Los choques culturales se encuentran lejos de las costumbres religiosas, el idioma, o la comida. Los principales vienen derivados de actitudes y costumbres cotidianas que solo entiende una parte, según el lugar del mundo donde haya crecido. En el fondo de nuestras almas, sin ser algo negativo, no llegamos a comprender muchas cosas, a pesar de que las compartamos, las toleremos y las vivamos con la máxima naturalidad. Una de ellas es la concepción del tiempo. Crecemos pensando que el tiempo es algo que no cambia y, por lo tanto, una cuestión universal. Pero no es así: el tiempo puede estar manejado por un reloj o por nosotros mismos y las circunstancias.
En muchas partes del mundo, como en el caso de Europa, somos totalmente esclavos del tiempo. En Tanzania (y en múltiples lugares de la enorme África), es algo secundario, conformado por la actitud de las personas y el desarrollo de los acontecimientos, y no por un reloj adaptado al horario universal. Kapuściński comenta este hecho en su libro Ébano:
“El europeo y el africano tienen un sentido del tiempo completamente diferente; lo perciben de maneras dispares y sus actitudes también son distintas. […] El europeo se siente como su siervo, depende de él, es su súbdito […] Tiene que respetar plazos, fechas, días y horas. […] Para los africanos el tiempo aparece como consecuencia de nuestros actos y desaparece si lo ignoramos o dejamos de importunarlo. […] El tiempo es una realidad pasiva y, sobre todo, dependiente del hombre.
Traducido a la práctica, eso significa que si vamos a una aldea donde por la tarde debía celebrarse una reunión y allí no hay nadie, no tiene sentido la pregunta: ¿Cuándo se celebrará la reunión? La respuesta se conoce de antemano: cuando acuda la gente”.
Tanto es así, que hasta la hora swahili y la manera de decirla varían del horario establecido. Cuando se pregunta a un tanzano, por ejemplo, a qué hora come, su respuesta es “a las 8”, y no es el desayuno, es la comida a las 2 de la tarde. La hora swahili son exactamente seis horas menos que la establecida a nivel mundial. Es decir, a las 12 del mediodía son las 6 de la mañana; mientras las 4 de la tarde (las 16 horas) son las 10. Mucha gente lleva la hora swahili en sus relojes y sus móviles. De esta manera, hay que tener cuidado con los malentendidos a la hora de quedar con alguien: puede presentarse seis horas antes o podemos llegar seis horas tarde, si no se especifica si hablábamos en hora swahili o “la otra”.
El tiempo invertido en saludos y despedidas también es curioso. El swahili en Tanzania es un idioma dinámico y rico. La mayor variedad del swahili, condicionada por las costumbres sociales, se encuentra en los saludos: shikamoo, kama kawa, mambo, habari, sema, inakuaje, niambie, asubuhi, habari za jioni, swari, mzima… y muchos más dependiendo de la edad del interlocutor, la relación con él y el momento del día. Normalmente con un saludo no basta, y en un mismo encuentro se intercambiarán al menos dos:
- A: Habari?
- B: Nzuri. Mambo vipi?
- A: Fresh. Kama kawa?
- B: Kama kawa.
En general todos significan “¿qué tal?” y las respuestas suelen ser guay, bien, tranquilo. El concepto de “hola” como tal no existe. Si además una persona es mzungu (como los tanzanos denominan a los blancos), es común que la gente le salude de distintas formas esperando todas las respuestas, como examinándole del idioma, hasta que den con una que no sepa.
Las bienvenidas son muy importantes, y después del karibu (bienvenida) se inician los interminables saludos. Se trata de un momento al que se le otorga importancia y en el que se invierte tiempo. Es de educación preguntar cómo estás, cómo van las cosas, si todo va bien. Sin embargo, no ocurre lo mismo con las despedidas. Cuando uno se va puede despedirse con un simple badae (hasta luego) o irse indicándolo con un pequeño gesto. Es momento de marchar y no hay tiempo que perder.
Este concepto del tiempo como algo que se controla y se conforma a partir de los acontecimientos conlleva otras diferencias respecto a nuestra concepción, y una de las más grandes es con lo que llamamos puntualidad. Es cierto que muchas personas no son las más indicadas para hablar de ello, ya que no se caracterizan por ser muy puntuales. Pero en Tanzania no se trata de los diez minutos de espera. Se trata de mañanas enteras. De acontecimientos imprevistos que surgen en la vida cotidiana y que muchas veces retrasarán la cita o la llegada treinta minutos, una hora, o tres.
Esto pasa, por ejemplo, cuando se queda con alguien a una hora en un lugar. Falsa esperanza. Pero también cuando se coge un transporte: el autobús municipal es imprevisible por los infinitos atascos. Los autobuses de línea que recorren grandes distancias, que tienen una hora aproximada de salida, no saldrán hasta que el conductor y el cobrador estimen que hay suficientes viajeros como para partir con unos beneficios base. Algunas veces hay que esperar a que se llene por completo.
Lo que para nosotros es una eterna espera, en la que muchas veces acabamos desesperados, acostumbrados a guiarnos también por el reloj para esperar, para los tanzanos es una forma de vida. “En un rato” es una expresión que puede significar que estará preparado en cinco minutos o que podemos seguir sentados una hora y media más. Ahora, cuidado si alguien dice que va a tardar un poco, puede que entonces sea mejor volver mañana.
Una mezcla de consecuencias derivadas de las malas comunicaciones y las grandes distancias, determinadas costumbres, la escasez de electricidad y de agua, y el excesivo calor, cada uno por separado, han conformado en los y las tanzanas su sentido del tiempo. La luz solar es un indicador de tiempo mucho más efectivo y útil que un reloj. Muchos acostumbrados a vivir en función de la hora que marca el reloj se sentirán irritados y hartos de la concepción tanzana del tiempo. Para otros, supondrá una liberación de la esclavitud del segundero, que hará vivir las cosas con otra actitud. Ni mejor, ni peor, solo diferente.