Casi ningún par de palabras tienen un campo semántico más comprometido que monstruoso y bello. Lo bello puede ser monstruoso, como lo monstruoso bello. Y claro está, todo depende del cristal con que se mira.
Para nuestros propósitos, nos restringiremos a lo que llamamos cultura occidental.
Ideas preliminares
¿Qué es monstruoso y qué es bello? Respecto a lo primero, Immanuel Kant en Critica al arte nos dice en su definición de lo sublime (matemático) que es aquello que es grande por encima de toda comparación. Eso nos lleva a algo que es monstruoso en sí mismo. El universo en su infinidad es monstruoso.
La Real Academia de la Lengua Española nos brinda cuatro acepciones de monstruoso:
- Contrario al orden de la naturaleza.
- Excesivamente grande o extraordinario en cualquier línea.
- Muy feo.
- Enormemente vituperable o execrable.
Nos da así algunas adjetivaciones, que pueden ser independientes, es decir, algo “muy feo” no tiene que ser por necesidad “excesivamente grande”, etcétera. La segunda acepción concuerda con una de las definiciones kantianas de sublime (inconmensurable). Por lo que, siguiendo esta línea nos puede llevar a que algo sublime, como “la inmensidad de Dios” es monstruosa. No queremos ofender, así que acomodemos las fichas… Monstruoso en este caso no es vituperable, o contrario a la naturaleza, o muy feo, solo inconmensurable. En todas las religiones, las monoteístas al menos, dan a Dios como bello e inconmensurable, por lo que aquí tendríamos una de las asociaciones más frecuentes: bello y sublime (monstruoso).
El arte y su parte
Lo anterior nos lleva a contradicciones filosóficas, tan típicas en el arte: hay muchas pinturas en las que aparece Dios antropomorfizado, como “La creación de Adán” de Miguel Ángel. Allí, con una alegoría finita y humanizada se representa algo infinito e ignoto, como es el Dios en el monoteísmo. Una contradicción extraordinaria, pues, ¿cómo representar algo que no podemos percibir en su totalidad (apenas una ínfima parte, si fuera el caso) con una alegoría pictórica finita? Pues una cosa es "la mano de Dios", como un recurso lingüístico para mencionar un acontecimiento fuera del alcance de lo que conocemos, y otra pintarla, con todo el cuerpo que correspondería, y decidir que es blanco caucásico y de barbas blancas, muy griego en realidad... El arte nos da esas bellas y monstruosas obras, más allá de toda lógica. contrarias a la naturaleza.
El cristianismo parece no tener problemas con ello, mientras que en el judaísmo es anatema. Lo mencionamos, sin embargo, como ejemplo de cuán problemático o extraordinariamente difíciles puede ser asociar lo bello y lo monstruoso.
Un caso no tan antiguo como la Capilla Sixtina, es la declaración del compositor Karlheinz Stockhausen, quien dijo que los ataques terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York fueron “la mayor obra de arte jamás realizada”. Esto, que parece propaganda y alabanza terrorista, acaso se basa en el nivel de precisión y dificultad de ejecución del atentado, hechos que no lo justifican de ninguna manera. Es a todas luces monstruoso, con la acepción de vituperable y execrable. Sin embargo, esta desafortunada declaración nos hace reflexionar sobre una problemática que, sobre todo en el siglo XX y más aún en el XXI se ha generado con el binomio artista-obra artística.
Veamos el caso del novelista pedófilo Gabriel Matzneff.
Matzneff se convirtió en un escritor de renombre en la década de 1970, cuando algunos intelectuales franceses consideraban que la pedofilia era una forma de liberación de la opresión paterna. Aunque esas opiniones dejaron de ser bien vistas en la década de 1990, continuó publicando y prosperando hasta fines del año pasado.
Pero no es el único escritor pedófilo francés (Guy de Maupassant también lo era) o del mundo. Y es que el la antigüedad, romana y griega, por citar dos ejemplos, la pedofilia y otras desviaciones sexuales no siempre estaban condenadas y eran parte de la norma social.
Si ahondáramos en el tema, nos sorprenderíamos de que este asunto no es tan aislado como podríamos creer, pues muchos famosos tenían lados muy oscuros… Y no siempre se trata de cosas sexuales, como es el caso de Louis Ferdinand Céline “héroe de guerra en la Primera Guerra Mundial y traidor colaboracionista así como panfletario antisemita en el transcurso de la Segunda, su figura permanece controvertida en el mundo literario.
El coqueteo con lo prohibido es parte de la naturaleza humana, aunque signifique su perdición en el peor de los casos. Por ello se ha repensado algunas veces si la obra se puede desasociar de la tendencia maligna del creador, como es el caso de la música de Wagner, antisemita hasta el tuétano que sin embargo fue introducido por un director y pianista judío al público en Israel, Daniel Baremboim. El asunto sigue siendo polémico, así que vale la pena ver el asunto más de cerca.
Richard Wagner nació el mismo año que Guiseppe Verdi, 1813. Su obra, principalmente operística, está dedicada a temas mitológicos nórdicos, mezclas de héroes de la tradición europea, como Tristán o Lohengrin, con temas como la sangre de Cristo y el Santo Grial.
Mientras Wagner fue bautizado en la iglesia luterana y siempre fue anticatólico, sobre todo, antipapista, Verdi era un fiel católico, que dedicó su obra a temas meramente humanistas, usando siempre dramas históricos, novelas famosas o teatro de altísima calidad, como lo plasma en las óperas Un bello in maschera (tema histórico), La traviata (de La dama de las camelias), y Otello, de la obra de Shakespeare.
Verdi aspira a lo sublime, a la redención del dolor, a la búsqueda de la justicia, en obras de gran belleza que están entre las más representadas del mundo. Nunca su música es pretenciosa, cosa que no sucede con Wagner, a quien acusan algunos de tener una ambición desmedida y ser por lo demás grandilocuente. Si bien la belleza de la musica wagneriana apela a los sentimientos de venganza, ira, control y poder delegada en sus figuras mitológicas, en sus criaturas fantásticas y sus historias, por él mismo desarrolladas, se aleja de la realidad humana.
Es pues una belleza más monstruosa, delirante y aterida a las fuerzas mitológicas de los dioses del Valhalla… Hay que decirlo, sí existen notas humanas en Tristan und Isolde o en Lohengrin, pero siempre acompañadas de lo mitológico-fantástico, de lo que no se desprende, acaso en Rienzi o Die Meistersinger von Nürnberg.
Así, lo bello y lo monstruoso en Wagner difiere mucho de Verdi.
Hay un tema más entre ambos, y es sorprendentemente, la masonería. Mientras que Verdi sí fue masón, Wagner fue rechazado en su intento de unirse a dicha hermandad. Quizá por eso Wagner se concentró más en lo monstruoso en el ser humano expresado mediante mitos, y Verdi, atado a lo desgarradoramente humano, en la belleza de lo sublime, como una aspiración religiosa a lo divino.
Mientras en Wagner, el miedo anula la razón y permite sentir más nuestro lado negativo (ira, odio, traición, venganza), Verdi, que desde muy joven perdió a su primera esposa y a sus dos hijos, y pasó por muchas tristezas, se aferraba a la luz para alumbrar sus tinieblas vividas y guiarnos en un valiente intento hacia lo sublime.
Sobre lo bello y lo monstruoso podríamos seguir escribiendo eternamente, (si tuviéramos esa eternidad), sin acabar, pues son, como la luz y la sombra, el bien y el mal, eso de lo que está hecho el mundo.