El equipo arbitral llegó dos horas y media antes del inicio del partido. El estadio Attatürk de Estambul estaba completamente en silencio. Las puertas aún no se habían abierto y las gradas esperaban con ansia la llegada de 70.000 aficionados. Pero Manuel Mejuto González y sus asistentes tenían mucho trabajo antes de que empezara a rodar la pelota. Aquella mañana ya habían acudido al estadio para comprobar el estado del césped. Correcto. Ni corto ni alto. A las medidas que exigía la UEFA. Por la tarde, las porterías ya tenían puestas las redes, que se estrenaban para aquella ocasión, las líneas ya estaban pintadas y el verde del terreno de juego era una alfombra. Después del calentamiento de los jugadores, los jardineros debían encender los aspersores. Todo tenía que salir perfecto.
Una vez en el vestuario, Mejuto continuó con el protocolo habitual de un partido de Liga de Campeones. No importaba que fuese una final y que estuviese en juego el título más importante del año. No se podía dejar llevar por la presión. «Es una estrategia habitual», señala Arturo Daudén Ibáñez, tercer árbitro con más partidos dirigidos en Primera División. «Cuando te centras en el protocolo de actas y en todo lo que tienes que hacer antes del partido, se te olvida la presión hasta que faltan cinco minutos», explica. Y así fue. Por el vestuario arbitral pasaron delegados, entrenadores y algún que otro jugador, mientras Mejuto, ayudado por uno de sus asistentes, confeccionaba el acta del encuentro. La hora de inicio se iba acercando, el delegado arbitral ya había abandonado el vestuario y ocupaba su asiento en el palco, los equipos habían calentado y habían vuelto a sus vestuarios. Quedaban 15 minutos y había tiempo para una última charla. Para los entrenadores, era el momento de motivar a sus jugadores; para el árbitro, el de dar las últimas consignas.
«Hablamos de que había que estar atentos, de las estrategias a seguir en cuanto al juego y de que teníamos que estar concentrados en los momentos puntuales», relata Daudén Ibáñez, que ejerció de cuarto árbitro aquel día. La charla habitual entre cuatro compañeros que habían coincidido en más de una ocasión sobre el terreno de juego, pero ese día era diferente. «Se respiraba el ambiente de algo trascendente, de algo importante».
El delegado de la UEFA tocó a la puerta. Estaba todo listo a falta de diez minutos para que echara a andar el balón. Los futbolistas ya se dirigían hacia el túnel de vestuarios y las televisiones habían cortado la publicidad. El mundo del fútbol permanecía atento a la salida de los jugadores al terreno de juego y Mejuto les ordenó que empezaran a desfilar. Cogió el balón, preparado especialmente para ese partido, y formó junto a los 22 titulares, los dos asistentes y el cuarto árbitro.
El himno de la Champions empezó a sonar por los altavoces del estadio. Cuando Manuel Mejuto González empezó a arbitrar, nunca imaginó que acabaría pitando un partido como el de aquel día. Llevaba más de veinte años de experiencia a sus espaldas y le habían dado la oportunidad de dirigir la final de la Liga de Campeones. Nunca olvidará aquel 25 de mayo de 2005, en el que Milan y Liverpool se jugaron el título más importante del año. Tampoco lo harán sus árbitros asistentes, Martínez Samaniego y Ayete Plou.
«Cuando sales a un campo a reventar, sientes que aquello es muy grande y que tú eres pequeño. Estás deseando que empiece el partido», asegura Rafa Guerrero, árbitro asistente de Primera División durante catorce temporadas. «Al oír el silbato, da igual que tengas 70.000 almas a tu espalda porque solo oyes un murmullo que incluso te ayuda a concentrarte». Es más complicado, indica Guerrero, permanecer atento durante un partido con poco público o a puerta cerrada. Pero aquel era todo lo contrario.
El partido arrancó con intensidad. El Liverpool perdió un balón en el centro del campo que recogió Seedorf para mandar a la banda, donde esperaba Kaká para ser zancadilleado por Traoré. El primer árbitro asistente -el que se encuentra en la banda de los banquillos- era Martínez Samaniego, que no dudó un instante en levantar el banderín. Falta. Pirlo cogió el balón y lo puso en el pie de Paolo Maldini, que, de media bolea, hacía el 1-0 en el primer minuto. Una falta aparentemente sin peligro acabó siendo determinante. ¿Era falta? «Es un pensamiento muy habitual entre los colegiados de categorías inferiores», comenta De la Cruz Suárez, árbitro de juveniles. Pero esos sentimientos se van cambiando conforme se adquiere experiencia y no son «admisibles» en un colegiado de élite. «La concentración es básica y, si estás pensando en lo que ha pasado, no puedes prestar atención a lo que viene por delante», sentencia Rafa Guerrero.
Si Mejuto González o su asistente se hubiesen quedado pensando en la jugada anterior, no habrían estado atentos en la siguiente, cuando Shevchenko se quedó solo ante Dudek. Martínez Samaniego no señaló fuera de juego, pese a las protestas de Hyypia. Y no lo era, por milímetros. El ucraniano no acertó ante el cancerbero del Liverpool y no tuvo trascendencia, pero ante jugadas tan ajustadas como esta surge la división entre los árbitros por la incorporación de la tecnología. La opinión general es que «el fútbol se convertiría en otro deporte», como señala Rafa Guerrero, aunque es consciente de lo que significa un gol, por lo que sería «ventajoso» que se fuera introduciendo poco a poco. Así, la labor del árbitro se ha hecho mucho más sencilla desde que está conectado con sus asistentes mediante un pinganillo, un avance del que no dispuso el equipo arbitral de la final de 2005. «Como ocurre con el tenis y el ojo de halcón, la tecnología le puede dar un valor añadido al espectáculo», argumenta Daudén Ibáñez.
En lo que será complicado que ayude la tecnología será en las caídas dentro del área. En el minuto 22, Paolo Maldini se coló en el área y se fue al suelo ante Luis García. No hubo nada y Mejuto González miró hacia otro lado, pero los futbolistas «siempre tienden a engañar», indica Álvarez Ramudo, árbitro de Preferente. «El espectáculo ha degenerado en el ‘a ver si pica’ y en las continuas protestas que hacen que el fútbol haya perdido los valores y se haya convertido en basura por todo lo que le rodea», asegura. Es una de las razones por las que los colegiados, independientemente de su categoría, intentan conocer a los jugadores. «Para llevar el partido lo mejor posible tenemos que estar concentrados en todo momento y saber quiénes son los conflictivos», explica Martínez de Olivera, árbitro de Tercera División.
Gracias a esa concentración, Martínez Samaniego fue capaz de anular un gol clave para aquella final. Shevchenko se volvió a quedar solo ante Dudek, pero esa vez sí fue capaz de resolver con acierto y mandar el balón al fondo de las mallas. Sin embargo, cuando el «7» del Milan ya estaba celebrando el tanto, se dio cuenta de que el juez de línea tenía levantado el banderín. Había sido fuera de juego. De nuevo, acertó porque estaba bien colocado. «Un metro te puede matar, puede significar acertar o no acertar», indica Rafa Guerrero, reconociendo que es «prácticamente imposible» apreciar un fuera de juego. «El asistente perfecto tendría que tener los ojos como las gallinas, con uno viendo cuándo golpea y otro viendo cómo está la línea en el momento del pase», bromea. Complicado, aunque, según la UEFA, el índice de acierto de los asistentes internacionales es del 90 por ciento.
Las jugadas más problemáticas para los árbitros son las manos, sobre todo cuando se producen dentro del área. El reglamento concede, en este sentido, una gran libertad de interpretación al colegiado, que debe juzgar si la mano es volunaria o no para señalar la infracción. En el minuto 38 de partido, Maldini se lanzaba al suelo y cortaba con el brazo el avance de Luis García. Mejuto González entendió que era involuntaria al tener el brazo apoyado en el césped y dejó seguir la jugada, lo que encendió a Rafa Benítez en el banquillo del Liverpool. «La FIFA debería cambiar el reglamento, porque cada vez que hay una mano es un problema para nosotros», asegura Berasategui Carrasco, colegiado de Tercera División. «Todos, más o menos, sabemos cuándo una falta es falta, pero con las manos no ocurre lo mismo», indica Millán Romero, árbitro de Regional. «Lo peor es que el reglamento dice que no se pitan las manos involuntarias, que son el 99 por ciento, y los informadores nos dicen que debemos pitar también falta cuando el brazo ocupa un lugar que no le corresponde. Ahí está el lío», reconoce Vázquez Gutiérrez, árbitro de juveniles.
Mejuto no pitó nada y permitió el contragolpe del Milan. El balón le llegó a Shevchenko en el área, que lo puso en el segundo palo para que Hernán Crespo rematara prácticamente solo. Era el minuto 39 y el argentino ponía el 2-0. Ancelotti saltaba del banquillo para celebrar el tanto mientras los jugadores del Liverpool se indignaban con el colegiado español. Xabi Alonso intentaba hablar con su compatriota, pero no había vuelta atrás. Aunque correcta, fue una decisión muy criticada por los medios británicos al día siguiente. Y lo habría sido más si el resultado final hubiese sido otro, pero la victoria del Liverpool calmó los ánimos. Pese a acertar, Mejuto González podría haber sido el hombre más buscado en toda Inglaterra, igual que lo fue en su día Rafa Guerrero tras la famosa jugada del «Rafa, no me jodas», en la que se equivocó al ver una agresión y expulsar al futbolista equivocado. «Aquello convulsionó el país», señala. «Nunca llegué a entender cómo una jugada de un partido de fútbol pudiera podía traspasar fronteras. Yo lo único que pensaba era ‘¿a quién he matado?’», recuerda el protagonista, aunque reconoce que el «error humano» sigue siendo «la pureza del fútbol». «Sin esas cosas, ¿de qué hablaríamos los lunes?».
Aún así, son muchos los árbitros que llegan a la élite con ganas de comprar la prensa, pero, «conforme pasa el tiempo», cada vez lo hacen con menos regularidad. «Te das cuenta de que no te aporta nada, que el juicio que ves en ocasiones no te va a servir de nada y que, en otras, son juicios interesados», indica Daudén Ibáñez. Sin embargo, los expertos sí aconsejan volver a ver el partido dos o tres días después de haberlo arbitrado para analizar los posibles errores.
La televisión ha influido en gran parte en la mejora del arbitraje en los últimos años. Cuando la excepción era que un partido se televisase, los colegiados no podían analizar sus errores, un aspecto vital para futuros encuentros. «Muchas veces te llevas la sorpresa de que lo que ves no se parece en nada al fotograma que tienes en la cabeza de lo que ha pasado», comenta Daudén Ibáñez. Es, en opinión del colectivo, el principal problema del aficionado al fútbol: no entiende que «el árbitro no ve lo mismo que está viendo él por televisión». «Son ángulos diferentes. Muchos dicen ‘con lo bien que se ve...’, pero en el campo la realidad es completamente distinta», explica. Sin embargo, esa «nueva realidad» permite mejorar y corregir los errores. «Aunque no nos reconozcan como profesionales, sí trabajamos profesionalmente y tenemos que ver esas jugadas, esos fueras de juego o esas faltas que hemos pitado en el campo», indica Rafa Guerrero. «Uno se debe situar mentalmente en el campo y ver por qué no ha actuado bien y qué se puede hacer para que no vuelva a ocurrir», recomienda Daudén. Todo para «mejorar y cometer menos errores».
Esta era una lección que tenía bien aprendida Mejuto González y, por eso, consiguió dirigir aquella final de Liga de Campeones. Acertó al no pitar la mano -involuntaria- de Maldini dentro del área y dejar seguir la jugada. De haberlo hecho, no habría subido al marcador el segundo gol del equipo italiano y, probablemente, tampoco el tercero, que llegó cinco minutos después tras un pase al hueco de Kaká hacia Hernán Crespo, que el argentino aprovechó para hacer el 3-0 y dejar el partido casi sentenciado un minuto antes del descanso.
Nada más pitar el final de la primera parte, los asistentes corrieron hacia el círculo central, donde Mejuto González los esperaba con el balón en la mano. El camino hacia el vestuario fue más tranquilo de lo habitual. Siempre suele haber algún jugador que se acerca para protestar alguna jugada, pero ese día las miradas no estaban puestas en el árbitro. El Milan se marchaba al descanso con una cuantiosa ventaja y el Liverpool se preocupaba más por ir perdiendo 3-0 que por las jugadas polémicas. Una vez dentro, tocaba un momento de descanso y de análisis de lo que había ocurrido durante el partido. Hoy, la comunicación entre el trío arbitral es continua durante el encuentro gracias a los pinganillos, pero en aquella final se tuvieron que esperar hasta el minuto 45. «¿Alguna duda?», preguntó Mejuto, después de abrir una botella de agua y beber un par de tragos. «Nada, todo correcto», respondió Ayete Plou. «¿Y la mano de Maldini cómo la has visto?». La acción se había producido en su banda y Ayete tampoco tuvo dudas. «Involuntaria». Ambos estaban de acuerdo.
«Son situaciones normales en el vestuario de los árbitros», comenta Álvarez Ramudo. El descanso sirve para hablar sobre las jugadas polémicas, para contrastar lo que ha visto cada uno y para corregir los fallos. «Al principio del partido, se dan unas pequeñas consignas y, en el descanso, se trata de pulir los detalles para que todo salga bien», explica Berasategui Carrasco. Los segundos 45 minutos son los más complicados para un árbitro; es ahí cuando «la coordinación entre los cuatro es clave», asegura Rafa Guerrero.
Mejuto González señaló el inicio de la segundad mitad y todo continuó igual que en la primera. El Liverpool estaba muy tocado y la charla que Rafa Benítez había dado a sus futbolistas parecía que no había servido para nada, pero todo cambió a los nueve minutos de la reanudación. Xabi Alonso conectó un balón con la banda izquierda, donde esperaba Riise. El noruego levantó la cabeza y buscó el centro al área, pero la espalda de Cafú rechazó el esférico. El «6» no cesó en su empeño y volvió a coger el balón para, esta vez sí, colgarlo al área, donde Gerrard envió un testarazo directo a las mallas. El Milan no se había recuperado aún del golpe cuando, dos minutos más tarde, Smicer lanzaba un latigazo desde fuera del área ante el que Dida no podía hacer nada. 3-2 y 34 minutos por delante. «Nadie esperaba que pasara aquello. Pensábamos que el Liverpool reaccionaría, pero no de aquella manera», recuerda Daudén Ibáñez.
Solo seis minutos después llegó el gol del empate. Gerrard se internó en el área y Gatusso lo derribó: penalti. Mejuto no dudó ni un instante y se fue directo a señalar la pena máxima. No tardaron en llegar las protestas. Unos, porque consideraban que el inglés se había tirado; otros, porque no había amonestado al italiano. «Es algo con lo que hay que convivir», señala Piña de Guzmán, árbitro de Preferente. Tenían más derecho a quejarse los jugadores del Liverpool, porque el penalti había sido claro y Gatusso debió ver la tarjeta amarilla. Pero el colegiado no tiene tiempo para pensar y tiene que decidir en un instante. «Desde que ves la imagen hasta que la trasladas a tu cerebro pasan centésimas de segundo y es ahí cuando tienes que pitar o dejar seguir», explica Daudén Ibáñez. Xabi Alonso lanzó desde los 11 metros. Paró Dida, pero el tolosarra cogió el rechace y anotó el 3-3.
El ambiente de las gradas era espectacular. La afición italiana veía venir lo que se avecinaba y la del Liverpool volvía a soñar con la posibilidad de ser campeones de Europa. El You’ll never walk alone sonaba más fuerte que nunca. «Jamás había visto nada parecido», recuerda Daudén Ibáñez. «Te concentrabas en el partido, pero era imposible no prestar atención al público; no por miedo, sino porque era tremendo». Sin embargo, no todos los árbitros llegan a tener el privilegio de olvidarse de la grada para centrarse en lo que ocurre sobre el césped, como pudo hacer Mejuto González ese día. «Muchas veces es imposible no fijarse en el padre del niño que te está insultando todo el partido porque sabes que te la puede liar», señala Ramírez Escudero, árbitro de Regional, tras comentar que siempre existe «una preocupación de que te vayan a pegar». «Es una desgracia, algo impropio del siglo XXI», lamenta.
Mejuto González no sufrió, ni mucho menos, nada parecido en aquella final. El partido había transcurrido hasta ese momento de forma tranquila. «Son los jugadores los que provocan que el juego se caliente», indica Santiago Sacristán. Los veintidós protagonistas habían mantenido las formas y ninguno había visto ninguna amonestación. Se habían producido faltas, pero «las habituales de un encuentro de tales características», relata Daudén Ibáñez. «Los jugadores pueden ayudar o complicar mucho la labor del árbitro y aquel día decidieron colaborar». La primera tarjeta llegó a los 76 minutos. Solo se mostraron dos en todo el partido.
«La prórroga fue un tormento para todos», recuerda Daudén Ibáñez. Los jugadores, cansados por el gran esfuerzo que habían realizado durante los primeros 90 minutos, aguantaban a duras penas sobre el terreno de juego. La tensión en los banquillos era insostenible y la emoción de la grada, difícil de controlar. Sin embargo, el trío arbitral debía seguir atento a todas las jugadas. En cualquier momento se podía producir una acción que determinara el transcurso de la final, así que no podía perder la concentración.
Los jugadores pedían a gritos la tanda de penaltis, aunque antes Dudek tuvo que salvar a los suyos con dos paradas en el último minuto de la prórroga. Shevchenko remató primero con la cabeza y cogió el rechazo del guardameta para volver a intentarlo, pero el polaco no estaba dispuesto a dejar escapar la final y llevó a su equipo el desempate final. Fue el gran protagonista de la noche.
La tanda de penaltis fue inevitable. «Puede que sea el momento de más tensión y, a la vez, el más relajado para un árbitro», cuenta Ramírez Escudero. En ese momento, cada uno tuvo su lugar y su labor. Martínez Samaniego estuvo pendiente de la portería, de si el balón traspasaba o no totalmente la línea de gol. Ayete Plou se ocupó del círculo central y de que los jugadores estuviesen calmados. Fuera del terreno de juego, Daudén Ibáñez vigiló los banquillos, como había hecho durante todo el partido. Mejuto González juntó a los dos porteros y les dio las últimas indicaciones: «Nada de adelantarse».
Europa entera pendiente de la autorización del árbitro para empezar. Antes, realizó una seña a sus asistentes, que respondieron afirmando con la cabeza. Todo listo. El Milan había ganado el sorteo y Serginho fue el primero en lanzar. Fuera. Hamman adelantó al Liverpool y Dudek detuvo el disparo de Pirlo. Las cosas iban mal para los italianos. Cissé ponía el 0-2 y Tomasson reducía distancias. Dida dio esperanzas a los suyos parando el tiro de Riise y Kaká empató. 2-2. Smicer no fallaba y volvía a adelantar a los británicos a falta de un disparo para cada equipo. 2-3. Shevchenko cogió el balón y se acercó al área. Si fallaba, el Liverpool se proclamaba campeón de Europa. Paró Dudek. Se acabó el partido. Pi, piiii, piiiiiiiiiiiiiiiiiiii.