Uno de mis programas de televisión favoritos siendo adolescente se llamaba What Not To Wear —o Qué no vestir, en su traducción al español—. Se trataba de un reality show que, en cada episodio, tenía como protagonista a una persona que era reconocida por vestirse mal y era nominada para el programa —por amigos o familiares—, con el objetivo de ser aconsejada y mejorada por dos expertos en moda. Dichos expertos se encargaban de valorar las elecciones de ropa, peinado y estilo de cada participante, y determinaban qué tipo de prendas podía usar —según su tipo de cuerpo—, cuál debía ser su corte de pelo, y qué costumbres de estilo tenía que desechar por completo. Pasados un par de días de compras y el cambio de look, terminaba el programa: con una persona aparentemente diferente a la del principio.
Yo simplemente amaba el hecho de que, al finalizar dicho programa, las personas que pasaban por el cambio de estilo se veían felices. La mayoría de estas terminaban mostrándose mucho más seguras y contentas con su apariencia; y supongo que como yo lidiaba con inseguridades en esa área, vi este formato de estandarización del vestuario según el tipo de cuerpo, como la respuesta o solución para lograr gustarse más.
Tan positivo me parecía el enfoque que se manejaba en este reality show, que años después estudié estilismo, para hacer precisamente eso: dar recomendaciones sobre cómo elegir la ropa; a partir de reglas existentes, con el objetivo de que quien llegara a mí en busca de consejo, saliera sintiéndose más a gusto con su apariencia.
Hoy en día lo veo distinto. Para empezar, me parece un atropello y un irrespeto que alguien más decida que otra persona debería verse o vestirse diferente y, peor aún, nominarla en secreto para aparecer en un programa de televisión que busca cambiarla.
Si bien es cierto que, en mi caso, nunca ofrecí o emití recomendaciones no pedidas sobre la elección de ropa de alguien más; también es cierto que, cuando me consultaban sobre este tema, mis sugerencias versaban sobre cómo alcanzar la estética ideal del momento.
En mi supuesto privilegio de mujer delgada —y, por tanto, perteneciente al modelo de belleza dominante; aunque no fuera consciente de ello—, me parecía normal que las reglas o recomendaciones sobre qué vestir según el tipo de cuerpo llevaran a alcanzar un estereotipo de belleza. Hoy ya no puedo apoyar este criterio, al comprender que refuerza la idea de que si alguien no entra en el canon hegemónico de belleza está mal o en falta y, por tanto, tiene que cambiar para lograr pertenecer o agradar; cuando lo que realmente se necesita en el mundo de la belleza y de la moda son enfoques más integrales, incluyentes y libres de estereotipos.
Sobre todo, porque algo que no dimensioné en su momento es que aquella felicidad que veía que alcanzaba la mayoría de los participantes de What Not To Wear al pasar por su cambio de estilo, se daba cuando conseguían ajustarse a lo que supuestamente debía ser; y esa felicidad supeditada a verse o actuar de una u otra manera, es sumamente frágil.
Un estado de felicidad que resultaría mucho más gratificante y perdurable en el tiempo —al estar desligado de factores externos—, nacería de la autoaceptación y la satisfacción de vivir con autenticidad; al lograr regirse por el gusto y los deseos propios, y no los de los demás.
Si alguien se siente bien con su apariencia y estilo de vida, y es feliz así —aunque las personas a su alrededor no lo aprueben o no les parezca bien—, ¿por qué tendría que cambiar?
Ahora que estoy convencida de que en la vida no hay verdades absolutas —porque, ¿quién posee la verdad?—, y que mucho menos deberían de existir en la moda, insto a la apertura al sin fin de posibilidades, usando de guía para elegir la vestimenta, nada más que el gusto y las sensaciones positivas que pueda generar una u otra prenda en quien la lleva.
Elegir la ropa diariamente debería de ser una actividad divertida y estimulante —que favorezca la creatividad— y no, por el contrario, algo que establece límites y se siente como una camisa de fuerza.
Ya que lo tengo claro, solo puedo abogar por un cambio de perspectiva en el mundo de la moda. La moda en sí misma no es superflua —de hecho, la vestimenta y accesorios, son componentes básicos e importantes dentro de toda cultura—, pero utilizarla para excluir —por tallas o por apariencia—, o para reforzar estereotipos de belleza, sin duda, lo es.
Esos enfoques simplistas que pretenden meter a todos los individuos en una misma caja —sin espacio para expresar y celebrar la singularidad—, son los que tienen que dejar de ser parte de la concepción de belleza —que la industria de la moda ha reforzado por tanto tiempo— y, en realidad, de la vida en general.
Si al mirarte al espejo con un atuendo te sentís muy bien, adiós reglas: ese atuendo es para vos. Tan simple como eso. Ahí está la verdadera guía para saber si estás eligiendo bien. Porque cuando llevar un atuendo muestra tu autenticidad y te produce sensaciones positivas, te ayuda a mostrarte al mundo en tu mejor versión; que no tiene que ver exactamente con cómo te ves, sino con cómo te sentís.