Ya era costumbre oírlo silbar, cantar y sonreír, cuando con paso ágil y rápido entraba a la sala de enfermos. También oírlo contar un chiste nuevo, siempre con gracia natural. Su sola presencia animaba a los hospitalizados y contagiaba de entusiasmo a los colegas, enfermeras y personal de servicio. Su palabra infundía ánimo y nunca se le oyó quejarse y menos hablar mal de los demás. Era querido por todos y hasta los que le tenían envidia por tanto atributo favorable, habían de rendirse ante su bondad, su sabiduría y su don de gente. Ese médico era diferente a los demás y todos lo notaban. Ese médico era asombroso. Por si fuera poco, hacía diagnósticos maravillosos. Sabía más que todos sus colegas. Y no solo medicina. Leía de todo, poseyendo una cultura enciclopédica. Ese médico era una joya y afortunados los que estaban a su alrededor.
Su existencia cabalgó entre la segunda mitad del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX. Nació el 12 de julio de 1849 en Bond Head, Ontario Canadá. Era el hijo menor de un reverendo anglicano llegado de Inglaterra doce años atrás, para cubrir la feligresía de varias pequeñas poblaciones al norte de Toronto. Por consiguiente, su labor tenía que ser itinerante, pero ello no le impidió cumplir las funciones de solícito esposo, ya que su mujer, de nombre Ellen, tuvo con él nueve hijos. En este ambiente austero y religioso creció William Osler, quien con el tiempo llegaría a ser el más famoso médico de su época y quizás para otros pasados de exageración, el de toda la historia.
Debió nutrirse de un ambiente cálido y culto, ya que también tres de sus hermanos, al decir de Michael Bliss, uno de sus últimos biógrafos, igualmente tuvieron destacada actuación en la sociedad canadiense en los campos de la judicatura, la banca y la jurisprudencia. William, amante de las ciencias naturales desde niño, optó por seguir la carrera de medicina, inmediatamente después de terminar sus estudios de bachillerato en el Trinity College de Toronto. A los veintitrés años de edad, se graduó de médico en la Universidad de Mc Gill.
Primeros años profesionales
En vez de comenzar a trabajar de inmediato, prefirió robustecer sus conocimientos adquiridos en las aulas, en las salas de hospital y en los estudios particulares, optando, seguramente contando para ello, con recursos financieros familiares, por llevar a cabo pasantías clínicas en Londres, Berlín y Viena, tres de las grandes catedrales de la enseñanza de la medicina para la época. Debió haber sido para el joven médico canadiense, una gira muy provechosa, dado su profundo amor al estudio, al contacto con los pacientes y al enriquecimiento humanístico.
Regresó más sólidamente formado, por lo que no fue sorpresa para nadie, que inmediatamente fue designado profesor de su alma mater. Por diez años se mantuvo en McGill y en ese breve lapso se convirtió en el profesor estrella de la institución. Sus alumnos lo adoraban y comenzó a escribir artículos médicos a un ritmo endemoniado. Nadie podía comprender cómo le alcanzaba el tiempo para hacer tantas cosas. Su fama de buen médico y afamado profesor trascendió las fronteras de su campo de acción y contribuyó decisivamente a incrementar la fama de su universidad. Ya era considerado uno de los mejores reformadores médicos de la enseñanza de la medicina. Su inmenso lar nativo le comenzó a ser pequeño y las invitaciones a trabajar en el país vecino, comenzaron a acumularse en su escritorio. Le había llegado la hora de levantar vuelo sin fronteras. Se trasladó a los Estados Unidos.
Años en Filadelfia y Baltimore
Inicialmente se asentó en la más antigua escuela de medicina de dicho país, la Universidad de Pensilvania. Allí continuó con su la labor de práctica clínica, formación de médicos y labor científica, trasladando a innumerables artículos científico, su gran saber y experiencia. Allí permaneció por cinco años y como en McGill, cosechó gran estima y admiración entre la comunidad de profesionales de la salud y de pacientes.
De nuevo recibió múltiples invitaciones para trabajar en otros reputados centros de enseñanza médica. No le costó elegir ya que optó por aceptar ser jefe médico del hospital Johns Hopkins, de Baltimore, el más famoso en los Estados Unidos por su excelencia y luego fue nombrado profesor de medicina de la escuela del mismo nombre. Osler, junto con otros tres catedráticos, Howard Kelly, William Halstead y Welch (los célebres cuatro doctores), fueron los artífices de la nueva revolución de la enseñanza médica en el mundo anglosajón, por no decir mundial (F. R. Moulton- J.-J. Schiffers).
Esos diecisiete años en la Johns Hopkins fueron el cenit de la carrera de William Osler. Allí escribió centenares de artículos médicos (se dice que al menos fueron 730) y completó su monumental obra Los principios y la práctica médica, que se convirtió en la biblia médica de miles de estudiantes de medicina. Para ese momento, al menos en Norteamérica, «era reconocido ya como el médico más eminente y de más influjo de su tiempo». Además de su gran labor académica, científica y de práctica hospitalaria, atendía una gran clientela privada que buscaba afanosamente sus servicios. Toda esta inmensa actividad comenzó a afectar su salud, por lo que junto con su esposa, decidieron que había llegado el momento y tiempo para un cambio.
Años finales en Inglaterra
Tenía cincuenta y cinco años y la gloria en el campo de la medicina lo tenía ya marcado y seleccionado desde hacía ya bastante tiempo. En 1905, la Universidad de Oxford en Inglaterra le ofreció el inmensamente honorífico cargo de Regius Professor of Medicine, el cual sin titubeos aceptó. Se trataba del más alto cargo que en medicina podía ofrecer el imperio británico (Moulton- Schiffers).
Michael Bliss nos informa que unos años atrás se había casado con Grace, una bisnieta de Paul Revere, el famoso patriota y héroe de la independencia norteamericana. En 1911 ambos recibieron el título de Sir William y Lady Grace. Su vida en Oxford fue más reposada, aun cuando continuó atendiendo pacientes y dando conferencias. Se dedicó con ahínco a leer clásicos, convencido aún más de la conveniencia y utilidad para los médicos, de unir «las viejas humanidades y las ciencias nuevas». Osler siempre fue un humanista que amó por sobre todas las cosas la profesión de médico. Cada minuto, cada hora, cada semana y mes de su existencia, estuvo de alguna manera unido a la medicina. Sus pacientes, sus alumnos, sus colegas lo amaban y sentían orgullo inmenso de haber sido de alguna manera parte de su vida.
En esos años publicó su libro Un estilo de vida (A Way of Life).Se trata de un conjunto de consejos y reflexiones dedicado especialmente a los jóvenes estudiantes, de acuerdo a su experiencia y propia filosofía de su vida. Vale la pena leerlos, ya que no han perdido vigencia con el paso de los años.
William Osler tenía setenta años cuando el 29 de diciembre del año 1919 falleció a consecuencia de una neumonía posterior a un ataque del virus de la influenza. Dos años antes, su vida, lo mismo que la de su esposa Grace, se vieron ensombrecidas por la muerte de su hijo único, de nombre Revere, en los campos de batalla del frente occidental, durante la Primera Guerra Mundial.
Después de su muerte, siguieron llegando los elogios sobre el médico canadiense. En 1925 salió publicada una gigantesca biografía escrita por uno de sus alumnos y protegidos, el famoso neurocirujano Harvey Cushing. La obra exigió 1.400 páginas y requirió dos volúmenes. La vida de Sir William Osler fue considerada una obra maestra y resultó ganadora del premio Pulitzer.
Para terminar, quizás valga la pena preguntarse quién fue en realidad William Osler y por qué se le recuerda aún, próximo a cumplirse cien años de su muerte. Nadie mejor para responder, que su máximo biógrafo, el Dr Cushing:
«En realidad de verdad, hubo muchos Osler: el médico, el profesor, el humanista, el escritor, el bibliófilo, el historiador, el filántropo, el amigo y compañero de jóvenes y viejos…Probablemente no ha habido médico alguno a quien en vida suya tanto se citase ni acerca de quien se escribiese tanto».