estas decisiones, ¿Obedecen a políticas de la memoria? ¿Dicha memoria, es capaz de dejar una huella física, material? ¿Existen una serie de espectros -fantasmas, imágenes- como recuerdos? ¿Y si la función creativa final consistiera no en buscar la desaparición del modelo a representar, sino acercarlo a una nueva invisibilidad, hasta conseguir que la materia sea una presencia autónoma, con vida propia, ajena a ese modelo original?
Colapso y redención del objeto matérico
El mundo está hecho de materia en evolución, cuyas pautas temporales oscilan entre el tiempo geológico, es decir, el paso de tortuga, el hacerse a lo largo de millones de siglos, a lo forzado de un golpe, un accidente, una rotura espontánea. Hemos de constatar el derrumbe, la caducidad de los materiales. Y su revivir también, nos dice el artista.
Desde hace ya mucho tiempo, la escultura no es un estricto campo expresivo circunscripto, sino más bien una “zona de contagio” con posibilidad infinita de ampliar su espectro. Sin dejar de marcar un territorio propio, Capitán nos habla con su trabajo de un juego total de materiales, un proceso de producción que es a la vez un escenario, un cúmulo de sucesos matéricos, un paroxismo del objeto. Su modo de trabajo no pasa por una búsqueda final, una resolución escultórica redonda, sino que es un recurso, un work in progress que se prolonga en la exposición, en la vida posterior de la pieza fuera del estudio. Hay que arriesgarse con los materiales, como dice Capitán. Hay que ser aliado y a la vez enemigo del tiempo, como dice el diablo. Si se tiene que ver el fracaso, que se vea. Y si hay que resaltar las imperfecciones, bienvenidas sean al “resultado final”, que es parte de esa tensión creativa, de ese paroxismo objetual.
Porque Capitán confía plenamente en la credibilidad de los objetos. Hay un “proyectarse” dentro de la obra, buscando la cercanía a ese objeto, a ese material con el que convive durante un largo tiempo en el estudio. Y mientras uno manipula los preciados materiales, estos también se hacen dueños del artista, y así lo siente Capitán, en una fusión creativa indisoluble entre él y la parte tangible de la pieza.
Como objetivo creativo, las obras tendrán una duración dudosa. Son objetos “en tránsito”, que resulta que igual no están creados para pasar a la eternidad. Una cosa sí tiene clara Capitán y es evitar ese relato lineal, lógico y sensato, de principio, trama y desenlace. Esto no le interesa. Su trabajo es un proceso de atajos lógicos e ilógicos, un relato que se rompe, se cierra, y vuelve sobre sí mismo. Donde lo incongruente, el desastre, la fractura, son bienvenidos. Donde naturaleza y artificio se funden.
Pablo, capitán del río, explorador de los materiales que componen las ruinas contemporáneas, se interna avanzando hacia lo desconocido, merodea y experimenta hacia límites oscuros. Se adentra en el corazón de las tinieblas, y aunque tenga miedo, no se va a detener, porque la curiosidad es más poderosa que la precaución, buscando siempre el origen de la materia y del objeto, investigando qué fue lo primigenio, sus fuentes, para deformarlas intencionadamente, para forzar su redención.
En esta exposición, Capitán ha ampliado sus investigaciones habituales en y con materiales, expandiéndose hacia el campo de la naturaleza y en concreto, explorando el concepto de selva. Una selva en la que se siente incómodo pero a gusto. Trastocando los papeles biológicos, el artista moldea las plantas, las convierte en objetos escultóricos estáticos, deteniendo su camino herbáceo mediante procesos industriales. Lo que antes tenía una vida, ahora tiene otra muy diferente, que detiene el ocaso de lo verde, en esa fascinación que el artista mantiene por el desastre inducido. Y por la salvación.
Capitán sabe que un poderoso lenguaje emerge del objeto, de las cosas, un lenguaje que sólo el artista puede llegar a comprender e interpretar para dárnoslo a conocer. El despojo redimido, un significado que convive con el colapso, la miseria, el fracaso y a la vez, un resultado en el que estos materiales arruinados renacen como un ave fénix de sus cenizas, de las manos de Pablo Capitán del Río.
(Texto por Virginia Torrente)