El Fast Fashion, un fenómeno ampliamente reconocido, no solo dicta tendencias de moda a nivel mundial, sino que también causa daños colaterales devastadores para nuestro planeta. Mientras el mundo se enamora de las últimas prendas de moda, el trato inhumano en las fábricas y su enorme huella de carbono pasan desapercibidos para muchos.
Empresas dedicadas a este mercado generan cantidades exorbitantes de dióxido de carbono debido a su producción masiva y la constante rotación de prendas para satisfacer las demandas de los consumidores. Además, el transporte de toneladas de ropa por cielo, mar y tierra implica un consumo significativo de combustible, contribuyendo así al cambio climático.
Un estudio realizado por Quantis en 2018 reveló que la industria de la ropa y los zapatos representa más del 8% de los impactos sobre el clima mundial, superando incluso las emisiones combinadas de vuelos internacionales y viajes por mar, según datos de la Fundación Ellen MacArthur.
La producción masiva de prendas también genera una alarmante cantidad de desechos textiles. ¿A dónde van todas estas prendas después de unos pocos meses de uso? La mayoría termina en vertederos, creando una montaña de desperdicios y desaprovechando la oportunidad de reciclar y reutilizar.
El movimiento del Fast Fashion estimula a los consumidores a renovar sus armarios constantemente, ofreciendo vanguardia a precios accesibles en comparación con otras marcas. Como resultado, una familia occidental promedio tira aproximadamente 30 kilos de ropa por año, de los cuales el 73% termina incinerado o en vertederos. Apenas un 12% es reciclado, mientras que menos del 1% se utiliza para fabricar nuevas prendas. Esto representa una oportunidad desaprovechada desde el punto de vista económico y medioambiental (Artículo: Seis cosas que no sabías acerca del verdadero costo de la moda rápida, 2019).
El impacto del Fast Fashion no se limita solo al medio ambiente, sino que también afecta gravemente los derechos humanos. Existen abusos generalizados en esta industria, y el trabajo infantil es uno de los problemas más acuciantes.
Aunque se había reducido entre 2000 y 2012, según The Guardian en 2017, el trabajo infantil ha experimentado un preocupante aumento en los últimos cuatro años, alcanzando una cifra alarmante de 8.4 millones de niños involucrados, como se menciona en un nuevo artículo publicado por UN News en 2021.
Es realmente impactante que sesenta millones de niños todavía se vean obligados a realizar trabajos que les impiden ejercer su derecho a la educación, una alimentación adecuada y, en esencia, ser niños.
La explotación infantil en la moda es cada vez más común debido a las características particulares de los niños, como sus manos pequeñas, que los hacen especialmente aptos para tareas que requieren precisión y delicadeza, como recoger algodón o coser.
El 11% de los niños sometidos a trabajo ilegal se encuentran empleados en el sector de la moda, según datos presentados por The Guardian en 2017.
En países menos desarrollados, los niños son considerados como una oportunidad de negocio para la industria del Fast Fashion. Los contratistas buscan personal poco capacitado para reducir costos, ofreciendo salarios por debajo del mínimo y sometiéndolos a maltrato psicológico debido a su vulnerabilidad y fácil manipulación.
La falta de sindicatos de trabajadores y una fiscalización efectiva permiten que los empleadores normalicen la explotación infantil y dificulten el rastreo de la procedencia de los productos por parte de las empresas y los consumidores.
Es esencial crear conciencia sobre estos problemas para que los consumidores puedan tomar decisiones informadas al elegir qué marcas apoyar. La adopción de prácticas sostenibles y éticas en la industria de la moda es fundamental para mitigar el impacto ambiental y proteger los derechos humanos. Al unirnos para luchar contra el Fast Fashion, podemos generar un cambio significativo y contribuir a un futuro más justo y sostenible.