Chile y Argentina han tenido a lo largo de la historia momentos de tensión por disputas territoriales. En 1978 llegaron al borde de la guerra, cuando ambos países eran gobernados por dictaduras militares que mantenían campos de concentración, practicaban la tortura, la desaparición y asesinato de sus habitantes. Al mismo tiempo, ambos gobiernos cultivaban el nacionalismo, exaltaban el amor a la patria, a la familia y a Dios. Ante la inminencia de un conflicto bélico en que ningún país hubiese resultado vencedor, se recurrió a la diplomacia vaticana, la cual con sabiduría y con el buen criterio de los negociadores diplomáticos se pudo llegar a la firma del Tratado de Paz y Amistad firmado en la Ciudad del Vaticano, el 29 de noviembre de 1984 y del que se cumplen 40 años. Mientras en Chile continuaba la dictadura de Augusto Pinochet, en Argentina había vuelto la democracia, luego de la derrota sufrida ante el Reino Unido por la ocupación de las Islas Malvinas.

Sin duda estos últimos hechos facilitaron llegar a un entendimiento que protegiera los intereses de ambos países siendo derrotados los sectores nacionalistas existentes. Las huellas que dejaron las dictaduras militares son diferentes. En Argentina los militares fueron juzgados y condenados por crímenes y violaciones a los derechos humanos y volvieron al lugar desde donde nunca debieron haber salido: los cuarteles. En Chile, Pinochet y los militares, se mantuvieron con una alta cuota de poder. Luego del arresto del dictador en Londres, fue rescatado por el gobierno chileno de las manos de los tribunales y traído de regreso al país donde murió sin condena alguna. Además, la cultura pinochetista en las fuerzas armadas sentó doctrina la cual hasta hoy se mantiene vigente.

Se destacan y con razón, los cuarenta años de la firma del Tratado de Paz y Amistad, pero igual o más significativo es el hecho de que dos países que se constituyeron en repúblicas independientes hacen más de 200 años y que mantienen una de las fronteras más largas del mundo, nunca han tenido una guerra, nunca ha corrido sangre de soldados chilenos o argentinos. Por el contrario, las armas de ambos países derrotaron conjunta y definitivamente a las tropas del imperio español en 1818 guidas por el general José de San Martín y luego contribuyeron a la liberación del Perú, bajo la escuadra libertadora que organizó el general Bernardo O’Higgins, en 1820.

No haber tenido nunca una guerra es un valioso patrimonio que se debe resaltar y cuidar por constituir un verdadero ejemplo de coexistencia pacífica y de amistad entre pueblos con una historia común. Las ceremonias conmemorativas por el Tratado de Paz y Amistad deben obviar las profundas diferencias políticas existentes entre los gobiernos de Gabriel Boric y de Javier Milei. Se debe resaltar lo que nos une y no dejar que los sectores militaristas y nacionalistas estimulen discursos agresivos que buscan la división, levantan falsas amenazan y estimulan el gasto militar.

El diálogo político y de seguridad debe garantizar la paz de naciones cuya grandeza futura depende en gran medida de la colaboración en temas estratégicos. La presencia chilena en el Asia Pacífico y la argentina en el Atlántico nos puede convertir en países bioceánicos en la práctica, si logramos identificar los temas de interés nacional para ambos países como por ejemplo la cooperación antártica, donde el futuro espera que ambas naciones. colaboren y no compitan de manera individual en un continente en el cual las grandes potencias tendrán la última palabra.

Chile y argentina pueden ser un ejemplo para la región y el mundo, en un continente donde las guerras por disputas territoriales quedaron en el pasado, a diferencia de lo que ocurre en Europa, donde a las dos guerras mundiales en el siglo XX, se sumaron las de Yugoslavia, la de Kosovo y hoy, la de Ucrania y Rusia que no dan paz a ese continente amenazando la seguridad mundial.