La democracia, con todas sus deficiencias, es el único sistema político que puede ser defendido en principio con una argumentación que proceda del amor a la humanidad.

(John Stuart Mill. Consideraciones sobre el gobierno representativo, 1861)

Los ejes tradicionales

El eje izquierda-derecha es un concepto político que se originó durante la Revolución Francesa para describir las diferentes posiciones ideológicas en el espectro político. Aunque su significado ha evolucionado con el tiempo y puede variar según el contexto cultural y político, generalmente se ha utilizado para encuadrar y definir más fácilmente las ideologías políticas y su organización manifiesta en partidos políticos.

La izquierda tradicionalmente asociada con ideas progresistas, tendentes a abogar por la igualdad social, la justicia económica, la intervención del Estado en la economía para proteger a los trabajadores y los desfavorecidos, así como políticas que promuevan la redistribución de la riqueza. También suele respaldar los derechos civiles y sociales, como los derechos LGBT+, los derechos de las minorías étnicas y raciales, y los derechos de las mujeres. En el ámbito internacional, la izquierda puede favorecer políticas de cooperación, diplomacia y apoyo a los derechos humanos.

La derecha se asocia generalmente con valores conservadores, enfocados en la preservación de tradiciones culturales, instituciones sociales y la economía de mercado. Promueve la libertad individual, la propiedad privada, la competitividad económica y la reducción de la intervención estatal en la economía. En asuntos sociales, puede defender posturas más tradicionales sobre la familia, la religión y la moralidad. En política exterior, la derecha a menudo favorece la defensa nacional, la soberanía del Estado y puede adoptar posturas más nacionalistas o incluso proteccionistas en lo económico.

En las democracias liberales occidentales, el espectro político se articula en gran medida en torno a este eje izquierda-derecha. Los partidos políticos y los movimientos suelen identificarse con diferentes posiciones a lo largo de este espectro. Por ejemplo:

En muchos sistemas políticos, los partidos de izquierda pueden abogar por políticas de bienestar social, como atención médica universal, educación pública gratuita, programas de seguridad social robustos y regulaciones laborales más estrictas.

Mientras tanto, los partidos de derecha pueden enfocarse en la reducción de impuestos, la desregulación económica, la promoción de la empresa privada y la iniciativa individual, así como en políticas de seguridad y defensa más fuertes.

Sin embargo, es importante tener en cuenta que el espectro político es dinámico y diverso, y los partidos pueden adoptar posiciones que no se ajusten perfectamente a la descripción tradicional de izquierda o derecha. Además, en las democracias liberales, los partidos políticos a menudo compiten dentro de un marco de valores y principios fundamentales, como el respeto a los derechos humanos, el Estado de derecho y la protección de las libertades individuales.

El cambiante paisaje político en las democracias liberales posteriores a la II Guerra Mundial

La libertad de los modernos, consiste en el ejercicio tranquilo de los derechos privados; apenas conocemos otro tipo de libertad; pero la antigua era un deseo ardiente de ejercer en la vida pública una influencia preponderante y una actividad intensa. En el uno, cada hombre, retirado en sí mismo, se reserva para su círculo; en el otro, sin cesar fuera de sí mismo, sólo se siente a gusto en la medida que ejerce un poder sobre algo. En el uno, la libertad es una tranquila y constante posesión; en el otro, es objeto de agitación y lucha. Se busca con anhelo y se conserva con temor; pero, lejos de ser una seguridad, es sólo un poderío arrebatado y defendido sin cesar contra los ataques de los demás.

(Benjamín Constant. De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos. 1819)

Tras la Segunda Guerra Mundial, las democracias liberales emergieron como modelos predominantes de gobierno en Europa y Estados Unidos, aunque ya existía en muchos de estos países, su época de esplendor llegó tras la guerra. Sin embargo, la dinámica política dentro de estas democracias ha experimentado cambios significativos, especialmente en lo que respecta a la identificación de los partidos de izquierda y derecha y su base de apoyo. Durante décadas, los partidos de izquierda, principalmente identificados con la socialdemocracia, se ganaron el apoyo de las clases trabajadoras, las clases medias asalariadas e intelectuales progresistas. Mientras tanto, los partidos de derecha, anclados en valores de tradición, libre mercado y status quo, atrajeron a las clases medias acomodadas, las clases altas y los defensores del liberalismo.

Históricamente, los partidos de izquierda se han identificado con valores de igualdad y justicia social, abogando por políticas que buscan nivelar las desigualdades económicas y sociales. Este compromiso con la igualdad atrajo a los trabajadores industriales, así como a las clases medias preocupadas por la justicia y el bienestar social. Por otro lado, los partidos de derecha se apoyaron en la defensa de la tradición, el individualismo y el libre mercado, encontrando su base de apoyo entre las clases medias acomodadas y los conservadores que valoraban la estabilidad económica y social.

Sin embargo, en los tiempos contemporáneos, el panorama político en las democracias liberales ha experimentado un cambio dramático. La estructura social que solía votar consistentemente por determinados partidos se ha vuelto más fluida y fragmentada. Factores como la globalización, la tecnología y los cambios en la estructura económica han desafiado las divisiones políticas tradicionales y han creado un terreno fértil para el surgimiento de movimientos políticos extremos y populistas.

Este cambio en el panorama político plantea serias preocupaciones sobre el futuro de la democracia liberal. A pesar de la creencia generalizada de que la democracia es un sistema establecido desde tiempos inmemoriales, la realidad es que es un concepto relativamente nuevo en la historia de la humanidad. La democracia liberal tal como la conocemos hoy en día es el resultado de un proceso histórico complejo y aún se encuentra en constante evolución.

La aparición de movimientos políticos extremos y populistas, así como el ascenso de potencias globales con sistemas políticos y valores divergentes, plantean una amenaza real para la estabilidad de las democracias liberales en Europa y Estados Unidos. La crisis actual en Europa, exacerbada por la fragmentación política y social, subraya la fragilidad de estos sistemas políticos.

En conclusión, la democracia liberal no es un logro permanente, sino un ideal continuamente perseguido que requiere vigilancia y compromiso por parte de sus ciudadanos. El desafío actual radica en encontrar formas de adaptarse a un entorno político en constante cambio y preservar los valores fundamentales de la democracia en un mundo cada vez más complejo y diverso.

La nueva estructura social del voto

Para asegurarse la obediencia, los opresores necesitan de la complicidad del oprimido, y si los hombres rehusaran, de uno a otro, ayudarse a la vez a sostener y soportar la carga de la servidumbre, sería imposible que fueran sojuzgados. Sería necesario que el opresor, para prevalecer, previamente hubiese quitado a sus víctimas todo sentimiento de personalidad y coraje, es decir, todo impulso que pueda nacer del corazón del hombre; que las hubiera hecho estúpidas y resignadas, a fin de poder despojarlas después de sus bienes sin resistencia, y de ultrajarlas impunemente. Los únicos esfuerzos que hayan hecho entonces serán para irse a buscar, sin que haga falta, la vergüenza y la servidumbre, así como, por decirlo así, llevar a sus opresores al poder y al sultanato con sus propias manos. Todo esto puede explicarse si se supone que la voluntad de los débiles es manipulada por la seducción, el engaño y la violencia de los opresores, hasta el punto de que los hombres ceden gustosamente sus libertades y se convierten en sus propios opresores.

(Etienne de la Boétie. Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el contra uno, 1576)

En la política de finales del siglo XX, la democracia y la libertad parecían consolidadas. La mayor parte de los países del mundo apostaban por ellas o avanzaban en esa dirección. En el siglo XXI, en cambio, se ven amenazadas por una oleada creciente de gobiernos autocráticos. Lo explica Moisés Naím, columnista y miembro distinguido del Carnegie Endowment for International Peace en Washington, con su teoría de as tres ‘Ps’ de la política del siglo XXI.

Hay tres ‘Ps’ que están reinventando la política del siglo XXI: populismo, polarización y posverdad. El populismo siempre ha existido. La polarización es la sociedad dividida y enfrentada. Todo ello actúa en medio de la propaganda, a la que ahora llamamos posverdad. Estas tres ‘Ps’ han adquirido una potencia y unas formas de interactuar de las que carecían antes.

Al populismo se le confunde con una ideología, pero no lo es. Es una caja llena de herramientas, trucos y tácticas para obtener el poder y no dejarlo. Esta política se basa en la estrategia de divide y vencerás. La gran división social es entre el pueblo maltratado y una élite que abusa y lo maltrata. En medio aparece siempre un caudillo que ofrece al pueblo noble el fin del maltrato. Así llega al poder. La división, ahora, es producto de una polarización tóxica. Consiste en no aceptar que los rivales tienen derecho a poder gobernar. Es la polarización que estamos viendo en las democracias actuales.

Esa polarización se ve influida por la posverdad. Antes se hablaba de propaganda. La posverdad la incluye, pero la transciende al tratar de crear un mundo artificial al servicio del poder. La mentira se convierte, así, en instrumento normal de la política. La mendacidad deviene en estrategia fundamental. La gran mentira forma parte del arsenal habitual de los populistas. Por ello, hay que disminuir la impunidad de los mentirosos.

Históricamente, los dictadores eran militares que daban un golpe de Estado y asumían el poder. La toma del poder ahora ya no es así. Ahora es un proceso en el que, poco a poco, se van socavando los elementos fundamentales de una democracia. Se hace de forma que la población no lo perciba, colocando a sus partidarios en el poder judicial, comprando parlamentarios, aprobando leyes a última hora de la noche del viernes.

Eso paso en la década pasada. En 2011, el 40% de la humanidad vivía en régimen autocráticos, en 2021 era el 70%. El número de países que son democracias ha disminuido a 31. ¿Causas? La aparición de las redes sociales, con su inmensa influencia sobre la sociedad. La aparición de nuevas alianzas y de todo tipo de realidades. Mientras pasaba todo esto, se ejecutaban todos esos trucos para acabar con la democracia.

En la actualidad, las democracias occidentales enfrentan una serie de desafíos complejos que ponen en tela de juicio su estabilidad y legitimidad. Tres elementos clave se combinan para desafiar el funcionamiento de estas democracias: el populismo, el creciente poder de países no democráticos con influencia geopolítica y el descrédito de los partidos tradicionales como la democracia cristiana y la socialdemocracia.

El populismo, caracterizado por líderes carismáticos que apelan directamente a las emociones y preocupaciones de la gente común, ha ganado terreno en muchas democracias occidentales. Estos líderes suelen presentarse como defensores del "pueblo" contra una élite corrupta y desvinculada. Aprovechan la desconfianza en las instituciones establecidas y promueven agendas políticas simplistas y a menudo polarizadoras.

Además, el creciente poder de países no democráticos como Arabia Saudita, Rusia, Irán y Venezuela, entre otros, representa una amenaza para la estabilidad global y la influencia de los valores democráticos. Estos países, con regímenes autoritarios o semi-autoritarios, utilizan sus recursos económicos y militares para socavar la democracia y promover sus propios intereses en el escenario internacional.

El desprestigio de los partidos políticos tradicionales, como la democracia cristiana y la socialdemocracia, ha generado un cambio significativo en la estructura del voto en las democracias occidentales. Ahora, vemos un patrón emergente donde las clases bajas no cualificadas, las élites ricas no democráticas y los fanáticos políticos tienden a apoyar a partidos de extrema derecha. Las clases medias, independientemente de su origen social, tienden a favorecer a los partidos liberales, aunque también muestran cierto respaldo a los partidos socialdemócratas. Por otro lado, las clases altas y ricas también están inclinadas hacia la extrema derecha y la derecha tradicional.

Este cambio en la estructura del voto ha llevado a la aparición de partidos políticos extremos que socavan la democracia al cuestionar su legitimidad y desafiar sus principios fundamentales. Si esta tendencia continúa, las democracias occidentales podrían enfrentar una crisis existencial, con la posibilidad de que la democracia misma esté en peligro. Es imperativo que los defensores de la democracia reconozcan estos desafíos y trabajen juntos para fortalecer las instituciones democráticas y restaurar la confianza del pueblo en el sistema político. De lo contrario, podríamos estar presenciando los últimos años de la democracia tal como la conocemos.

La necesidad de una nueva legitimación

La democracia tiende a dar a cada individuo todas las ventajas que puede esperar de la sociedad. Pero no aporta a la comunidad más que lo que ella misma recibe de cada uno de sus miembros. La igualdad ha penetrado en la esencia misma del estado social y en las costumbres de los hombres; el principio de igualdad penetra, por otra parte, en el corazón de todas las leyes, influye sobre ellas, modifica su carácter, dirige su curso, suspende o ralentiza su marcha; la igualdad tiende a hacer a cada día menos visible el poder de las antiguas instituciones, a disminuir su importancia y, a la inversa, a hacer crecer la de las nuevas. La igualdad coloca a los pobres al lado de los ricos, acerca al hombre al poder, le permite penetrar en todas partes, estrecharse con todos y asimilar sin dificultad las más altas funciones de la administración. La igualdad se introduce en la forma y en el fondo de la sociedad, en sus ideas políticas y religiosas; y conduce, finalmente, a la igualdad de condiciones.

(Alexis de Tocqueville. La democracia en América. 1840)

¿Por qué si la democracia está en declive hay tantas elecciones? Porque los autócratas las necesitan puesto que proporcionan legitimidad. Es el caso de Hungría, Venezuela o Rusia. ¿Por qué Putin tiene que hacer estar piruetas institucionales, cuando es tan poderoso? Por la búsqueda de legitimidad y por las grandes mentiras.

Somos consumidores ingenuos de la política. Resulta fácil engañar a las personas, manipularlas. Todo eso ahora está potenciado por las redes sociales y las nuevas tecnologías. Además, está la necrofilia política, que es el amor por ideas muertas, que han sido probadas una y otra vez y siempre fracasan. La necrofilia política está en pleno auge. Basta oír los discursos de Putin, Milei, Netanyahu, Maduro, Orban... Nos hemos acostumbrado a que solo hay que votar cada cuatro o cinco años y no debemos hacer más. Pero no basta porque podemos perder la libertad.

La política es una colcha hecha de retazos en la que la polarización divide a la sociedad entre el pueblo, la élite y todo tipo de identidades. En Chile acaba de haber unas elecciones. En la toma de posesión del nuevo presidente hubo mucha gente. El acto estaba lleno de banderas en las que estaban todas las identidades, pero faltaba una, la de Chile. Eso era la afiliación de las personas a sus identidades, no a su país. Si se añaden las redes sociales y demás, se produce la situación tan precaria de muchos países.

Los autócratas generan grupos de apoyo mutuo. Orban ha dicho que va a seguir comprando petróleo a Putin y pagándole en rublos. En América Latina vimos un intento que ha fracasado, que era la alianza que creo Hugo Chávez. Tienen la necesidad y la propensión de buscar aliados en otros países.

Lidiar con los autócratas depende de la narrativa de cómo presentar una democracia. La narrativa del autócrata está profundamente enraizada en la anti política. En ella, todo es malo, lo de antes no sirve y hay que traer algo nuevo. Eso ha destruido muchos países. Por tanto, hay que mejorar la narrativa de la democracia. El problema es que esa narrativa tiene un producto medio obsoleto. La democracia tiene que adaptarse a las realidades del siglo XXI, como el cambio climático, la inteligencia artificial... Eso transciende fronteras, transciende regímenes. Hay que alinear la democracia con las exigencias de las personas del siglo XXI. Los conflictos armados han creado menos refugiados que el calentamiento global. Esa tendencia va a seguir, con costes humanos y materiales nunca antes vistos. La narrativa, en resumen, no puede ser la defensa de una democracia que no se ha actualizado con las realidades del siglo XXI.

Por lo que se refiere a la concentración de poder y la revancha de los poderosos, hay que disminuir la impunidad de la mentira. Tenemos que ser mejores consumidores digitales, con entes que nos protejan, porque somos víctimas de las nuevas tecnologías. Estas herramientas tecnológicas saben todo de nosotros y utilizan esa información con fines comerciales, publicitarios y políticos. Pero esto no quiere decir censura. Internet es, esencialmente, un espíritu de tecnología descentralizada. Además, hay tecnologías que nos van a permitir ser menos ingenuos en el uso de productos digitales. La posverdad, por tanto, va a ser más complicada. Esas tecnologías se van a combinar con cambios legislativos con la idea de proteger nuestra privacidad.

La democracia, como sistema de gobierno basado en la participación ciudadana y el respeto a los derechos individuales, se enfrenta a una serie de desafíos en la era contemporánea. Sin embargo, su legitimación y fortaleza pueden ser revitalizadas a través de tres acciones fundamentales: combatir la desinformación en línea, promover la educación cívica y democrática, y fomentar la colaboración entre los partidos tradicionales para contrarrestar las amenazas emergentes.

En primer lugar, la desinformación generada por Internet representa un desafío significativo para la democracia. Plataformas como X (Twitter) se han convertido en caldos de cultivo para el odio y la desinformación, donde las noticias falsas se propagan con rapidez y pueden influir en la opinión pública. Es crucial que se implementen medidas efectivas para combatir este fenómeno, promoviendo la verificación de datos y la transparencia en la información difundida en línea. Además, es necesario fomentar la responsabilidad por parte de las plataformas digitales y apoyar un periodismo ético y de calidad que contrarreste la proliferación de noticias falsas.

En segundo lugar, la educación cívica y democrática juega un papel fundamental en la legitimación de la democracia. Los ciudadanos deben comprender los principios fundamentales de la democracia, así como sus derechos y responsabilidades como participantes en el proceso político. La promoción de la educación cívica en las escuelas y la sociedad en general puede empoderar a los ciudadanos para que tomen decisiones informadas y participen activamente en la vida política.

Finalmente, es crucial que los partidos políticos que históricamente han fundado la democracia liberal europea, como la socialdemocracia y los democristianos, unan fuerzas para hacer frente a las crecientes amenazas de la extrema derecha, el populismo y los regímenes autocráticos de potencias emergentes no democráticas. A través del diálogo, la cooperación y el compromiso, estos partidos pueden trabajar juntos para fortalecer las instituciones democráticas y defender los valores democráticos frente a los desafíos internos y externos.

En conclusión, la legitimación de la democracia en la era actual requiere un enfoque multifacético que aborde tanto los desafíos internos como externos. Al combatir la desinformación y el periodismo fake, promover la educación cívica y democrática de todos los ciudadanos, y fomentar la colaboración entre los partidos políticos tradicionalmente democráticos, podemos fortalecer la democracia y garantizar su continuidad como sistema de gobierno legítimo y efectivo. Si no, los días estarán contados, y la democracia pasará a la historia.