La joya de la corona mexicana y la ciudad más visitada del Caribe, reporta El País, ha empezado a sufrir tiroteos a plena luz del día, que amenazan a su bien más sagrado: el turista. Esto significa que ya no queda lugar seguro en esta nación y en muchas otras de América Latina. ¿Estamos ante una invasión criminal o más bien una revolución social?
Existe la creencia de que terrorismo es un acto que tiene motivaciones ideológicas y religiosas mientras que el narcotráfico es una organización criminal que solo busca como objetivo hacer dinero.
Creíamos que una agrupación terrorista tenía como objetivo destruir el Estado y no así el narcotráfico.
Sin embargo, a la larga, el tráfico de drogas hará lo mismo. Poco a poco, el Gobierno dejará de controlar el país: miles de personas viven bajo el régimen del narco y de la delincuencia organizada. En ciertas comunidades hay que pagar hasta por usar los puentes de acceso. En otras, la seguridad la brindan -y cobran por ella- las bandas de delincuentes. Pronto la banca los utilizará para hacer cobrar sus tarjetas de crédito y para echar a los dueños de sus casas embargadas.
Si seguimos así, tendremos pequeñas repúblicas independientes, que poco a poco irán desarrollando su propio idioma, cultura e idiosincracia. Que no nos asuste que en un futuro no muy lejano, habrá, en cada país, zonas "liberadas". Nuestros queridos presidentes terminarán gobernando lo mismo que Assad en Siria y posiblemente nombrando sus amigos como embajadores en nuestras zonas marginales y haciendo tratados de libre comercio con estas.
Otra cosa que diferenciaba al narco y la delincuencia del terrorismo era la ideología. Creíamos que al primero no le importaba el desarrollo social. Pero esto no es así.
Los narcos con otros delincuentes se han convertido en los prestamistas de las clases populares y en sus fuentes de desarrollo. En la medida que se restringen los préstamos a los sectores pudientes, ellos suplen a grandes sectores del pueblo y cuando es de facilitar ayuda social, superan a la Madre Teresa. Da gusto ingresar en las favelas en Brasil o en los tugurios centroamericanos y observar las pantallas planas de 80 pulgadas y las lavadoras inteligentes, sin dejar de mirar los autos últimos modelos. Nadie sabe cómo alguien con un presupuesto de $40 al mes, tiene tan buen crédito en las tiendas.
Y ahora los narcos y los criminales se nos han hecho, igual que los islámicos radicales que siguen a Alá, en soldados de Cristo.
A veces, por ejemplo, se describe a los carteles como «cultos pseudoreligiosos» debido a que pretenden justificar la tortura y homicidio de sus rivales como justicia divina. El líder religioso de La Familia, por ejemplo, captaba a nuevos miembros de la banda a través de una organización religiosa llamada La Nueva Jerusalén. El cartel tiene su propia Biblia o manual espiritual.
El adoctrinamiento en los carteles más grandes consiste en lecturas y cursos que ellos consideran de crecimiento personal, valores y principios de la banda criminal. Se les pide a los subordinados de evitar las drogas y el alcoholismo, y que mantengan la «unidad familiar». También se oponen al aborto y hasta la fecundación in vitro porque va en contra de las escrituras. Cuando matan, raptan o cortan en pedazos, se les recomienda que recen por el alma de sus víctimas, quienes fallaron por no vivir bajo las demandas divinas.
Igual que la Cosa Nostra (mafia siciliana) demuestra su fe erigiendo capillas al Padre Pío, los cárteles del narcotráfico rinden culto a figuras como Jesús Malverde, un supuesto santo que en vida robaba a ricos para dar a los pobres y que es conocido como el Santo de los Narcos. Supuestamente, en los años 70, el capo Julio Escalante ordenó matar a su hijo Raymundo por realizar negocios sin su conocimiento. Según se afirma, herido de bala y arrojado al mar, Raymundo suplicó a Malverde su ayuda y fue entonces salvado por un pescador. Desde ese momento, famosos narcotraficantes como Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca, Edgar Tellez, César Ortiz y Amado Carrillo Fuentes comenzaron a acudir a la capilla de Malverde. Los pedidos en esta, son mejor tramitados que en la Iglesia Católica o e las evangélicas. Uno reza para hacer desaparecer a un rival y Malverde responde sin trámites ni permisos.
Otros basan la mayor parte de su doctrina en los libros publicados por el autor cristiano y estadounidense John Eldredge, en especial su libro titulado Salvaje de corazón. Esta obra llama a los hombres a estimular su lado aventurero. Vender droga es, así, un acto de osadía, de amor y de rebeldía.
Otra iglesia es la de la Santa Muerte que personifica la muerte y es objeto de culto. Representada en una calavera vestida de mujer y que, según expertos, tiene unos 10.000 altares solo en México, recibe peticiones de amor, afectos, suerte, dinero y protección, así como también peticiones malintencionadas y de daño a terceros por parte de sus fieles. Es muy concurrida por las trabajadoras del sexo que piden castigos para los turistas que no cumplen sus promesas de casarse con ellas y cumplir el sueño americano.
Algunos dicen que la criminalidad que se ha desatado cada vez más es producto de que la gente ha perdido la fe en la religión. Dostovieski había sostenido que cuando se pierde el temor a Dios, se cometen atrocidades.
Sin embargo, podemos sostener que es lo opuesto: para cometer actos atroces es más fácil hacerlo en nombre de Dios.