Existen conflictos armados que por su virulencia o su posición estratégica respecto a terceros países, llaman enseguida la atención mediática e inundan las portadas de nuestros telediarios. Sin embargo, existen otros conflictos alejados de nuestras fronteras y con poca relevancia para la agenda de los gobiernos occidentales, que se acaban perpetuando y haciendo que la solución al mismo sea casi imposible. Este último es el caso de Yemen. Yemen es un país de unos 27 millones de habitantes, que se encuentra en la parte más meridional del Golfo Arábigo. A pesar de sus múltiples discrepancias internas, nunca ha sido un país que haya llamado la atención, ya que la mayoría de sus conflictos se han solucionado mediante la inclusión y la incorporación al aparato estatal de los representantes de los agraviados, además de que las cifras de muertos en combate siempre han sido bajas. Sin embargo, desde 2004 se lleva librando una guerra interna que ha ido sumando facciones al conflicto y que cada vez parece más difícil de solucionar.
Antecedentes
Aunque ya se ha comentado que el conflicto actual puede situar su comienzo en 2004, es necesario retrasar la mirada décadas atrás para entender en su conjunto que es lo que está sucediendo en este país árabe. El Yemen actual estuvo gobernado hasta 1962 y durante mil años por un imanato chií, lo que equivaldría a un califato en su versión antagonista del Islam, la sunní. Anteriormente formaba parte del Imperio Otomano hasta que en 1838 el país se dividió en dos por la colonización del sur del país por el imperio Británico, debido la importancia estratégica del puerto de Adén. La parte norte, sin embargo, permaneció en el Imperio Otomano hasta la disolución del mismo en 1918.
La parte sur siguió vinculada a Gran Bretaña hasta que consiguió su independencia en 1967, dando lugar a la República Democrática de Yemen en 1970, aliada con el comunismo de la URSS. Sin embargo, la parte norte es la que centrará nuestro análisis, pues es en el transcurso de la historia de esta región a donde se remontan los agravios que han dado lugar a la situación actual.
En esta parte del norte, por tanto, se mantuvo este imanato cuyos líderes supremos eran Zaydíes, esto es, una versión de la rama chií del Islam más moderada que el Jaafarismo, que es el presente actualmente en Irán. La diferencia principal es su discrepancia en quién fue el quinto imán sucesor de Mahoma, así como la importancia que da el Jaafarismo a la figura del imán, que no es compartida por los zaydíes, que consideran que el imán no está guiado por Dios, lo que les acerca más al sunnismo. Pero además de esto, los líderes del imanato también eran Hachemitas, un linaje generacional que se remonta al profeta Mahoma. Sin embargo, este orden hereditario se alteró con una guerra civil que finalmente derivó en la creación de la República de Yemen en 1962.
A partir de ese momento, el país empezó a ser gobernado por diferentes individuos procedentes también de regiones zaydíes, pero unidos también a la élite sunní presente en el país, pertenecientes al Shafeismo, una de las cuatro escuelas de jurisprudencia islámica del sunnismo, y reconocida por muchos como la más moderada. Este nuevo orden trató de remediar la estratificación social que hasta el momento había hecho el imanato Zaydí Hachemita, pero también abandonaron parte de la inversión en regiones de profesión Zaydí, como la zona de Saada. No obstante, como ya se ha comentado, la asimilación de estos disidentes al aparato estatal conseguía mantener el Estado en funcionamiento, incluso con la anexión de la parte sur en 1990, después de la caída de la URSS.
Hacia 1993, se realizan las primeras elecciones con múltiples partidos, y entrarán a formar parte de las Cámaras dos miembros del partido al-Haqq, entre ellos Husein al-Huthi, cuyo padre, un clérigo zaydí hachemita, llevaba alertando desde la década de los 70 de un abandono del Estado a las regiones zaydíes y un progresivo acercamiento hacia los dictados de las sectas salafistas y wahabbistas, enunciadas desde Arabia Saudí, y que chocaban con los zaydíes al ser corrientes pertenecientes al sunnismo.
Pero no será hasta 2003 que el conflicto realmente explote. En esta fecha es cuando se produce la invasión de Iraq por parte de Estados Unidos, y es en este instante que al-Huthi decide lanzar una ofensiva armada contra el gobierno de Yemen, presidido desde 1978 por Ali Abdullah Saleh, por complicidad con Washington. Ante esta ofensiva, el gobierno califica de terrorista y aliado de Irán al movimiento Juventud Creyente, creado por Huthi tras renunciar al partido al-Haqq en 1997. Aunque tratan de detener a al-Huthi, su imposibilidad desata la guerra civil que acabará con la muerte de al-Huthi a finales de 2004.
Lejos de ser la solución del conflicto, esto provocó que los seguidores de Huthi, que se amparan bajo un movimiento derivado de la Juventud Creyente bajo el nombre Ansarullah (Partidarios de Dios), continúen la lucha por los derechos de los zaydíes. Entre 2005 y 2009 se producen cinco picos de intensidad en este conflicto entre los Huthi y el Estado, con diferentes intentos de alto el fuego que no funcionarán.
Y es en 2011, amparados por las protestas generales de la Primavera Árabe, cuando los Huthi también se vuelcan para conseguir un cambio en el Estado que favorezca sus quejas sobre el menosprecio a los zaydíes. Estas revueltas consiguen echar al presidente Saleh del gobierno y comenzar un proceso de Diálogo Nacional, impulsado desde el Consejo de Países del Golfo, que sentará a Abdul Rabbo Mansour Hadi al frente de este proyecto de transición.
Sin embargo, después de tres años de inmovilismo y con gran frustración de todos los agentes involucrados en esta transición, el clan Huthi decide aprovechar el vacío de poder para asaltar a comienzos de 2014 la capital, Sanaa, retener al presidente Hadi y comenzar un nuevo Proceso de Participación Nacional y para la Paz.
A todo esto hay que sumarle otros frentes: por un lado, nos encontramos al expresidente Saleh y su partido, que pese a haber combatido durante años contra los Huthi, ahora es su aliado de conveniencia en su búsqueda por retornar al poder; por otro, nos encontramos a Hiraak, un movimiento en el sur del país que, como ya ocurrió en el intento de secesión armada en 1994, quieren mayor autonomía o incluso la independencia; a todo esto se le suma el aspecto tribal existente en el país, donde clanes de unas familias y otras se han alineado en un bando u otro para poder destacar en un futuro gobierno, y seguir beneficiándose del contrabando de armas y la venta ilegal de las mismas; y, más peligrosamente, a este conflicto se le ha unido Al-Qaeda y Daesh, que han aprovechado la presencia de salafistas en Yemen desde la década de los 80 y la inestabilidad en el terreno para acumular poder en zonas sin control de ninguna facción.
Conclusión
Por tanto, para hacernos una idea resumida del conflicto, nos encontramos ante un caso de una élite tribal del norte del país, perteneciente a la rama zaydí chiíta, y de ascendencia Hachemita, luchando por sus derechos frente a un gobierno al que acusan de haberles menospreciado y haberse acercado a los dictados sunnís de Arabia Saudí. Es decir, que al igual que ocurre en Siria, nos encontramos ante una especie de proxy war, como lo llaman los angloparlantes, o lo que es lo mismo, un conflicto en el que, aunque no estén representadas las banderas de Irán y Arabia Saudí, sí lo están sus intereses.
Sin embargo, las evidencias no son tan claras en este caso como sí lo son en Siria, y diferentes diplomáticos occidentales afirman que tanto los Huthi como los unionistas podrían estar recibiendo apoyo y armamento de empresas o actores no gubernamentales de Irán y Arabia Saudí, respectivamente, pero no de manera oficial por los gobiernos.
No obstante, desde hace unos meses Arabia Saudí sí que ha decidido involucrarse de manera directa en el conflicto mediante la ofensiva armada Tormenta Decisiva, dirigida contra los Huthi, que tienen actualmente el control de la capital Sanaa, y luchan por el control del estratégico puerto de Adén. Asimismo, como siempre ocurre en estos casos, los perdedores principales son la población general, que se está viendo afectada por un bloqueo marítimo y aéreo que ha dejado al 80% de los 27 millones de habitantes del país en situación de emergencia.
Cabe destacar, sin embargo, que durante toda su historia, Yemen se ha caracterizado, como comentábamos al principio, por una capacidad de asimilar las discrepancias y darles respuesta dentro del ámbito estatal. Asimismo, las variantes zaydíes del chiísmo y shafíes del sunnismo, mayoritarias en el país son, como se ha comentado, las más moderadas dentro de cada una de las dicotomías islámicas, y nunca hasta ahora habían sido el principal motivo de conflicto en el país, sino la lucha por derechos regionales y tribales.
Sin embargo, no podemos permanecer ausentes a este conflicto, ya que, además de las vidas que se están perdiendo desde 2004, la presencia de Al-Qaeda y Daesh, y la implicación de otras tribus en el conflicto puede perpetuar esta guerra, y convertir a otro país de Oriente Medio en un país fallido, como Iraq, Afganistán, Libia o Siria. Es necesario que el Consejo de Seguridad de la ONU implemente un alto el fuego supervisado y negociado entre las partes, y que comience un proceso realmente inclusivo, donde las diferentes regiones, tribus y sectas de la religión tengan cabida en el aparato estatal.