Tenía 14 años cuando recibí de una compañera del salón -donde estudiaba el bachillerato-, la invitación a su fiesta de 15 años. Era la primera del grupo en llegar a esa edad, y su responsabilidad social era introducir a los demás al mundo de las fiestas donde los deseos adolescentes dictaminan la dinámica de la noche. Mi sorpresa fue aún más grande cuando noté que, para este tipo de eventos, eran necesarios algunos protocolos los cuales eran desconocidos para mi joven mente que apenas y superaba su interés por los juegos de rol online y las tardes de guitar hero con sus amigos. Esa misma noche, al entregar la invitación en casa para que me dieran permiso, mis padres mencionaron los protocolos, y a la presión existente añadieron una condición: para asistir a los quinceañeros, tendría que aprender a bailar.
Imaginen mi sorpresa cuando, 12 años después, en una conversación con mis estudiantes de cierta prestigiosa institución me entero de que ya no se hacen fiestas, que pasaron de moda, que no se baila el vals, y que lo que más piden las jóvenes a sus padres llegados los 15 años, es nada más y nada menos que una cirugía estética.
Según un artículo del diario El País, en los últimos 8 años hubo un aumento del 215% en cirugías estéticas, y solo en EE.UU. el 94% de los pacientes que se someten a estos procedimientos son mujeres. Se menciona también, que la preocupación asciende debido a que hay una estrecha relación entre patologías y rasgos de enfermedades mentales y muchos de los pacientes interesados en estos procedimientos. En el presente artículo, propongo una reflexión en torno a la belleza, una perspectiva valiosa de este concepto desde la filosofía oriental y, finalmente, una crítica a la deformación del cuerpo y la identidad a partir de los filtros en redes sociales.
La belleza en Platón
Cada vez que trato el tema del amor con estudiantes, inicio siempre con el mismo texto, con seguridad, si alguno de ellos lee este artículo recordará aquellas clases traumáticas leyendo El Fedro. En este diálogo, Sócrates habla con uno de sus estudiantes -Fedro- sobre una cuestión para nada carente de significado: ¿A quién debemos entregar nuestros favores? ¿Al ser amado o al amigo por el cual solo sentimos deseo? En una forma más cotidiana:
¿Debemos entregarnos sexualmente a la persona de quien nos hemos enamorado o, más bien, tener relaciones con un amigo/conocido por quien no sentimos más que deseo y lujuria? (Nótese que estas clases eran un boom en las escuelas católicas en las que enseñaba).
Platón, empleando a Sócrates como personaje encargado de transmitir su mensaje, defiende la idea de que el amor, no es -como nos han enseñado las telenovelas mexicanas- una enfermedad. Todo lo contrario, la locura que el amor genera a aquel que ama es producto de inspiración divina para poder alcanzar su último fin: la belleza.
Según Platón, el amor auténtico, lejos de ser una mera emoción, es una fuerza que impulsa al individuo hacia la belleza suprema, una belleza que trasciende lo físico y lo mundano. Ahora bien, tendremos que detenernos aquí para preguntarle a Platón: ¿Qué entiende por belleza? Y, ¿Por qué el objetivo del amor es alcanzarla?
Reminiscencias
Sócrates, en El Fedro, presenta la teoría de la reminiscencia, argumentando que el alma humana existe antes de nacer en el mundo terrenal y, por lo tanto, posee conocimiento inherente que recuerda una realidad superior. Sin embargo, al ser aprisionada en un cuerpo, el alma olvida poco a poco su estado de libertad originaria en el que —según Platón— volaba contemplando las divinas esencias.
¿Qué es lo que hace recordar al alma su estado de libertad originaria? Veamos el texto:
Cuando un hombre ve las bellezas terrestres y se acuerda de la verdadera belleza, su alma recobra las alas y desea volar; pero, conociendo su impotencia, levanta como el ave su vista hacia el cielo (...)
Cuando nos enamoramos de la belleza terrestre, la cual es imperfecta según Platón, esta hace que el alma tenga una especie de déjà vu, un recuerdo en torno a aquella belleza perfecta que contempló en su estado de libertad y que ha perdido por la vivencia en este mundo terrenal. Por esto, naturalmente pareciera que la vida en libertad del alma y la vida como humano terrenal no encajara, el mismo Platón lo menciona en el texto inmediatamente después:
Y, como descuida los quehaceres humanos, se le trata de insensato.
Según Platón, la belleza que encontramos en el mundo físico actúa como un recordatorio, despertando en nosotros la nostalgia de ese estado de perfección. Esta belleza no se limita a lo meramente estético, sino que es un reflejo imperfecto de la belleza verdadera, la cual pertenece al reino de las Ideas, al mundo de las formas perfectas e inmutables.
El amor, en esta perspectiva platónica, se convierte en un catalizador para recordar y buscar esa belleza trascendental. Cuando contemplamos algo hermoso en este mundo, ya sea en la naturaleza, en una obra de arte o en la bondad moral, despertamos un anhelo de alcanzar la verdadera belleza que está más allá de la realidad física.
Así, la belleza platónica está ligada a la búsqueda de la verdad y la perfección. Es un recordatorio para el alma de su verdadera naturaleza y su anhelo por retornar a esa esfera superior, donde la belleza y la libertad se experimentan en su máxima expresión.
La belleza es lo que recuerda al alma su condición de libre.
El concepto de belleza en la tradición oriental
Leyendo para la estructura de mi tesis de maestría, me encontré con un carácter de la tradición oriental que cambió significativamente mi pensamiento en torno a la belleza (a pesar de haber leído antes a Platón). Este carácter es 理 (lǐ) y lo trabajaremos más adelante.
Asia y la belleza
El fenómeno de la búsqueda de la belleza en la cultura asiática, particularmente en la industria del entretenimiento, como lo reflejan grupos de K-pop como Aspaen, ha sido un tema de interés y debate. La estética en esta industria ha fomentado ciertos estándares de belleza que, para muchos, son cada vez más difíciles de alcanzar sin recurrir a prácticas extremas, como las cirugías estéticas.
El K-pop, como una potente industria cultural, ha proyectado una imagen de belleza idealizada que a menudo incluye características faciales y corporales específicas. Esto ha llevado a que muchos artistas se sometan a procedimientos quirúrgicos para cumplir con estos estándares, lo que plantea preguntas sobre la salud mental y física de estos artistas, así como sobre la presión que enfrentan para adaptarse a estas expectativas estéticas.
En contraste con los estándares contemporáneos de belleza en la cultura asiática, arraigados en la industria del entretenimiento y el K-pop, la tradición china -diferente a la China hiper productiva que conocemos- ha mantenido una perspectiva diferente sobre la belleza, basada en principios filosóficos arraigados en la armonía, la virtud y la naturaleza. La antigua filosofía china, que ha influido en tratados y pensamientos sobre la belleza, no se centraba tanto en la apariencia física como en la armonía integral del individuo con su entorno. Veamos.
La palabra 理 (lǐ) en mandarín no se traduce directamente como «belleza» en el sentido estético o artístico. Por lo general, se refiere más a conceptos como «razón», «principio» o «patrón». Sin embargo, en la filosofía china, especialmente en la tradición confuciana y taoísta, se puede asociar la noción de 理 (lǐ) con la belleza natural en un sentido más amplio. Desde esta óptica, 理 (lǐ) se relaciona estrechamente con el concepto de la fuerza natural, el orden inherente y la armonía que subyace en el universo. Según el taoísmo, lo bello se encuentra en aquellos aspectos que están en sintonía con esta naturaleza primordial.
Esto implica no solo una apreciación estética de la naturaleza, sino también una vida en conformidad con sus patrones y ciclos, encontrando belleza en la simplicidad, la fluidez y la aceptación de lo que es. La belleza es, entonces, un estilo de vida enfocado en la virtud, lo minimalista y la sencillez del cuerpo y el espíritu.
En contraste, la belleza artificial lograda a través de cirugías estéticas puede ser un intento de alcanzar un estándar de belleza superficial, desconectado de la propia identidad y del flujo natural de la vida. Este enfoque puede estar más orientado hacia la corrección de aspectos físicos percibidos como defectos, sin considerar la conexión integral entre cuerpo, mente y entorno. La búsqueda de la perfección física a menudo puede llevar a una desconexión con la autenticidad y a una falta de aceptación de la belleza inherente en la individualidad y la naturaleza única de cada persona. ¿Cómo ha mutado esta concepción -occidental y oriental- de la belleza direccionada hacia la vida en virtud y autenticidad en el siglo XXI?
El cuerpo digital
Indagando un poco en torno al cuerpo, la forma en cómo este se transforma y se altera en redes sociales, me encontré con el brillante trabajo de Sherry Turkle, profesora de Estudios en ciencias sociales del Instituto de Tecnología de Massachusetts. Ella expone que, en la era digital contemporánea, las personas desarrollan una dualidad de identidades: una en el mundo virtual, representada por sus perfiles en redes sociales, y otra en el mundo real, reflejada por su identidad física y personal. Es decir, el ser humano posee hoy dos cuerpos: un cuerpo virtual, y otro real.
Esta dicotomía planteada por Turkle sugiere que, en la era de las redes sociales, se está moldeando una percepción distorsionada de la identidad, donde el cuerpo real a menudo se percibe como menos valioso que la imagen construida en línea. Esta tendencia puede llevar a una desconexión con la autenticidad y a la creación de una versión idealizada de uno mismo, lo que influye en la autoestima y la percepción de la realidad física.
Las redes sociales y las plataformas en línea ofrecen oportunidades para la creación de una identidad idealizada, una versión filtrada y curada de uno mismo, muchas veces alejada de la realidad física. Este «cuerpo virtual» se convierte en un foco de atención y deseo, mientras que el cuerpo físico real, en ocasiones, se siente menospreciado o se busca «corregir» mediante filtros y retoques digitales para asemejarse más a la identidad virtual.
Ahora volvamos al inicio de este artículo. Volvamos a la charla con mis exestudiantes quinceañeras.
Para un adolescente inmerso en la cultura de las redes sociales, la dicotomía entre su cuerpo real en constante cambio y la presión por mantener una imagen idealizada en línea puede ser abrumadora y desafiante. Experimentar transformaciones físicas naturales propias de la adolescencia puede volverse una experiencia difícil, especialmente cuando se confronta con la imagen perfecta y retocada que se proyecta en plataformas digitales. La constante exposición a cuerpos idealizados y la necesidad de adaptarse a esos estándares de belleza puede generar una sensación de inseguridad, vergüenza o insatisfacción con su cuerpo real en evolución. Esta dualidad entre la presión por mantener una imagen virtual perfecta y la realidad de los cambios físicos puede desestabilizar la percepción de los adolescentes y dificultar su aceptación de la autenticidad y la belleza natural de su cuerpo en desarrollo.
Para algunos adolescentes, la presión de alcanzar un estándar de belleza virtual puede llevarlos a considerar las cirugías estéticas como una opción para alcanzar ese ideal. Las cirugías ofrecen la posibilidad de modificar aspectos físicos percibidos como defectos, brindando la ilusión de control sobre la apariencia y la capacidad de acercarse a la imagen idealizada que se proyecta en las redes sociales.
Conclusión
Es crucial reconocer y fomentar una conciencia más profunda sobre la verdadera naturaleza de la belleza, alejándonos de los estándares superficiales y promoviendo una apreciación por la autenticidad y la diversidad corporal. Necesitamos guiar a los jóvenes a reconocer y valorar la belleza más allá de la apariencia física, invitándolos a reflexionar sobre la conexión entre la belleza, la virtud y el propósito superior del alma. En palabras de Platón, la belleza auténtica nos recuerda que el propósito de nuestra alma va más allá de la apariencia física, apuntando hacia valores virtuosos y trascendentales. Como educadores, nuestro compromiso debe ser cultivar una comprensión más profunda de la belleza, basada en la autenticidad, la aceptación y la conexión con sentidos superiores, impulsando a nuestros estudiantes a valorar y nutrir lo que yace más allá de la superficie.