Tanto personal como colectivamente, las certezas del presente llevan siempre consigo el germen de las incertidumbres futuras. Pero hay momentos o épocas en que las certezas son más pronunciadas y las incertidumbres más remotas, y momentos o épocas en que ocurre lo contrario.

¿En qué dialéctica certezas/incertidumbres se encuentran las sociedades contemporáneas? Como siempre, la Historia nos ayuda a comprender, pero no prescribe nada por la sencilla razón de que nunca se repite.

Las certezas pueden verse sacudidas por dos tipos de incertidumbres: las incertidumbres ascendentes y las incertidumbres descendentes. Las primeras son los retos que pueden superarse con un poco más del mismo tipo de esfuerzo que dio lugar a las certezas; las incertidumbres descendientes son las que representan retos que parecen perdidos desde el principio. Pero lo más importante de la clasificación es saber qué clase o grupo social tiene certezas y se beneficia de ellas, y qué clase o grupo social tiene incertidumbres y qué consecuencias tienen.

A principios del siglo pasado, la burguesía europea, que entonces se proclamaba protagonista del único mundo civilizado, estaba llena de certezas. Los avances científicos y tecnológicos eran vertiginosos. En el frente tecnológico, las dos orillas del Atlántico Norte (Europa y la Europa-fuera-de-lugar) rivalizaban en la velocidad de los inventos en los campos de la aviación, los viajes motorizados, la radio y el cine. En 1900, los trenes franceses eran más rápidos que los ingleses o los alemanes, a 94 kilómetros por hora, 90 kilómetros por hora y 50 kilómetros por hora, respectivamente. Pero los estadounidenses los superaban a todos: 107 kilómetros por hora.

Los avances científicos fueron igualmente apasionantes, aunque muchos de ellos se tradujeron en nuevas tecnologías. Por ejemplo, en 1895, Wilhem Rӧntgen descubrió rayos con una inmensa capacidad de penetración. Como no se sabía lo que eran, los llamó rayos X. Siguieron los descubrimientos (a veces redescubrimientos) de la radiactividad, la estructura atómica de la materia, los rayos alfa y beta, la teoría de los electrones y la teoría de la relatividad. El espacio absoluto de la mecánica clásica dio paso al impacto del tiempo y la velocidad, la relación entre materia y carga eléctrica y la relación entre partículas y campos. Rutherford describió el átomo como un sistema solar en miniatura y Niels Bohr intentó sintetizar la teoría atómica y la teoría cuántica, esfuerzo coronado en 1925 por Schrӧdinger y Heisenberg y con el concepto de entropía.

Por su parte, las matemáticas, a través de George Cantor y su teoría de conjuntos, habían entrado en un campo que hasta entonces había sido exclusivo de los teólogos: el infinito y los distintos tipos de infinito. Pero quizá la certeza más importante de principios del siglo XX fue que la biología transformaría a la humanidad de un modo sin precedentes en los siglos venideros. La biología unió la física, la química, la psicología, la sociología e incluso la ética y la religión. El triunfo de la ciencia se extendió a la medicina y la psiquiatría. Era un mundo de certezas. Había incertidumbres, pero eran ascendentes, es decir, retos que sólo se conquistaban con más esfuerzo.

Pero esto es sólo una parte de la historia. Después de todo, se avecinaba la Primera Guerra Mundial. Dos incertidumbres descendentes (es decir, retos difíciles de concebir como fáciles de superar) acechaban a la burguesía europea: el creciente poder de la clase obrera como actor social y político y el despertar de Asia, ilustrado por la emergencia del poder de Japón, «el peligro amarillo» de la época.

El primero fue para la clase obrera la primera incertidumbre ascendente de su historia: el desafío de que con un poco más de esfuerzo podría derrotar a los dos pilares del poder burgués: la propiedad y el privilegio.

La segunda incertidumbre descendente de la burguesía acabaría conduciendo indirectamente a la guerra: el lado benigno de la ciencia y la tecnología ocultaba el lado oscuro de las luchas por el poder, las rivalidades imperiales, el espacio vital, la propaganda de la guerra como ejercicio de purificación y progreso, la búsqueda desesperada de materias primas, la destrucción salvaje de la naturaleza y sus fieles guardianes. ¿Era la guerra el resultado lógico del progreso anterior? Y en caso afirmativo, ¿era el progreso anterior real o ilusorio? ¿Existían alternativas? ¿Por qué no se intentaron?

Las certezas de hoy

Las certezas de hoy son herederas de las del siglo pasado, salvo que con el paso del tiempo son más frágiles y casi siempre están al borde de la incertidumbre descendente. Y los protagonistas también han cambiado profundamente. Analicemos el caso paradigmático.

La ciencia y la tecnología. Cada sociedad tiene la ciencia que se merece. Los conflictos y contradicciones de la sociedad se reflejan siempre en la ciencia. A principios del siglo XX, debido en gran parte a la creciente fuerza de la clase obrera, la contradicción fundamental era entre prosperidad y productividad: maximizar la humanidad plena o maximizar la riqueza. La prosperidad apuntaba a la distribución de los beneficios entre toda la humanidad (aunque la humanidad estuviera confinada en el Atlántico Norte). La distribución no tenía por qué ser igualitaria, pero sí lo suficientemente significativa como para evitar «la rebelión de las masas». Por el contrario, la productividad se centraba en la acumulación y concentración de la riqueza porque, dada la escasez de recursos, nadie podía enriquecerse sin provocar el empobrecimiento de los demás.

La idea de prosperidad dominaba tanto la teoría económica como el derecho. Lejos de tener motivos altruistas, la idea de prosperidad estaba perseguida por el miedo al socialismo. Se teorizaba sobre «la obligación moral de la economía», la «función social de la propiedad», «el nuevo derecho natural», «la moral de la competencia». Max Weber se angustiaba por el problema de la objetividad frente a las contradicciones que había aprendido de Marx (sin decirlo). Los más audaces hablaron de solidarismo, democracia económica, libre asociación, legislación de protección social, socialismo integral e imperialismo. Toda esta creatividad científica pretendía gestionar las contradicciones emergentes, pero apenas tuvo impacto en las decisiones políticas, cada vez más dominadas por la idea del progreso como productividad y acumulación de riqueza. Como siempre, la ciencia y la tecnología siguieron a la política.

Las certezas del progreso científico y tecnológico son las mismas hoy en día, pero la contradicción intelectual y política entre prosperidad y productividad ha desaparecido. Para comprender esta desaparición, hay que responder a la pregunta: ¿dónde están hoy los protagonistas del beneficio de las certezas y los protagonistas de las incertidumbres que éstas provocan?

Una posible respuesta es que las dos categorías contradictorias de principios del siglo XX están ahora arraigadas en lo más profundo de la subjetividad de todos. Todos somos burgueses y todos somos trabajadores. Nos convertimos en un magma burgués-trabajador. Estamos paralizados sin saber qué identidad preferir. Somos esclavos de los escasos beneficios que nos proporciona cada identidad. Nuestra indecisión es la otra cara de la falta de alternativas: ¿matamos al burgués que llevamos dentro o matamos al obrero que llevamos dentro? El identitarismo que ahora está de moda tiene algo de verdad. Es un paliativo para el desastre de la carencia mayor: la prosperidad con plena humanidad frente a la productividad como acumulación de riqueza.

Mientras dure la parálisis, no es posible distinguir entre utilidad, futilidad y nocividad, ni en el progreso científico ni en el tecnológico (si es que hay alguna diferencia entre ambos). De ahí el carácter de las incertidumbres actuales.

Las incertidumbres actuales

Las incertidumbres son descendentes para la inmensa mayoría del magma burgués-obrero en que se ha convertido el mundo (y no sólo el europeo). Hay tres incertidumbres ante las que el magma burgués-obrero mira con tanta clarividencia como impotencia.

¿Vendrá la guerra?

El espectro de la guerra se cierne inexorable. El magma no piensa. Lo piensa la poderosa máquina de la guerra en curso. En palabras de los propios propagandistas de esta máquina fatal, la Tercera Guerra Mundial será mucho más devastadora que las anteriores. Aunque esto es sabido por todos, no existe ningún movimiento mundial por la paz, y cualquiera que se proponga organizar uno será silenciado o neutralizado como terrorista. Mientras tanto, el magma se preocupa de temas más acuciantes (hambre, paro, impotencia ante la desgracia), o se droga con ansiolíticos o antidepresivos, o simplemente se distrae con safaris a su propia bestialidad con la ayuda de psicoanalistas que necesitan ganarse la vida.

¿Sobrevivirá la democracia?

El magma burgués-obrero ha olvidado durante tanto tiempo que la política neoliberal era un sistema de corrupción legalizada con el objetivo de transferir riqueza de los más pobres a los más ricos que ahora apela a los pocos políticos que considera honestos sin saber que sólo existen (cuando existen) para legitimar la continuidad de la corrupción sistémica global. Y se inquieta por el futuro de la democracia, pero vota a la extrema derecha que quiere eliminarla.

¿Se extinguirá la especie humana?

Esta es la incertidumbre descendente más radical, dado el periodo de colapso ecológico en el que ya hemos entrado. Y es aquí donde el magma burgués-obrero más revela su parálisis. Al fin y al cabo, el mayor enemigo de esta extraña especie reflexiva, a la que he llamado magma burgués-obrero, es ella misma cuando se niega a reflexionar.

¿Qué hacer?

Afortunadamente, en este magma-mundo no están todos. Los que han conseguido o están consiguiendo escapar del magma son los protagonistas de las incertidumbres crecientes. Son los pueblos, culturas, clases y grupos que más han sufrido la dominación capitalista, colonialista y patriarcal moderna y que han sabido resistir sin renunciar a los conocimientos y formas de convivir y ser que sus antepasados y compañeros de hoy les han transmitido en sus luchas y resistencias. Aprendieron la ciencia y la tecnología eurocéntrica, pero sólo aprovecharon lo que les convenía y nunca dejaron de pensar que la ciencia, aunque conocimiento válido, no era el único conocimiento válido. Sobre la base de estas ecologías de saberes eurocéntricos y no eurocéntricos, resistieron a la dominación, la discriminación, el olvido e incluso el exterminio. En su conjunto, son lo que yo llamo el Sur global epistémico. Son el Sur sólo porque hay un Norte que ha querido nortificarlos para mortificarlos mejor.

¿Son suficientes para semejante tarea? Después de todo, sólo se necesitó una persona y una semana para crear el universo.