A los estudiantes ciegos no hay cosa que se les enseñe con más cuidado que los comportamientos y los modismos relacionados con el género. Deben ser aprendidos conscientemente, no de la misma manera que se nos enseña a los videntes. Para ellos, no existe campo para tener la ilusión de que estos son «naturales». Para los ciegos, las conductas del género se aprenden por la práctica y la mímica. A las niñas, se les enseña a cerrar las piernas, a caminar delicadamente, a mantenerse erguidas y a sonreír mucho. A los chicos, se les enseña a ser más ásperos, a ocupar el mayor espacio posible y a juzgar su propio valor por las mujeres que conquistan. Sin nadie a quién imitar, estas lecciones no son incrustadas en sus cuerpos de forma inconsciente; no provienen de emular a quienes los han cuidado, sino como los videntes aprendimos Historia Universal, o sea, memorizándolos.
Samantha es una sexy mujer ciega. Ella trabaja en ello. Y estoy segura de que estaría feliz de oírme decirlo. Antes de casarse, tuvo muchas aventuras y deslices sexuales, y tal vez, si se le presenta la oportunidad, los vuelva a tener.
La invité a nuestro seminario de práctica terapeútica para que hable de su papel como terapeuta sexual (sí, ella de esto ha hecho una carrera). Mi clase estaba, por supuesto, fascinada con la idea y ansiosa por conocerla. La suya, prometía ser una singular perspectiva. El día en que programó su intervención, ella hizo su dramática entrada una hora más tarde y de la mano de una desaliñada estudiante graduada. Samantha había reclutado la ayuda de Lara para ayudarla a vestirse para la ocasión y esto resultó ser un proceso largo y complicado. Samantha estaba ansiosa por dar la impresión correcta y anunció coquetamente, a nadie en particular, que llegar tarde era su prerrogativa femenina.
Samantha ha estado ciega desde nacimiento, como resultado de haber pasado sus primeros días en una incubadora, trágica circunstancia que, hasta que se descubrió la causa de esta desgracia, cegó a tantos niños prematuros. A pesar de su falta de visión, Samantha ha logrado aprender la habilidad especial que ciertas mujeres tienen para hacer una entrada triunfal. Aunque no puede verlos, en cualquier habitación en que entra, todos los ojos inmediatamente se vuelcan sobre ella. La suya, es una especie de “restregar en tu cara” su determinación de no sentirse inferior a las mujeres videntes.
Samantha tiene cuarenta y dos años; su piel es uno de los colores que la sociedad determina blanca y sus relaciones sexuales son del tipo que la ubican como heterosexual. Ella es alta y esbelta y su pelo largo es de color castaño claro. Ella nos hace saber que la gente la considera atractiva y muchas veces le dicen, con insistencia, que es muy guapa «para ser ciega».
Samantha ha estado casada por muchos años con un hombre vidente, lo que es en su mundo, todo un logro. En el juego del amor, la mujer es una campeona. También está dispuesta a demostrar todos los trucos de la feminidad y el género que habíamos discutido en nuestras sesiones anteriores y que todas las mujeres del aula conocemos, aprendimos y llevamos guardados en cada uno de nuestros huesos. Su manera de aprenderlos ha sido mucho más consciente y deliberada que la de cualquiera de las mujeres videntes de la habitación, lo que al principio, parecía, un poco asombroso. Puedo asegurar, con confianza, que al final de su charla, las mujeres de mi clase, respecto a ella, se sentían más parecidas que diferentes. Ella, sin haber nunca visto a una mujer, ha dominado perfectamente el arte de la feminidad. El género es algo que a ella le importa y nos lleva de la mano con un coqueteo encantador. Es una especie de ataque sorpresivo. Samantha se asegura de ser el centro de atención en cualquier habitación, haciéndose lo más visible posible. Una fuerte influencia en ella, según nos cuenta, es que creció, como muchas otras chicas de su generación, leyendo la revista Seventeen, por supuesto, en su versión en braille. Así como Jesse, un hombre ciego, tuvo acceso a Playboy y la revista se convirtió en una especie de manual para convertirse en hombre, Samantha estudió las páginas de Seventeen para aprender a ser una niña y luego una mujer.
Ella fue educada en una familia católica irlandesa con tres hermanos, tres hermanas, y dos, fuertemente agobiados por su trabajo, padres. Vivían en una comunidad de clase obrera irlandesa católica en una pequeña ciudad de Nueva Inglaterra y en una cultura que giraba enteramente alrededor de la iglesia. Esto incluía celebrar los días feriados y las fiestas religiosas en familia, enviar a los niños a las escuelas de la iglesia, y considerar a los sacerdotes y a las monjas, muchos de los cuales eran de sus propias familias, como honorables siervos de Dios. A las niñas se les enseñaba a ser puras y virtuosas, a obedecer las enseñanzas del clero y, lo más importante, a salvaguardar, para el matrimonio y la procreación, su valiosa virginidad. Esto era la enseñanza formal. Sin embargo, había otra que era informal y que recientemente el mundo se ha horrorizado en descubrir, con la excepción de los sacerdotes.
En ese supuesto santuario espiritual, Samantha sufrió otro ritual de bautismo de la santa feminidad. Ella, cuando tenía siete años, fue abusada sexualmente por su sacerdote y esto por varios años, una violación del santuario de su cuerpo y de su alma. Lamentablemente, muchas niñas y niños sufren este cruel ritual de iniciación que parece casi tan omnipresente como el bautismo oficial.
Existe una variedad de maneras insatisfactorias de enfrentarse a esta realidad. Muchos utilizan sus cuerpos, en lugar de sus mentes o sus corazones, para darle significación a esta sin sentido experiencia. Ocultan sus pensamientos y solo los comparten consigo mismos. Algunos se vuelven asexuales, pero muchos más se vuelven hipersexuales, y las mujeres se convierten en lo que la mayoría de nosotros consideraría como «hiperfemeninas», o sea más femeninas de lo «normal». Esta versión de la feminidad lleva dentro de sí una herida propia. La hipersexualidad es un síntoma claro de haber sufrido, cuando niños, abuso. Es la forma en que el niño soluciona un problema de adulto. Las mujeres que experimentaron abuso, aprenden, por medio de un supuesto uso de la sexualidad, a equiparar su valor y su poder por el número de sus conquistas.
(En mis muchos años de practicar la psicoterapia, he visto muchas veces estas conductas que no necesitan verbalizarse, pero que me son fáciles de reconocer).
Ella le pidió a sus padres que la enviaran a una escuela de buenos modales (Charm School) para niñas ciegas. Estas no son nada fuera de lo común. En la escuela de buenos modales, Samantha aprendería que, para las niñas, existe una manera de caminar, de sentarse, de moverse y de hablar. Y esto era exactamente lo que ella quería aprender. Se le dijo que debía caminar de manera recta, y no como «un futbolista» como su madre le reprendía (obviamente, Samantha nunca había «visto» un partido de fútbol y menos sabría de qué manera caminan los futbolistas). Al principio, ella no entendía para qué iba a caminar de forma en que no se sintiera libre y feliz, moviendo sus brazos y piernas libremente. Pero su madre le explicó mejor: las niñas se supone que caminan y se mueven de manera diferente de los niños. Lo que se sentía natural y fácil para ella era el moverse como los chicos. Pero no más. En la escuela, le pusieron un libro en la cabeza para que aprendiera a no moverse de la manera de los hombres, o sea de forma “relajada”. Convertirse en una mujer tomó más estudio y más práctica. No vino naturalmente.
En la escuela de buenos modales, Samantha aprendió sobre el maquillaje. Al parecer, según ella, el uso de maquillaje, en la comunidad de las ciegas, es cada vez más común. ¿Este la hace más atractiva para un hombre vidente? ¿La hace parecer más como una mujer vidente? ¿Cómo aprender a dominar este dudoso arte?
Samantha, feliz, nos lo explica con orgullo. Primero, al salir, debe prepararse con la ayuda de una amiga vidente. Ambas buscan el atuendo adecuado en el armario. A continuación, deben elegir el peinado, seguidamente, los zapatos; luego, la amiga la maquilla; no pueden olvidar los aretes y la joyería. Solo para ponerse perfume, Samantha no necesita ayuda.
Samantha siempre ha querido nada más que ser admirada. Ella ciertamente lo ha logrado: pero esta hazaña, para ella, no es más que una victoria pírrica. Para aparecer como una mujer femenina lo más naturalmente posible, Samantha ha tenido que aprender a actuar lo más falsamente posible.