En primer lugar, algunas referencias de analistas acerca de este tema a fin de darnos una idea contextual de lo que acontece en Yemen y en esa parte del mundo.
Me llega a través de América 2.1 el artículo Yemen, Arabia Saudí y el dolor de los demás, fechado el 5 de noviembre de 2018 y redactado por Alfonso Armada, que me impactó. El artículo, en parte de su desarrollo señala:
«He hecho una fotografía de la portada de la edición internacional del New York Times para que sepan a qué atenerse, de qué estoy hablando. Es esta [véase el artículo].
»La imagen fue tomada por Tyler Hicks, y lleva este pie de foto: “Amal Hussain, de 7 años, que sufre de severa malnutrición, en una clínica de Aslam, Yemen. De los cerca de dos millones de niños malnutridos en Yemen 400.000 están considerados críticamente enfermos”.
»En el quinto párrafo, se lee: “La devastadora guerra que sufre Yemen ha recibido algo más de atención en los últimos días, a medida que el escándalo desatado por el asesinato de un disidente saudí en Estambul ha puesto el foco sobre las acciones de Arabia Saudí en otros lugares. Las críticas más ásperas contra la guerra liderada por Riad se han centrado en los bombardeos aéreos que han matado a miles de civiles, incluso en bodas, funerales y autobuses escolares, ayudado por inteligencia y bombas estadounidenses”».
Para compartir con los lectores una visión del conflicto que acontece en Yemen, del cual poco o nada se informa por estos lados, cito textualmente a Internet:
«La Guerra Civil Yemení es un conflicto armado en medio de un conflicto político de poder que está atravesando la República de Yemen, como consecuencia del golpe de Estado sufrido en 2014.
La guerra civil es un conflicto entre dos entidades que reivindican constituir el Gobierno yemení. Los separatistas del sur y las fuerzas leales al gobierno de Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, con sede en Aden, entraron en conflicto con los hutíes y sus fuerzas, leales al expresidente Alí Abdalá Salé.
La organización al-Qaeda en la Península arábiga (AQPA) y el Estado Islámico de Irak y el Levante (EI) también han participado en el conflicto, llegando la AQPA a controlar algunos territorios en el interior y trechos de la costa.
En este contexto, hay en curso una intervención militar extranjera —Operación Tormenta Decisiva- que comenzó cuando la coalición de Estados árabes, liderada por Arabia Saudí, emprendió una campaña de bombardeos en territorio de su vecino Yemen, el 25 de marzo de 2015, para intentar repeler a las fuerzas hutíes, presuntamente respaldadas y armadas por Irán. Pese a los ataques de la coalición, la mayor parte de las víctimas resultan ser población civil».
En otro reportaje de El País de España, la analista Ángeles Espinoza en su artículo Las guerras superpuestas de Yemen del 26 de septiembre de 2018, subtitulado «La intervención saudí ha sacado a la luz las múltiples fracturas del país árabe más pobre», señala:
«En marzo de 2015 Arabia Saudí decidió restaurar al presidente Abdrabbo Mansur Hadi en el Gobierno de Saná, del que le habían echado los rebeldes Huthi unos meses antes. Desde entonces, los estragos de los bombardeos de los saudíes y sus aliados se han convertido en el póster de la guerra de Yemen. Pero esa intervención militar, alentada por la convicción de que Irán estaba detrás del avance Huthi, es sólo el último de los conflictos que se superpone sobre el castigado mapa del país más pobre del mundo árabe.
Para entonces, las cicatrices de la historia reciente habían empezado a estallar de forma violenta hasta el punto de que no había una guerra civil sino varias. Hacía mucho que el Yemen mítico de la reina de Saba, de los conquistadores que trajeron las acequias a la península Ibérica, de los primeros rascacielos de la historia y del café de Moca, ya había quedado sepultado por el oscurantismo religioso de los imanes, las luchas tribales y la perniciosa dependencia del qat (el qat, una hierba estimulante y narcótica, cuyo cultivo da trabajo a dos millones de personas, es el centro de la vida social yemení. Si hay algo que distinga a los yemeníes del resto de los mortales es su afición a mascar qat, una hierba estimulante y ligeramente narcótica que constituye el centro de su vida social. Mascan qat los mayores y los jóvenes, los hombres y las mujeres, los pobres y los ricos).
Los Huthi, una mezcla de partido político y milicia así conocido por la tribu de sus principales dirigentes, pero cuyo nombre real es Ansarullah, se habían hecho con el Gobierno en septiembre de 2014 y avanzado hasta Adén, el gran puerto del sur. El grupo, inicialmente surgido en defensa de la minoría zaydí (la rama del islam chií más cercana a los suníes) jamás hubiera podido abandonar su feudo de Saada si no hubiera contado con el apoyo de una parte de la población (harta de dirigentes corruptos) y, sobre todo, del ex presidente Ali Abdulá Saleh, que nunca llegó a aceptar la cesión del poder a Hadi que le impuso la comunidad internacional y que seguía contando con la lealtad de buena parte del Ejército».
Hasta acá, cito este artículo de Ángeles Espinosa.
Para tener un panorama global de lo que acontece en el mundo árabe, me remito al artículo La guerra desde dentro: el mundo árabe contra sí mismo publicado en El nuevo diario, el 23 de mayo de 2016”, con información que en esencia sigue vigente, donde se señala:
«En la euforia de los levantamientos de 2011, cuando un horrible autócrata árabe tras otro era derrocado, parecía como si los árabes finalmente estuvieran girando hacia la democracia. En vez de ello, su situación es más deplorable que nunca. Bajo el régimen del presidente Abdel-Fattah al-Sisi, Egipto está incluso peor que bajo el derrocado dictador Hosni Mubarak. El Estado se ha desintegrado en Irak, Siria, Libia y Yemen. Las guerras civiles se propagan y el sectarismo está desenfrenado, alimentado por una competencia entre Irán y Arabia Saudita.
El “califato” yihadista del Estado Islámico de Irak y el Levante (EI), el resultado más grotesco de la furia sunita, está haciendo metástasis en otras partes del mundo árabe. Aunque todo esto pudiera parecer sombrío, podría ser peor todavía. Si la guerra civil libanesa de 1975-1990 sirve de parámetro, a la de Siria le quedan muchos años por delante. Otros lugares podrían ponerse feos. Argelia enfrenta una crisis de liderazgo y la insurgencia en el Sinaí pudiera propagarse al propio Egipto.
Todo esto no es tanto un choque de civilizaciones como una guerra dentro de la civilización árabe. Los extranjeros no pueden solucionarla, aunque sus acciones pudieran ayudar a mejorar un poco las cosas o empeorarlas mucho. Primero que todo una solución debe provenir de los propios árabes.
Los Estados árabes están sufriendo una crisis de legitimidad. En cierta forma, nunca han superado la caída del imperio otomano. Las ideologías prominentes —arabismo, islamismo y ahora yihadismo— han buscado alguna categoría de Estado mayor más allá de las fronteras dejadas por los colonizadores. Ahora que los Estados están colapsando, los árabes están revirtiéndose a sus identidades étnicas y religiosas».
Más adelante el artículo señala:
«Muchos países han florecido pese a historias traumáticas: Polonia y Corea del Sur, por no mencionar a Israel. El mundo árabe ha sufrido muchas fallas creadas por él mismo. Muchos líderes fueron déspotas que encubrieron su autocracia con la retórica de la unidad árabe y la liberación de Palestina, y no cumplieron ninguna de las dos cosas. El dinero del petróleo permitió a los gobernantes comprar lealtades, pagar agencias de seguridad opresivas y preservar modelos económicos estatistas fallidos abandonados desde tiempo atrás por el resto del mundo».
Hasta acá cito este artículo.
Haciendo referencia a estos diversos análisis y repasando los simples hechos que acontecen y han acontecido en el mundo árabe, podemos concluir que sin duda el mundo árabe está en una terrible «catástrofe» (Nakba) que se refleja trágicamente en muchos lados. Yemen es sin duda una de las expresiones más dramáticas.
Ver esas imágenes de Yemen parte el corazón. Nadie puede ser indiferente a este tipo de tragedias. La indignación que a uno le da es que son tragedias propias de la estupidez humana, totalmente evitables en pleno siglo XXI.
Para el mundo árabe, el principal culpable de lo que les ocurre es Israel. El nacimiento del Estado de Israel es según las dirigencias del mundo árabe, la Nakba (tragedia, catástrofe o desastre en árabe) y lo recuerdan a menudo.
Sin embargo, tanto la actual tragedia de Yemen, como todo el sombrío panorama que refleja el mundo árabe muestra una vez más las diferentes facetas de lo que he mencionado en varios de mis análisis acerca de la verdadera Nakba árabe: mantener una mentalidad conflictiva, tribal, violenta y con escasa capacidad de aceptar y respetar la diversidad, aun la de quienes tendrían que ser sus propios hermanos. Pero también es una mentalidad de ambiciones de poder mezcladas con creencias religiosas dogmáticas vinculado todo ello a unas reminiscencias de violencias tribales ancestrales.
Sin embargo, las dirigencias árabes insisten en que la Nakba es el nacimiento de Israel como Estado. De allí que ellos, como dirigentes del mundo árabe no asumen responsabilidad alguna en las tragedias evidentes que acontecen casi en todo medio oriente.
El contexto de los simples hechos del conflicto con Israel que he analizado en otros artículos, nos llevan a pensar de manera muy diferente. Israel nada tiene que ver en la Nakba árabe salvo el ser una demostración más de que esa Nakba sí existe, pero que es propia de la mentalidad árabe.
Es decir, el conflicto árabe israelí muestra también las diversas facetas de la Nakba árabe, fundamentalmente la de no ser capaces de aceptar convivir con otra cultura diferente. Ese conflicto acontece no por territorio ni por recursos naturales, sino por motivaciones emocionales, pseudo religiosas por su dogmatismo y con un falso orgullo que les lleva a priorizar el odio en lugar del convivir en paz con un vecino culturalmente distinto.
La no aceptación en la práctica de que Israel exista como Estado, más allá de las meras declaraciones, es la base de ese conflicto, a pesar de las estrategias que los dirigentes árabes palestinos hayan utilizado para mostrar lo contrario, es una expresión más de la tragedia que implica la mentalidad de las dirigencias árabes.
La Nakba puede tener además otro componente: la enorme falta de autocrítica respecto de lo que sucede en el mundo árabe por parte de sus dirigentes que no asumen ninguna responsabilidad en las tremendas tragedias que generan, del desastre de sus gobiernos y como lo he señalado, siempre culpan de ello a otros especialmente al imperialismo o a Israel.
Exista o no Israel, la tragedia de Yemen y la de todo el resto del mundo árabe sería prácticamente la misma. Ni las ambiciones de poder ni la escasa capacidad de aceptación de la diversidad, ni la falta de autocrítica cambiarían en el mundo árabe aun cuando Israel no existiese.
Quizás sí podríamos señalar respecto de esta Nakbah, la utilización que de la misma ha hecho el imperialismo europeo y norteamericano principalmente, que han aprovechado esa trágica mentalidad árabe para que además de la caótica y dolorosa situación que vive la gente inocente en el mundo árabe, que agrava aún más la enorme tragedia relacional, organizacional, de desigualdad social y económica que vive todo nuestro planeta.
En lugar de culpar al imperialismo, el mundo árabe ha de asumir su propia responsabilidad al dejarse manipular por éste. Quizás si en el mundo árabe hubiesen sido capaces de superar su Nakba, siendo hermanos y solidarios entre sí, habiendo conquistado esa capacidad tan esencial para la humanidad de ser respetuosos con quienes son diferentes, habrían podido enfrentar de un modo más exitoso al imperialismo y el mundo quizás sería muy distinto. Pero esto último son sólo buenos deseos alejados de la realidad que formarían parte de la política ficción.