Hace unos días, un buen amigo me decía que durante las vacaciones le gusta volver a ciudades que ya ha visitado numerosas veces. Regresa a ellas por enésima vez, no ya como turista, sino como visitante, sin el estrés de querer verlo todo, de seguir una guía al pie de la letra o de hacerse una foto delante de cada monumento.
Así es como me gustaría poder volver a Oporto, la cual visité en febrero por vez primera. Una ciudad que respira calma, modernidad y decadencia a partes iguales, y que invita a pasear por sus bellas callejuelas empedradas. Calles amuebladas por los raídos edificios vestidos de azulejos que tanto la caracterizan.
Es sencillo ser turista en esta ciudad portuguesa dado su tamaño y la calidez de sus habitantes. Todo parece sencillo y cercano. Especialmente si uno se aloja en la zona céntrica. Este fue mi caso. Ferviente admiradora de Airbnb no dudé en escoger la casa de Rosa en la zona de São Bento, a tan solo 5 minutos andando de la torre de los Clérigos, que se yergue triunfante en pleno centro. Subir sus empinadas y estrechas escaleras es obligatorio para poder contemplar la ciudad desde todos sus ángulos.
Y si hablamos de escaleras, nada como los rojos peldaños que ascienden en espiral en el interior de la librería Lello, denominada la librería más bella del mundo por diferentes guías de viajes y medios. Este bello escaparate de millares de libros inspiró a J.K. Rolling a la hora de describir Hogwarts en la saga Harry Potter. La entrada no es gratuita, pero los 3€ que desembolsas se descuentan de la compra de cualquiera de sus libros. Merece la pena hacer una inmersión por sus estanterías abarrotadas de historias, y los que tienen niños podrán leer y adquirir el cuento, en castellano, sobre esta librería, entre otros ejemplares.
No lejos de allí, es interesante hacer una rápida incursión en la estación de trenes de São Bento aunque solo sea por contemplar sus azulejos, más cuidados que los de los edificios colindantes. Porque el hecho de que Oporto, como Lisboa, sea una ciudad decadente no deja de parecer que quizá necesite una leve restauración de los mismos. Algunas casas parece que van a salir volando mientras las observas, especialmente las situadas en zonas tan turísticas como frente a la catedral.
Un breve paseo calle abajo conduce directamente al mercado Ferreira Borges, frente a los Jardines del infante Enrique y el palacio de la Bolsa. Convertido en centro cultural, actualmente alberga exposiciones temporales de fotografía y un gran restaurante en la parte superior. Justo detrás, y para quienes no tienen miedo de pasear entre sepulturas, se encuentra la iglesia de San Francisco en cuya planta baja se encuentran las catacumbas. Allí yacen hermanos franciscanos y familias de la nobleza local, y es posible contemplar un osario a través de un suelo acristalado. Justo enfrente, la iglesia de San Nicolás, de estilo rococó también merece una visita.
Y llegamos al río Duero que serpentea por la ciudad. Pasear por Oporto tiene tanto encanto como subirse a su turístico tranvía amarillo, muy similar al que recorre las calles de su hermana mayor, Lisboa. El traqueteo de la línea 1 te lleva por toda la orilla del río hasta su desembocadura en las playas de Foz, donde en días de viento las olas rompen salvajes contra el pantalán.
Pero qué sería de una visita turística sin el deleite de su gastronomía. Porque si hay un atractivo fundamental, al menos para mí, en la visita a una nueva ciudad, es disfrutar de sus sabores locales, en aquellos sitios que más frecuentan los lugareños, a ser posible. En un sitio como Oporto resulta difícil no toparse con turistas, pero algún rincón queda en el que la única voz no portuguesa sea la tuya mientras degustas una copa de su afamado vino de Oporto.
Empezando por la primera comida del día, si es fin de semana, ha de ser un brunch a ser posible saludable y libre de bollería industrial. Si además tienes la suerte de encontrarlo en un local moderno, con música de Bruce Springsteen, Ramones y, por qué no, algún fado que otro, entonces debes ir a Miss’Opo. Sus paredes grafiteadas con mensajes divertidos recuerdan a un local más propio de un Berlín industrial que del propio Oporto. Cocina vista desde la que te sirven una ensalada de quinoa que estalla en sabores en la boca y unos zumos de fruta que te dan energía para patearte la ciudad una y mil veces.
Las comidas, cuando uno va de turismo, suelen ser más bien rápidas, con el mapa sobre la mesa para controlar a dónde dirigir los pasos tras el postre y el café, excepto si ese almuerzo lo degustas en un lugar tan local y pintoresco como la Taberna São Pedro. En realidad no se ubica en el mismo Oporto sino en la localidad de Vila Nova de Gaia, que se encuentra en la orilla contraria del río. Para llegar hasta allí es preciso coger un barco que te acerca en 3 minutos al otro lado donde se ubica este local de mesas cubiertas con mantel de papel. El pescado, muy fresco, lo cocinan en plena calle, sobre unas brasas controladas con energía por el dueño del local. Allí puedes ver las ricas sardinas que saborearas minutos más tarde acompañada por la típica ensalada mixta. Ensalada que sabe a gloria solo por el hecho de saberte en el sitio adecuado, en el momento adecuado, justo cuando rugen las tripas tras una larga jornada de pateo urbano.
Sin necesidad de coger ningún transporte público, y con la idea de ir bajando la comida, es recomendable el paseo por toda la orilla camino de cualquiera de las bodegas que se ubican en las laderas de las montañas de Vila Nova de Gaia. Son numerosísimas, unas más antiguas, otras más modernas, pero casi todas interesantes. Nuestros pasos nos dejaron frente a la que dicen es la más grande y antigua, Bodegas Ferreira, y sin haber pedido cita previa (en algunas es recomendable) nos vimos inmersos en la penumbra de sus pasillos, rodeados de barricas y percibiendo el clásico olor húmedo que éstas desprenden. Las visitas son en diferentes idiomas, y la cata posterior es fundamental para aprender a distinguir entre el oporto ruby y el oporto tawny. Dos palabras que oirás frecuentemente en tu estancia en esta bella ciudad.
La vuelta desde Vila Nova de Gaia a Oporto se puede hacer en barco, en metro o, incluso, en teleférico justo desde la punta opuesta a las Bodegas Ferreira, y junto al Puente de Luis I.
Y antes de la cena, por qué no, la parada en cualquiera de los pintorescos bares frente al río junto al citado puente para tomar un respiro antes de disfrutar de la cena nocturna.
La noche de Oporto es luminosa y animada en la zona turística. Pero huyendo un poco de restaurantes masificados encontramos Camafeu, en la plaza Carlos Alberto. Muy pequeño, con apenas una decena de mesas ubicadas en el primer piso de una casa, sus platos, servidos por dos camareros encantadores, son una delicia, y regarlos con un buen vinho verde hacen que quieras que la noche nunca termine. Merece la pena pasarse por Aduela, en la Rua Oliveiras, para tomarse una copa rodeada de lugareños que se agolpan en la terraza o en su interior donde las mesas corridas permiten la conversación con más de un extraño contento de poder departir hasta altas horas. Otro de los restaurantes que merecen una visita es Cantinho do Avillez en la Rua Mouzhino da Silveira. Ambiente distendido, decoración moderna y una carta muy variada en la que destacaría el risotto de espárragos, las vieiras salteadas con huevas de trucha o la tarta de queso servida en un tarro de cristal como los que usaban nuestras abuelas para guardar compota.
Lo bueno de Oporto, además de su decadente belleza y sus amables habitantes, es lo sencillo que resulta llegar hasta el centro desde el aeropuerto gracias al metro. Los vuelos con Ryanair son muy baratos, por lo que creo que no tardaré en volver a pasear por sus calles, esta vez, como dice mi amigo, como un visitante sin estrés y no como turista.