Cada vez se está haciendo más habitual tener un conejo como mascota. Esos pequeñines peluditos que saltan sin parar en los mostradores de las tiendas de animales y que conquistan los corazones de niños y adultos. Sin embargo, es muy frecuente que al poco tiempo de abrirles tu corazón, el conejo enferme con lo que a simple vista podría parecer un fuerte resfriado y muera a los pocos días. ¿Qué les ha pasado?
En realidad no es ni mucho menos un resfriado, sino una peligrosa enfermedad cuya cepa ha sido empleada intencionadamente a lo largo de la historia para acabar con la vida de millones de conejos: la mixomatosis. Esta enfermedad es una infección producida por un virus (mixoma) que se aloja en el conejo de monte o tapetí, el cual habita naturalmente el norte argentino y otros países de Sudamérica. El virus no afecta al tapetí, pero es mortal para el conejo europeo. Se transmite por contacto directo y a través de pulgas, mosquitos y otros artrópodos chupadores de sangre, provoca tumefacciones en la piel y membranas mucosas, conjuntivitis y a veces ceguera, provocándole al conejo una lenta agonía que puede durar unos 13 días.
La mixomatosis es a menudo nombrada como uno de los escasos ejemplos de control biológico ideal, pero hay hechos que demuestran que no es así. Es un virus creado para exterminar a millones de conejos y enmendar así un error humano. Y no solo eso, sino que la mixomatosis es uno de los factores que más ha incidido en que el lince ibérico y el águila imperial ibérica tengan que vivir en áreas de conservación por temor a su extinción. El conejo es la base alimenticia del lince ibérico y esto, ligado a la destrucción de su hábitat y los atropellos, ha provocado que en la actualidad solo queden unos 200 ejemplares de esta especie. Por otra parte, el águila imperial ibérica suele asentarse en zonas con buenas poblaciones de conejos, y la mixomatosis ha provocado que se hayan perdido un 70% de los nidos.
Según parece fue en 1898 cuando, en un laboratorio de Uruguay, se detectó por primera vez que esta enfermedad causaba una gran mortalidad, especialmente en conejos adultos. La información llegó en 1919 a oídos de uno de los pioneros de la medicina tropical, Henrique de Beaurepaire Aragão, en Brasil, quien vio la solución perfecta para el problema que afectaba por aquel entonces a Australia. Unos 600 millones de conejos habitaban a sus anchas por la isla después de que un par de siglos atrás algún barco hubiera dejado escapar intencionadamente algunos ejemplares con los que viajaba para alimentarse durante el viaje. Las especies australianas como marsupiales, bandicuts y ualabíes, no estaban preparadas para competir contra el versátil conejo, esto les llevó a la casi total extinción de algunas de las especie.
Las autoridades australianas intentaron en vano introducir otras especies no autóctonas como el ‘zorro rojo’ para combatir la plaga. El resultado fue el contrario al esperado, los zorros se convirtieron en un nuevo problema, pues preferían cazar marsupiales, más lentos y fáciles de capturar. Los conejos también se introdujeron deliberadamente en Nueva Zelanda, Chile y Argentina.
Tras varios años de deliberación fue en 1950 cuando finalmente se utilizó el virus en Australia para atacar a la población de conejos, con una mortalidad del 90% por ciento. En un par de años la población había quedado reducida de 600 a 100 millones de ejemplares.
Fue entonces, en 1952, cuando un reconocido médico francés especialista en bacteriología, Paul Felix Armand-Delille, cansado de que los conejos estropearan la cosecha de sus fincas en los campos de Francia, decidió buscar una solución. La efectividad de la inserción del virus causante de la Mixomatosis había tenido en Australia para controlar dichas plagas llegó a su conocimiento. Debido a su gran prestigio consiguió muestras del virus y se lo introdujo a dos conejos que depositó en un área cultivable de 3 km² de una de sus fincas, convencido de que era adecuada para realizar una prueba contenida, sin riesgo alguno de causar una epidemia.
Pero Armand-Delille se equivocó. La efectividad del virus en los conejos europeos resultó ser más lenta, por lo que, al vivir durante más tiempo, estos animales podían contagiar a un mayor número de individuos antes de morir. Además, la finca resultó no tener la capacidad necesaria para contener a los conejos, así que tan solo cuatro meses después se daban casos de infección por mixomatosis de los conejos por toda Francia. Un año después de la prueba original, más de un 45% de los conejos de toda Francia habían fallecido. Al poco tiempo, comenzaron a informarse de casos en el Reino Unido, Italia, España, Holanda y prácticamente toda Europa. El desastre sería tal que, para la temporada de caza de 1956 y 1957, los reportes indicaban que la población de conejos en Europa había disminuido entre un 95 y un 98%. Debemos recordar que esta enfermedad afecta especialmente a España, ya que siempre ha habido un gran número de conejos. Tanto es así que los fenicios al llegar a la Península Ibérica llamaron al país Sphania, derivado del griego Sphan que significa conejo. A lo largo de los siglos, el nombre de nuestro país ha evolucionado de la “Sphania” de los fenicios a la Hispania de los romanos y hasta la España actual significando “país de conejos”.
Es interesante destacar que Australia, antes de autorizar el uso del virus, realizó numerosos ensayos para asegurarse de que la enfermedad no afectaría a otros vertebrados, especialmente mamíferos y aves. Durante los 50 años en que se utilizó el virus no se reportaron casos de animales nativos afectados por la mixomatosis. Sin embargo, Europa no corrió la misma suerte. En algunos países se declaró ilegal el uso de la mixomatosis para controlar la población de los conejos, pero muchos agricultores la siguieron utilizando. En la actualidad se ha desarrollado una vacuna que está resultando bastante efectiva, especialmente en los conejos domésticos, que son los más vulnerables a esta enfermedad. No obstante, a Australia no le agrada la existencia de una vacuna que pueda inmunizar a los conejos frente a su efectivo e innecesariamente cruel método de exterminio.
Son varios los poetas y músicos que, impresionados por la brutalidad con la que la mixomatosis mata a los conejos, han escrito sobre ella. El gran poeta Philip Larkin escribió Myxomatosis, conmovido por lo sucedido:
Atrapado en el centro de un campo sin sonido
mientras pasan las inexplicables horas abrasadoras
¿Qué trampa es esta? ¿Dónde estaban ocultos sus dientes?
Parece que estás preguntándote.
Yo contesto agudamente,
y limpio la estaca. Me alegro por no poder explicar
exactamente bajo qué fauces ibas a supurar:
puede que hayas pensado que las cosas iban a volver a estar bien
si sólo te hubieras quedado bien quietito a esperar.
Varios años después, Thom Yorke escribió para Radiohead su versión del poema Myxomatosis de Larkin, relacionando la idea de la crueldad del proceso que emplearon para controlar la masa de conejos, con las formas de control que ejercen los medios y los gobiernos sobre las personas.
[…] Pero todo fue editado, cambiado,
estrangulado, molido a golpes,
usado en una foto en la revista Time,
enterrado en un agujero negro ardiente de Devon,
y no sé por qué me siento tan inclinado a callar,
no sé por qué siento como si me hubieran despellejado vivo.
Mis pensamientos están descarriados y son un poco ingenuos,
me retuerzo y salivo como si tuviera mixomatosis;
deberían internarme o sacarme de aquí,
tengo mixomatosis
tengo mixomatosis. […]