Con tristeza y una dura crítica a la mediocridad, observo como estamos copiando modelos que podrían tener relación con el aumento del 60% de suicidios que hemos vivido en los últimos 50 años a nivel mundial, estamos copiando modelos y prácticas que en otros países han llevado a destruir vidas humanas, lazos sociales, y la esperanza de un mundo mejor. Las cifras relacionadas a suicidios, malestar en la población, consumo de fármacos, tendencias a enfermedades como la vivencia de angustia o estrés permanente en que viven millones de chilenos algo nos tienen que decir sobre la forma de hacer política que necesitamos. Claramente un modelo muy distinto al que tenemos, uno donde el ser humano y su desarrollo necesariamente deben estar en el centro, no al servicio de ideologías ni de intereses particulares que nos están matando ni de soluciones que plantean discursos que nos hablan de meritocracia y de la sociedad del esfuerzo cuando el obrero de nuestro país se levanta a las 04:00 y trabaja de sol a sol por un salario y condiciones de vida poco dignas.
No apoyare discursos vacíos mientras vea que no existe un cambio con respecto a los contenidos educativos y espacios de desarrollo orientados a la potenciación de herramientas internas ni fomento de vínculos sociales, discursos vacíos con palabras resonantes que no quieren dar cuenta de la importancia de comprender como a partir de nuestra historia y biografías individuales se puede levantar un modelo económico que repite patrones y castra al ser reduciéndolo a una necesidad de tener y de representar en nombre de la necesidad de pertenencia aquello que se espera según una serie de categorías que en muchos casos también vienen dictadas desde el mercado -somos aquello que tenemos-.
El discurso del Chile aspiracional, el Chile de la riqueza a goteo, el Chile de todos, el Chile del cambio… creo que nos está dando en la boca, en los bolsillos, en nuestra salud y corazón, y ante esto me pregunto si es lo que merecemos y queremos como país. Yo al menos siento que somos capaces de generar algo mucho mejor que lo que tenemos y por lo mismo hoy escribo y desde hace años investigo.
No tiene sentido hablar de desarrollo y destacar el crecimiento de los últimos años cuando paralelamente observo que eso no se traduce en mejorar la calidad de vida de las personas, cuando observo que el endeudamiento y los bajos salarios persisten a pesar del crecimiento económico, incluso en periodos en que crecen los salarios y los niveles de ocupación según datos de la Fundación Sol. Cansada de tanta incoherencia, me cuesta entender que según el balance contable del 2014 nuestros diputados hallan recibido prestamos financiados con recursos del congreso, sin intereses y en cómodas cuotas, mientras en septiembre de 2015 en Chile se registraron casi 4 millones de deudores morosos teniendo el 78% de los deudores ingresos mensuales menores a $500.000. Deuda y bajos salarios van de la mano, y si a eso añadimos una sociedad que a pulso nos enseño a creer y nos bombardea día a día con el mensaje de "dime que tienes y te diré cuando vales" tenemos la estrategia perfecta para esclavizar a una nación.
Según la Fundación Sol, el 50 % de los trabajadores chilenos gana menos de $305.000 y 7 de cada 10 trabajadores menos de $450.000 líquidos, se registran cerca de 650.000 subempleados y el 50 % gana menos de $120.000. Tenemos además más de un millón de asalariados que no tienen contrato de trabajo y el 70 % gana menos de $280.000. ¿Sueldos vitalicios? ¿Dietas extras? ¿Arreglines entre empresas y políticos? ¿Campañas electorales que parecen más un concurso de misses con promesas que no detallan el qué, cómo, cuándo ni por qué ni con quién ni son vinculantes a nivel legal? ¿Discursos que confrontan y dividen a los chilenos mientras Maturana nos habla de la necesidad de un proyecto país?... ¿Me dicen que pedir algo mejor es utópico? ¿Me hablan de Desarrollo?.
El informe de PNUD nos dice que los niveles de desigualdad y distribución de la riqueza generan a su vez importantes desigualdades en ámbitos como la educación y la salud a pesar del incremento del gasto público en estas dimensiones… ¿Qué está pasando en lo privado? me pregunto, y me vienen a la cabeza las palabras de un empresario extranjero: “Si aquí los sueldos son tan bajos a mi me conviene traer mi empresa a Chile, la mano de obra está tirada”. ¿Leyes que regulen la perpetuación de esto y protejan al trabajador chileno? Ninguna. Recuerdo eso y también recuerdo que aun cuando el Estado define un salario mínimo, en lo privado existe un término llamado Responsabilidad Social que podría pasar a comprender que si consideran que un 50% de los trabajadores chilenos gana menos de $305.000 y según datos de la Universidad Diego Portales la clase media mantiene un nivel de angustia permanente ante las deudas, más que acciones en grupos concretos sus propias políticas salariales pueden marcar la diferencia, porque las mismas deben configurarse como canales de cambio hacia modelos que aporten a la resolución de problemáticas sociales del entorno en el que están insertas, no en su manutención o agravamiento. En esta misma línea, no podemos olvidar que los salarios que definimos, las oportunidades que generamos a nuestros jóvenes, las políticas de conciliación que establecemos o dejamos de establecer, la extensión de las jornadas, entre otros, influyen en el bienestar de la población y en nuestra evolución como sociedad ¿De qué desarrollo me hablan? ¿Queremos un padre/madre estado-mercado?
¿Por qué resulta tan difícil considerar en nuestra definición de políticas y modelos aspectos que ya han sido demostrados como factores que fomentan el bienestar y desarrollo humano desde disciplinas como la psicología, sociología, antropología, medicina entre otras ramas? ¿Por qué nos resistimos a aceptar que este sistema ha fracasado en el momento en que nuestra capacidad de evolución está en juego? ¿No bastan los argumentos que disciplinas como la epigenética nos están mostrando con respecto a cómo el entorno influye en la expresión o no de nuestros genes influyendo el estrés de forma negativa? ¿No bastan los estudios que hablan de como las jornadas extensas no aseguran altos niveles de productividad sino todo lo contrario además de impulsar a enfermarnos? Y si pensamos en las próximas generaciones y en las actuales cifras de depresión y estrés de nuestra población, ¿no bastan los estudios que dan cuenta como el hecho de tener padres con depresión, en estado de privación o con altos grados de estrés, puede incidir en la calidad del vinculo que establezcan con sus hijos del cual depende a su vez el desarrollo de las bases que permitirán o no a las futuras generaciones contar con las herramientas y recursos emocionales para enfrentar tiempos de incertidumbre y tender o no a mayor o menor salud emocional? Ante esto cabe recordar que Bowlby (1988) afirmo que la capacidad de resiliencia frente a eventos estresantes que ocurre cuando somos adultos es influida por el estilo vincular que las personas desarrollamos en nuestros primeros años de vida fruto de la relación con nuestros cuidadores.
En este sentido y pensando en el futuro, hoy, cuando comenzamos a reflexionar sobre la construcción de un sistema en el que la “Felicidad” de la población debe ser un índice a considerar en el crecimiento macroeconómico de un país, tenemos la posibilidad de ir a la base, de entender que el camino puede ser otro. Tenemos el desafío como país y personas de generar modelos y políticas que demuestren que nuestra economía y mundo puede ser sostenible, pero eso no se logrará a través del agotamiento de recursos y destrucción de nuestro entorno, el trauma , la desigualdad social creciente a nivel mundial, el empeoramiento de las condiciones laborales y de vida, la violencia al ser humano desde los modelos de crianza que sostenemos, a la forma y contenidos que impartimos en los colegios desde el punto de vista de la desconfirmación del desarrollo de nuestra singularidad, como tampoco desde de los modelos de gestión que promueven la estandarización en el mundo de la empresa y formas y políticas de administración que objetivizan al colaborador o ciudadano y además lo infantilizan.
No quiero más cuentos, no quiero más discursos vacíos en nuestra política porque hablar de liderazgo y desarrollo país para mi es atrevernos a probar fórmulas nuevas orientadas al mejoramiento del potencial individual y social, a la generación de mayores redes y modelos económicos y de administración que resuelvan las problemáticas a las que ya nos enfrentamos y preparen a las personas para los nuevos escenarios que vienen. Y es desde este escenario del que hoy partimos que debemos preguntarnos si nuestra praxis empresarial y política está facilitando o no el desarrollo íntegro de nuestros ciudadanos bajo condiciones aceptables que abogan por un aumento de la calidad de vida y de un desarrollo pleno y sano.
El escenario paradojal en el que nos movemos nos está haciendo daño porque nos habla de un Chile que crece, pero que también corre el riesgo de ignorar aspectos claves para un desarrollo real. Un Chile que nos habla del fomento de igualdad de oportunidades en entornos donde la exclusión puede verse enraizada desde la propia ausencia de políticas y educación que la generan, un Chile que sin resolver la problemática de su identidad originaria nos habla de la identidad que debemos desarrollar como país desde lo que viene de afuera, un Chile que focalizándose en la discusión del lucro en la educación tiende a olvidar o cuestionar lo que estamos entendiendo por “educación” y “sistemas de socialización”. Un Chile que sin someterse a autocrítica con respecto a la generación de condiciones laborales que faciliten el bienestar de la población en el presente y futuro – jornadas laborales, políticas de conciliación, cuestionamiento real del salario mínimo, pensiones – nos habla de largas jornadas laborales, de la creación de miles de salas cunas, de jornadas escolares que se alargan y del valor del esfuerzo y el compromiso en un entorno donde los índices de estrés de la población están disparados. Un Chile que discursivamente enuncia la intención de participación ciudadana pero que al mismo tiempo no deja de temer a la creación de instancias de participación o, si las crea, el centro está en el derecho. Un Chile que sin resolver el problema estructural de desigualdad social que tenemos nos habla de desarrollo, de un Chile que no puede olvidar poner bajo lupa esta economía que tiende a la precarización y se alimenta de las faltas facilitando un sobreendeudamiento y consumo en un mundo cuyos recursos son finitos… y en una vida que también es finita.
Ese Chile del que les hablo es el que me preocupa, porque es un Chile que nos transmite lo que quiere llegar a ser sin hacer, como primeros pasos, una revisión acabada de lo que es y una actualización de los pendientes básicos que tenemos por subsanar con nuestra sociedad de forma prioritaria para realmente poder construir sobre una base fuerte que empodere al ser humano y, por tanto, represente la posibilidad de una economía basada en las fortalezas del mismo y en el fomento de su evolución. Si vamos a defender la vida, tendremos que pensar por tanto en que existen muchos “bien- estares” que se están ignorando.
Creo que solo en la medida que tengamos conciencia de los orígenes de lo que vivimos podremos doblegar la mano al destino, escrito por otros y que hoy sostenemos. Ante un escenario de contrastes de este tipo y considerando que estos síntomas no son exclusivos de nuestro país, llega el momento de reflexionar sobre las palabras del economista chileno Manfred Max-Neef, quien señala que “la perversidad de la economía neoliberal radica en que “no entiende el mundo y, además, los seres humanos son irrelevantes. Lo relevante son los indicadores macroeconómicos, el PIB… lo que le haya pasado a las personas no importa”. Palabras que, aunque suenan duras, nos invitan a preguntarnos qué vamos a entender por desarrollo y más hoy cuando todas estas estadísticas anteriores se están dando en un escenario en el que existe un debate intenso sobre lo que entiendo como los principios que marcarán el curso de nuestro país en las próximas décadas.
No nos merecemos esto, no nos merecemos estar día a día luchando por sobre-vivir, no nos merecemos la injusticia y el agotamiento, no nos merecemos creer que mientras más tenemos más somos, ni tampoco que no necesitamos nada para ser cuando el discurso de la austeridad solo parece apuntar al pueblo. No nos merecemos una clase política que está más centrada en mantener su cuota de poder sacando basura de un lado y de otro y con ello contaminando el ambiente en vez de demostrar en actos su compromiso con nuestra sociedad, resguardar el bienestar de las personas, de las familias cuando las mismas son la base de la sociedad, cuando las mismas pueden ser el garante de que el día de mañana este país cuente con más ciudadanos íntegros, empáticos y que promuevan el buen trato en Chile…
¿Qué país quieres?... Yo me lo pregunto.