Dar y recibir es parte esencial de la vida. Desde el origen del ser humano se recibe la energía creadora del óvulo y del espermatozoide que se unen para dar vida al embrión que se gestará en el vientre materno.
Luego la madre contiene y sostiene en su vientre la nueva vida, dándole el alimento a través del cordón umbilical, mientras los latidos del corazón resuenan al ritmo del amor que implica crear y sostener a un ser humano. En el útero se reciben los sonidos y palabras del entorno, así como las emociones y sensaciones que van creando la percepción del mundo de la criatura que se está gestando. Por su parte el bebé da emociones, sensaciones y aprendizajes sobre la experiencia de la creación de la vida que vibran según la historia particular de cada familia.
Durante el nacimiento se reciben estímulos e información sobre el lugar que se viene a habitar, con sus usos y costumbres aplicadas en el proceso de recibir la nueva vida. El parto es un momento tan trascendental que escribe memorias en el inconsciente personal y colectivo de los integrantes del clan familiar, en particular de la madre y la criatura recién nacida. Lo que se da y se recibe queda grabado en las células y el corazón de ambos.
Con el paso del tiempo se van conociendo y aplicando las normas e ideas que contribuyen a la formación de la personalidad que, junto con las creencias, moldean la forma de vivir del individuo, que se construye familiar y socialmente.
De esta manera se conforma el inconsciente personal y colectivo, nutrido con las creencias que resuenan según el entorno que educa e instruye mediante la trasmisión de las normas, para vivir la vida acordes con lo establecido grupal y socialmente. Así ser parte del grupo social da sentido de pertenencia y contribuye a la identidad de cada uno de sus integrantes, bien sea por resonancia acorde con los principios establecidos o por diferencias que también contribuyen a la construcción de la personalidad individual y colectiva.
Como seres gregarios que somos, los seres humanos damos prioridad al colectivo para identificarnos y definirnos. Al crecer vamos respondiendo según las enseñanzas, tanto como si nos adaptamos a ellas o no.
En sociedades marcadas por un énfasis en lo individual, la exigencia del cuidado suele recaer básicamente sobre el pequeño núcleo familiar, que en el mejor de los casos, además de madres y padres, incluye a los abuelos y abuelas que están presentes en educación y atención de la familia. En los entornos ajenos al cuidado colectivo, pueden crearse desequilibrios entre el dar y el recibir dada la ausencia del sentido de pertenencia a un grupo más amplio que una familia nuclear.
En las sociedades con vínculos comunitarios expresados en la familia extendida, la existencia del colectivo facilita el equilibrio entre el dar y recibir, puesto que la cotidianidad de las acciones de intercambio con los demás contribuyen a la formación de seres con una consciencia grupal más clara, en contraste, con los términos del individualismo de quienes crecen en entornos más cerrados y aislados.
Además, el dar y recibir trasciende los vínculos sociales porque incluye las relaciones con la naturaleza y el medio que se habita. De hecho, es fundamental para comprender la importancia de mantener el equilibrio entre lo que se da y lo que se recibe, como parte fundamental de la reciprocidad que debe tener la vida armónica en la tierra.
En la mayoría de las ciudades la vida se centra en el desempeño de actividades productivas, lejos de la naturaleza y enfatizado en el Yo cuya prioridad es obtener bienes materiales, al ritmo trepidante del paso del tiempo medido por el reloj que marca la dinámica de la búsqueda para satisfacer las necesidades básicas. Así poco espacio queda para darle tiempo a la vida y a las reflexiones que facilitarían tener equilibrio en la existencia del ser.
Simplemente se vive en una rueda, como la del hámster que corre y corre, dando y dando como en una competencia sin garantías de recibir más que lo justo para sobrevivir. De esta manera pasa la vida, con desequilibrios que pueden dar lugar a la desarmonía, expresada en estrés, agobios, depresión o insatisfacciones que se tratan de matizar con consumos que tratan de llenar los vacíos y carencias.
De ahí la diferencia con entornos donde se valora y convive con la naturaleza que enseña procesos permanentes de equilibrio entre el dar y recibir, haciendo de la reciprocidad un principio para mantener la armonía de la vida.
Por ejemplo, en el campo que no está industrializado, donde se conservan las practicas tradicionales, se viven los procesos de siembra y cultivo al ritmo de los ciclos naturales que marcan los cuidados que se dan para poder recibir cosechas abundantes y de ricos sabores. La naturaleza devuelve lo que se le dio con semillas libres de intervención o manipulación transgénica, el regadío con aguas sanas, la limpieza cuidadosa y la recogida de los alimentos con agradecimiento. Así, el cuidado que se da permite recibir alimentos que nutren el cuerpo y despiertan los sentidos con aromas que tocan el corazón, colores que alegran el día e imperfecciones que son una oda a la vida.
¡La naturaleza da y mucho! Pero también recibe, aunque en los siglos posteriores a la revolución industrial aumentó la contaminación y disminuyó el retorno de aspectos positivos, por la desarmonía del ser humano con el planeta y el alejamiento de los ritmos naturales para sustituirlo por la industrialización de la vida.
Quizás por eso cuando se pierde el equilibrio entre el dar y recibir surgen inundaciones o sequías, como reflejo del desajuste o desequilibrio entre lo que damos y recibimos de la madre tierra.
Dar y recibir es la reciprocidad, una ley de vida que está recogida en los saberes ancestrales de muchas civilizaciones y culturas. En la filosofía andina la reciprocidad es una de las claves para comprender la vida cósmica y telúrica, así como las relaciones del ser humano con todo lo que existe y le rodea.
La reciprocidad o Ayni como se denomina en quechua, es una filosofía de vida que facilita tejer las relaciones sociales entre los seres humanos, desde la familia hasta lo más amplio de la comunidad, siendo la base de la mutualidad que nutre el tejido del colectivo. Es una practica que se basa en la consciencia del permanente intercambio que implica la vida, teniendo presente lo que das y recibes o viceversa.
Es un modo de vida que crea lazos a través de las relaciones con el entorno personal, colectivo y natural, aplicando el principio de la reciprocidad como base para funcionar en común unidad. En este contexto se comprende porque en las comunidades a todos se les llama hermanos, que no solo son los de sangre, sino de estar compartiendo como seres humanos la experiencia de vivir en el presente del cual somos parte.
Entonces dejan de existir las fronteras que dividen y la diferencia enriquece, pues sencillamente habitamos el mismo planeta en el que damos y recibimos como parte esencial de la vida.
Es tan importante el ayni que el símbolo andino de la reciprocidad está plasmado en piedras, esculturas, monumentos y textiles con la representación de dos manos: una hacia abajo, que representa lo que se da, y la otra hacia arriba porque es la que recibe. Como muchos de los símbolos ancestrales, un dibujo sencillo puede mostrar grandes y múltiples significados.
La reciprocidad trata de mantener el equilibrio de la vida en distintos niveles o ámbitos, desde el individual hasta lo colectivo, pasando por la construcción de las relaciones de pareja y familiares. En lo personal nos permite comprender quienes somos en realidad, tanto en lo mental como en lo emocional, energético y espiritual, para manifestarnos en armonía con el entorno que habitamos. En términos de pareja y de relaciones sociales es una vía para aprender a equilibrar lo que damos y recibimos o viceversa.
Si se da con la mano izquierda, el arquetipo de ese lado del cuerpo humano representa el femenino, lo emocional, intuitivo y creativo que todos tenemos, con independencia del género con el que nos identifiquemos. Mientras que el derecho que recibe es el masculino, la mente, la potencia y la lógica que sustenta la acción racional. Esto puede ser al contrario: da el derecho y recibe el izquierdo, como parte del juego que permite el equilibrio según las circunstancias de la vida.
El conocimiento sobre el Ayni lo encontré cuando emprendí la búsqueda del saber o la episteme de la filosofía del buen vivir. Entonces descubrí la existencia del pensamiento ancestral andino amazónico que sustenta el paradigma de la vida plena, con un enfoque muy distinto a los modelos occidentales que rigen el sistema capitalista.
Encontrar una visión del mundo o cosmovivencia que articula la existencia en pequeños actos con grandes principios, como la reciprocidad, da un sentido profundo a la vida. Este es un cambio de foco fundamental si queremos replantear los modelos de vida centrados en el Yo individualista y competitivo que puede generar riqueza material, pero a base de pobreza en otros ámbitos de la existencia como el propio equilibrio personal, social o incluso familiar.
Esta filosofía esencial de la vida existe desde hace tiempo, en muchos lugares del planeta, y se expresa de una forma muy sencilla: hoy por ti, mañana por mi. Porque todo lo que se da, vuelve de alguna manera. De ahí la importancia de mantener un equilibrio entre el dar y recibir. Como la vida misma que es un conjunto de emociones, pensamientos y sentires que nos dan experiencias y nos enriquecen la existencia cuando las recibimos con sabiduría.