Este es el tercer y último artículo de una serie acerca de la eclosión de las TICs y su ambivalente papel respecto al interés emancipatorio del ser humano. ¿Debemos entender las nuevas tecnologías como simples formas de comunicación o como dispositivos de control? ¿Sirven para extender el estado de vigilancia o podrían inscribirse en un interés emancipatorio? ¿Son armas de reacción, poseen potencial revolucionario o son herramientas neutras?
Industria cultural y control social
Los sistemas se mantienen a sí mismos. En términos generales: son conservadores. Dicho de otro modo: autorregulados. Para mantenerse, para seguir siendo lo que son y perpetuarse en el tiempo, desarrollan mecanismos específicos que les permiten reproducirse. El mecanismo por excelencia para esa tarea es la cultura.
Damos por sabido que cultura es toda creación humana, aquello que se contrapone a naturaleza. No hay cultura buena ni mala, superior o inferior. Simplemente hay cultura, proceso civilizatorio, entramado simbólico que nos hace ser lo que somos: seres humanos. La cría humana, lo sabemos desde la Psicología, no está «terminada» cuando nace; en todo caso, está lista para salir del vientre materno en términos biológicos. Pero a partir de allí comienza el lento, dificultoso y a veces penoso proceso de aculturación. No puede haber ser humano sin cultura; el instinto no asegura nada. Si fuera tan «natural» la sobrevivencia, ¿por qué los seres humanos se siguen muriendo de hambre, siendo que la comida está disponible? Si nos amamos tanto, ¿por qué hacemos la guerra? ¿Y por qué hay racismo? Son factores humanos justamente, sociales en el sentido amplio de la palabra, los que deciden nuestro destino. No hay instinto alguno que fije el hambre en el mundo como una constante, ni el racismo, ni el patriarcado: eso es un hecho social, por tanto histórico.
Si hay seres humanos en el sentido pleno de la palabra, es porque hay cultura; círculo vicioso que se cierra a sí mismo: ¿qué es primero: el individuo o la sociedad? Aporía sin dudas mal planteada en esos términos: no hay una cosa sin la otra. Imposible decidir qué es primero. Simplemente quedémonos con que no hay el uno sin el otro. ¿Por qué no nos relacionamos sexualmente con miembros del endogrupo? Porque hay prohibición del incesto, ley instituida en todo grupo humano y que, como toda norma, no responde a una necesidad biológica sino que habla de una relación de poderes, relación social por excelencia, juego de símbolos. ¿Por qué con mi hermana no? Justamente por eso: porque es mi hermana, porque hay un símbolo que nos constituye.
La cultura es un interminable entramado de símbolos. Eso es lo que mantiene a la sociedad, lo que la solidifica y la hace funcionar. Para usar una terminología clásica de la sociología, junto a la estructura económica de base hay una superestructura, un andamiaje ideológico-simbólico que justifica las cosas, que le da sentido. Lo que se quiere remarcar ahora es cómo la cultura actual está cada vez más mediada por las tecnologías imperantes, para el caso, por las TICs.
De hecho, en un mundo industrial (o posindustrial, para algunos) asistimos a un proceso de producción cultural en forma de industria. ¿Qué es la industria, a qué llamamos industria en el mundo que nos viene desde la revolución industrial del siglo XVIII? Una producción pensada no solo para satisfacer necesidades básicas sino en función de un mercado, lucrativo para el dueño de los medios de producción, agobiante para el auténtico productor.
Hoy día la cultura es, como siempre lo fue en la historia, un mecanismo de control social, un elemento que garantiza la reproducción del sistema. Pero junto a eso es también un gran negocio. Si podemos hablar de una «industria cultural» es porque su producción masiva –que toma como modelo el proceso fordista– ha llevado a una mercantilización extrema su quehacer. Se fabrican bienes culturales con el mismo criterio que se produce cualquier bien destinado al mercado: un automóvil, un detergente o un seguro de vida. La diferencia es que los bienes llamados culturales –cuestión amplia y muy compleja– tienen la misión de funcionar como la argamasa social, son transmisores de ideología, hacen marchar el colectivo como un todo.
Si la pregunta respecto a la comercialización de los bienes culturales es pertinente o no, queda fuera de lugar; en un mundo marcado absolutamente por el mercado, donde todas las relaciones humanas quedan subsumidas bajo la categoría universal de la mercancía y su fetiche supremo que es el dinero, no hay escapatoria tampoco para la cultura. El sistema mercantil se impone, y la cultura, en su más amplio sentido, además de justificarlo y reproducirlo, da dinero (a algunos, por supuesto).
El poder controla (léase: la clase dominante, la clase que detenta la propiedad privada delos medios de producción). Pero el poder –o los distintos poderes, para ser más exactos– pueden ejercer esa dominación en la medida que sojuzgan a quien domina. El poder nunca puede ser entre iguales; su ejercicio presupone esa asimetría de base. Si hay igualdad, no hay relación de poder.
El ejercicio de poder se puede hacer a través de dos modos: disciplinando los cuerpos concretos de carne y hueso (biopoder, podrá decir Foucault), o disciplinando las mentes. A esto último llamamos cultura (en un sentido amplio). También podríamos nombrarla ideología, o matriz simbólica; es decir: aquello que nos construye más allá del instinto.
Si hay una industria cultural ya podemos ver por dónde va la sociedad que la crea: es un entramado social conservador que hace del control, de la disciplina de la mente, del pensamiento y de los sentimientos, una esencia central de su dinámica. Si la cultura es creación, es decir: invención, libertad, «vuelo del espíritu», para decirlo de un modo casi poético, lo que nos lega la actual industria cultural es lo más contrario a todo ello. La manipulación a la que da lugar esta producción en serie, esta gran fábrica de imágenes preconcebidas de las que las TICs son un soporte perfecto, se corresponde más con lo que dijera el ministro de Comunicación del régimen nazi que con un auténtico ejercicio de libertad:
«¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! (...) Toda propaganda debe ser popular y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de alcances de entre aquellos a quienes se dirige. (…) La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea».
Dicho de otro modo: «una mentira repetida infinidad de veces termina convirtiéndose en una verdad».
La tendencia de los biopoderes actuales, que controlan cuerpo y mente de poblaciones planetarias, herederos directos de lo expresado por este funcionario nazi, lo dijo con claridad el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky más recientemente: “En la sociedad actual el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”. En otros términos: los medios de comunicación al servicio de los proyectos dominantes, de los poderes fácticos.
Luces y sombras con las TICs
Como todo proceso humano, el surgimiento de las TICs, en tanto fenómeno complejo con aristas tanto económicas como político-sociales, puede ser considerado desde distintos puntos. En cuanto tecnología, ninguna TIC –valga enfatizarlo– es «positiva» ni «negativa». Es el proyecto en el que se dinamiza el que decidirá su uso, su utilidad social. Está claro que ninguna nueva tecnología puede pensarse con esa maniquea división: un cuchillo, por ejemplo, puede servir para trozar la comida, o para matar a alguien. Del mismo modo, la energía nuclear puede servir para iluminar toda una ciudad, o para hacerla volar por el aire. Es el uso, el proyecto humano (ético y político) el que define la «utilidad» de una herramienta, de un instrumento.
De todos modos hoy, tan recientes como son, las TICs no dejan de abrir algunos interrogantes que no se pueden soslayar en un análisis equilibrado. Sólo como recurso académico permítase diferenciar efectos «positivos» y «negativos», en el sentido de «las cosas buenas que posibilita» y «las dudas que se abren»:
Efectos positivos
- Amplía las posibilidades del desarrollo humano integral
- Facilita la comunicación con familia extensa que esté fuera del alcance físico directo o en el extranjero
- Abre grandes posibilidades en el ámbito educativo
- Ayuda a disminuir aislamiento
- Se desarrollan nuevas habilidades de manejo electrónico y motricidad
- Conecta con enorme cantidad de gente
Efectos negativos (o cuestionables)
- Son adictivas
- Afecta la socialización en el entorno familiar
- Pueden servir como distractores («perder el tiempo»)
- Se las puede utilizar para fines criminales, como extorsión, redes de tráfico de personas, fomento de la pornografía infantil
- Los videojuegos puedan contribuir a crear climas culturales de violencia
- Pueden contribuir al aislamiento y la retracción, pues obligan a pasar horas y horas en soledad
En definitiva, nada de lo encomiable ni de lo despreciable que conoce el ser humano nace específicamente con las TICs. En todo caso, como tecnologías que se mueven a una velocidad vertiginosa, potencian todo, lo bueno y lo malo, lo hacen más evidente, lo sacan a la luz con una facilidad antes desconocida. Pero debe quedar claro que ni las diferencias económico-sociales existentes en la estructura social se deben a ellas –así como no se deben a ninguna tecnología específicamente, sino que responden al modo en que se ejercen los poderes–, ni la violencia es su culpa (haciendo entrar allí todo lo que se desee, desde el bullyng a las masacres que cada vez más regularmente producen normales ciudadanos sin explicación aparente). ¿Somos más violentos porque hay una enorme cantidad de videojuegos violentos en el mercado? La respuesta debe ir más allá de un mecanicismo simplista.
Una visión alarmista en torno a ellas puede contribuir a no ver su enorme potencial, que por cierto lo tienen. Ni diosas ni demonios. De hecho, estas reflexiones pueden llegan al público por medio de este tipo de medios, y esperamos fervientemente con esto no contribuir al mantenimiento acrítico de un sistema cuestionable por injusto sino, todo lo contrario, a cuestionarlo llamando a su transformación. ¿Sirven a ese cometido las TICs entonces?
A modo de conclusión
Desde hace unas tres décadas se vive un proceso de globalización económica, tecnológica, política y cultural que achicó distancias convirtiendo a todo el globo terráqueo en un mercado único. Esa sociedad global está basada, cada vez más, en la acumulación y procesamiento de información y en las nuevas tecnologías de comunicación, cada vez más rápidas y eficientes.
Los poderes dominantes (económicos, políticos, militares, culturales) tienen hoy un domino profundo a escala global. Los mecanismos de control cultural son cada vez más refinados, constituyéndose en bastiones tan importantes como el control físico que da la posesión de armas. La guerra ideológico-cultural es de primerísima importancia para el mantenimiento del sistema a nivel planetario (así como para su contestación).
En ese proceso en curso, las modernas tecnologías digitales de la información y la comunicación (TICs) juegan un papel especialmente importante, en tanto son el soporte de la nueva economía, una nueva política, una nueva cultura de las relaciones sociales y científicas.
Estas nuevas tecnologías (consistentes, entre otras cosas, en la telefonía celular móvil, el uso de la computadora personal y la conexión a la red de internet) permiten a los usuarios una serie de procedimientos que cambian de un modo especialmente profundo su modo de vida, teniendo así un valor especial, pues permiten hablar sin duda de un antes y un después de su aparición en la historia. El mundo que se está edificando a partir de su implementación implica un cambio trascendente, del que ya se ven las consecuencias, las cuales se acrecentarán en forma exponencial en un futuro del que no se pueden precisar lapsos cronológicos, pero que seguramente será muy pronto, dada la velocidad vertiginosa con que todo ello se está produciendo.
El desarrollo portentoso de estas tecnologías, de momento al menos, no ha servido para aminorar –mucho menos borrar– asimetrías en orden a la equidad entre los países más y menos desarrollados en el concierto internacional, así como entre los grupos socialmente privilegiados y las capas más postergadas a lo interno de las distintas naciones. Por el contrario, ha estado al servicio de proyectos políticos que remarcaron las históricas exclusiones socioeconómicas en que se fundamentan las sociedades, ayudando a concentrar más la riqueza y el poder.
Al mismo tiempo, aunque no contribuyeron hasta ahora a terminar con problemas históricos de la humanidad en orden a las inequidades de base, abren una serie de posibilidades nuevas desconocidas hasta hace muy poco tiempo, poniendo al servicio de toda la población herramientas novedosas que, directa o indirectamente, pueden servir para democratizar los saberes, y consecuentemente, a la participación ciudadana y al acceso a la toma de decisiones.
El hecho de contar con herramientas que sirven para ampliar el campo de la comunicación interactiva y el acceso a información útil y valiosa constituye, en sí mismo, una buena noticia para las grandes mayorías. De todos modos, por sí mismo la aparición de nuevas tecnologías no cambian las relaciones estructurales, pero sí pueden ayudar a nuevos niveles de participación y de acceso a bienes culturales.
Si bien hoy día estas tecnologías están incorporadas en numerosos procesos que tienen que ver con el mundo de la producción, la administración pública y el comercio en términos generales, en su aplicación masiva en toda la sociedad son los grupos jóvenes quienes más rápidamente y mejor se han adaptado a ellas, haciéndose sus principales usuarios.
En términos generales son los jóvenes los principales consumidores de estas tecnologías, estando más familiarizados que nadie con ellas, siendo ellos mismos capacitadores de sus propios padres y generaciones adultas en general.
En estos momentos, reconociendo que hay grandes diferencias entre jóvenes del Sur y del Norte del mundo, y que además se dan marcadas diferencias entre jóvenes ricos y pobres dentro de esas categorías Norte-Sur, las tecnologías de información y comunicación marcan a todos los jóvenes de la actual «aldea global»; la identidad «ser joven», hoy por hoy tiene mucho que ver con el uso de estas herramientas. Sin embargo, hay marcadas diferencias en el modo de uso, y por tanto, en las consecuencias que de ese uso se deriven. Las marcadas exclusiones sociales que definen la sociedad mundial se siguen haciendo presente en el aprovechamiento de las TICs. La brecha urbano-rural sigue crudamente presente, y los sectores históricamente postergados no han cambiado en lo sustancial con el advenimiento de estas nuevas tecnologías.
Aunque las TICs no constituyen por sí mismas una panacea universal, ni una herramienta milagrosa para el progreso humano, en un mundo globalizado cada vez más regido por las pautas de la información y la comunicación, pueden ser importantes instrumentos que contribuyan al mismo. No apropiárselas y aprovecharlas debidamente coloca a cada individuo y al colectivo social en una situación de desventaja comparativa en relación a quien sí lo hace. De ahí que, considerando que son herramientas, pueden servir –y mucho– a un proyecto transformador.