Durante el periodo romántico la pintura religiosa volvió a ser un género relevante en Europa. Los maestros del Siglo de Oro ejercieron influencia en algunos pintores españoles, especialmente en Sevilla, donde destacó Antonio María Esquivel, que luego trabajó en Madrid.
Tras su restauración, realizada en los últimos años, el Museo del Prado presenta tres importantes obras religiosas de Antonio María Esquivel, La caída de Luzbel, El Salvador y La Virgen María, el niño Jesús y el Espíritu Santo con ángeles en el fondo. Entre ellas solo la primera se había expuesto, durante muy poco tiempo, en el Casón del Buen Retiro. El conjunto permite comprender los principios del estilo de este artista, fundado en buena medida en la pintura barroca andaluza, de la que se consideraba su principal valedor, en oposición a otras tendencias que favorecían el dibujo frente al colorido. Realizadas en su madurez, muestran una formación académica atenta al estudio de la escultura antigua y la precisión anatómica.
La caída de Luzbel fue un regalo del artista al Liceo de Madrid, en testimonio de efusiva gratitud por la ayuda que los socios de esta institución, a la que estaba vinculado, le prestaron para la curación de la ceguera que padeció durante un tiempo. Realizada, como El Salvador, sobre un lienzo muy tupido que da homogeneidad a la superficie pictórica, presenta un colorido de gran riqueza. La crítica celebró la novedad iconográfica de presentar la victoria, sin armas, del Bien sobre el Mal.
El Salvador es obra casi desconocida y, tras levantarse su depósito en 2001, se ha recuperado después de una laboriosa y larga restauración. El énfasis del artista en la representación de la anatomía del torso de Cristo y en el tratamiento de los paños hace destacar con solidez las figuras sobre los tonos dorados del fondo. En ello se muestra un giro hacia una mayor valoración de los volúmenes que culmina en el siguiente cuadro expuesto, La Virgen María, el niño Jesús y el Espíritu Santo con ángeles en el fondo, donde aunó las referencias a Murillo, a la monumentalidad clásica y a la exactitud anatómica.
Este lienzo se recuperó de su depósito en 2000 y se restauró en 2011 para la exposición internacional Portrait of Spain: Masterpieces from the Prado. En el pasado participó en la Exposición Nacional de 1856, en la que también figuró su Autorretrato, el último de cuantos realizó. Su interés en la representación de su propia imagen, mayor que el de ningún otro artista español ese periodo, revela la estima y consideración que tenía del ejercicio de su profesión.
Esquivel estuvo muy vinculado a los escritores de su entorno. De muchos de ellos realizó retratos, como el que se expone de José de Espronceda, el más sobresaliente poeta de su tiempo, interesado en el tema luciferino y que intervino leyendo un poema en la sesión que en 1840 celebró el Liceo a beneficio de Esquivel. Esta efigie, que el artista incluyó en Los poetas contemporáneos (obra en la sala 63B), se presenta por vez primera.
Indicativo de su cultura es también su Tratado de Anatomía Pictórica. Concebido como un manual de apoyo a la labor docente que desempeñó en la Academia de San Fernando, donde ocupó la Cátedra de Anatomía Artística, incluye dieciocho láminas litográficas realizadas por él mismo y por su hijo Carlos María. Esta publicación fue una referencia para los artistas, como muestra el ejemplar manuscrito que conserva la Biblioteca del Museo del Prado. En él se copiaron el texto del tratado original y sus diferentes láminas, a lápiz junto al texto o bien, en el caso de los dibujos de mayor calidad (debidos a otra mano), en encartes de hojas sueltas.