“Caminante no hay camino, se hace el camino al andar” (… y en esta ocasión sus pasos le llevaron hasta uno de los lugares más bellos que jamás hubo contemplado…).
Conocido como uno de los pueblos blancos de la provincia de Cádiz, aunque caído de esta lista que alberga otros enclaves entrañables como Grazalema o Villaluenga, Vejer de la Frontera es uno de los destinos más recomendables si se visita el sur de España. Con las maravillas y oportunidades que ofrece el mar y la montaña, el municipio gaditano es ideal para visitarlo todo el año, aunque, preferiblemente, cuando empiezan a dorarse y caer las primeras hojas de los árboles o con los primeros brotes de la primavera.
Y es que hay que disponer de resistencia y buen estado de forma para encarar las empinadas cuestas que nos encontraremos por casi todo el recorrido por su casco histórico, por lo que el otoño es la estación idónea. Fundada por los romanos y posteriormente conquistada a manos de los árabes, Vejer de la Frontera ofrece algunas estampas que el turista no puede dejar de captar con su cámara fotográfica. Una de ellas es la perfecta alianza que se origina entre dos paisajes tan dispares como el rocoso y la costa. Desde El Poniente, punto más alto de la localidad, el visitante puede tomar instantáneas de los atardeceres más bellos de la zona. Asimismo, y a lo largo y ancho de toda Vejer, hay distintos enclaves, con accesos a través del típico patio andaluz, llenos de geranios y azulejos, donde también se puede asimilar la hermosura y los contrastes de la zona.
Otro de los enclaves más fotografiados de la localidad es su plaza Mayor. Tanto desde las alturas, como a ras de suelo, el caminante se cautivará de toda la esencia de lo que supone la cultura gaditana.
Pero aún lo mejor está por llegar. Nos referimos a la gastronomía del lugar. Como muchos sabrán, el sur de España, y Cádiz en concreto, es conocido y famoso por su pesca, con la que es recomendable deleitarse directamente en la costa. Sin embargo, los sabores que mejor evocan este paisaje y que, sin lugar a dudas, muchos visitantes guardan y relacionarán con este lugar, son los que engloba el denominado ‘cuchareo’. Tanto el puchero, como la berza o cualquier cocido que sea necesario degustar con cuchara reconfortarán al paseante después de una dura jornada de subir y bajar cuestas.
Hay que recordar (como los versos de Machado), que el camino se hace al andar. Y, bien sea en la piel del turista o bien en el aprendizaje de la vida, lo cierto es que hay que andar para, después, poder desandar lo que se ha caminado…