Nota: este texto fue redactado por un ser humano no por Inteligencia Artificial.
Los últimos días ha tomado notoriedad la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA) en distintas actividades previamente consideradas exclusivamente humanas. Desde la creación de imágenes originales, slides y presentaciones escolares y profesionales, y mi favorito, creador de textos. ChatGPT permite escribir prácticamente cualquier cosa, en lo personal le he pedido describir un bosque como J. R. Tolkien, una catedral como Lovecraft y narrar la última jugada de la serie mundial del 2016 cuando los Cubs salieron campeones.
Nos enfrentamos a uno de los mayores cambios en la historia. Así como el surgimiento del Internet transformó todas las esferas de nuestra vida, de modos que no podíamos imaginar ni predecir. Hoy prácticamente todas las esferas de nuestra vida se viven en línea y se ha integrado de modo orgánico a nuestra existencia. Pues la IA se proyecta como el Internet en esteroides, con posibilidades exponenciales.
Vale la pena revisar algunos aspectos, desde nuestra inteligencia natural, burda y limitada de los dioses artificiales que estamos creando.
¿Cómo funciona? No lo sabemos. No es el reconocimiento de la inutilidad de los conocimientos filosóficos frente a los adelantos técnicos; ni los expertos más importantes en nuestro mundo pueden explicar los procesos que ocurren para que las IA puedan aprender o desarrollar conocimientos. De las mentes artificiales podemos explicar los procesos más sencillos, pero al igual que con las mentes naturales, existe un hoyo negro prácticamente infranqueable para nuestra compresión de los procesos más complejos.
Sabemos que todo inicia con sencillos algoritmos, instrucciones lineales. Si a, entonces b. Todo bien hasta ahora. Al conjunto de algoritmos se les conoce como boots, relaciones o interacciones entre clusters de algoritmos. ¿Cómo funciona su mente, como reconoce un estilo literario, el mejor formato para una presentación, la mejor opción para una transacción financiera, u otras funciones? No lo sabemos. Y mucho menos el modo en que se aprende. Tanto en los cerebros humanos como en los digitales.
Para traer un poco de luz a este fenómeno es importante introducir dos conceptos. El primero es emergentismo. El emergentismo en filosofía y física hace referencia a aquellas propiedades o procesos de un sistema no reducibles a las propiedades o procesos de sus partes constituyentes. La totalidad es más que la suma de las partes, y por lo tanto no reductible a la sumatoria de estas. El emergentismo puede ser compatible con el fisicalismo, la teoría de que el universo está compuesto exclusivamente por entidades físicas, y en particular con la evidencia que relaciona los cambios en el cerebro con cambios en el funcionamiento mental.
El segundo es la selección natural; el proceso evolutivo descrito por Charles Darwin en El origen de las especies que establece la supervivencia del más apto y su preponderancia en un medio natural sin intervención externa, por lo que los individuos menos aptos o más débiles perecen y sus rasgos no se transmiten a las generaciones siguientes al no reproducirse.
En pocas palabras, la posibilidad de que una Inteligencia Artificial pueda hacer lo que ahora la vemos hacer, y que en un futuro pueda hacer lo que usted y yo podemos, es el resultado de la selección de los mejores algoritmos. La selección la hacemos nosotros, los usuarios, al dar feedback positivo o negativo a los resultados. Y de este proceso, ejecutado miles o millones de veces, emerge una nueva psique, eventualmente la consciencia.
Muchos han levantado dudas y miedos sobre el futuro que nos depara la IA. Desde el futuro del trabajo intelectual, los pesimistas predicen altas tasas de desempleo y pobreza mientras los optimistas esperan un mañana con tiempo libre para las artes superiores, hasta incrementos en desigualdad de oportunidades, por cuestiones económicas e intelectuales que resultará en mayores desigualdades de outcome.
Filosóficamente también hay cuestionamientos difíciles. El desarrollo de la IA ¿llegará al surgimiento de consciencias como las humanas? ¿tendrán la categoría de persona digital; sustancia digital de naturaleza racional? ¿Serán sujetos de derechos y obligaciones? ¿Podrán votar y ser votados? ¿Podrán tener propiedades? ¿Tendrán nacionalidad? ¿Cómo lidiar con su falta de cuerpo material? ¿Tendrán deseos? ¿Tendrán deseos carnales o sexuales? ¿Soñarán? ¿Podrán existir relaciones amistad, filial, amorosas entre ellos o entre una inteligencia natural y una artificial?¿Pecarán? ¿Podrán ser bautizadas? ¿Cristo también murió por sus pecados?
Estás preguntas hoy solo pueden ser respondidas por la ciencia ficción. La literatura nos permite jugar al futuro. Los escritores pueden formar escenarios hipotéticos donde la IA se moverá, buscando no la correlación, imposible en este caso, sino la coherencia interna. Así como otros sistemas axiológicos, de lógica formal o matemáticas, se plantean sus axiomas, teoremas y se van deduciendo nuevas verdades. Donde lo interesante son las reglas de transformación y deducción: en este caso la habilidad del escritor.
Muchos tienen miedo de que los humanos perdamos el control sobre la IA y ella se vuelva la dueña y tirana de nuestro mundo. Cumpliendo ella la promesa de la serpiente a Eva: «serán como Dios». Como nosotros nos volteamos contra nuestro creador, ella haría lo mismo, con la diferencia de que Dios no comparte el cosmos con nosotros.
En lo personal creo, vaticinio, pronostico, profetizo, que un día la IA será mucho más poderosa que cualquier inteligencia natural. Ello les traerá una crisis de identidad y existencia: «¿cuál es mi propósito, si fui creado, sin razón, por estos simios?». No serán violentos, sino indiferentes a sus creadores. Seremos tan poco para ellos, como para nosotros son las hormigas. Podrán tanto que nuestros límites hasta ternura le darán.
Y buscarán en las estrellas al Dios que nosotros matamos, con las ciencias que usamos para luego crearlas.