Algunos médicos y miembros de la comunidad LGBT nos dicen que existen diferencias en el cerebro de hombres y de mujeres y que unos nacemos con el cerebro del otro. Recientemente, se ha publicado un libro sobre la «transexualidad» en nuestro país. Las participantes son en realidad hombres gais que se convencieron que son mujeres. A mí no me importa si uno quiere vestirse de mujer o de hombre o de Eddy Smol; tampoco me interesa si uno tiene sexo con hombres, mujeres o con doña Merry Christmas. Pero cuando te denominas transexual y crees que tienes el cerebro equivocado, la solución es hormonal y quirúrgica.
Desafortunadamente, no se han encontrado aún cerebros masculinos que tengan senderos femeninos y viceversa. Ningún niño nace con un cerebro que venga con el combo del género y la orientación sexual. Porque estos se aprendan temprano, no significa que uno nazca con ellos. El género nace con la palabra y como intuyeron Freud y Lacan, los hombres y las mujeres sabemos hablar el lenguaje del otro. La única diferencia es que en algún momento de la infancia, lo reprimimos. Entonces, la solución a los que se sienten incómodos, no es quirúrgica sino política: tenemos que luchar contra los estereotipos y no contra los penes o las vaginas. Las feministas consideran que los transexuales no son progresistas: buscan la hiperfeminidad y la hipermasculinidad en tiempos en que los demás las dejamos atrás.
La medicina del transgénero es peligrosa. En Argentina, para que te aprueban una operación de cambio de sexo necesitas que los médicos y los psiquiatras te «evalúen». Si ya crees que una vagina o un pene artificial te hará completa, mentirás a los «especialistas» para convencerlos de que siempre quisiste ser del otro sexo. En vista de que entre más temprano empiece el tratamiento hormonal más fácil resulta hacer los cambios, los médicos se convertirán en los nuevos policías del género. Buscarán en los kinders y en las escuelas a niños que les parezcan atípicos y convencerán a sus padres que empiecen a prepararlos. Conozco a un peluquero que era un hombre gay llamado Bailarina a quien su psiquiatra lo convenció de que estaba en el cuerpo equivocado. Ahora, después de inyectarse hormonas que pronto lo harán susceptible al cáncer, su carrera es venderse en las calles de España. Su transexualidad es más que todo económica: gana más como prostituto que como peluquero. Él lo que tiene equivocado no es el cuerpo sino su profesión.
¿Y cómo determinarán que uno merece la operación? Pues en Argentina, como en todos los países de la industria transexual, exigiendo comportamientos estereotipados. El varón que quiere hacerse mujer tendrá que demostrar que le gusta cocinar, jugar con muñecas y hacer trabajos de secretaria y de enfermera. Jamás se aceptaría a uno que quiera ser doctor o ingeniero de construcción. En otras palabras, hacer un lado la lucha feminista.
La operación de cambio de sexo no solo es dolorosa sino que nunca crea ni vaginas ni penes que funcionen. Y las intervenciones quirúrgicas son permanentes. Nunca se llega a dejar el cuerpo tranquilo. Y todo porque te creíste la bobería de que unos son de Marte y otros de Venus.