En los últimos 50 años se han producido importantes cambios en la población; nuestra sociedad envejece, y esto es un hecho constatable y constatado. El aumento de la esperanza de vida y el descenso de la natalidad han originado un envejecimiento de la población que lleva aparejado una mayor prevalencia de enfermedades crónicas. Aunque el envejecimiento es un fenómeno universal, en España se está produciendo a una velocidad más elevada que en otros países. Los últimos datos sitúan la edad media de esperanza de vida en España en los 82,98 años (85,71 en mujeres y 80,17 en hombres). Estos datos sitúan a España en el segundo puesto de mayor esperanza de vida en el mundo. Tan sólo Japón presenta una esperanza de vida más alta que la española. En los 15 años del presente milenio hemos visto cómo la esperanza media de vida ha aumentado 3,64 años.
Las previsiones realizadas por el Instituto nacional de Estadística (INE) apuntan a que en el año 2050 las personas mayores de 65 años serán más del 30% de la población total de España, con casi 13 millones de personas. Paralelamente, los octogenarios llegarán a los cuatro millones de personas. “Con la incorporación en el 2020 de la generación del baby-boom al colectivo de mayores de 65 años, el sistema y Estado del bienestar pueden verse comprometidos tal y como lo conocemos en la actualidad, por lo que procede analizar en profundidad su estructura, cobertura y ámbito de aplicación junto a los factores de la demanda, para poder introducir a tiempo las reformas que resulten oportunas”, reza un comunicado de la recién creada Alianza Científico-profesional de Sanidad, Servicios Sociales y Educación, que engloba a diversos colectivos implicados en la asistencia a las personas mayores.
El aumento exponencial de la esperanza de vida se refleja en una pirámide de población típica de un régimen demográfico moderno, con forma de bulbo invertido. Así, las edades más jóvenes se reflejan en barras más cortas, que van creciendo a medida que va aumentando la edad. En cifras, nos encontramos que en las últimas décadas España ha pasado de tener alrededor de 5,3 millones de personas mayores de 65 años en 1991 a contabilizarse 8.335.861 personas en 2013. El porcentaje en referencia al total de la población es del 17,69%. De este colectivo de personas mayores de 65 años tenemos que el 33% supera los 80 años. Son los considerados “mayores muy mayores”.
Quizás este calificativo pierda su vigencia en los próximos años; los expertos estiman que el cuerpo humano está diseñado para vivir ¡120 años! Los mismos expertos también auguran que las siguientes generaciones (seguramente beneficiadas por una suerte de avances tecnológicos en todas las disciplinas) vivirán una media de 100 años. Cada año que pasa, crece la esperanza de vida en nuestro país.
Ante estos datos, la realidad nos conduce a un cambio en las estrategias sociales. Ya no sólo está en entredicho el sistema de jubilaciones (ya que el número de pensionistas aumenta sin que se produzca un incremento proporcional de afiliaciones a la Seguridad Social; además, estos pensionistas cobran durante un período de tiempo más largo). También el de atención para los integrantes de este colectivo. El paso de los años conlleva no sólo los consabidos achaques de salud, sino la aparición de nuevas realidades como nuevas enfermedades crónicas (que en muchos casos eran desconocidas hasta ahora) y el incremento de discapacidades en personas de una edad cada vez más avanzada. Ambas realidades provocan situaciones de dependencia que parecen haber pillado a nuestra sociedad con el pie cambiado.
Por esa razón, considero que el reto de nuestra sociedad en las próximas décadas es el de asegurar la atención de las personas mayores, muchas de las cuales tendrán una situación de dependencia. En la actualidad, de los 8.509.524 de personas discapacitadas mayores de 65, sólo a 745.720 se les aplica la Ley de Dependencia.