Dos observaciones a manera de preámbulo:
Primera, las historias de la filosofía al uso durante el siglo XX se caracterizaron por un vacío e insuficiencia lamentable: desconocer el significado histórico y los méritos filosóficos materializados en las civilizaciones no occidentales, centrándose en aquellas expresiones iniciadas en Grecia. Este hecho perjudicó tanto a la filosofía occidental como a las pertenecientes a otras civilizaciones (China, Japón, India, Egipto o sociedades precolombinas de América Latina), al imposibilitarles establecer un diálogo fecundo entre ellas. El sectarismo occidentalista en las historias de la filosofía se combinó muy bien con los sectarismos no occidentales.
Segunda, el otro hecho lamentable fue la creación de obras monumentales de historia de la filosofía con la intención explícita e implícita de favorecer los intereses e intencionalidades políticas, sociales y culturales de determinadas instituciones, organizaciones, Estados e ideologías. Al proceder de esta manera, las historias de la filosofía se convirtieron en instrumentos de control mental y emocional (no de conocimiento, menos de sabiduría), y la filosofía, en muchos casos, dejó de ser un esfuerzo cognitivo y espiritual para transformarse en mera propaganda. Este es el caso, por ejemplo, de la historia de la filosofía creada bajo la sombra de la Iglesia Católica, y de la historia de la filosofía financiada por el extinto Estado de la Unión Soviética.
Situando lo afirmado como telón de fondo, conviene ahora precisar el perfil general de los desafíos filosóficos en el siglo XXI. Veamos cuáles son ellos:
1. Universalidad
Dado el sectarismo y el reduccionismo geográfico del pensamiento filosófico, experimentados hasta el momento de escribir este texto, conviene articular un esfuerzo sistemático de acumulación de información, interpretaciones históricas y contenidos filosóficos en todas las civilizaciones existentes o no existentes, así como identificar las interacciones, reciprocidades y codependencias correspondientes a las filosofías en Occidente, China, Japón, India, África, mundo islámico, Rusia ortodoxa y Latinoamérica, para citar algunos casos de evidencia inmediata. De este modo se lograría avanzar hacia una historia universal de la filosofía, superando por completo los sesgos y dogmatismos civilizatorios, y esto implicaría, por supuesto, un replanteamiento cardinal del carácter, definición y contenidos de la filosofía en sí misma considerada.
2. Historicidad, historia, metahistoricidad y metahistoria
Otro desafío contemporáneo de la filosofía está en ese estatus universal previamente indicado, el que puede denominarse de la relación “historicidad, historia, metahistoricidad y metahistoria”. ¿Cuál es el referente objetivo de tales vocablos? La historicidad es el fundamento de la acción, y la acción es la historia humana como tal; la metahistoricidad y la metahistoria pertenecen a un nivel de realidad bastante espumoso, poco o nada visible, apenas conjeturado. Las realidades designadas con los primeros dos vocablos acontecen al interior de las coordenadas espacio-temporales, pero en distinto nivel de profundidad. En este punto conviene reconocer el mérito de Karl Marx al intentar desentrañar el sentido de lo histórico desde la historicidad, pero de modo simultáneo debe indicarse la debilidad de ese mismo intento: cerrar la posibilidad de un fundamento no histórico de la historicidad y de la historia. Esta posibilidad solo puede anularse si la experiencia humana así lo indica, pero precisamente esto no ocurre o, por lo menos, no ha ocurrido hasta ahora.
Tanto la tesis de Marx (historicidad e historia desde sí mismas explicadas) como la tesis contraria (historicidad e historia entrelazadas entre sí y participantes de un fundamento metahistórico) expresan posiciones antitéticas que no aportan pruebas contundentes de sus asertos. ¿Puede complementarse la autonomía de la historicidad y de la historia con una raíz metahistórica? Y si tal fuera el caso, ¿de qué se habla cuando se utilizan los vocablos “metahistoria” y “metahistoricidad”? ¿Estamos en presencia de una situación teórico-práctica irresoluble? ¿Es la idea de una metahistoricidad y metahistoria resabio de la teología de la historia y, por lo tanto, un modo disfrazado de las religiones institucionales por la puerta de atrás? En estas interrogantes se sintetiza el desafío de la interacción “historicidad, historia, metahistoricidad, metahistoria”.
3. Axiología
La acción humana supone e implica unos valores de naturaleza ética, ¿estos valores son inmanentes al hecho de ser humano o puede hablarse también de un orden moral trascendental a la condición antropológica, respecto al cual esa antropología debe subordinarse? Esta es una cuestión en debate, pero también lo es la existencia o no de una ética universal basada en el principio de la dignidad humana. ¿Puede validarse una ética universal aplicable o materializada en el conjunto de las civilizaciones humanas o, por el contrario, debe sostenerse la tesis de que tal ética universal se materializa en espacios civilizatorios específicos y diferenciados respecto a otros, siendo por lo tanto necesario dilucidar la relación entre singularidad civilizatoria y universalidad moral?
4. Epistemología
¿Cuál es el punto de partida de la construcción filosófica?, ¿el ser o el pensar? Hasta las primeras tres décadas del siglo XX este debate determinó dos posturas, en una se sostenía el primado del ser sobre el pensar (metafísicas del ser y metafísicas de la materialidad), y en la otra se defendía el primado del pensar sobre el ser (idealidad y preeminencia de la subjetividad). Sucede que entre los años 1900 y 1930, al margen de los filósofos y de las metafísicas, aconteció un cambio de paradigma en el ámbito de la física teórica cuyas implicaciones en torno al conocimiento humano implican o pueden implicar un cambio esencial en la pregunta por la preeminencia del ser o del pensar. Me refiero a la física cuántica. Esta rama de la física establece un principio clave: la materialidad no es una propiedad situada fuera del campo de conciencia, se encuentra íntimamente conectada a ese ámbito; en otros términos, la física cuántica sostiene una continuidad comunicativa conciencia-materia, materialidad-idealidad, y, por lo tanto, desaparece el dualismo epistemológico para ser sustituido por una nueva epistemología de la unidad multidimensional de lo real.
Tal principio epistemológico conlleva transformaciones sustantivas en la epistemología general y en las epistemologías especiales de las ciencias físico-matemáticas y de las disciplinas sociales y humanísticas. ¿En qué consisten estos cambios? ¿Cómo cultivar y desarrollar las implicaciones epistemológicas derivadas de la física cuántica? Y, lo que es aún más desafiante para el caso de una cosmovisión cuántico-relativista, ¿cómo plantear una nueva epistemología general y las nuevas epistemologías especiales? Suponiendo avances sustanciales en las respuestas a estas interrogantes, se deberían formular preguntas fundamentales tales como: ¿existe una epistemología especial de las experiencias denominadas espirituales?, ¿qué conexiones pueden descubrirse entre las distintas posiciones epistemológicas identificables en las diferentes configuraciones civilizatorias?
La hipótesis de un universo máquina, material y determinista se ha desmoronado, pero también ha ocurrido un fenómeno análogo con la hipótesis del universo-idea. Ninguna de estos enfoques se sostiene a la luz de la revolución cuántico-relativista ¿No es esta una oportunidad para desarrollar una revolución epistemológica conducente a un paradigma transformado sobre las formas y los contenidos del saber?
5. Metafísica, ontología, óntica y ontopraxeología
Desde tiempos antiguos las reflexiones filosóficas han buscado responder a la pregunta por el ser: ¿por qué existe algo y no más bien nada? Esta interrogante es, con toda seguridad, la más profunda del pensar filosófico y científico en general; a partir de ella se ha construido la metafísica como corpus conceptual sobre el ser, sin embargo, existe otra vía no conceptual o no solo conceptual de elaboración metafísica, se trata de la experiencia de lo metafísico en cuanto tal. En tal tesitura la metafísica no es una teoría, sino una experiencia, es la experiencia abierta e infinita del ser del ente. Cuando se define lo metafísico como experiencia del ser del ente, la ontología se transforma en la traducción conceptual de aquella experiencia fundamental y fundante, y de ahí se desprenden una óntica (condiciones estructurales del ente) y una ontopraxeología (acción del ente dentro de las coordenadas espacio-temporales de la historia). La disyuntiva entre metafísica como corpus positivo del saber y metafísica como experiencia de lo metafísico constituye el desafío metafísico propiamente dicho, y según sea la postura asumida se determinará el sentido y el curso de acción de las investigaciones ontológicas, ónticas y ontopraxeológicas.
Los temas y subtemas involucrados en los desafíos perfilados son inmensos, en extremo complejos, multifacéticos y multidimensionales. Se requiere una gigantesca energía creadora y transgresora para sentar las bases del cambio de paradigmas filosóficos prefigurados en los asuntos planteados.