En una esquina del barrio porteño de Chacarita existe un rincón que todos deberían visitar alguna vez en la vida: el Museo Fotográfico Simik. Este espacio es sin duda un lugar obligado para curiosos y amantes de la fotografía y, como aficionada, una tarde de lluvia decidí llegar hasta allí.

Su historia se remonta a la década del 80 cuando su dueño, Alejandro Simik, era bombero y acompañaba al fotógrafo que hacía las pericias. Tras alejarse del cuartel decidió estudiar en la Asociación de Fotógrafos y capacitarse con el italiano Aldo Bressi.

Luego compró junto a un amigo dos bares, siendo uno de ellos el que se hoy encuentra en Av. Lacroze y Fraga que llevó por nombre “Bar Palacios”, un bar de hombres que tenía mesas de pool y billar y al que las mujeres no entraban.

Durante años funcionó como un típico bodegón de barrio en el que el propio Simik brindaba cursos de fotografía gratuitos. El punto de encuentro, el subsuelo del lugar.

A fines de la década del 90 se independizó de su socio y en plena crisis social y económica de 2001, conocida como “ El Corralito”, comenzó a frecuentar el “Mercado de Pulgas” donde encontró distintos modelos de cámaras fotográficas. Aquel fue solo el comienzo.

Recorrió incluso provincias como Mendoza, Salta y Jujuy en busca de lugares de compra-venta donde poder encontrar nuevos accesorios. Su pasión por la fotografía se intensificó y llegó a acumular en su casa más de 50 cámaras.

En esa época realizó también un curso de fotografía documental y el tema elegido para su tesis fueron los cartoneros. Comenzó entonces a viajar con ellos en el llamado “tren blanco” en el que transportaban su mercadería y logró forjar una amistad con ellos, que luego le acercaban las cámaras que encontraban en la basura.

Un día le pidió al carpintero que armara un estante para exhibir algunos de los modelos que había adquirido y tras una serie de reformas al local, entre las cuales se incluyó un cambio de piso, surgió lo que en principio se llamó “Museo de cámara y fotografía antigua”. Finalmente, las mujeres pudieron ingresar.

Sin embargo, aquel nombre no duró mucho tiempo, ya que gracias a la sugerencia del historiador Abel Alexander pasó a llamarse “Museo Fotográfico” y Alejandro decidió agregarle también su apellido. Así nació el flamante Museo Fotográfico Simik.

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Cámara con paraguas en un estante del Museo Fotográfico Simik

El lugar es pequeño, pero acogedor y posee una gran colección de, aproximadamente, 2000 cámaras fotográficas. Al entrar me recibieron distintas vitrinas repletas de ellas. De fuelle, daguerrotipos y de estilo reportero gráfico son solo algunas de las variedades que dan ambientación al lugar.

Un detalle curioso, que llamó mucho mi atención, fueron sus mesas de madera intervenidas con vidrio a través del cual, café de por medio, se pueden observar una pila de cámaras antiguas de modelos icónicos, como Laica, Pentax, Kodak y Nikon.

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Cámaras fotográficas adornando las mesas del Museo Fotográfico Simik

También hay reliquias como un visor de cámaras estereoscópicas hecho en el año 1893 en Francia que contiene 220 vistas de vidrio o papel. Las hay de todas las épocas, formatos y tamaños, siendo las de madera las más antiguas.

El bar, que en octubre de 2005 fue declarado sitio de interés cultural por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires gracias a los aportes a la preservación del patrimonio nacional, ofrece distintas actividades como conferencias, capacitaciones y ciclos de jazz. En el año 2012 volvió a ser reconocido por sus aportes a la conservación del patrimonio de la ciudad.

Cuenta también con otra sede en el barrio de San Telmo, en la calle Perú 614, en la que hay alrededor de 1.000 cámaras. Una visita que no te podés perder si querés conocer un poco más acerca de la evolución de la fotografía, mientras comés un buen tostado de jamón y queso.

Buenos Aires tiene esos rincones fascinantes, muchos de ellos se encuentran a la vista de todos, a otros, en cambio, hay que descubrirlos.