Presentación: hace varias semanas, mientras buscaba fotos históricas en Facebook, descubrí un antiguo artículo de periódico publicado el 13 de mayo de 1910, nueve días después del fatídico terremoto de Santa Mónica. Se trataba de una entrevista, en tres columnas, a una mujer centenaria de Cartago llamada Josefa Carazo. El extenso título del documento sugería que estábamos ante una persona de larga e insólita vida: “Habla la historia viviente -- reportaje con una súbdita de Fernando VII, en los tiempos de don Ricardo Jiménez -- que ha visto tres veces la destrucción de Cartago”.

Al leer la entrevista, quedé impresionado por las fascinantes historias relatadas por la venerable anciana, desde la época de Napoleón Bonaparte hasta el terremoto de Santa Mónica. Así que no pude resistir la tentación de reescribir su increíble testimonio, destacando los aspectos más esenciales de su vida conmovedora, que abarca un largo período de nuestra historia, lleno de vivencias y anécdotas memorables.

Recopilar información para el artículo fue todo un desafío, debido a la escasez de datos específicos sobre el personaje. Sin embargo, gracias a la entrevista mencionada, a otro artículo aparecido en La República, que elogiaba sus habilidades culinarias y artísticas, documentos del Archivo Nacional, un breve obituario en un periódico local y datos genealógicos de Family Search, pude comenzar a reconstruir el rompecabezas, nunca acabado, de la vida de doña Josefa.

La otra parte crucial provino de los valiosos aportes del filólogo y genealogista Mauricio Meléndez Obando. Con generosidad y profundo conocimiento, él me proporcionó datos inéditos sobre la esclavitud en Costa Rica y, en particular, sobre Diego Carazo, el padre de doña Josefa. También fueron fundamentales los aportes de Jaime Granados Brenes y Luis Diego Ramírez Araya. A todos ellos les expreso mi sincera gratitud.

Lamentablemente, no he logrado encontrar de nuevo la publicación en Facebook ni contactar a la persona que compartió la entrevista inspiradora de esta investigación, puesto que la imagen carecía de contexto. A esa persona, cuyo nombre no guardé por error, le debo mi gratitud, pues sin su contribución esta crónica no habría sido posible.

Este artículo representa otro eslabón en la lucha contra el olvido, un esfuerzo por rescatar joyas perdidas en el vasto tesoro de nuestro pasado. Tal lucha se enfoca en sacar a la luz hechos, objetos y, sobre todo, personas que, al igual que doña Josefa, han sido pilares de nuestra cultura y cuyas hazañas han permanecido ocultas e impenetrables, por décadas o siglos, bajo los escombros de una ingrata memoria.

Un siglo comienza

En la Costa Rica borbónica a inicios del siglo XIX, nació Josefa Carazo Morera, hija de Diego Carazo, un esclavo pardo e hirsuto, perteneciente a la familia Carazo Soto-Barahona.1

Josefa Carazo, que no fue esclava como su padre,2 afirmó haber nacido en 1804, aunque existe documentación que establece su bautizo en 1807. Sea como fuere, Josefa, llamada cariñosamente La Carazito, vino al mundo con el nuevo siglo y se mantuvo fiel a este, al punto que decidió vivirlo en su totalidad, hasta los albores del siglo XX.

De su fantástica vida, sabríamos poco más que su nombre, de no ser por el terremoto del 4 de mayo de 1910. Cuando ya ella superaba los 100 años, ocurrió el cataclismo que destruyó Cartago por tercera vez, y Josefa, que era la imagen viva de lo improbable, salió ilesa como un árbol abrazado a una roca. Fue sacada con urgencia hacia San José, a casa de los hijos de don Aquiles Bonilla, y a la Vieja Metrópoli solo regresaría para disfrutar del descanso eterno.

Mientras el tren avanzaba hacia San José, un periodista que iba de regreso a la capital, notó la presencia de la anciana y decidió entrevistarla (La Información, 13 de mayo de 1910, p.3). Lo que descubrió fue asombroso: en aquella cabecita de pelo blanco y crespo, palpitaba el siglo XIX completo, narrado con claridad y exactitud inigualables. Como un río desbordado, su mente albergaba incontables recuerdos: el paso de la monarquía a la independencia, de don Braulio a Morazán, de la Campaña Nacional de 1856 a los terremotos que arrasaron Cartago. Al vaivén del tren, sus recuerdos se agolpaban con frenesí: la primera guerra civil de 1823, el primer robo de la Virgen de los Ángeles y el fin de la esclavitud en 1824, la llegada del ferrocarril y el agua potable en 1873, la inundación de 1891, el ostracismo de los padres jesuitas, y hasta dos visitas del cometa Halley. En una palabra: ¡todo! “La historia de Costa Rica vive en su cerebro” escribía el cronista, con admirable precisión.

En la historia de Josefa Carazo, los hechos ocurren en tiempo muy lejano. Cuando vino al mundo, Costa Rica vivía el ocaso de la era colonial: aún operaba el Santo Oficio, sufríamos el asedio de piratas y zambos mosquitos, y los cielos de Cartago, como en el Egipto bíblico, se cubrían con nubarrones de langostas que devastaban las humildes cosechas en minutos. Todavía faltaban décadas para que llegaran las cocinas de hierro y las ventanas de vidrio, y cuando Josefa daba sus primeros pasitos, los ticos eran orgullosamente españoles, aunque nadaban en la pobreza y la ignorancia. Gobernaba Tomás de Acosta, el cacao era moneda corriente, se comerciaba con esclavos, la lepra se cebaba contra la población y, como medida punitiva, aún se ahorcaba a personas en la Plaza Mayor.

Entre las personas famosas que caminaban por las calles empolvadas y cruzadas de acequias de Cartago estaban los capitanes Ramón Jiménez Robredo y Joaquín de Oreamuno, y todo era tan prehistórico que aún no nacían personajes como doña Anacleta y don Jesús.

Niñez y juventud

Al nacer, como todos los costarricenses, Josefa Carazo era vasalla del rey Carlos IV, y la palabra independencia aún no se pronunciaba en las colonias americanas. Parecía que el diccionario se reducía a tres palabras: pobreza, ignorancia y también odio, debido a que Napoleón, recién autoproclamado emperador en Notre Dame, era considerado uno de los seres más despreciables del mundo. Cartago, la región más olvidada y empobrecida de la corona española, no era una excepción en el repudio absoluto hacia el usurpador universal.

En el año 1798, siendo esclavo de los Carazo, Diego, su padre, se casó con la señora Ramona Morera, en Bagaces. Dos años después, en 1800, tras el fallecimiento de su amo Francisco Carazo, la viuda, doña Ana Jacoba de Alvarado, lo vendió en 190 pesos a don José Nicolás de Oreamuno. En la transacción, ya figura con el apellido Carazo, otorgado por sus amos3; asimismo se indica que tenía la mano derecha encogida por “haber padecido gálico4 y con el muslo derecho partido, pero ya soldado” (Índice de los protocolos de Cartago V (1785-1817) p. 235).

En la entrevista del periódico La Información, se menciona que el padre de Josefa “fue Diego Carazo, esclavo traído de Cuba por don Félix Oreamuno, padre de don Rafael Oreamuno”. Es probable que este dato haya sido proporcionado por la misma Carazito, basada, quizás, en la tradición oral de su familia; sin embargo, los únicos datos verificables son que su nombre era Diego y que era esclavo. No se puede descartar, sin embargo, que el padre de Diego fuera cubano y tuviera alguna conexión con los antepasados de don Félix Oreamuno; pero no Diego, quien nació en Costa Rica, según el genealogista Mauricio Meléndez Obando5.

Del matrimonio de Diego con Ramona Morera nacieron 10 hijos. De ellos, la Carazito fue, probablemente, Josefa Sixta Carazo Morera, bautizada en Las Cañas, el 9 de agosto de 1807, y con testamentos otorgados en 1853 y 1893 (Meléndez-Obando, inédito...)
De su madre, Ramona Morera (a veces Moreira), se sabe que era nicaragüense, aunque Josefa, en la entrevista, afirma que era de Esparta, pues seguramente allí vivió algún tiempo. Es muy posible que doña Ramona muriera dejando a la niña pequeña, y por esa razón, Diego la mandó a Cartago, para acabar de criarse y servir a sus amos, don José Nicolás Oreamuno Sancho y su esposa, doña María Josefa del Campo6. En adelante, Cartago sería un cálido refugio, donde hallaría pertenencia, arraigo y seguridad.

Luego, ella rememora que “teniendo 5 años y siendo gobernador Juan de Dios Ayala”, fue confirmada por Fr. Nicolás García Jerez, obispo de Nicaragua y Costa Rica, en visita especial que este hiciera a la provincia, en el año 18117. Fue un día de “tanta alegría que no se me ha olvidado”, agregó llena de entusiasmo.

Hablando de otros recuerdos remotos, Josefa menciona que:

Cuando yo era muchacha, el rey de todo esto era Fernando VII.

Es decir, que siendo una niña muy pequeña (en Cartago o quizás en Cañas), vivió la jura8 del rey Fernando VII, que se celebró en el año 1809, con solemnidad y esplendor en toda la provincia, especialmente en la capital, Cartago. Se organizaron corridas de toros, juegos de pólvora, misas, desfiles, obras de teatro, entre otros eventos, todo ello exaltando la figura del rey y expresando un odio visceral al invasor de España, Napoleón Bonaparte, que hundía su huella por toda Europa. “Napoleón también reinó en Madrid, y hubo una gran guerra… era un hombre muy malo”, comentó la Carazito.

Entonces no mandaba cartas la gente, ni había papeles como ahora que todo lo dicen.

Efectivamente, no fue hasta 1834, cuando se estableció un correo diario entre San José, Cartago y Alajuela. En cuanto a los “papeles que todo lo dicen”, se refiere a que aún no había llegado la imprenta a Costa Rica9.

Hacia el año 1820, poco antes de la independencia, cuando contaba con unos 15 años de edad, Josefa decidió emanciparse primero que todos, escapando de la casa de los Oreamuno:

Después de eso me hui de donde los Oreamuno y me fui a servir a la casa de don Pedro Carazo. Me echaron a los alguaciles, pero yo estaba bien escondida; en eso vinieron las bullas de la independencia, y ya todo se trastornó (...) el gobernador era mi señor Juan Manuel de Cañas, quien entregó el mando dado por el rey a los Alvarados, a los Carazos, en cuenta mi patrón don Pedro, al padre Lombardo, a don Joaquín Iglesias y a otros muchos.

No se conocen los motivos por los que Josefa huyó de la casa de la familia Oreamuno. Solo sabemos que se pasó a vivir y a trabajar en la casa de don Pedro Carazo Alvarado10 y su esposa doña Cleta Ugalde, y que gracias al caos reinante en la ciudad, antes y después de la independencia, ella quedó bien protegida en la que sería su nueva casa.
Don Pedro era hijo de Francisco Carazo, el segundo amo de Diego Carazo, el padre de Josefa. Evidentemente, ella y su padre tenían un vínculo estrecho con los Carazo, aunque desde 1800 Diego ya no era esclavo de ellos, sino de los Oreamuno. Sin embargo, para Josefa, llegar a servir a Pedro Carazo fue lo mejor que pudo ocurrirle, y más adelante veremos que, con el tiempo, esta relación le deparó una bonanza económica para su futuro. Por otra parte, Pedro Carazo, era abiertamente anexionista y un personaje sumamente respetado en Cartago. Se sabe, por ejemplo, que él y doña Cleta fueron los padrinos de bautizo de don Jesús Jiménez Zamora11. Por lo tanto, eran amigos entrañables de los padres de este, don Ramón Jiménez Robredo y doña Joaquina Zamora.

Los tres terremotos históricos de Cartago

Uno de los aspectos más destacados en la vida de la Carazito es, posiblemente, su singular experiencia de haber sobrevivido a los tres grandes terremotos que destruyeron Cartago. Aunque a lo largo de su historia, la ciudad ha soportado numerosos sismos, estos tres fueron especialmente devastadores, obligando a la reconstrucción total en cada ocasión.

El primero de ellos fue el llamado de San Estanislao, ocurrido el 7 de mayo de 1822, menos de un año después de haberse celebrado la independencia de España. Josefa lo recuerda así:

Cuando lo de San Estanislao, le llevé el chocolate al Padre Carazo12; se lo dejé en la veladora y el padre estaba en la cama amarrándose un pañuelo en la cabeza; así usaba dormir siempre; en eso oí el primer traquido muy fuerte y él salió corriendo para Los Ángeles y yo atrás. Llegamos allá, más de 500 varas, y todavía temblaba. Todo se cayó, pero el temblor dio tiempo y nadie murió".

Hacia la época de la independencia, como hemos dicho, Josefa huyó de casa de los Oreamuno y nunca más regresó con ellos. Su destino fue la familia de don Pedro Carazo, pero seguramente por el parentesco de este con el padre Carazo y sus hermanas --pues todos eran hermanos--, Josefa ayudaba o acompañaba a todos ellos.

En cuanto al chocolate que ella llevó al padre, conviene señalar que para 1822, el café aún no era popular en Costa Rica, a pesar de que ya se sembraba en patios de casas y en potreros. La primera exportación de este grano fue en 182013, pero su verdadero auge no empezó hasta que se hicieron los primeros envíos a Inglaterra, a mediados de la década de 1840. Por tanto, podemos afirmar que Josefa Carazo, entre sus incontables vivencias, fue testigo del esplendor del chocolate colonial y del nacimiento del café republicano.

El año siguiente (1823) fue la Revolución y si no hubiera sido por el padre Quintana14 los Alajuelas y los de San José no hubieran dejado un Cartago para contar el cuento. Entonces le hacía la gente mucho caso a los padres; ahora no; también en cosa de partidos, solo los patrones opinaban, no es como ahora que cada uno maneja su cabeza.

Se sabe que el padre Francisco Quintana intervino en el cerro de Ochomogo para detener la primera guerra civil de Costa Rica, en 1823, valiéndose de un infalible crucifijo colonial del convento franciscano, usado por él para contener todo lo que sugiriera ser sombras del infierno: desde un simple pleito entre hermanos, un ciclón, un “pecaminoso” baile de parejas agarradas15, y hasta una guerra civil.

Luego, en 1841, cuando Josefa se acercaba a los 40 años, vino el terremoto de San Antolín, el 2 de septiembre.

Me acuerdo perfectamente de San Antolín. Yo estaba en la cocina con las muchachas en casa de los Carazos16, cuando vino el temblor. Apenas pudimos brincar al patio cuando cayó la casa. Todo Cartago quedó destruido, todo se perdió, y no puede usted figurarse lo que había costado hacerlo todo nuevo desde el tiempo de San Estanislao; pero entonces la gente pecaba mucho, fue un aviso del cielo. Solo dos personas murieron, un hombre y una chiquita17.

Y el terremoto de 1910, ¿Cómo lo vivió la Carazito? Ella lo cuenta así:

Estaba en mi cama, acostada. Ha sido el más repentino de todos. Yo estaba bebiendo chocolate18, cuando sentí el meneón tan fuerte que todo el cuerpo se me descoyuntó y me solté en un temblor. Oí que toda la casa cayó al suelo, la candela se apagó, pero por gran milagro de Dios, el cuarto en que yo estaba no cayó; solo una terronada me prensó y no me dejó moverme, hasta que me sacaron y socorrieron la niña Josefina y varios vecinos (…) Este temblor de ahora ha sido el más grande, el más fuerte y el más repentino de todos; quería matarnos, y nos valió nada más la devoción a mi señora de Los Ángeles, que si no, allí estaríamos enterrados. A poco de estar en la calle, entre la oscuridad, oí contar que había muchos muertos; todos llorábamos y rezábamos. Ojalá vuelvan a hacer otra vez la ciudad, para irme para allá; solo en Cartago me hallo.

La doble visita del cometa Halley

Uno de los eventos más extraordinarios y difíciles de creer en la vida de Josefa Carazo fue el privilegio de contemplar el cometa Halley en dos ocasiones, separadas por más de siete décadas. Lo vio por primera vez en 1835, siendo ya una mujer adulta. Más de setenta años después, en 1910, astro y anciana se contemplaron nuevamente, como reconociéndose. ¿Cuántas personas en el mundo pudieron dejar un testimonio semejante? Tal vez, entre millones, Josefa fue de las pocas que vivió para contarlo, dejando un relato único para la posteridad. Ver el cometa Halley una vez en la vida es un hito para cualquier persona, pero verlo dos veces y recordarlo es una hazaña casi milagrosa. Esta increíble experiencia de Josefa nos habla de su longevidad, pero también de la comunicación especial del ser humano con el universo y sus grandes misterios.

El cometa Halley debe su nombre al científico inglés Edmund Halley (1656-1742), que fue amigo de Sir Isaac Newton. Halley realizó observaciones del paso de un cometa en 1682 y, gracias a las leyes del movimiento de Newton, calculó por primera vez su órbita. En su obra Synopsis of the Astronomy of Comets de 170519, Halley afirmó que este cometa era el mismo que se había visto en 1532 y 1607, y predijo con precisión que volvería a pasar en 1758, aunque, no pudo presenciarlo, pues falleció en 1742.

Estaba claro que después de esa fecha, el cometa volvería a pasar en 183520. Dicho momento sería particularmente importante en la historia del astro, porque serviría para confirmar la predicción de Halley sobre su retorno; pero también terminaría de confirmar su órbita y su exacto período de regreso.
Irónicamente, el destino impidió a Halley ver el cometa con sus propios ojos; en cambio, a la Carazito le hizo un extraordinario regalo: verlo dos veces en su larga y fantástica vida. La primera vez fue en noviembre de 1835, cuando superaba los 30 años de edad, por lo que pudo apreciarlo en toda su magnificencia. Dejemos que su voz nos cuente ese milagro cósmico, visto por sus ojos, hace 189 años:

Me acuerdo de un gran cometa que se vio años antes del temblor de San Antolín, para el tiempo de cuando subió don Braulio pedido por los pueblos21; porque después don Braulio se cogió el mando y se hizo dictador22… yo me acuerdo como si fuera hoy. Tenía la cabecita que parecía una estrella con una cabellera, y se veía encima de la torre de la iglesia de Los Ángeles23, y su cola iba a dar hasta El Molino24. Entonces no tembló, ni trajo todas las desgracias de este cometa y la gente no le tenía miedo, sino que alababa al Señor.

Del paso del cometa, en 1910, hay abundante documentación periodística y científica, dentro y fuera del país; pero de su aparición en 1835 es sumamente escasa. Recordemos que la imprenta en Costa Rica data del año 1830, o al menos se hizo popular a partir de esa fecha, así que en 1835 era muy incipiente la producción escrita como para registrar el evento. Obviamente, tampoco había llegado la fotografía, que apenas daba sus primeros pasos en el mundo. Asimismo, no pudimos encontrar nada relativo en periódicos ni en otros documentos locales de la época25, por lo que quizás, uno de los únicos testimonios (¿acaso el único?) de ese increíble evento es el que ella comentó, con mucho candor, en la entrevista de La Información.

La visita del cometa en 1835 fue, sin duda, más espectacular que la de 1910. ¿Por qué? Porque en 1910, la luz eléctrica ya iluminaba casas y calles, opacando la majestuosidad del cielo nocturno. En 1835, por el contrario, reinaban las tinieblas, apenas rotas por el titilar de antorchas y candelas, pobremente esparcidas como luciérnagas de un bosque denso. El cielo nocturno era de una oscuridad absoluta, inimaginable hoy en día, y solo comparable a lo que se puede apreciar en rincones muy alejados, cerca de montañas o volcanes.

En aquella bóveda oscura salpicada de diamantes, lucía esplendorosa la imponente cola del cometa, apoderada del cielo. Tan cercana que invitaba a mover las manos para tocarla. Aquel astro, con su cabellera de plata sobre la torre de la iglesia de Los Ángeles y una cola tan larga y brillante que se precipitaba hasta El Molino, mostraba una imagen tan impactante que merecería ser inmortalizada en un lienzo.

Finalmente, Josefa Carazo, en diálogo ameno con el periodista, cerró el tema del cometa, con una reverencia a la creación:

--Yo no sé si es el mismo cometa de ahora, porque este, según me dicen, es más chiquito: tal vez será hijo de aquel, se pregunta doña Josefa.
--No, no es hijo de aquel, es el mismo, que vuelve cada 76 años.
--Y ¿dónde andaba?
--Pues, la respuesta es difícil darla, doña Josefa: andaba allá, muy largo, fuera de la órbita de Neptuno.
--Esos son los misterios de Nuestro Señor.

Vida privada y vida cotidiana

Sobre la vida privada de Josefa Carazo se conoce poco. No hay registros de hijos ni de matrimonios, pero es posible que haya tenido algún amor en el transcurso de su extensa vida. Su dedicación fue casi absoluta al cuidado de sus patrones, de modo que llegó a dominar todos los secretos del hogar, convirtiéndose en una figura indispensable para ellos y quizás para otras familias del viejo Cartago.

Tanto fue así que en el testamento elaborado por don Pedro, el 14 de septiembre de 1847, dejó “500 pesos a su criada Josefa Carazo” (Índice de los protocolos de Cartago t VI, 1818-1850, p. 486). Este gesto del patrón evidencia el agradecimiento por los años de fiel servicio de Josefa, así como su deseo de asegurarle un bienestar, para los últimos años de su vida. Este dinerito, que no era poco26, le serviría para mantenerse en la vejez, al punto que ella misma otorgó testamento en el futuro.

Por otra parte, la fama de sus virtudes culinarias salió a la luz muy pronto, y fue apreciada por numerosas personas en Cartago ¿Cuáles eran esas dotes culinarias? Las conocemos, gracias a un artículo publicado por el profesor Ramón Matías Quesada (La República, 2 de mayo de 1911, p. 8), titulado simplemente La Carazito. Dice don Ramón que la venerable anciana “en sus mocedades, vivió siempre al servicio de distinguidas familias27, en aquellas antiguas casas solariegas de que se ufanaba la arruinada y hoy renaciente ciudad. De ahí, todos esos hábitos de limpieza y pulcritud, que hacen amable su apergaminada figura, y sus modales humildes, pero discretos”.

Una vez fallecidos don Pedro y doña Cleta, es posible que con los $500 pesos de la herencia, ella se independizara e iniciara una vida plena para sí misma, basada en su notable desempeño doméstico, aprendido desde la niñez, en casas de los Oreamuno, los Carazo, etc.

Según don Ramón, él conoció a la Carazito “cuando todavía era hábil maestra de cocina, a quien se disputaban las más severas matronas para dirigir comidas y reposterías exquisitas. En toda fiesta de novios, en todo banquete, ella había de regalar a los comensales con los secretos de su cuchara, que sabía preparar las viandas con arte y delicadeza”.

El profesor Quesada agrega un nuevo dato sorprendente: La Carazito poseía un arte proverbial para modelar figuras de frutas y animales en azúcar, cera y arcilla, mostrando dotes naturales para la escultura y el dibujo.

El profesor comenta que en 1886, durante el gobierno de Bernardo Soto, se realizó la primera Exposición Nacional, inaugurada el 15 de septiembre de ese año28. La Carazito participó en esa exposición modelando figuras en cera, y su aporte fue tan destacado que el jurado le adjudicó una medalla de plata y un diploma, en reconocimiento a su capacidad de crear belleza y ternura a través de sus manos trabajadoras.
Su habilidad para modelar figuras la llevó a trabajar con azúcar, por lo que era común verla fabricando corderos y otras delicadas figuras de animalitos de caramelo y algodón, en un guacal matinero29 (como lo dice el profesor Quesada en el artículo).

Este arte ancestral de elaborar figuras de caramelo es muy propio del Caribe y comúnmente reservado para damas distinguidas. En la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, la matriarca del clan Buendía, Úrsula Iguarán, era una experta en el arte de modelar animalitos de caramelo. Pasaba sus días inmersa en aquel trabajo, llenando de dulzura y fantasía el mundo de Macondo30; pero sobre todo lo hacía para mantener la economía familiar, mientras su esposo perseguía la piedra filosofal y su hijo se enfrascaba en treinta y dos guerras civiles.

Por otra parte, según el profesor Quesada, la Carazito poseía un gran ingenio y un humor crítico que expresaba cada año en sus portales o nacimientos, los cuales creaba en su humilde casita. Estos llamaban poderosamente la atención de adultos y niños, quienes se acercaban a disfrutar de la creatividad de la viejecita. Con figuras de trapo y algunas de barro elaboradas con mucha precisión, recreaba todo tipo de eventos: corridas de toros, peleas de gallos, carreras de caballos, circos de acróbatas y “hasta disputas entre rodriguistas y esquivelistas31, las pasadas de La Virgen, y cualquier otra cosa que se le ocurriera”, agrega Quesada. Todo en el portal era fruto de minucioso trabajo y de gran imaginación: el pesebre, el buey, la mula, los ángeles, los pastores, los reyes magos y los personajes del momento, componiendo un conjunto pintoresco y encantador.

Sentada en su taburete de cuero, escuchando con una sonrisa astuta los variados comentarios, la Carazito acogía a los visitantes con amabilidad. Cuando alguien le preguntaba: "Señá Chepita, ¿qué significa esto?", ella respondía con una sonrisa orgullosa: "¡Ah, no, eso ya lo verán ustedes!".

La fabricación de figuras en cera, barro, trapo e incluso azúcar, algunas para exhibir y otras para comer, era una costumbre muy antigua y sumamente apreciada en los hogares distinguidos. Por tanto, este arte doméstico ancestral, en el cual Josefa era una destacada maestra, es muy probable que lo haya transmitido a otras personas. Hemos encontrado testimonios que sugieren que, en el primer tercio del siglo XX, aún se conocía parte de ese arte en las casas del viejo Cartago, derivado quizás de las manos milagrosas de la Carazito, aprendido, a su vez, de anónimas matronas coloniales.

Un ejemplo de ello, lo encontramos en los audios de Remembranzas de Cartago (1976), programa de tertulias históricas, en la desaparecida “Radio Rumbo” de Cartago32. Don Carlos Luis Valle Masís (1914-1978), en una narración estupenda acerca de los portales antiguos de Cartago, cuenta que uno de los más espectaculares, hacia la década de 1920, era el de doña Salomé Gutiérrez Castro, la esposa del comerciante y agricultor don David Gutiérrez Rojas, cuya casa se ubicaba frente al triángulo de Los Ángeles33. Dice don Carlos que doña Salomé se pasaba todo el año preparando el portal, ayudada por doña Úrsula Calvo, una dulce viejecita que residía en la casa de doña Narda Zavaleta, al frente de la casa de los Gutiérrez. Doña Salomé vivía feliz y agradecida que doña Úrsula le preparara todos los acontecimientos del año, en figuras hechas exclusivamente con trapo, es decir trocitos de tela, como las que antaño confeccionaba Josefa Carazo. La reproducción paso a paso de los eventos y personajes de la Coronación de la Virgen de los Ángeles (en 1926), hechas con puntadas precisas, sobre pedacitos de tela, fue uno de los más hermosos e inolvidables, según cuenta don Carlos Luis.

Es probable que el arte de crear figuras de Úrsula Calvo proviniera de la misma Narda Zavaleta, cuya fama no pasaba inadvertida en aquella Cartago de las primeras décadas del siglo XX. En un artículo titulado El Portal de Tía Nardita (Francisco María Núñez. La Prensa Libre. 13 diciembre de 1966), se cuenta que Narda Zavaleta, como buena cristiana, “tenía otra devoción, la de convertir la sala en un pesebre o portal, como decimos acá, reproduciendo el retablo de Belén (…) sus manos hábiles ocupaban algunas horas del día en hacer muñecos, animalitos de algodón o lana, destinados a adornar su portal. Reproducía escenas de la vida diaria con gran habilidad y arte. Su particular ocupación era, a partir del 23 de diciembre hasta entrando el mes de febrero, después de la fiesta de la Candelaria, al recibir visitas y escuchar los elogios que le hacían de su novedoso portal”, donde se podían ver escenas de circo, bailarinas, acróbatas, la orquesta filarmónica en las fiestas de la Virgen, centuriones romanos, etc.

Aparte de los portales, Narda era una costurera hábil de gran reputación y siempre estaba pendiente del atuendo de la Virgen de los Ángeles; pero también era una gran pastelera. Doña Vilma Zavaleta Gómez, educadora, poeta y actriz cartaginesa, descendiente de doña Narda, nos dice lo siguiente, en una conversación para este artículo:

Recuerdo la humilde casa encalada de Bernarda, a quien llamábamos cariñosamente Nardita, casi frente al actual calvario de Los Ángeles. Lamentablemente desconozco sus recetas, pero sí recuerdo sus sabores, muy vivos en mi memoria. Sus deliciosos prusianos y volovanes, pero sobre todo los eclairs, que se inflaban en su horno de barro, dejando un huequito en el interior, donde ella depositaba una exquisita crema pastelera, son recuerdos imborrables para mí. Aquellos sabores eran mágicos e irrepetibles.

Epílogo

De los últimos años de la Carazito se conoce muy poco. Se sabe que salió de Cartago después del terremoto, gracias a los hijos de don Aquiles Bonilla, entre ellos, Eduardo, “quienes la sostienen y rodean de cariño generoso, porque ella vio nacer y chineó a sus ascendientes”34 (La Información, 13 de mayo de 1910).

También se sabe que otorgó testamento el 8 de enero de 1893, nombrando albacea testamentaria a su sobrina, quien llevaba su mismo nombre, y a la que declaró como única y universal heredera de sus bienes. Pero asimismo estableció que cuando su sobrina falleciera, aquellos bienes pasaran a don Gerardo Calvo.

Finalmente, aunque de forma tardía, llegó su hora de partir de este mundo y la estimable anciana falleció el 2 de octubre de 1911, en su casa. El acta de defunción indica que tenía 108 años y que la causa de su muerte fue una “gangrena senil”35. Además, se consigna que se desconoce el nombre de sus padres, aunque se afirma que eran costarricenses y vecinos de Bagaces.
Fue sepultada al día siguiente en el Cementerio General de Cartago. En una breve nota del periódico La Información, se menciona: “Hoy tuvo lugar el sepelio de la venerable anciana Josefa Carazo, conocida en todo el país como la Carazito, quien contaba 107 años de existencia. Paz a sus restos”.

La fantástica vida de Josefa Carazo, fue como un río ancho y apacible, como un árbol centenario incansable de dar sombra y frutos, y como un jardín secreto colmado de maravillas. Superar los 100 años en una época donde la expectativa de vida era quizás la mitad, la convirtió en testigo excepcional de eventos históricos y naturales que marcaron Costa Rica, desde el fin de la era colonial hasta los albores del siglo XX.

Su historia no solo constituye un récord de longevidad en tiempos imposibles, sino que también personifica la bendición de la libertad, un don maravilloso que su padre nunca pudo disfrutar.

Así como en la mayoría de los costarricenses, corre por las venas sangre española, indígena y africana, de igual manera, muchos de nosotros tenemos algún vínculo con la esclavitud. En numerosas familias costarricenses hubo tanto esclavistas como esclavos, aunque este sea un tema tabú que muchos prefieren ocultar. Sin embargo, es crucial reconocer y enfrentar nuestro pasado para comprender mejor quiénes somos, porque nuestras raíces son étnicas pero también culturales e históricas.

La Carazito empleó su libertad para servir a sus patrones y forjar su propio destino, dejando una herencia cultural de la que quizás no fue consciente. Hoy, más de dos siglos después de su nacimiento, ella revive a través de sus memorias, conservadas al azar en un par de hojas amarillentas y rescatadas gracias a las redes sociales.

Sus habilidades manuales y culinarias han sido transmitidas de generación en generación, enriqueciendo una parte valiosa pero olvidada de nuestra cultura doméstica. En cada puntada de Narda Zavaleta, en las figuras de trapo de Úrsula Calvo para el portal de Salomé Gutiérrez, así como en las recetas ancestrales de repostería y la transmutación del azúcar en animalitos de caramelo, pervive el espíritu emprendedor de la Carazito.

Esta mujer libre, pero hija de esclavos, vivió una vida marcada por su gran fuerza interior, por la devoción y por un profundo amor hacia la libertad y hacia su ciudad.

Aunque su nombre haya sido prácticamente olvidado hasta hoy, su legado perdurará como símbolo del tenaz espíritu costarricense, inspirando a futuras generaciones a valorar la libertad y la rica herencia cultural que compartimos. ¡Paz a sus restos y eterno agradecimiento a su memoria!

Notas

1 Nacido hacia el año 1755 con el nombre de Diego Barahona, pasó a usar el apellido Carazo a partir del año 1800, cuando fue vendido por Ana Jacoba de Alvarado, viuda de Francisco Carazo, a don José Nicolás de Oreamuno. Meléndez-Obando, Mauricio. “Diego Carazo y su familia”. En “El árbol imaginado: orígenes afromestizos de los costarricenses”. (Libro inédito).
2 En América, la condición de esclavo se heredaba principalmente a través del vientre materno, siguiendo el principio del derecho civil romano "partus sequitur ventrem" (el hijo sigue la condición de la madre). Por tanto, si la madre era esclava, sus hijos también serían considerados esclavos, independientemente del estatus de su padre. Esta práctica fue ampliamente adoptada en las colonias americanas para perpetuar la esclavitud y aumentar la fuerza laboral esclava. En el caso de la Carazito, aunque su padre era esclavo, su madre no lo era, por tanto, ella fue libre.
3 El hecho de que un amo otorgara su propio apellido a un esclavo, no debe interpretarse como una forma de igualdad o reconocimiento de derechos. Al contrario, era una forma de identificación y legitimación del “bien” por parte del dueño.
4 Gálico o morbo gálico era un término que se usaba antiguamente para referirse a la sífilis, debido a la asociación de la enfermedad con las tropas francesas, durante el asedio de Nápoles en 1494-1495, y la tendencia de la época de atribuir enfermedades a enemigos extranjeros.
5 Comunicación personal, el 10 de mayo de 2024.
6 Don José Nicolás de Oreamuno y Sancho, nacido en 1773 en Cartago, contrajo matrimonio en 1799, con María Josefa del Campo y tuvieron cuatro hijos. Desarrolló una destacada carrera pública, sirviendo como alcalde y regidor. Apoyó la anexión de Costa Rica al imperio mexicano. En 1822, participó en la Junta de Legados de los Pueblos como representante de Cot. Falleció en 1826 a los 53 años. Su casa de habitación, según el “plano de Cartago 1821-1841” de José María Figueroa-Oreamuno, se ubicaba, una cuadra al oeste de la esquina suroeste de la Plaza Principal, en la esquina donde hoy se encuentra el kínder de la escuela Jesús Jiménez (cruce de avenida 2 y calle 4). Un dato interesante acerca de José Nicolás es que fue uno de los hijos de María de la Encarnación Sancho de Castañeda, cuyas tribulaciones amorosas inspiraron al dramaturgo Alberto Cañas, en 1971, para crear "La Segua", obra de teatro donde ella se muestra como una bella y aristocrática joven de la Cartago colonial, afectada por la maldición de su hermosura.
7 La visita de Fray Nicolás García Jerez ocurrió en el año 1815, cuando ella tenía unos 8 años de edad.
8 La jura de un rey es una ceremonia formal en la que un pueblo proclama, recibe y celebra el ascenso al trono de un nuevo monarca, jurando lealtad a él. Se llama "jura" porque implica un juramento solemne de compromiso y obediencia mutua. Para más información acerca de la jura del rey Fernando VII en Costa Rica, consulte Brenes-Tencio Guillermo: La fidelidad, el amor y el gozo, la jura del Rey Fernando VII (Cartago, 1809). Revista de Ciencias Sociales, Universidad de Costa Rica. Núm. 119. 2008.
9 Se ha establecido que la primera imprenta en Costa Rica data del año 1830, importada de los Estados Unidos por el político y comerciante Miguel Carranza Fernández. Sin embargo, en las actas del cabildo de Cartago, se habla de una imprenta, que adquirió la Municipalidad, en el año 1821, y que luego se puso en funcionamiento: “… inmediatamente que la imprenta que se aguarda en esta capital, facilite el crecido número de ejemplares que no es posible circule de otro modo” (Actas del Ayuntamiento de Cartago. 1820-1823. Comisión Nacional del sesquicentenario de la independencia de Centroamérica. Imprenta Nacional. 1972. Acta del 12 de junio de 1821. p. 88).
10 Pedro José Carazo y Alvarado (1781-1850) fue un político costarricense conocido como uno de los firmantes del Acta de independencia de Costa Rica. Era hijo de Francisco Carazo Soto-Barahona y Ana Jacoba de Alvarado y Baeza (amos de Diego Carazo, el padre de Josefa). Se casó con Anacleta Ugalde y Alvarado, sin tener descendencia. En el ámbito político, ocupó varios cargos en el Ayuntamiento de Cartago, incluyendo el de alcalde primero en 1821. Apoyó la anexión de Costa Rica al Imperio Mexicano de Agustín Iturbide. Fue elegido diputado en 1834, pero declinó el cargo. Ejerció como administrador de correos de Cartago en 1839 (información de Wikipedia). Según los planos de Cartago de José María Figueroa-Oreamuno (de 1801 hasta 1841), don Pedro Carazo y su esposa vivían una cuadra al este de la esquina noreste de la Parroquia. En la actualidad, allí se encuentra el Centro Cultural Victoria de la sociedad Nueva Acrópolis (cruce de avenida central y calle 3).
11 Brenes-Tencio, G. A. (2022). La fabricación estética de Jesús Jiménez Zamora (siglos XIX, XX y XXI). Revista De Ciencias Sociales, (173), 197–243. RCS.
12 Este padre Carazo fue el Pbro. Juan Manuel Carazo Alvarado. Nació en 1790 y murió en 1866 a los 76 años de edad, también hijo de Francisco Carazo Soto-Barahona y Ana Jacoba Alvarado. Cuando ocurrió el terremoto de San Estanislao, el padre contaba con 32 años, y era capellán de la iglesia de los Ángeles, por eso él y Josefa salieron corriendo hacia dicha iglesia, durante el sismo. El plano de Cartago de 1821-1841 (Figueroa-Oreamuno) indica que diagonal a la esquina noreste de la parroquia vivía el “Presbítero Juan Manuel Carazo y hermanas”. Estas hermanas, todas solteras, se llamaban María Lucía, María Hipólita y Carmen. En la actualidad, dicha propiedad esquinera corresponde a la casa donde operan, desde el año 1942, las oficinas del Patronato Nacional de la Infancia, edificación declarada Patrimonio Histórico y Arquitectónico, en el año 2003 (cruce de avenida central y calle 1).
13 La primera exportación registrada de café tuvo lugar el 12 de octubre de 1820, con un quintal y una arroba de café destinados a Panamá. Luego, en 1832, Jorge Stiepel envía un cargamento a Chile, cuyo destino final era Europa. (202 años de la primera exportación registrada de café.Archivo Nacional de Costa Rica.
14 Fray Francisco Quintana, nació en León, Nicaragua. Franciscano Observante, guardián del Convento de Cartago (1813-1815; 1819-1820), presidente de las reducciones de Orosi (1823), y partidario de los imperialistas. Dirigió proclamas contra el bando independentista, por la cual se dio la Guerra de Ochomogo (1823). Murió: 02/07/1832 en Cartago. Información de: Lobo-Oconitrillo, Oscar. Sacerdotes Diocesanos y religiosos en C. R. - 1800-2015.
15 Acerca de un memorable baile de parejas agarradas, en el Cartago del año 1822, ver: Gonzalo Chacón Trejos. Sueltos al cielo, agarrados al infierno. En Tradiciones Costarricenses. Editorial Costa Rica. San José. 1982.
16 Esta casa de los Carazos, bien pudo ser la de don Pedro, que aún vivía, o la de su hermano, el padre Carazo. Ver notas 10 y 12.
17 Según el parte oficial de don Telésforo Peralta, Jefe Político Superior de Cartago en 1841, hubo 16 víctimas mortales, entre adultos y niños en la ciudad (Fumero-Vargas, Patricia. Vencedores de las ruinas. Ancora. La Nación. 22 de mayo de 2011).
18 Todavía en esa época, el chocolate era una bebida muy popular en Costa Rica, heredada de la colonia y consumida habitualmente antes de la cena. El terremoto ocurrió a las 6:50 de la tarde, por lo que es razonable que la Carazito estuviera disfrutando de su taza de chocolate en ese momento.
19 En esta dirección se puede descargar, gratuitamente, una versión del libro en formato PDF: En esta dirección se puede descargar, gratuitamente, una versión del libro en formato PDF: A synopsis of the astronomy of comets.
20 El perihelio del cometa (punto de su órbita más cercano al Sol) fue el 16 de noviembre de 1835.
21 El primer período presidencial de don Braulio Carrillo, electo democráticamente, fue entre 1835 y 1837.
22 El segundo período de don Braulio Carrillo fue un gobierno de facto, entre 1838 y 1842. Fue derrocado por el general hondureño Francisco Morazán.
23 Esta iglesia que vio la Carazito en 1835 vino a sustituir el templo colonial de la Virgen de los Ángeles, destruido por el terremoto de 1822. Este tercer templo, construido entre 1824 y 1833, fue afectado por el terremoto de 1841; pero siguió operando gracias a varias reparaciones. Finalmente fue destruido en su totalidad, por el terremoto de 1910.
24 El Molino es un barrio muy extenso, ubicado al occidente de la ciudad de Cartago. Entre este barrio y Los Ángeles hay una distancia aproximada de dos kilómetros.
25 La colección disponible de El Noticioso Universal, en el Sistema Nacional de Bibliotecas de Costa Rica, termina en marzo de 1835; y en el caso de La Tertulia, termina en 1834. La Relación de los Negocios despachados por el Gobierno Supremo del Estado, se publicó hasta junio de 1835. Por tanto, no encontramos periódicos posteriores a esas fechas, en el año 1835. Faltaría, a su vez, revisar actas municipales de la época.
26 La suma de $500 pesos era cuantiosa en 1847. A manera de ejemplo, tenemos que un acre de tierra costaba, en 1845, alrededor de 4 pesos, y en el Índice de los protocolos de Cartago VI (1818-1850), se encuentran transacciones de compra-venta de potreros de 6 manzanas, cercanos a la ciudad, en $500 pesos. O sea, que era mucho lo que se podía comprar con esa cantidad.
27 De los documentos revisados hasta hoy, hay registros de trabajo de Josefa en casa de los Oreamuno y de los Carazo (sirviendo a don Pedro como a su hermano Manuel, el padre Carazo), así como en la casa de la familia de don Aquiles Bonilla; pero no se puede descartar que haya servido, temporalmente, en otras casas de Cartago.
28 Ramón Matías Quesada no lo consigna en su artículo, pero en la Exposición Nacional de 1886, él mismo participó también como pintor, exhibiendo uno de sus cuadros llamado “El Naufragio” (La Chirimía, 9 de octubre de 1886).
29 Un guacal matinero se refiere a un utensilio de cocina, una especie de cazo o vasija, traído de Matina, región del caribe costarricense, hecho del fruto del árbol guacal (Crescentia cujete).
30 En la célebre novela de García Márquez, esta fauna posee una connotación negativa, pues fue una de las maneras en que se propagó la peste del insomnio en Macondo. Según narra García Márquez, los “niños y adultos chupaban encantados los deliciosos gallitos verdes del insomnio, los exquisitos peces rosados del insomnio y los tiernos caballitos amarillos del insomnio, de modo que el alba del lunes sorprendió despierto a todo el pueblo. Al principio nadie se alarmó. Al contrario, se alegraron de no dormir, porque entonces había tanto que hacer en Macondo que el tiempo apenas alcanzaba.” Cocina guajira dominical: Animalitos de caramelo.
31 Rodriguistas y esquivelistas. Se refiere a la disputa electoral entre los candidatos José Joaquín Rodríguez Zeledón (1837-1917), y Ascensión Esquivel Ibarra (1844-1923). Ambos fueron contendientes a la presidencia de la República de Costa Rica, resultando ganador Rodríguez, quien ejerció la presidencia, de 1890 a 1894. Años después, Esquivel también llegaría a ser presidente, entre 1902 y 1906.
32 Los programas de la tertulia radial fueron grabados entre 1976 y 1991.
33 La casa, conocida como Casa Gutiérrez, se ubica al costado sur del calvario de Los Ángeles. Fue construida en el año 1912, por tanto, ya ha cumplido más de un siglo de existencia, y sigue siendo una de las casas patrimoniales más hermosas y bien cuidadas de Costa Rica.
34 Si Josefa cuidó a los ascendientes de don Eduardo Bonilla, como se indica en la entrevista de La Información, es posible que haya cooperado en el cuido de hijos y nietos de Manuel Antonio Bonilla y Nava (1806-1880), y doña María Carrillo Morales (1811-1895), sobrina de Braulio Carrillo. Ellos fueron los padres de once hijos nacidos de 1831 a 1844, entre ellos don Aquiles Bonilla Carrillo (1843-1925).
35 Gangrena senil era un término antiguo para referirse a la muerte de tejidos en personas mayores debido a la mala circulación sanguínea, comúnmente causada por la aterosclerosis. Afecta principalmente las extremidades inferiores. El tratamiento consistía en mejorar la circulación, amputar el tejido muerto en casos graves y controlar enfermedades subyacentes. Con el avance de la medicina, el término fue sustituido por descripciones más específicas como gangrena isquémica, gangrena seca, etc.