Tras el incidente generado por una controvertida caricatura antisemita que obligó a The New York Times a pedir disculpas públicas, una nueva polémica se vuelve a generar por otro dibujo que el diario estadounidense publicó hace un par de fines de semana con la imagen del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Esta vez Netanyahu está vestido como Moisés sosteniendo una tablet de piedra con la que se toma una selfie. Dan Senor, quien se presenta como asesor del Senado y el Pentágono estadounidense, transmitió su malestar a través de su cuenta en Twitter y deslizó una posible campaña contra el primer ministro israelí:
«Espere ... @ NYTimes presentó otro animado de Netanyahu? ¿Este después de la caricatura del jueves que representa a Netanyahu como un perro? ¿Estoy leyendo esto bien? ¿Está el Times obsesionado con el primer ministro de Israel?»,
se preguntó.
El New York Times está lleno de judíos de clóset. Lo mismo qué pasa con los gais que se odian a sí mismos porque lo han aprendido de la sociedad. El sociólogo Irvin Louis Horowitz nos habla de origen histórico. Muchos judíos trabajaban en las cortes europeas y «validaban las mentiras contra los judíos para ganarse la aprobación de los gobernantes». En la Alemania de los años de 1920, varias mujeres judías de alcurnia celebraban reuniones académicas en sus hogares en que invitaban a los mismos antisemitas que despotricaban contra ellas. Wagner era un antisemita rabioso pero sus patrocinadores y fans eran los judíos alemanes que buscaban ser aceptados por la elite.
Marx y su familia, igual que el poeta Heine, se convirtieron al cristianismo para quitarse el «estigma del judaísmo». Uno de los más grandes expositores fue Otto Weininger, un judío brillante que publicó el libro El sexo y el carácter. En este atacó a los judíos y a las mujeres como inferiores. Weininger consideró que los judíos eran débiles e inútiles, como las mujeres.
Kurt Lewin opinó que a un judío que se odia a sí mismo «le disgustará todo lo que es particularmente judío y lo verá como un obstáculo para ser aceptado por la mayoría. Mostrará disgusto por los judíos que se miran y actúan como tales». Teodoro Herzl también escribe sobre el antisemitismo de origen judío que se opone al sionismo político. Esto incluye hoy día a los judíos, como Judith Butler, que despotrican contra el Estado de Israel y participan en boicots y en organizaciones que buscan su destrucción. Aunque nos digan que les preocupan los pobres palestinos, la verdad es que si así fuera, les enojaría la situación de todos los pueblos que no tienen un país propio: existen muchísimos y no todos, para conseguirlo, tiran bombas a poblaciones civiles y clavan cuchillos en mujeres embarazadas o explotan en autobuses repletos de personas inocentes.
La realidad es que apoyan a los palestinos porque no soportan a los judíos orgullosos de ser judíos. Phyllis Chesler incluye a las feministas judías que para congraciarse con las «progresistas de izquierda» se vuelven más papistas que el Papa en condenar a Israel. Su cólera y frustración por vivir en un patriarcado se lo proyectan al pequeño Estado judío. Claro que uno puede hacer críticas y no estar de acuerdo con la política de Israel, pero lo que es enfermizo es la obsesión, la señalización solo de este pueblo, sin que les importe o hagan algo en contra de situaciones mucho peores.