La temprana ruptura de Rufino Tamayo con el movimiento muralista fue más que una simple divergencia. Su visión mítico-poética de la historia nacional, su concepto de hombre como un ente universal, y su vocación por una integración internacional lo alejaron inevitablemente de los cánones localistas instaurados por los llamados tres grandes del muralismo mexicano.
Para el ejercicio de su pintura mural, Rufino Tamayo creó un sistema simbólico de imágenes en que decodificó una nueva fisionomía de México, su historia y sus habitantes. Esta pertenece más al ámbito de la imagen cifrada y la poesía, que a la imagen mimética de la historia y la política.
En apariencia otro México. Bocetos para murales de Rufino Tamayo hace un breve recuento de una trayectoria que amplió horizontes del muralismo, lo modernizó y lo hizo internacional. La muestra despliega algunos de los bocetos originales de los 20 murales que realizó Tamayo a lo largo de su trayectoria, con los que actualizó y dio vigencia al movimiento más importante de la historia del arte mexicano. Algunos de estos murales no fueron realizados dadas sus circunstancias, otros se han constituido en iconos de un arte esencialmente mexicano y moderno.
Los murales de Tamayo no sólo son diferentes conceptualmente, sino también en su técnica. Luego de realizar tres pinturas murales con la técnica clásica del fresco, cuyas formas están subordinadas a la arquitectura de los lugares en que fueron realizados, Tamayo emprendió una verdadera revolución pintando sus murales sobre telas y soportes móviles, dándoles una independencia de los muros y los espacios a los que estaban destinados, estas grandes pinturas, tienen la virtud de ser transportables.
En el libro Historia de la pintura mural en México, el escritor Antonio Rodríguez incluyó un texto sobre los aportes de Tamayo al movimiento muralista que tituló: En apariencia otro México, que por acertado es el título que lleva esta muestra.
Adicional a los bocetos de los murales, esta muestra incluye once óleos del artista que ahora se despliegan en una sala dedicada a su trabajo. Son las pinturas que seleccionaron los Tamayo, como una muestra de la etapa más reciente del trabajo del pintor y que decidieron integrar al acervo del museo. Abarcan un periodo de treinta años y entre ellos se encuentran obras emblemáticas como lo son Retrato de Olga, 1964, Sandías, 1968 y La gran Galaxia de 1978.
En esta ocasión hay un agregado de gran importancia, el lienzo inconcluso que dejó Rufino Tamayo sobre el caballete de trabajo, y que con elocuencia deja entrever el proceso de realización de sus pinturas al óleo.