Hauser & Wirth se complace en presentar una exposición dedicada al artista Eduardo Chillida, el escultor español más destacado del siglo XX. Chillida es enormemente respetado por ser un infatigable innovador que ha desa ado las convenciones de la escultura cuestionándose las formas, los materiales y el espacio. Concebida como un homenaje a su maestría en cuestión de materiales, esta presentación es la primera de este tipo llevada a cabo en la galería de Zúrich y exhibe su vanguardista y vasta obra mediante una selección de trabajos que rara vez habían sido mostrados al público en ocasiones anteriores. Esta panorámica, que abarca un periodo de 50 años, incluye esculturas de pequeño y gran formato en acero, tierra chamota, granito y alabastro, así como dibujos, grabados y sus ‘gravitaciones’. Con las diversas esculturas que forman parte de colecciones permanentes de instituciones suizas de gran relevancia, las obras de Chillida que conforman la exposición contextualizan la presencia del artista en el panorama cultural suizo.
Nacido en San Sebastián en 1924, Chillida se inspiró durante toda su carrera en el entorno natural e industrial del País Vasco, lo cual se re eja en su variada elección de materiales como el acero, el hierro y la madera, entre otros. En combinación con una profunda comprensión y respeto por estos materiales, el interés del artista por la posibilidad de de nir el espacio y la luz mediante la forma fue el principio fundamental de su obra. Estas ideas tuvieron su origen en la época en la que estudiaba arquitectura en Madrid a principios de los años 40, una disciplina que tuvo un impacto constante en su carrera. Chillida se impregnó frecuentemente de la in uencia de la losofía, la poesía y la historia europea y oriental. De esta forma sus experimentos con formas abstractas abarcan inquietudes tanto físicas como metafísicas.
Chillida comenzó explorando los materiales locales tras su regreso, en 1951, al País Vasco desde París, a donde se había trasladado para estudiar dibujo y, posteriormente, escultura. Durante el tiempo que pasó en la capital francesa, el artista realizó diversos trabajos gurativos en materiales como el yeso, inspirado por las esculturas de la Antigua Grecia que había visitado en el Louvre. Cuando el centro neurálgico del mundo del arte se desplazó de París a Nueva York, Chillida regresó a San Sebastián, decidido a profundizar en las posibilidades artísticas de la región.
Durante este periodo, el artista aprendió diversas técnicas de un herrero local, comprendiendo así las propiedades únicas del hierro y el acero, dos metales de importancia y tradición notable en la industria vasca. Transformando la materia en complejas estructuras con sus propias manos, Chillida fue capaz de familiarizarse con la esencia básica de estos resistentes materiales, experimentando directamente su transformación. Tal y como señaló el lósofo Gaston Bachelard, el artista supo comprender la ‘compleja alma’ de estos materiales. Al mismo tiempo conceptuales y arquitectónicos, los trabajos de Chillida en hierro y acero resultaron fundamentales para su comprensión de las intersecciones de las formas geométricas y orgánicas.
Una de las obras de acero principales de la exposición, ‘Enparantza (Plaza)’ (1990), toma su nombre de la palabra vasca que signi ca ‘plaza’, un espacio público en el que se reúne la gente. En posición vertical, la forma rectangular de esta obra se ve suavizada por ligeras hendiduras e irregularidades a lo largo de sus lados. La sección superior del tótem presenta cortes geométricos almenados que enfatizan la relación entre la dimensión física del material y la modulación del espacio que la rodea. ‘Enparantza’ no solo es un ejemplo de la destreza de Chillida para moldear minuciosamente el espacio y el volumen, sino que también es una manifestación de la sensación de comunidad que impregna gran parte de su trabajo.
Sin embargo, el acercamiento de Chillida a la piedra se basó en la creencia de que las formas geométricas de la escultura debían provenir de sus cualidades intrínsecas, no de una transformación completa. Su escultura de granito, ‘Harri II (Piedra II)’ (1991), expuesta aquí en un espacio interior por primera vez en casi veinte años, es un ejemplo de su re exión acerca de la naturaleza impenetrable de la piedra. Sus suaves y rítmicas curvas de granito trans guran delicadamente el espacio en el que se asienta. La mano del artista se puede identi car gracias a hendiduras hechas en la piedra, que crean espacios vacíos que penetran su exterior.
Mientras experimentaba con estos materiales, Chillida comenzó a realizar grabados, dibujos y collages, una práctica que perduraría durante toda su carrera y llevaría su obra a un público más amplio. Entre los trabajos más destacados de Chillida sobre papel que forman parte de la exposición, se incluyen dibujos lineales de manos. Estos trabajos bidimensionales exploran conceptos clave para la obra de Chillida, como los límites del espacio y la relación entre la obra de arte y su entorno; ideas que se re ejaron e in uyeron en sus obras tridimensionales. Para su serie ‘Gravitación’, Chillida utilizó capas de eltro o papel cortado con el n de jugar con las ideas de la gravedad, la luz y la tensión. Cosió estos trabajos con hilo y los suspendió, iluminando un sutil contraste entre el espacio positivo y el negativo.
La sensibilidad de Chillida a la luz y el espacio también se extendió a sus obras de alabastro. El artista incorporó a su práctica este histórico material tras realizar numerosos viajes por Grecia, Umbría, la Toscana, Roma y la Provenza a principios de los años 60. La densidad del alabastro se ve contrarrestada por su translucidez, una relación paradójica que caracteriza frecuentemente al trabajo de Chillida. Fascinado por su peso y materialidad, Chillida creía que la luminosidad de esta piedra podía recon gurar el espacio de forma dinámica. La exposición presenta varias de estas singulares esculturas de alabastro, entre ellas la tardía obra de Chillida Homenaje a Pili’ (2000). A lo largo de toda su carrera, Chillida brindó tributo con sus obras a diversas personalidades de la cultura a las que respetaba y admiraba. Con frecuencia, estas pertenecían a tres grandes grupos: trabajos dedicados a artistas, entre otros Constantin Brâncuși, Alexander Calder, Katsushika Hokusai y Joan Miró; a músicos como Johann Sebastian Bach y Antonio Vivaldi; y a lósofos o poetas como Gaston Bachelard, Martin Heidegger, Emil Cioran y Pablo Neruda.
‘Homenaje a Pili’, realizada tan solo dos años antes de su muerte, no es una oda a una gura creativa, sino a su amada esposa, Pilar, ‘Pili’, Belzunce. Escogió este alabastro en concreto por la precisión de su color y la imperfección de su forma para re ejar la luz gris habitual en el País Vasco y el mar Cantábrico. Tallando esta luminosa piedra con un sentido preternatural del material, Chillida inmortalizó su adoración por su mujer y compañera. Con un suave grabado interior dentro de un tosco exterior de piedra, las esculturas de alabastro del artista son un ejemplo perfecto de su capacidad para adaptar progresivamente la forma en una búsqueda continua de la realidad del material en cuestión.