Situado sobre la colina del Pincio, en la plaza de Trinidad de los Montes (Trinità dei Monti, en italiano) fue fundado en 1893 por Alberto Hassler, que lo bautizó con su apellido. El histórico hotel pertenece desde hace veinte años a la familia Wirth, que lo ha convertido a lo largo de los años en un excelente punto de referencia para un turismo elitario a nivel internacional. Y ello se debe a la dirección de Roberto E. Wirth, su propietario y general manager, que precisamente en esta efeméride celebra los 40 años de incesante actividad dedicada a su amado hotel.
Recientemente remodelado, el Hassler Roma ha logrado mantener su estilo en perfecto equilibrio entre pasado, presente y futuro: icónico, legendario, incomparable, en la cumbre de la escalinata de la plaza de España (así llamada por estar allí ubicada la embajada de España ante la Santa Sede), uno de los lugares más sugestivos de la Capital, al lado de la iglesia de la Trinità dei Monti y a pocos metros de Villa Médici, se presenta como uno de los más importantes hoteles del mundo.
Su propietario y presidente, Roberto E. Wirth, que ha recibido la Medalla a la Carrera por parte del Ayuntamiento de Roma, acoge personalmente a los clientes llenos de atenciones, con la elegancia y el estilo que desde siempre distinguen la historia del hotel.
Tradicional punto de encuentro de la élite política, económica y cultural italiana y extranjera, el Hassler Roma ha tenido el privilegio de albergar centenares de famosas personalidades internacionales de un remoto y reciente pasado: desde los reyes de España, Juan Carlos I y doña Sofía, la familia Kennedy, Henry Kissinger, Ronald Reagan, Henry Ford, Helmut Kohl, Margaret Thatcher, la princesa Diana, el Príncipe Ranieri de Mónaco y Grace Kelly, Gabriel García Márquez, Pablo Picasso, Clark Gable, Ingrid Bergman, Liza Minnelli, Francis Ford Coppola, Steve Jobs, Tom Cruise, Nicole Kidman, Madonna, Bill Gates, Melanie Griffith, Antonio Banderas, Hugh Grant y George Clooney y Russell Crowe, por citar algunas firmas elencadas en el Libro de Oro del Hotel.
Dotado de 91 habitaciones y suites, decoradas con diferentes estilos, el Hassler Roma se propone hoy día dentro de un ambiente clásico y elegante donde resaltan algunos elementos contemporáneos, consiguiendo un perfecto equilibrio entre pasado y presente. Desde las ventanas y terrazas de sus habitaciones, los huéspedes pueden disfrutar de unos panoramas mágicos entre cúpulas, patios y tejados de toda la ciudad eterna. Unas vistas incomparables.
En la sexta planta, tronea el restaurante panorámico con estrellas Imago dirigido hábilmente en su cocina por el pluripremiado chef Francesco Apreda, capaz de conquistar los paladares más refinados, aplicando su genial interpretación de la excelencia gastronómica italiana y aportando su inconfundible toque basado en la memoria, investigación, gusto e imaginación.
Así pues, debido a la alta calidad de los servicios ofrecidos a sus clientes, el Hassler Roma es el punto de acogida más prestigioso de la capital y el destino preferido de los viajeros cosmopolitas y más exigentes. Deseamos a este lugar de excelencia muchas felicidades.
El monte Pincio
Su enclave, el Pincio, tuvo un protagonismo histórico en la antigua Roma digno de recordar.
La memoria de Trinitá dei Monti está ligada a la legendaria colina del conocido Pincio. Llamado en la antigüedad collis hortolorum (la Colina de los Jardines), un promontorio que se asocia y que al tiempo evoca la idea de belleza y meditación. De hecho, el ideal oriental del otium, vinculado a la contemplación bucólica y finalizado a la construcción del sapiens, se convirtió en época republicana en uno de los pilares de la filosofía estoica, de Catón a Séneca, que lo consideraba la parte más importante de la vida del individuo. Y en Roma, la transversal adopción de este principio indujo a importantes personalidades a establecerse en la zona del Pincio: desde Escipión el Emiliano, que destruyó Cartago, al desgraciado Pompeyo, derrotado por Julio César.
Si bien la verdadera historia del Pincio inicia con Lucio Licinio Lúculo, un gran estratega que se enriqueció gracias al botín del rey del Ponto -uno de los peores enemigos de la república romana- permitiéndole adquirir los terrenos de la colina pinciana donde creó las Huertas Luculianas, una inmensa propiedad inspirada en las residencias de los sátrapas orientales de Asia Menor (actualmente sepultada bajo la plaza de la Trinidad de los Montes) cuya estructura fue ilustrada gracias al relieve que hizo el arquitecto Pirro Ligorio en el siglo XVI, sacando el modelo para la creación de la Villa d’Este en Tívoli. Durante su imperio, Augusto englobó el área dentro del recinto urbano, poblado de monumentos simbólicos como el Ara Pacis, la mayor Meridiana de la antigüedad y el Panteón.
Tras la muerte de Lúculo, llegó a ser propiedad de Décimo Valerio Asiático, que transformó la Villa adaptándola al anhelado prestigio y erigió los templos de la Fortuna y de la Esperanza, hoy bajo el Monte Parnaso de Villa Médici, y añadiendo el inmenso Ninfeo de Júpiter. El esplendor de esta morada fue teatro de conjuras y traiciones, admirablemente descritas por Tácito en los Anales. Se narra que Mesalina, esposa de Claudio fue la amante de Valerio Asiático y que «deseando ardientemente los jardines que éste último embellecía dotándolos de un lujo excepcional», lo acusó de conspiración y, por ello, Claudio lo condenó al suicidio. La propiedad pasó a la propiedad imperial convirtiéndolo en el parque urbano más bello de la antigua Roma, que sucesivamente se ofrecía como otra opción al Palatino por muchos emperadores, como Vespasiano o Nerva, hasta que Trajano se vio obligado a venderlo para financiar la guerra en Dacia. Mientras tanto, Mesalina, que escenificó una boda con su amante durante los ritos dionisíacos, fue descubierta por los emisarios imperiales. Una vez en casa, Claudio mandó a decirle a «esa pobrecita» (con estas palabras) que se presentara al día siguiente para defender la propia causa. Pero, después de oír esta orden, Narciso ordenó a los centuriones que procedieran a la ejecución.
Seguidamente, la zona se hizo famosa cuando ahí fue erigido el Mausoleo de los Domicios, que custodiaba las cenizas de Nerón durante el medievo. Pero con motivo de expulsar el fantasma del emperador que «infestaba» la zona, en 1099, el Papa Pascual II decidió edificar en su lugar una capilla que sería el embrión de la Basílica de Santa María del Popolo.
Anteriormente, en 371 d.C., a la muerte del cónsul Sesto Petronio Probo, su viuda heredó la propiedad y convertida al cristianismo destinó la fastuosa residencia a un hospicio para los pobres. Algunos años más tarde, los godos de Alarico saqueando la ciudad le dieron fuego a los Huertos Salustianos por lo que toda la colina del Pincio fue progresivamente abandonada, extinguiéndose todo su antiguo protagonismo a lo largo de casi diez siglos hasta que, en 1377, a la vuelta de los pontífices de la cautividad aviñonesa, el papado necesitaba consolidar la identidad de Roma como ciudad santa, con un proyecto capaz de retejer la red urbana desmoronada en pequeñas aldeas y, al tiempo, de organizar mejor los flujos de peregrinos que atravesaban la zona. Los papas del siglo XV decidieron las primeras grandes intervenciones urbanísticas de la Roma moderna: desde la puerta del Popolo hacia San Pedro, San Juan de Letrán y Santa María Mayor, surgieron las primeras señales del futuro tridente, reutilizando el antiguo trazado de la Vía Flaminia, transformada en la actual Vía del Corso.
Así pues, la plaza de Trinidad de los Montes redefinía su identidad con la iglesia del mismo nombre: el templo fue iniciado en 1502 por voluntad de Luís XII, Rey de Francia, propietario de los terrenos, cuyas obras se retrasaron a causa del devastador saqueo de Roma en 1527 por orden de Carlos V. Finalmente fue consagrada en 1585 y actualmente pertenece a los Píos Establecimientos de Francia en Roma y en Loreto. Este monumental proyecto urbanístico unía el barrio de Campo Marzio con el nuevo que se iba formando en el Pincio, proceso completado por la escalinata que desciende hasta la Plaza de España, por voluntad de Clemente XI en 1725.
A pocos metros de esta iglesia, surge majestuosa la Villa Médici, un magnífico conjunto arquitectónico, construído en 1564-1580. La propiedad fue adquirida por Ferdinando de Médici en 1576, que ultimó las obras de Bartolomeo Ammannati. Según el gusto de la época, una parte de las ruinas fue enterrada mientras los bajorrelieves y las estatuas romanas extraídos de los antiguos huertos quedaban engarzados formando un museo al aire libre, así como lucía un antiquarium con los hallazgos más valiosos, que fueron trasladados a Florencia al inicio del Granducado de Toscana. En 1787, Pietro Leopoldo puso en venta la magnífica Villa y sucesivamente en 1803, Napoleón Bonaparte firmó el contrato de compra para trasladar allí la actual Académie de France en Roma, cuya anterior sede fue destruida por un incendio en 1793.
Esta colina del Pincio, que registra una infinita serie de capítulos históricos con sus altibajos de gloria y de bajezas, resulta ahora dignificada por ambos conjuntos monumentales, para orgullo de los romanos y en especial de su vecino, Roberto Wirth, dueño y director del Hotel Hassler.