Quizá a algún lector con memoria histórica le suene una suerte de fármaco, el dietilestilbestrol, que entre los años 50 y 70 del siglo XX se recetaba a las embarazadas para evitar el aborto espontáneo. Se trataba de un compuesto sintético de la hormona femenina estrógeno con efectos catastróficos.
Con el tiempo se comprobó que esta sustancia afectaba el desarrollo del sistema reproductor del feto y se asociaba a cáncer de testículo y de vagina en la edad adulta. También se observó un incremento de los trastornos del sistema reproductor en el varón, como la criptorquidia (trastorno por el que se produce un descenso incompleto de uno o de los dos testículos) o baja producción de esperma, entre otros.
Esta sustancia pertenece a los llamados disruptores endocrinos, compuestos químicos naturales e industriales que pueden alterar el equilibrio hormonal de nuestro cuerpo llegando a alterar nuestra fisiología.
Estos pequeños e indeseables elementos son utilizados frecuentemente por la industria. Los polibromofenilos, por ejemplo, que se utilizaban en los plásticos empleados en electrónica y en los pesticidas, se encuentran en mayor concentración en la leche de las madres que tienen hijos con criptorquidia. Y aquí es cuando deberíamos empezar a preocuparnos.
Entre algunos de los disruptores endócrinos más conocidos encontramos el ya popular bisfenol A, que se encuentra sobre todo en recipientes y envases plásticos porque otorga dureza a los materiales. Esta sustancia puede alterar el funcionamiento de hormonas como la insulina, favoreciendo el desarrollo de obesidad.
Asimismo, los ftalatos que se utilizan industrialmente para dar flexibilidad y durabilidad a los plásticos o como ingrediente de muchos cosméticos, pueden afectar la fertilidad al ser un antiandrógeno exógeno.
Otros disruptores endócrinos son el éter difenil polibromado (PBDE) y el DDT. El primero se utiliza como combustible y puede alterar el equilibrio de hormonas tiroideas, por lo que puede ocasionar infertilidad y obesidad. El segundo, el DDT se emplea como plaguicida y pesticida y también se vincula al desarrollo de obesidad aunque también puede provocar problemas de aprendizaje y desarrollo.
Estos enemigos invisibles presentes en múltiples elementos dedicados a hacer nuestra vida más cómoda (o eso creíamos) no actúan rápidamente en nuestro cuerpo, sino que tienen efecto acumulativo. Es decir, cuanto más continuada sea la exposición a los mismo, más riesgos existirán de sufrir alteraciones endócrinas. Porque un día nos comamos una manzana rebozada de pesticidas infectos por disruptores hormonales, no nos vamos a morir de cáncer.
La cuestión relevante, dado lo expuesto, no consiste en realizar un exhaustivo análisis de los productos y alimentos cotidianos, convirtiendo en un martirio la visita al supermercado. Más que nada porque sospecho que acabaríamos por concluir que lo mejor es montarse un huerto o vivir del aire. Si bien conviene no bajar las alertas completamente, hay ciertas sencillas acciones que nos pueden mantener a salvo de sus perniciosas consecuencias:
Evitar alimentos con envases de plástico. En su lugar, escoger aquellos elementos almacenados en vidrio.
Escoger recipientes para nuestros platos «libres de bisfenol A».
Reducir el empleo de alimentos enlatados ya que las latas poseen una cubierta interna que puede liberar bisfenol A.
Escoger ingredientes lo más naturales posibles u orgánicos, para evitar plaguicidas, pesticidas y demás que pueden dejar rastros de disruptores endócrinos. Por supuesto, lavar adecuadamente frutas y hortalizas.
Evitar en la cocina cosméticos, uñas pintadas con esmaltes o productos de limpieza que pueden contener ftalatos.
El colofón final a esta exposición divulgativa ha de ser la recomendación de hacer ejercicio, en concreto el sano ejercicio del pensamiento. Los problemas de fertilidad en las parejas que actualmente parecen reproducirse, ¿podrían tener algo que ver con los disruptores endocrinos? ¿Y algunos casos de cáncer? ¿quizá estén detrás de la plaga de trastornos de hiperactividad y falta de atención que tantos niños y adolescentes padecen?
Aunque esta información no goce de gran divulgación, un estudio realizado en España por el investigador Nicolás Olea, Director del Departamento de Radiología y Medicina Física de la Universidad de Granada, concluye que existe una fuerte asociación entre la cantidad de disruptores endocrinos en el cuerpo y el riesgo a desarrollar cáncer de mama.
Por otro lado, los estudios sobre población migrante y gemelos muestran que la dieta y la exposición química, en particular a pesticidas como el clorpirifós, el plaguicida más habitual en los alimentos españoles, influyen de forma importante en la incidencia de cáncer de próstata.
Ambos tipos de cáncer son los más frecuentes entre la población española. Sin embargo, y a pesar de la demostración científica de la relación entre la exposición a disruptores endocrinos y el desarrollo de estos tipos de cáncer, la población queda desprotegida bajo la consigna de que esa exposición «se produce por debajo de los límites legales seguros». Puntos suspensivos.
No es difícil hacerse una idea sobre la respuesta de las otras dos preguntas planteadas. Sobre el TDAH, ya realicé una aproximación en mi artículo La vuelta al cole del TDAH.
El mantra de que somos lo que comemos (o lo que rodea nuestros alimentos) cobra tintes apocalípticos cuando lo que comemos nos enferma. Ya lo decía Hipócrates en el siglo V a.C.: «deje que los alimentos sean su medicina y que la medicina sea su alimento», y llegó hasta los 83 o 90 años. Según algunas fuentes, hasta los 100. Y hoy, reformulamos al gran sabio griego bajo las siguientes palabras: «no deje que los alimentos (o los compuestos de sus envoltorios) sean su veneno ni que su veneno… no tome venenos, por favor».