Hace unos meses escuche a la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Hacienda referirse a las personas que cobran el salario mínimo como clase media.

Tiempo antes de eso, la Comunidad de Madrid reguló un paquete de becas de ayuda al estudio para familias que tuvieran ingresos superiores a los 100.000 euros, la presidenta, Isabel Díaz Ayuso alegó que “queremos que las rentas medias también tengas ayudas”. Y recientemente, en una charla con un amigo, este afirmó “la clase media cada vez está peor”, a lo que yo respondí ¿qué es la clase media? No desarrollamos más el tema, pero si me sirvió este contexto para intentar saber, si es que fuera posible, qué es la clase media.

En principio, me parece tarea difícil si a la luz de este contexto, clase media es quien gana entre el salario mínimo 15.876 euros anuales y 107.739 euros (tope de la Comunidad de Madrid para recibir la ayuda al estudio). Es decir, según esto es clase media quien tiene ingresos desde “X” hasta 6,79 veces “X”. Extraño, ¿no?

Por eso, para llevar a cabo algo que fuera lo más parecido a un método empírico, voy a desarrollar lo que oficialmente se considera clase media por instancias económicas, pero, como no quería quedarme ahí, luego intentaré, seguramente errando, un análisis sociológico de la situación.

La clase media objetiva

Yo no pertenezco a ningún estrato social. Que no soy rico, a la vista está, pero tampoco soy un indigente ni un proletario ni un estoico miembro de la quejumbrosa clase media.

Por derecho de nacimiento pertenezco a lo que se suele denominar la purria. Somos un grupo numeroso, discreto, muy firme en nuestra falta de convicciones.

Con nuestro trabajo callado y constante contribuimos al estancamiento de la sociedad, los grandes cambios históricos nos resbalan, no queremos figurar y no aspiramos al reconocimiento ni al respeto de nuestros superiores, ni siquiera al de nuestros iguales. No poseemos rasgos distintivos, somos expertos en el arte de la rutina y la chapuza.

Y si bien estamos dispuestos a afrontar riesgos y penas por resolver nuestras mezquinas necesidades y para seguir los dictados de nuestros instintos, resistimos bien las tentaciones del demonio, del mundo y de la lógica. En resumen, queremos que nos dejen en paz. Y como no creo que después de esta exposición haya coloquio, me marcho a mi casa, a descansar1.

Sí, digo objetiva porque voy a ceñirme a lo que las instancias económicas más importantes dicen sobre qué debe considerarse clase media. Esto ayudará a ir de lo concreto y sintético, a lo más social y, por tanto, perceptible según sociedades, personas, etcétera.

Al grano. Según la definición utilizada por la OCDE, a la clase media pertenecen todas las personas que ganan entre el 75% y el 200% de la mediana del salario mensual bruto. Y, desde ahí, cada país debe calcular ese salario bruto para extraer sus conclusiones de qué es clase media. Dentro de la clase media es típico diferenciar entre clase media-baja (entre el 75% y el 100%), media-media, (entre el 100% y el 150%) y media-alta (entre el 150% y el 200%) Por encima de esta estratificación se sitúa la clase alta. Así es que, el resultado gráfico sería este:

  • Clase baja: Ingresos inferiores a 15.690 euros

  • Clase media-baja: Entre 15.690 y 20.920 euros

  • Clase media-media entre 20.920 y 31.380 euros

  • Clase media-alta entre 31.380 y 41.840 euros

  • Clase alta: Ingresos superiores a 41.840 euros

Curioso, ¿verdad? De repente, algún lector habrá descubierto que oficialmente es clase alta y que, por ejemplo, la persona inmigrante a la que contrata para que limpie su casa es clase media. Así es la vida. Es que la percepción de la clase social de pertenencia es un asunto en el que no hay un criterio aceptado por todos, incluido por las instituciones políticas, económicas, intelectuales, etcétera.

De hecho, la mayoría de personas suelen identificarse con la clase media, independientemente de si disponen de una renta muy elevada o muy baja. Por tanto, primera conclusión, cuando se dice que la clase media está siendo perjudicada, que cabe preguntarse es, ¿qué clase media? ¿La que gana 18.000 euros, trabaja por cuenta ajena y tiene menor presión fiscal, la que ingresa 30.000 euros, trabaja por cuenta propia y tiene altas cargas impositivas, la que gana 30.000 euros, trabaja por cuenta ajena y, por tanto, tiene menos cargas impositivas que el autónomo, o la que gana 45.000 euros, trabaja por cuenta ajena y tiene un IRPF más alto que los ejemplos antes puestos?

Ah, no, perdón, que la que tiene ingresos de 45.000 euros anuales, es clase alta, se me había olvidado. En realidad, y más allá de los números, el volumen de la clase media en una sociedad indica el grado de bienestar de ésta, aunque eso lo desarrollaré más adelante.

Estudios del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) aseguran que más del 48% de los ciudadanos se consideran pertenecientes a la clase media. ¿Se corresponde esta percepción con la realidad? Como hemos visto, tajantemente, no.

Aunque, más allá de los números, que hacen pensar que la clase media es menos amplia de lo que creíamos, económicamente se define principalmente por sus ingresos y su capacidad de consumo. En términos generales, se refiere a aquellos hogares que tienen ingresos suficientes para cubrir sus necesidades básicas, como vivienda, alimentación, salud y educación, y aun así pueden permitirse algunos lujos o invertir en su futuro.

La clase media no solo tiene un ingreso que le permite cubrir sus necesidades básicas, sino que también cuenta con recursos adicionales para el consumo discrecional como se ha apuntado. Este poder adquisitivo les permite participar en el mercado de consumo de bienes y servicios más allá de lo esencial, como viajes, entretenimiento, educación superior y demás.

A partir de ahora, cuando alguien saque como tema de conversación “la clase media” pediré más datos. Aunque hay que tener en cuenta el análisis social de la situación.

La clase media social

El orden natural de las cosas incluye nuestra existencia;
pero que sepa Su Excelencia que nuestra paciencia también se agota.
Tenemos un mensaje para la gente guapa y es que los feos somos muchos más;
así que cuidado, mucho cuidado procuren no hacernos enfadar.
Chusma, chusma, somos chusma, somos lumpen proletariat.
¡Intenta mantener a raya a tan impresentable personal!2

Lo que sí parece algo claro y establecido como una verdad objetiva, es que el volumen de la clase media en una sociedad indica el grado de bienestar de ésta. Y es que una proporción elevada de la misma es el reflejo de una sociedad más igualitaria. Es evidente que cuando en una sociedad aumenta la clase alta, no hablemos de los grandes tenedores de capital, o crece la clase baja y el número de personas que no pueden vivir con su salario, esa sociedad está desestructurada, tiene poca salud, hay menos equilibrio y, aunque haya gente con mucho dinero, en general es una sociedad pauperizada y que entrará en crisis de alguna forma más pronto que tarde, como han teorizado economistas de todo signo e ideario político.

Y esas crisis pueden ser económicas, bajada del consumo, aumento de precios, por tanto de inflación, de ahí al aumento de desempleo y vuelta a empezar en un círculo siniestro crítico. También puede ocasionar crisis sociales, exclusión de sectores de la población que verán a la clase alta como amenaza y, estas, a su vez, retroalimentarán esta idea, creyéndose todos una amenaza reciproca.

Y, por último, también acarrearan crisis políticas, una sociedad con mayor separación de ingresos entre ricos y pobres, necesitará aferrarse a ideas fáciles, de ahí al populismo y, por último, de ahí a abrazar cualquier tipo de política dictatorial o autocrática de todo signo e incluso que la clase baja y trabajadora abrace los postulados de la extrema derecha.

Todo esto no es nuevo, ¿recordáis en qué acabo la superinflación de los primeros años del siglo XX en la Alemania de Weimar? Correcto, Hitler llegó al poder. La clase media es una de las categorías sociales más analizadas en las ciencias sociales, tanto desde un punto de vista sociológico como económico. Sin embargo, la definición de lo que constituye la clase media no es universalmente clara, ya que varía según el contexto cultural, económico y temporal.

Desde una perspectiva sociológica, la clase media es un grupo social que ocupa una posición intermedia entre la clase trabajadora y la clase alta. Este grupo no solo se define por sus ingresos, sino también por su estilo de vida, valores y aspiraciones. Tradicionalmente, se considera que la clase media está compuesta por profesionales, funcionarios públicos, pequeños empresarios y trabajadores con un alto nivel de educación, que gozan de una relativa estabilidad laboral y económica.

Así, teóricamente, una de sus características distintivas es el nivel educativo que posee. La educación no solo es vista como un medio para obtener un buen empleo, de hecho, no lo es, pero sí es un valor en sí mismo que facilita la movilidad social y el acceso a mejores oportunidades.

La clase media tiende a valorar la estabilidad, la meritocracia y la planificación a largo plazo. Aunque ya se sabe que la meritocracia es una palabra más pronunciada que practicada. Los miembros de la clase media suelen aspirar a mejorar su calidad de vida a través del trabajo productivo, la educación y el ahorro. Estas aspiraciones no solo son individuales, sino que también se proyectan hacia la familia.

La clase media se caracteriza por un estilo de vida que equilibra el consumo y el ahorro. Aunque buscan acceder a bienes de consumo que mejoren su calidad de vida, también son conscientes de la importancia de ahorrar y planificar para el futuro.

También es un grupo que suele estar más involucrado en actividades cívicas y políticas. Es vista a menudo como un estabilizador social, ya que sus valores tienden a estar alineados con la democracia y el orden social. La participación en organizaciones comunitarias, la pertenencia a diversas instituciones y la afiliación a partidos políticos son más comunes entre este grupo que en las clases más bajas o altas. Así, la clase media es vista como el motor de la movilidad social.

Aunque tiene acceso al crédito, lo que facilita la adquisición de bienes y servicios, también enfrenta el desafío del endeudamiento. El balance entre el ahorro y el endeudamiento es crucial para mantener su estatus económico. El acceso a crédito también refleja la confianza que las instituciones financieras tienen en la estabilidad y la capacidad de pago de la clase media.

Y lo más importante de todo, con lo que comenzaba este epígrafe, la clase media es esencial tanto para la estabilidad social como para el crecimiento económico. Al ser un grupo que valora la educación, el esfuerzo y la estabilidad, suele actuar como un amortiguador entre las clases más altas y las más bajas, mitigando tensiones sociales que podrían surgir de las desigualdades extremas. Además, su participación activa en la vida cívica y política contribuye al mantenimiento y fortalecimiento de las instituciones democráticas. Es un motor crucial del crecimiento económico ya que su capacidad de consumo impulsa la demanda de bienes y servicios, lo que a su vez estimula la producción y la innovación. Su disposición para invertir en educación y salud no solo mejora su bienestar individual, sino que también contribuye a la productividad y el capital humano de la sociedad en general. Es decir, no se trata sólo del nivel de ingresos que tiene cada estrato, sino de su actitud, estrategia y formad de vida sociales.

Clase media Weberiamente

…no fueron única ni siquiera preponderantemente los empresarios capitalistas del patriarcado comercial, sino más bien las capas más audaces de la clase media industrial las representantes de aquella mentalidad que llamamos ‘espíritu del capitalismo.3

Max Weber dedicó buena parte de su obra a desentrañar las complejidades de la sociedad moderna. Su análisis de la burocracia, la racionalización y el espíritu del capitalismo siguen siendo referentes y, aunque no utilizó el término "clase media" tal como lo entendemos ahora, su obra arroja una luz reveladora sobre la posición y las características de esta clase en la sociedad contemporánea. Hoy en día, podríamos decir que la clase media, con sus ambiciones, angustias y su perpetua lucha por la movilidad social, es el epítome de las contradicciones de la sociedad capitalista que Weber señaló hace más de un siglo.

Para Weber la clase media encerraba en si misma una paradoja. La modernidad se caracteriza por la racionalización y la burocratización, procesos que, supuestamente, nos liberan de la incertidumbre, la arbitrariedad y el desorden. Sin embargo, en esa misma racionalización se encuentra una jaula de hierro que atrapa a todos los que se encuentran en su interior. La clase media, siempre tan diligente y disciplinada, se ha convertido en un perfecto habitante de esa jaula, organizando su vida en torno a planillas de cálculo, alarmas y aplicaciones de productividad, mientras sigue soñando con una libertad que, irónicamente, no puede alcanzar. Es paradójico que la clase media, tan racional, no tenga realmente las cuotas de libertad a la aspira con su esfuerzo.

Tomemos, por ejemplo, al típico profesional de clase media actual, trabaja largas horas, envía correos electrónicos desde el tren de camino a casa, asiste a reuniones que bien podrían haberse resuelto con un mensaje, y todo para mantenerse a flote en un mundo laboral cada vez más competitivo. Según Weber, esta persona no es más que una víctima de la racionalización moderna. Pero aquí está el secreto, el trabajador de clase media de hoy no solo acepta esta realidad, sino que, sorprendentemente, la abraza con fervor. ¿Por qué? Porque, en su mente, cada hora extra, cada correo respondido a medianoche, es un paso más hacia la promesa de "algo mejor".

¿Algo mejor? Sí, claro, esa promoción tan ansiada que le permitirá con ¿trabajar aún más horas?

También según Weber, la racionalización debería conducir a un mundo donde el mérito y el esfuerzo personal sean los principales factores de éxito.

Sin embargo, en la realidad contemporánea, esta "meritocracia" parece más un espejismo que una realidad. Nos encanta contar historias de superación personal, de "self-made men" que, contra viento y marea, logran llegar a la cima. Pero Weber es escéptico sobre estas ideas, ¿realmente es mérito lo que premia la sociedad moderna, o simplemente el azar de haber nacido en el lugar y el momento correctos, en la familia adecuada o de haber elegido la industria correcta antes de que colapsara o de tener los amigos e influencias necesarias? El gran problema es pues, aunque más pronto que tarde el trabajo remunerado desaparecerá (remito a artículos ulteriores), que el trabajo define al individuo y la productividad a la vida.

La obsesión de la clase media moderna con la productividad y la eficiencia es un fenómeno que fascinó a Weber. Para él, la burocracia y la racionalización eran herramientas para mantener el orden, para crear sistemas que funcionen de manera predecible y justa. Pero, ¿qué pasa cuando esa lógica de la eficiencia se apodera de cada aspecto de la vida? Hoy en día, la clase media parece atrapada: mientras intenta racionalizar su vida para obtener más tiempo libre, en realidad termina sacrificando ese tiempo en nombre de una productividad sin fin.

Observemos, por ejemplo, cómo vivimos hoy. Usamos aplicaciones que nos dicen cuándo debemos despertarnos, cuánto tiempo debemos ejercitarnos, cómo debemos meditar, qué debemos comer y hasta cómo debemos respirar. Incluso nuestro tiempo de ocio está meticulosamente planeado, los fines de semana están llenos de actividades "productivas", porque, ¡Dios nos libre de tener un momento de aburrimiento! Y, por supuesto, cada actividad debe ser documentada, cronometrada y compartida en las redes sociales, porque, ¿qué sentido tiene hacer algo si no puede ser optimizado para conseguir likes o para compartir con tus “amigos” que están en la misma situación laberíntica? Es decir, la clase media debe estar continuamente activada, generando cortisol en cantidades ingentes, es decir, estrés, de ahí a la ansiedad, a la vida sin sentido y, quien sabe, a la depresión.

Claro, podríamos pensar que esta es una visión demasiado oscura, pero no olvidemos que Weber también era un crítico mordaz y agudo de las ilusiones de la modernidad. Quizás nos diría, con una sonrisa irónica, que la verdadera ironía de nuestro tiempo es que, en nuestra búsqueda por ser más libres y más "nosotros mismos", hemos terminado convirtiéndonos en los prisioneros perfectos de una máquina que no sabe detenerse. Una máquina que siempre pide más, más eficiencia, más productividad, más crecimiento...

En el fondo, Weber no estaba en contra de la racionalización en sí misma, sino del modo en que ésta podía llegar a dominar todos los aspectos de la vida, robándonos la libertad de cuestionar, de soñar y, en última instancia, de vivir de manera más auténtica. Quizás, al final, su verdadero mensaje a la clase media moderna sería una advertencia disfrazada de sarcasmo:

Ustedes, con su amor por la productividad y su obsesión con el progreso, han logrado lo imposible: hacer de la jaula de hierro no solo un lugar habitable, sino deseable.

Y mientras el profesional de clase media termina de leer esto en su teléfono, ajusta su agenda para encajar un "momento de reflexión" entre la clase de yoga de las 6 am y la reunión de equipo de las 8:30 am, porque, después de todo, hasta la autocrítica debe ser, ante todo, eficiente.

Obreros de cuello blanco

De pequeño me impusieron las costumbres,
me educaron para hombre adinerado
pero ahora prefiero ser un indio
que un importante abogado.
Hay que dejar el camino social alquitranado
porque en él se nos quedan pegadas las pezuñas,
hay que volar libre al sol y al viento
repartiendo el amor que tengas dentro.4

El futuro de la clase media es un tema de considerable debate entre sociólogos y economistas. En los últimos años, la globalización, la automatización y las crisis económicas han puesto en peligro la estabilidad y el crecimiento de la clase media en muchos países.

En los albores de la industrialización, los obreros de cuello azul eran la fuerza motriz de las fábricas, manos trabajadoras que encarnaban el sacrificio, la disciplina y el esfuerzo físico. Pero el tiempo pasa y hoy nos encontramos con una nueva clase de trabajadores, los "obreros de cuello blanco".

Estos empleados de oficina, profesionales de mediana jerarquía, con títulos universitarios y e-mails personales, se consideran a si mismos como la encarnación de la "clase media". Sin embargo, a poco que rasquemos bajo la superficie, encontramos que los obreros de cuello blanco del siglo XXI no son tan diferentes de los obreros de cuello azul de las fábricas del siglo XIX.

Los obreros de cuello blanco, sentados en sus escritorios, rodeados de papeles, pantallas y tazas de café, a menudo se ven a sí mismos como parte de una élite ilustrada, lejos del sudor y el esfuerzo físico de las fábricas. Se enorgullecen de su educación, de sus habilidades especializadas y de su capacidad para manejar complejos programas de gestión o redactar informes que nadie leerá realmente.

Sin embargo, si Weber estuviera aquí, podría sugerir que estos obreros modernos simplemente han cambiado una forma de representación por otra.

Porque, al fin y al cabo, ¿en qué se diferencia un trabajador de oficina que pasa ocho horas al día introduciendo datos en una hoja de cálculo de un obrero de fábrica que aprieta tuercas en una línea de montaje? Ambos realizan tareas repetitivas, monótonas y, a menudo, carentes de sentido profundo. La única diferencia real es que el obrero de cuello blanco tiene una silla ergonómica, un aire acondicionado que regula la temperatura y la fantasía de que su trabajo es más "noble" porque involucra un teclado en lugar de un martillo.

Los obreros de cuello blanco creen firmemente que, a diferencia de sus antecesores de cuello azul, ellos son libres. Libres para elegir, para aspirar a algo más. Pero, ¿qué tan libre es uno cuando el 70% de su tiempo consciente lo pasa en una oficina, trabajando para una organización que puede despedirlo con un simple correo electrónico?

Aquí reside otra paradoja, los obreros de cuello blanco trabajan largas horas, muchas veces sin cobrar las horas extra, atrapados en la ilusión de que ese esfuerzo adicional los llevará a la cima de la pirámide. Pero, ¿qué tan libre es alguien que, aún fuera de su horario laboral, siente la compulsión de revisar su correo electrónico cada cinco minutos, "por si acaso"? Quizás, en el fondo, los obreros de cuello azul al menos podían desconectar cuando sonaba la sirena al final del día.

Mientras que los obreros de cuello azul eran conscientes de su lugar en el engranaje industrial, los de cuello blanco parecen haber olvidado que siguen siendo piezas en una máquina aún más compleja. Con sus diplomas enmarcados y sus títulos rimbombantes, creen que han dejado atrás la alienación del trabajo, sin darse cuenta de que han entrado en una alienación más sofisticada, la alienación disfrazada de oportunidad.

Mientras que los obreros de cuello azul eran conscientes de su papel y luchaban por mejorar sus condiciones a través de diversas organizaciones, los de cuello blanco tienden a considerar que esas batallas no son suyas. Ellos son "profesionales", "especialistas", "consultores", “mandos” ... Sin embargo, el sustento de su identidad laboral depende de la misma lógica de subordinación que la de los obreros de las fábricas.

De hecho, no son pocos los obreros de cuello blanco que se enfrentan a una profunda crisis existencial cuando se dan cuenta de que su trabajo, por más elegante que suene el título, es tan prescindible como cualquier otro en un sistema económico que valora más la reducción de costes que el desarrollo personal real. ¿Y cómo responden ante esto? Participando en talleres de mindfulness y sesiones de yoga corporativo, porque al menos, si el trabajo no tiene sentido, que la respiración consciente les permita sobrellevarlo con una sonrisa zen. En la sociología se llama a este fenómeno, “el collar dorado del subordinado”.

En esta modernidad líquida, como diría Bauman, los obreros de cuello blanco se encuentran en una posición donde creen que pueden crear su destino, atrapados entre la promesa de un futuro mejor y la realidad de un presente que se parece demasiado al pasado que pensaban haber superado. Incluso, todos tenemos a alguien conocido que, aunque tenga unos ingresos medios, por el hecho de estar hipotecados, poderse pagar un paquete vacacional de una semana e ir todos los días a trabajar a una oficina, se cree una persona hecha a si misma, cuasi una especie de elite que no pertenece a la clase media.

Entonces, ¿cuál es el verdadero avance? ¿Qué hemos ganado realmente? Quizás Weber, con una sonrisa, nos diría que lo único que ha cambiado es que, ahora, la jaula de hierro tiene paredes de cristal y conexión Wi-Fi.

Pero, volvamos a centrarnos en lo que de verdad podemos definir como clase media, o sobre todo, a cuál será su destino, porque la automatización y los avances tecnológicos están eliminando muchos empleos tradicionales. Aunque se crean nuevos empleos, a menudo requieren habilidades y educación que no todos los trabajadores de clase media poseen, lo que genera un riesgo de desplazamiento y descenso económico.

A pesar de estos desafíos, la clase media sigue siendo vista como un componente vital de las sociedades modernas. La respuesta a las amenazas actuales probablemente determinará el futuro de la clase media.

La clase media ha sido y sigue siendo un pilar fundamental de la sociedad, tanto desde un punto de vista sociológico como económico. Sin embargo, enfrenta desafíos significativos en el contexto de un mundo en rápida transformación. Su capacidad para adaptarse a estos cambios, con el apoyo de políticas públicas efectivas y una inversión continua en educación y formación, determinará si puede continuar siendo un motor de estabilidad social y crecimiento económico en el futuro. La preservación y fortalecimiento de la clase media no solo es crucial para los individuos que la componen, sino también para la salud y la cohesión de las sociedades en su conjunto. Así es que, cuidémosla.

Notas

1 Eduardo Mendoza. Las aventuras del tocador de señoras. Seix Barral. Barcelona. 2001. Págs. 215-216.
2 Chusma. Siniestro Total, del álbum “Sesión Vermú”. 1997.
3 Max Weber. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Península. Barcelona. 1969. Págs. 65-65.
4 Poema de Manolo Chinato y letra de la canción, Ama y ensancha el alma, Extremoduro, del álbum “Deltoya”. 1992.