En este artículo comparto mis reflexiones sobre las potencialidades del enfoque etnográfico para comprender los universos de sentido que emergen en el territorio, en la configuración de las políticas públicas locales dirigidas a las juventudes.

Esta antropología de la juventud urbana se da en el marco del Programa Nueva Oportunidad desarrollado en la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina desde 2013.

Este programa surge como respuesta frente a la escalada de violencia Rosario, evidenciando la problemática de la exclusión social de los jóvenes y el aumento de las economías delictivas relacionadas con el mercado ilegal de drogas.

Estos jóvenes, mayoritariamente varones, son el blanco principal del accionar policial, sufriendo hostigamiento, persecución, sobrecriminalización y desprotección. Se convierten en chivos expiatorios de un sistema que los empuja a la violencia letal y a la fluctuanción en el delito en una búsqueda laberíntica por la identidad, el respeto y el reconocimiento.

Como señala Eugenia Cozzi (2013), sus mundos no son ni caóticos ni irracionales, están fuertemente cargados de sentido y regulados.

En este contexto, el enfoque etnográfico ofrece una mirada in situ sobre una problemática profunda y compleja, que requiere intervenciones integrales, transdisciplinares y sostenidas en el tiempo, capaces de dar respuestas flexibles y dinámicas frente a las lógicas excluyentes y a la violencia extrema del sistema capitalista.

El análisis etnográfico cuestiona los discursos hegemónicos sobre la juventud que impregnan las políticas públicas y busca deconstruir la matriz adultocéntrica, recuperando las voces y significados de los protagonistas.

Un estudio etnográfico requiere una presencia relativamente prolongada en un escenario reeducido; construyendo relaciones de confianza y documentando la experiencia por vía escrita o gráfica.

Las investigaciones cualitativas, se caracterizan por sus diseños más flexibles: hay cuestiones que se pueden definir de antemano, pero hay muchas otras que no pueden ser definidas con anticipación y que deberán ser decididas a lo largo del proceso de investigación.

En el enfoque no estándar, a veces denominado interpretativo, si bien no constituye un bloque monolítico, todas sus variantes comparten la preocupación por elucidar los procesos de construcción de sentido. Según Marshall y Rossman (1992 citados por Vasilachis 2006) la investigación cualitativa es pragmática, interpretativa y asentada en la experiencia de las personas. Supone la inmersión en la vida cotidiana de la situación seleccionada para el estudio; la valoración de la perspectiva de los participantes y la investigación como un proceso interactivo entre el investigador y los participantes, centrado en las palabras y comportamientos observables como datos primarios.

Marradi, Archenti & Piovani (2010) afirman que este enfoque reduce la separación entre ciencia y vida cotidiana, habilitando el contacto directo con los sujetos mientras llevan a cabo sus actividades habituales, dejándolos expresar sus visiones del mundo en sus propios términos y poniéndolos en el centro de los reportes de investigación, una gran atención por problemas de significado y una actitud de escucha frente a la realidad.

La investigación cualitativa se centra en la práctica real in situ, observando interacciones rutinarias y aproximándose a los lenguajes y saberes locales. Destacan la importancia del contexto; una preferencia por los problemas micro; una orientación inductiva y descriptiva; la flexibilidad, creatividad, intuición del investigador antes que de las herramientas técnicas, para garantizar la calidad de la investigación. Las técnicas de investigación etnográficas incluyen entrevistas en profundidad y la observación participante; además de técnicas cuantitativas, como el estudio de datos secundarios, análisis documental y estadístico, para obtener distintos registros del problema.

Taylor y Bodgan (1986) señalan que el escenario ideal para la investigación es aquel en el cual el observador obtiene fácil acceso, establece una buena relación inmediata con los informantes y recoge datos directamente relacionados con los intereses investigativos.

El análisis de los datos es un proceso continuo progreso en la investigación cualitativa. La recolección y el análisis de los datos van de la mano. A lo largo de las entrevistas en profundidad y las observaciones participantes los investigadores seguimos la pista de los temas emergentes, leemos nuestras notas de campo y desarrollamos conceptos y proposiciones para comenzar a dar sentido a nuestros datos. Es un trabajo artesanal y arduo, que requiere paciencia y escucha activa.

Juventudes y políticas públicas

Las políticas públicas pueden entenderse como un conjunto de acciones y omisiones que manifiestan una determinada modalidad de intervención del Estado (primordialmente) con relación a una cuestión que concita la atención, interés o movilización de otros actores en la sociedad civil. De dicha intervención puede inferirse cierta direccionalidad, es decir, una determinada orientación normativa (Oszlak y O’Donnell, 1976). Es decir, las políticas públicas están dirigidas y enfocadas a solucionar problemas políticos, demandas de determinados sectores socialmente relevantes, con visibilidad pública y capacidad de presión, quienes pueden tener la habilidad de influir o instalar sus demandas en la agenda pública, sea por la vía discursiva, de movilización o de opinión pública.

Las juventudes están cada vez más presentes en las políticas públicas que los diferentes actores estatales promueven, generan e implementan en sus espacios de gestión y gobierno (Cena y González, 2020).

En lo que refiere a las juventudes, el autor Sergio Balardini (1999), advierte que la política que a este sector comprende se trata de todas aquellas acciones que se orienten tanto al logro y realización de valores y objetivos sociales referidos al proceso vital juvenil, como así también, aquellas acciones orientadas a influir en los procesos de socialización involucrados. Tratase tanto de políticas reparatorias o compensatorias como de promoción y orientadas al desarrollo y/o construcción de ciudadanía, y agrega que en estas se hallan presentes tanto los valores e intereses de los jóvenes en particular como los de la sociedad, en general. Su estructuración se pone en disputa a partir del contexto político, de los actores que tratan de incidir en los procesos decisionales y por ende como se define el problema o problemas de las y los jóvenes como problema público, que es el eje de la intervención.

En cuanto a los paradigmas que priman en las políticas de juventudes, la autora Dina Krauskopf (2005) desarrolla cuatro grandes ejes que determinan las políticas y programas para las juventudes: Como período preparatorio: se sustenta en el paradigma que enfatiza la adolescencia como un período de transición entre la niñez y la adultez. Considera la preparación para alcanzar el status adulto como la consolidación de su desarrollo. La etapa preparatoria surge como una postergación de los derechos de los niños y adolescentes, al considerarlos carentes de madurez social e inexpertos. Implícitamente se les niega el reconocimiento como sujetos sociales.

Como etapa problema: enfatiza la adolescencia como etapa de transición, favoreciendo la visión del período como crisis normativa: “la edad difícil”. La fragmentación programática de la adolescencia como problema se revela al definirla en relación al embarazo, la delincuencia, las drogas, la deserción escolar, las pandillas, etc. Se construye una percepción generalizadora sobre la adolescencia a partir de estos polos sintomáticos y problemáticos. Se organiza la prevención para la eliminación de estos problemas y peligros sociales más que para el fomento del desarrollo integral de los grupos de adolescentes y jóvenes. Se hace énfasis en el control favorece la estigmatización criminalizante de la juventud.

Juventud como actor estratégico del desarrollo: Este enfoque destaca a la juventud como actor protagónico en la renovación permanente de las sociedades, particularmente en el contexto de la reestructuración socioeconómica y la globalización. Da un valor prominente a la participación juvenil como parte crucial de su desarrollo.

Por último, desarrolla el paradigma de la juventud ciudadana: se trata de la propuesta novedosa ya que surge a partir de la segunda mitad de este siglo con la creación de las condiciones para establecer, de modo claro y explícito, que niños y adolescentes tienen derecho a la ciudadanía. Lo cual queda expresado en la Convención de los Derechos del Niño.

Estos dos últimos enfoques abandonan el énfasis estigmatizante y reduccionista de la adolescencia como problema, permitiendo reconocer su valor como sector flexible y abierto a los cambios con capacidades y derechos para intervenir protagónicamente en su presente y construir de manera democrática y participativa su calidad de vida.

La llamada Matriz Adultocéntrica, nos dice Duarte Quapper (2012) contiene cuatro trampas:

  1. Universalización como homogeneización: existencia de una juventud, singular y total al mismo tiempo;
  2. Estigmatización que se hace del grupo social juventud y de sus prácticas y discursos;
  3. Parcialización de la complejidad social como mecanismo reflexivo, propio de la visión etapista del ciclo vital; Negación de la posibilidad de convivencia/simultaneidad, etc. Funcionalidad del joven en tanto futuro adulto;
  4. Idealización de la juventud como objetivación esencialista. Les endosa una responsabilidad como portadores de esperanza, de cambio y transformación. Carácter crítico e innovador de la juventud.

En palabras de Mariana Chávez (2005) estos discursos son construidos desde una posición adultocéntrica, desde la cual los jóvenes son vistos como “seres incompletos”. Señalan la ausencia o falta de algo, ya sean valores sociales compartidos, experiencia, madurez. Todos “quitan agencia al joven (capacidad de acción) o directamente no lo reconocen (lo invisibilizan) como actor social con capacidades propias”.

La propuesta teórica a la cual adherimos niega la existencia de “la juventud” en singular, e insiste en la necesidad de dar cuenta y reconocer la existencia de una amplia y diversa gama de juventudes. Lo que implica ir más allá de una franja etaria para observar las diferencias en términos de género, clase social, lugar de pertenencia, orientación sexual, todas aquellas categorías que hacen a nuestra identidad individual y social.

Teniendo en cuenta la epistemología de lo juvenil, que exige mirar desde la diversidad a este mundo social definimos la necesidad de pluralizar al momento de referirnos a estos colectivos sociales, ya que consideramos que la juventud es una construcción socio histórica, cultural y relacional en las sociedades contemporáneas (Dávila et al., 2006).

Asimismo, nos parece pertinente recuperar la perspectiva biográfica de Ana Miranda (2006) y su relación con las contribuciones de la sociología de la juventud, en tanto marco para la interpretación teórica de las transiciones de los jóvenes entre la educación y el trabajo, por ejemplo.

Dicha perspectiva otorga un lugar significativo al estudio del contexto social, económico y de las transformaciones del capitalismo, como marco estructural desde donde analizar las transiciones juveniles. Siguiendo la perspectiva biográfica, la juventud en términos conceptuales constituye un espacio al interior de la biografía de las personas, en la cual adquieren relevancia el análisis del período histórico y de los cambios en la estructura social y económica en donde los individuos transitan su juventud. Es decir que, este enfoque nos brinda la posibilidad de articular el ciclo vital de las personas y de las generaciones con su contexto social y económico. Y, de esta forma, aprehender a los jóvenes en tanto sujetos históricos, y a la juventud como un período vital al interior de la biografía de los individuos con claras implicancias en su futuro posicionamiento en la estructura social.

Consideramos que hay que evitar esencialismos y adoptar miradas relacionales para poner en crisis esta mirada adultocentrista. Adherimos al planteo de Mariana Chaves cuando propone pensar a “la juventud como relación y al joven como posibilidad, lo que incluye todas las caras, la posibilidad no es positiva en el sentido de “lo bueno” o “lo deseable”, sino en el sentido del poder hacer, del reconocimiento de las capacidades del sujeto.

Desde mi trabajo en el Programa Nueva Oportunidad pude vivenciar junto a los y las jóvenes este arduo camino hacia la reconstrucción de los lazos sociales y la proyección de alternativas vitales.

En términos Beretta y otros (2019:32), se pretende que los acompañantes puedan trabajar en la construcción de lazos sociales con las y los jóvenes y que se constituyan en referentes adultos con quienes podría intercambiar e interrelacionarse. Esto busca redundar en la creación de espacios de confianza para que los y las jóvenes puedan plantear las problemáticas específicas que los atraviesan. En definitiva, la idea es que las y los jóvenes no estén solos en esta experiencia en la que se superan las trayectorias asistidas transformándolas en trayectorias acompañadas.

Este es el desafío y la apuesta en la que nos comprometemos: a acompañar a los y las jóvenes en este camino. La oportunidad de trabajar con jóvenes siempre es sumamente enriquecedora y compleja. Esta experiencia será seguramente una muestra genuina de las potencialidades de la metodología cualitativa con un enfoque etnográfico como ejercicio teórico-práctico de interpretación crítica y transformación de la realidad; como proceso constructor de pensamiento, de identidad y de sentido.

Nuestro compromiso como trabajadores y cientistas sociales es pensar y construir colectivamente políticas públicas con y desde los y las jóvenes, recuperando sus voces, inquietudes y deseos, hacia la configuración de trayectorias desde la solidaridad y la participación en la definición de sus proyectos vitales.

Bibliografía

Balardini, Sergio (1999) Políticas de juventud: Conceptos y la experiencia argentina. Revista Ultima Década Nº 10. Centro de Estudios Sociales. Chile.
Beretta, Diego y otros (2019). Nueva Oportunidad Rosario. Las huellas de un camino. Imprenta Juanito Laguna, Santa Fe.
Cena, Rebeca y González, Marilina (2020).Disputas de Sentidos en Torno a las Nociones de Juventudes: Un Análisis Desde Las Políticas Sociales. Revista de Estudios Políticos y Estratégicos, 8(2): 14-35, 2020.
Chaves, Mariana (2005). Juventud negada y negativizada: Representaciones y formaciones discursivas vigentes en la Argentina contemporánea, en Revista Última Década, Número 23. Valparaiso, Chile.
Cozzi, Eugenia (2013). De clanes, juntas y broncas. Primeras aproximaciones a una explicación “plenamente social” de la violencia altamente lesiva y su control, entre grupos de jóvenes de sectores populares, en dos barrios de la ciudad de Santa Fe. Tesis de Maestría en Criminología, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Universidad Nacional del Litoral. Santa Fe.
Dávila L., Oscar; Ghirardo S., Felipe; y Medrano S., Carlos (2006). Los desheredados. Trayectorias de vida y nuevas condiciones juveniles. Capítulo I: De las nociones a los abordajes en adolescencia y juventud. CIDPA Ediciones, Valparaíso, Chile.
Duarte Quapper, Klaudio (2012). Sociedades adultocéntrica sobre sus orígenes y reproducción, en Revista Última Década, Número 36. Valparaiso, Chile.
Krauskopf, Dina (2005): Desafíos en la construcción e implementación de las políticas de juventud en América Latina. Revista Nueva Sociedad, 200, 141-153.
Marradi, Archenti y Piovani (2010).Metodología de las Ciencias Sociales. Cengage Learning. Buenos Aires, Argentina.
Miranda, Ana (2006): La condición Joven, en Acceso Directo Nº1, Revista de estudios sobre juventud, Editado por la Municipalidad de Rosario. ISSN 1850-1591. pp 39-48.
Oszlak, Oscar y O’ Donnell, Guillermo (1976). Estado y políticas estatales en América Latina: hacia una estrategia de investigación. Buenos Aires. Argentina; CEDES.
Taylor y Bodgan (1986); Introducción a los métodos cualitativos de investigación. Buenos Aires: Paidós. Vasilachis de Gialdino, Irene (2006); Estrategias de investigación cualitativa, Barcelona: Gedisa.