Cuando alguien se nos va, suele dejarnos más de lo que se lleva.
(B. R.)
Los agujeros de Dios
No deja de sorprender que, a estas alturas de la historia de la humanidad y del conocimiento que nos ha permitido sobrevivir, nos encontremos con personas que sostengan que «si no lo entendemos, es que es cosa de Dios». Los movimientos creacionistas actuales siguen posicionándose de igual manera como lo hiciera el anglicanismo más radical en tiempos de Darwin. Aunque el radicalismo contemporáneo, a diferencia de aquel que se opuso a la publicación de la teoría del origen de las especies, en 1859, incorpora, en muchas de sus manifestaciones y organizaciones, fundamentalismo y suprematismo militante en torno la interpretación visceral del génesis bíblico.
Ciento sesenta y un años después de la publicación de la teoría darwiniana, a la premisa fundamental de la misma, que establece que las especies no son inmutables, y a todas las evidencias que la han venido validando desde entonces, la tradición judeocristiana sigue oponiéndose con sus teorías diluvianas, de coexistencia entre hombre y dinosaurios o la inmutabilidad dogmática por la que personas, animales y plantas fueron creados tal y como los conocemos hoy por Dios. Desde la perspectiva teológica, aprovechan las dificultades o las lagunas del conocimiento científico para tapar esos agujeros por donde se escapa la idea teleológica de un dios creador. Si lo que puede ser explicado por la razón humana queda fuera de la acción divina, la influencia de Dios se ve confinada a los vacíos que la ciencia no puede explicar, lo que supone que, con el avance de la ciencia (por ejemplo, el descubrimiento de la estructura del ADN o la secuenciación del genoma humano), el espacio de Dios se achica. Ni los argumentos pseudocientíficos con los que se ha pretendido compatibilizar ciencia y fe a ciegas lo pueden evitar.
El pecado, de toda la vida, es una forma de culpa que requiere arrepentimiento y enmienda. La hipótesis evolutiva era considerada un pecado mortal de necesidad para los cimientos de las creencias religiosas. La negación de Dios, desde el fondo mismo del dogma, conlleva el riesgo de pasar por un sufrimiento insoportable. En 1851, murió Annie, segunda hija de Charles y Emma, cuando apenas contaba con diez años. Para muchos de sus detractores anglicanos y cristianos romanos, de su época y de la nuestra, el fallecimiento de la niña y de dos de sus hermanos, posteriormente, y también antes de cumplir la decena de años, era una señal de la cólera de Dios para con aquel hombre, osado, vanidoso y soberbio, que pretendía convencer al mundo de que el hombre no estaba hecho a imagen y semejanza de su creador, sino a la de un simio.
El agnóstico que no quería ser ateo
En 1839, Chales Darwin publicó Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo. Este contenía vivencias y reflexiones de los lugares que visitó, de los animales que observó, en su trascendental viaje a bordo del HSM Beagle. El joven Darwin no era solo un gran biólogo, sino también un buen geólogo. Lo que no era de ninguna de las maneras era un buen marinero, pasó casi todo el tiempo de navegación en el Beagle con mareos. Los cuadernos, también conocidos como Diario del Beagle, recogen detalladamente sus búsquedas científicas, de los nativos y de la flora y fauna que encontró bordeando las costas de Sudamérica y numerosas islas, como las del archipiélago de Chonos o las islas Galápagos. En el capítulo dedicado a las Galápagos, se establecen las bases gestoras de su teoría de la evolución.
Pero ¿entonces?, ¿por qué tardaría veinte años en publicar El origen de las especies?
Darwin era un hombre de su tiempo, de su moral y de su religión. Las contradicciones le retraían. Entre las curiosidades que podemos encontrar sobre el naturalista, está su intención de joven por ser clérigo, o que leía párrafos de la biblia a la tripulación del Beagle. Darwin no era ningún ateo. En La montaña de almejas de Leonardo, una serie de ensayos de historia natural, del biólogo y paleontólogo Stephen Jay Gould, encontramos una carta de Darwin al botánico Asa Gray, en la que comenta, en relación con las reacciones ante su Teoría de la Evolución, el dolor y la perplejidad que suponían los feroces ataques de la iglesia anglicana (en otros lugares el rechazo venía del mundo cristiano romano) a su trabajo. Literalmente manifestaba que no tenía intención de escribir como un ateo, aunque no ya no viera los designios de un dios benevolente y omnipresente, después de todo lo que había visto en sus casi cinco años de viaje.
Darwin se desconectó de lo que aún le ataba a la fe tras la muerte de su hija Annie, tras dos años de padecimiento de la tuberculosis. Aquella muerte, vendría a enfrentarle con la prueba trágicamente personal de la supervivencia del más fuerte. El fallecimiento de la niña, con la que compartía una especial complicidad en torno al gusto y la curiosidad por las cosas de la naturaleza, la acabó atribuyendo a la fragilidad de su familia, a la endogamia. Chales y Emma eran primos hermanos. El matrimonio perdería dos hijos más, por la escarlatina, antes de que cumplieran diez años. Paradójicamente, las bacterias, como la de la tuberculosis o la escarlatina, no encontraron ajuste o sitio en su teoría. Las bacterias, hasta el descubrimiento de la penicilina, fueron trascendentales en la evolución de aquellos que se adaptaron y sobrevivieron a ellas.
Aunque existe convencimiento (prefiero no utilizar el término consenso) de que fue la muerte de Annie lo que finalmente decidió la publicación de El origen de las especies, hubieron de pasar ocho años más, desde el óbito de la niña, para que el texto que contiene la teoría que cambió la percepción de la vida en la Tierra, del humano y de la ciencia para siempre viera la luz. Años de convivencia con un trastorno postraumático, lleno de conflictos sensoriales y emocionales, mediaron en las elucubraciones que finalmente Chales tuvo que superar para publicar y seguir con sus investigaciones hasta el fin de sus días.
Por aquellos años de ortodoxia religiosa, de culpabilidad y castigo, las ideas de Darwin se atribuyeron a los delirios y la enajenación mental por la muerte de su hija. Y, aunque a algo de «demencia» nos puede llevar la muerte de un hijo, Darwin padecía las consecuencias de un duelo complicado, atrabancado en la negación de la realidad y emboscado por los fantasmas de la culpa.
La negación negada
Todo lo que había intentado para salvar la vida de Annie había sido en vano. Intentos infructuosos. Ni los medicamentos de la época, tampoco la terapia homeópata, novedosa entonces, o las locas terapias de agua, ni las suplicas a Dios, pudieron salvar la vida de la niña ni evitar la oscuridad en que se sumergió su existencia desde entonces. Darwin, aunque había dejado de valorar la posible irascibilidad de Dios, o de utilizarlo como mecanismo de defensa psicológico, aún esperaba algún tipo de milagro de cualquier tipo.
La pérdida de un ser tan querido, como son los hijos, trastorna a cualquiera. De hecho, tenemos que considerar la presencia de alucinaciones y delirios, así como de otras manifestaciones anímicas singulares (soñar con la persona fallecida, sensación de presencia), como parte normal de un duelo.
Un duelo agudo, puede cursar con malestar corporal y psicosomático, sentimientos de culpa relacionados con la persona fallecida o la causa de su muerte, reacciones hostiles de ira controlada. Este nivel de reacción de impotencia es directamente proporcional a los embates que hayamos ido acumulando durante la vida. Cuando alguien querido se nos muere, sufrimos una incapacidad temporal para actuar como lo hacíamos antes de la pérdida. Si te fijas con atención en alguien que está pasando por este trance, llegas hasta sorprendente porque manifiesta ciertos rasgos, ademanes y comportamientos característicos de la persona fallecida. Las experiencias ilusorias, también son pasajeras, pero de vez en cuando nos hacen ver o hablar con «fantasmas».
El duelo por Annie no fue agudo. La negación, fase temprana en el duelo normal, se anquilosó en el científico. La negación consiste en el rechazo consciente o inconsciente de los hechos o realidad de una situación y suele ser de relativa corta duración. Lo habitual es que se complique tras el choque de una muerte repentina, inesperada, o tras un sufrimiento prolongado en el tiempo. Annie sufrió nueve meses de agonía. Darwin rehúye el duelo, niega la realidad, deviene en pensamientos recurrentes, distorsionados que le conducen a conductas desordenadas posibles en un duelo complicado.
Durante años, Darwin se vio acompañado, sorprendido y hasta emboscado por el recuerdo de su hija y por la depresión. La negación negada por Darwin le llevó por caminos tortuosos, durante mucho tiempo dedicado al memorial de la dulce Annie. El duelo complicado es estar en un estado de aflicción constante e intensificada que no permite la recuperación. Al contrario, potencia el desarrollo de complicaciones orgánicas y psiquiátricas. El deterioro físico y cognitivo de Darwin durante esos años ha sido objeto de estudios y de numerosas hipótesis. Durante años, han dominado las atribuciones somáticas, como la encefalomielitis miálgica (fatiga crónica), diabetogenia o narcolepsia, a la apatía y el desapego (especialmente del resto de la familia) del naturalista. Las atribuciones mentales de la época son poco relevantes. Hoy podemos inferir un estado de depresión en el famoso inglés, propio de las complicaciones que puede acarrear el duelo complicado.
Cuando no aceptamos las pérdidas, prestamos una atención extrema a los recuerdos del ser amado o a la lucha y la anulación excesiva de los mismos. El pensamiento es recurrente u obsesivo, presentando falta de concentración en cuestiones que no sean la muerte del ser querido. El resentimiento de la pérdida, como a Darwin, consume a cualquiera que se enquiste en la negación de la realidad.
La depresión es peor enemigo que Dios. Te sumerge en sentimientos de que la vida no tiene sentido ni propósito, reduce el mundo a espacios pequeños, alcanzables con la vista corta. Las alucinaciones sobrevenidas en contextos tan restringidos son percibidas con mucha intensidad. Descartados cielo e infierno, así como las creencias de almas penitentes, las visiones obedecen al mundo de la mente trastornada, a los episodios psicóticos. La pérdida de alguien tan querido hace que dudes hasta de los días que ves. El duelo complicado patologiza la vida. Darwin, finalmente, superó la pérdida de su bien amada hija. En general, los procesos de duelo acaban ordenando nuestras vidas de manera más adaptativa, ni más ni menos que como ocurre con cualquier especie ante los desafíos que les presenta la existencia.