Con menos de 3.000 habitantes, los orígenes de Minori, la antigua Reghinna Minor, se remontan a los primeros años de nuestra era, lo que ha quedado demostrado tras el descubrimiento de una villa romana, construida con toda probabilidad el siglo I d.C. Sin embargo, el asentamiento urbano propiamente tal es más “nuevo”: del siglo VII, después que se descubrieran las reliquias de Santa Trofimena, patrona de la ciudad.
Las investigaciones arqueológicas han dejado en claro que Minori es el centro habitado más antiguo de toda la costa amalfitana, el tramo de costanera del sur de Italia bañada por el mar Tirreno, que fue descrita en la Cuarta Novela del Decamerón de Boccaccio: es tierra de limones y, por supuesto, del famoso “limoncello”, la bebida que se hace con la cáscara de este cítrico, “rigurosamente la parte amarilla, por eso es mejor hacerlo a mano con un aparato especial”, sentencian los expertos.
Ya desde la antigüedad, esta zona del sur de Italia ha sido no solamente un lugar importante de intercambio comercial y cultural, sino también un centro de vacaciones de la élite, como lo demuestran las “ville d’otium” (residencias “de ocio”), que se encuentran en toda la zona, y los numerosos restos de ánforas y restos de construcciones descubiertos durante las excavaciones submarinas.
Como sucede en numerosas ocasiones en Italia, la “Villa Romana”, cuyo ingreso principal era directamente desde el mar, construida probablemente en tiempos del emperador Augusto, el siglo I d.C., como residencia de verano de un patricio romano, fue descubierta por casualidad en 1932, mientras se realizaban trabajos de alcantarillado.
La visita a esta residencia parte del nivel inferior, un jardín al que se accede por una escala original que conduce al “Antiquarium”, un espacio que fue reconstruido, donde es posible admirar una gran fuente, que formaba parte del triclinio de verano y donde nadaban peces de todos colores, según las pinturas que se encontraron.
Muy interesantes los mosaicos geométricos y con figuras de animales en la zona de las termas, mientras algunas pinturas que se remontan al siglo III d.C. permiten afirmar que seguramente la villa fue reconstruida después de la erupción del Vesubio, el año 79 d.C.; asimismo se conservan monedas de la época y diferentes tipos de vajilla de uso cotidiano (ánforas, vasos de terracota, candiles), y para situaciones más “de representación”, como objetos de cerámica vidriada de diversos colores.
Y toda esta maravilla corre serio peligro a raíz de los graves problemas hidrogeológicos que afectan toda la costa de esta zona, según el Consejero del Orden de Geólogos de la Región Campania, Domenico Sessa: “Corren peligro, por ejemplo, los mosaicos que se encuentran en las termas de la Villa Romana que, aunque está en un lugar bastante reparado, el aluvión de 1954 sepultó casi totalmente la zona, que no está exenta de riesgo hidrogeológico”.
Sin disminuir el alcance del problema, el alcalde la ciudad, Andrea Reale, asegura el compromiso concreto de la Alcaldía “para invertir todo lo que sea necesario para mitigar el riesgo hidrogeológico y estas inversiones en el sector de hotelería y de hospitalidad en general se demuestran en hechos concretos: el año 2015 tuvimos 78.000 turistas, contra los 68.000 del año anterior, y no hay duda que este año será mejor”, asegura convencido.
Uno de los monumentos más importantes de Minori es la Basílica de Santa Trofimena, noble siciliana, asesinada por orden del padre por negarse a abjurar la religión cristiana. El 5 de noviembre es la solemne festividad dedicada a la santa, ya que según la tradición ese habría sido el día de su martirio: ese día se organizan manifestaciones y espectáculos muy sugestivos donde participa todo el pueblo, que conserva intacta las tradiciones religiosas y participa en forma masiva de ellas.
Durante la Semana Santa, el pueblo se transforma, y de la simbiosis entre la religión cristiana y los ritos paganos nace la procesión de los “flagelantes” que se remonta al siglo XIV, una de las tradiciones más antiguas de la región.
Vale la pena participar en este rito donde la fe y la tradiciones se fusionan en una atmósfera surrealista y fuera del tiempo. Los “flagelantes” (o pecadores) atraviesan las calles de Minori con paso lento y armonioso: con un capuchón blanco que les cubre totalmente la cabeza y una túnica del mismo color, amarrada a la cintura con una tosca cuerda, dan inicio a los ritos de la Pasión y la Muerte de Cristo la noche del Jueves Santo, inmediatamente después de la misa Coena Domini, es decir, de la cena del Señor.
En la procesión del Jueves Santo, que termina en la Basílica de Santa Trifomena, los flagelantes van entonando un canto específico, dividido en diferentes tonos y ritmos, que siguen una ritualidad específica de acuerdo a la liturgia y al grupo que lo interpreta: “e vascie” (los de abajo) y “e ncoppe” (los de arriba), que se refieren a la presencia de dos confraternidades antiguas activas en la llanura que llega hasta la playa (los de abajo) y en las colinas (los de arriba).
Los cantos del Vía Crucis han pasado oralmente de generación en generación y, aunque no ha sido posible demostrar la proveniencia de los textos, se presume que son posteriores a la melodía que, a su vez, se remontaría al periodo barroco.
Los ritos del Viernes Santo empiezan con las primeras luces del alba, aproximadamente a las 5 de la mañana: siempre en procesión los flagelantes llegan hasta las fracciones más alejadas del centro, para volver, alrededor de mediodía, a la Basílica donde se realiza la fase culminante de los ritos que concluyen al anochecer cuando todas las luces del pueblo se apagan y las calles y callejones de Minori se iluminan solamente con las antorchas de la procesión.
Imperdible el evento cultural-gastronómico “Gustaminori” que se realiza desde hace algunos años el primer fin de semana de septiembre.
Es un evento enogastronómico-cultural que permite recuperar los viejos sabores de la tradición y valorizar los extraordinarios “yacimientos gastronómicos” del lugar, una perfecta simbiosis entre espectáculo y degustación de las excelencias de la zona, entre ellas el singular “sfusato amalfitano” el famoso limón local, que se confecciona y comercializa desde hace más de 150 años: eran las mujeres las “portadoras” de los limones que los transportaban en enormes canastos sobre sus cabezas desde las colinas hasta la playa, donde se embarcaban a todo el mundo.
Sin preocuparse ni de línea, ni de colesterol, hay que probar de todas maneras la repostería que tiene como base el limón, como la “delicia de limón” una crema deliciosa que es la especialidad del lugar. Entre las diferentes pastas, los “ndunderi”, especie de ñoquis gigantes que no son de patatas, sino de harina, los estupendos mariscos y pescados de la región, regados por los espectaculares vinos blancos de la zona, y por supuesto el inimitable “limoncello” ya que gustarlo en este lugar es otra cosa.