Soy una ciudadana estadounidense, nacida y criada en Nueva York. He vivido mi vida adulta en el norte de California. He sido, durante toda mi vida, profesora, terapeuta y escritora. Me he sentido moderadamente cómoda en estos roles, si bien, una o dos veces, fui ridiculizada y criticada repetidamente e incluso agredida sexualmente por el delito de creer que yo, una mujer, podía hacer esos trabajos. Mi familia también estaba horrorizada y quería que solo me quedara en la casa, me casara y les diera nietos. Por supuesto, no fui la única y EE.UU no es el único país donde se produce esta discriminación y acoso. Recientemente, ciertos hombres cuyos nombres todos conocemos (uno de ellos es el presidente de los Estados Unidos) han intensificado la guerra contra las mujeres, las personas de color y los inmigrantes a un nivel que debe llamarse no solo horrible, sino también malvado. Creo que esto no es solo una cuestión de psicopatología, aunque la psicopatología se destaca por todos lados, sino de moral.
Estos son hombres que son malos, codiciosos y obsesionados solo por ellos mismos. Parece que pueden ganar esta ronda, nombrando a un juez que les permitirá, sin temor a represalias, a todos mantener sus ganancias mal habidas. Esta es solo una escaramuza en una guerra de larga historia que probablemente comenzó cuando Abigail Adams advirtió a su esposo John para que no olvidara a las mujeres en la Constitución. Él fue al Congreso Constitucional e ignoró su consejo. Se redactó una Constitución para proteger los derechos de los hombres blancos, y los esclavos tuvieron que luchar durante años para obtener estos mismos derechos. Es entonces cuando ahí comenzaron las guerras de género.
Finalmente, las mujeres ganarían el voto, los esclavos su libertad y mucho después, el derecho al voto. Ahora, los privilegios de los blancos serían defendidos, en lugar de la ley, por engaños. Para impedir el voto negro, se pediría una identificación adicional, se ocultarían las urnas, se cambiarían los distritos para reducir el poder numérico y hasta utilizarían, para evitar que los negros fueran a votar, los linchamientos y las agresiones. Sin embargo, la guerra por la igualdad continuó e influyó en las mujeres. Las sufragistas buscaron el voto para la mujer pero también lucharon contra el alcoholismo porque este hacía que sus maridos, cuando regresaban a sus hogares, las golpearan y las violaran. Algunas de ellas, mujeres de avanzada edad, llegaron a quemar los bares en donde sus maridos se gastaban el dinero que tanto había costado acumular. La familia y el significado de la palabra es históricamente «todas las posesiones de un hombre». Por medio de ella, el varón era dueño y podía hacer lo que le diera la gana, de sus mujeres, de sus animales y de sus propiedades. Por supuesto, esto es historia antigua.
La violencia doméstica y la violación comparten una larga tradición y son mucho más frecuentes de lo que pensábamos cuando comenzamos, en los años setenta, a denunciarlos. El descubrimiento se dio por una idea simple. Escuchamos las historias de las mujeres. Como lo hicimos, miles de ellas revelaron lo que hasta ahora se había mantenido en secreto. Nació así la disciplina de la terapia de la mujer, asociada con la problemática del trauma.
Incluso hoy día, cuando recorrí el campus donde yo, una conocida feminista, enseñaba en la Universidad para la Paz en Costa Rica, llegué a mis primeras horas de oficina para encontrar una fila de mujeres que esperaban para contarme lo que les había sucedido. Sentían que solo una feminista les daría una audiencia justa. Algunas feministas argumentan que existen muchos hombres que tienen conciencia de género y que pueden también oírlas. Esto es verdad. Y lo digo no para excusarme de lo que voy a decir o para que no me perciban como antimasculina. Las feministas no somos anti hombre, sino pro mujer. No debería ser esto algo opuesto.
Según las estadísticas recopiladas por el programa de la mujer en las Naciones Unidas:
• Se estima que el 35% de las mujeres en todo el mundo ha sufrido, en algún momento de su vida, agresiones o violencia sexual por parte de una persona que no es su pareja. Sin embargo, algunos estudios nacionales indican que hasta el 70 por ciento de las mujeres ha experimentado, en su vida, violencia física y/o sexual por parte de su pareja.
• Las mujeres que han sido abusadas física o sexualmente por sus parejas tienen más del doble de probabilidades de tener un aborto, casi el doble de probabilidades de sufrir depresión, y en algunas regiones, 1,5 veces más probabilidades de contraer el VIH, en comparación con las mujeres que no experimentaron violencia doméstica.
• El 23% de las estudiantes universitarias de pregrado informó, en una encuesta realizada en 27 universidades de los Estados Unidos en el 2015, haber experimentado una agresión sexual o una conducta sexual inapropiada. Las tasas de denuncia a los funcionarios del campus, la aplicación de la ley u otras variaron de 5 Al 28 por ciento, dependiendo del tipo específico de comportamiento.
• Alrededor de 120 millones de niñas en todo el mundo (algo más de 1 de cada 10) han experimentado, en algún momento de sus vidas, relaciones sexuales de penetración forzadas u otros actos sexuales. Los perpetradores más comunes de la violencia sexual en contra de las niñas y de las mujeres son, en gran parte de los casos, los padres, los padrastros, los esposos, las parejas o los novios actuales o anteriores.
Estamos aprendiendo que muchas de las teorías científicas que están actualmente en boga fueron desarrolladas, por supuesto, por los hombres y, por lo tanto, pueden estar equivocadas. Por ejemplo, la teoría de Darwin, basada en analizar a los varones, enfatiza como ley natural la competencia y la supervivencia de los más aptos. Resulta que la cooperación y la ecología, más comunes en las mujeres, juegan un papel igual de importante en la evolución. Recientemente, las mujeres han cuestionado que la luna sea un planeta que nació de un choque planetario y aducen que es una parte que se desprendió de la Tierra. Esta nueva teoría es una prueba evidente que algunos pilares de nuestro conocimiento, si tomáramos en cuenta nuestra diversidad y perspectivas distintas de género, pueden ser cuestionadas y hasta superadas.
Aquí están las estadísticas nacionales para los Estados Unidos:
Asesinato
En 2015, 1.181 mujeres fueron asesinadas por su pareja sentimental. Eso es un promedio de tres mujeres por día. De todas las mujeres asesinadas en los Estados Unidos, alrededor de un tercio fueron asesinadas por una relación íntima.
Violencia doméstica (violencia de pareja íntima o maltrato)
La violencia doméstica puede definirse como un patrón de comportamiento abusivo en cualquier relación. El fin es obtener o mantener el poder y el control sobre una pareja sentimental. Según el Centro Nacional para la Prevención de Agresión Doméstica: las mujeres experimentan, de parte de sus parejas sentimentales, alrededor de 4,8 millones de asaltos físicos y violaciones cada año. Menos del 20 por ciento de las mujeres maltratadas, después de la agresión, buscaron tratamiento médico.
Violencia sexual
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Víctimas de Agresión, que incluye delitos que no fueron denunciados a la policía, 232.960 mujeres en los EE. UU, en el 2006, fueron violadas o agredidas sexualmente. Eso equivale a más de 600 mujeres por día. Otras estimaciones, como las generadas por el FBI, son mucho más bajas porque se basan en datos de las agencias policiales. La realidad es que una gran cantidad de los delitos nunca se denuncia por razones que van desde la sensación de la víctima de que no se puede hacer nada (desesperanza aprendida) hasta la naturaleza personal del incidente. En los Estados Unidos, no podemos dejar de llamar a esto por su nombre: la guerra de género.
Si existe algo que nos guía a la evolución, es hora de que los hombres se vuelvan menos agresivos y violentos y que las mujeres se pongan de pie y expresen, sin temor a represalias, la dura realidad en que viven. No estoy sugiriendo, como muchos hombres temen, que el sistema de dominación se invierta, sino que es hora de crear un sistema que enfatice la igualdad, el respeto y el amor. Somos animales sociales y el amor, a menos que se distorsione por el aprendizaje, es la gravedad que nos mantiene unidos. Debemos apreciarnos mutuamente y compartir el amor que naturalmente nos conecta.
Todavía tengo esperanza, pero mientras tanto no viviré en los Estados Unidos en donde se ha dado un violento golpe de estado.