Harto de hacer castillos en el aire, hice del aire mi castillo.
(H. R.)
Según vimos, uno de los atributos más notorios del aire, como elemento físico de la materia, es su invisibilidad1. Sólo por los fenómenos que causa, sabemos que está allí. No obstante, Anaxímenes de Mileto en el s. VI a. C. postuló que el elemento fundamental de todo lo existente era el aire. Lo consideraba la vida misma, llamándolo pneuma, palabra que ya existía y que significaba “respiración”, pero que en contextos religiosos pasó a convertirse en un elemento “anímico” del cuerpo: el espíritu.
Aire y espíritu, aliento vital, vidrio empañado en manos del médico: certificado de vida. Hálito cálido entre las manos frías o soplido frío sobre tazas calientes. Síntoma de cansancio o de excitación. Suspiro de aburrido o de enamorado. Estallidos de estornudos, toses o carcajadas. Moderación y control en el hablar y el cantar. Exhalación apenas audible de traición entre espías, de amenazas veladas entre enemigos o de secreta declaración de amor. Trae oscuridad soplando una vela y luz soplando una brasa. Está casi sin estar, en el límite del no ser. Metáfora del silencio cuando está calmo, martillazo de Thor al expandirse y contraerse bruscamente ante un rayo. Como el fuego, el aire es un “intocable”, pero, a diferencia del fuego, no “busca” otros destinos: él es destino de todo. El aire ocupa todo espacio e incluso difunde en líquidos e interactúa con sólidos. No hay vasos “medio vacíos o medio llenos”: con el aire todo siempre está lleno.
Su eje simbólico, coincidente con el del fuego, se expande sobre la tierra y el agua como la copa de un árbol frondoso. El cuadrado que los cuatro elementos conforman, no muestra uno que sea preeminente sobre los otros tres: se necesitan entre sí. Hay una circulación de mutuas influencias en las cuales vemos más un círculo modelado como cuadrado (“cuadrar el círculo”) para conseguir ver otras interpretaciones simbólicas.
El simbolismo del aire
“Cuadrar el círculo” puede tener un sentido simbólico geométrico: tomar el círculo como un cuadrado. En “Simbolismo y metafísica del círculo”2 dijimos:
El Universo está en el círculo. El Universo es el círculo. Le damos la espalda al Principio: es hora de verlo en el futuro. El destino es el Principio.
En tanto que figura sin lados, es inasible y por eso simboliza lo eterno, lo que se genera y se consume a sí mismo en todos lados de su circunferencia y todos estos procesos, indistinguibles entre sí, se dan en el mismo momento. A esta perspectiva imposible de pensar podemos acceder indirectamente si “transformamos” al círculo en un cuadrado. En esta transformación alcanzamos a entrever a los elementos separados entre sí y no constituyendo la totalidad que efectivamente constituyen. Nuestra limitación humana exige este truco que falsea lo circular para que aparezca en la mente consciente, de un modo degradado pero lo suficientemente elocuente, el símbolo del círculo.
Existe, además, otra forma de representar a los elementos: con los glifos alquímicos, triángulos que surgen de deconstruir el tetraedro o pirámide triangular, que es otra manera de representar los cuatro elementos, partiendo de una circularidad inmanejable. La alquimia siempre los representó con triángulos equiláteros: dos con el vértice hacia arriba, el fuego y el aire, y dos con el vértice hacia abajo, el agua y la tierra.
El triángulo de la tierra está cruzado por una línea horizontal representando -entre otras cosas- el límite que vimos anteriormente3. Por el eje vertical, el triángulo ascendente del aire está también a su vez cruzado por otro límite, pero que no es igual al límite de la tierra. Es un límite que cancela sin frenar: no se choca contra nada, sino que ese límite transforma, sublima.
Mientras la tierra nos recuerda nuestra materialidad, el límite permeable del aire nos libera de ella y eleva en espiritualidad. Transforma lo simplemente intelectual en un aparato comunicacional: una ciencia en común... una consciencia. Desde el yo aislado de los demás a un sentimiento compartido. Por eso se dice que el Cristo se “lleva” el dolor, la enfermedad, etc., del otro, cosa que no puede hacer el ser humano. La “redención” de los pecados y demás males que lleva a cabo el Cristo se da en el triángulo ascendente del aire, cruzando la línea horizontal que contiene.
En la dimensión simbólica del aire buscamos sabiduría ascendiendo desde el conocimiento y nutriéndonos de comprensión e información, para edificar un templo en el que crezcan nuestras perspectivas y podamos dirigir nuestras vidas. Esto no está motorizado por ninguna forma psicológica del yo, como puede ser el placer, sino por un primer escalón de lógica y un siguiente escalón de sensibilidad hacia la belleza y la empatía. Pero esta línea horizontal tiene otros niveles: la sensibilidad comienza a ser reemplazada por ideas, intuiciones y, finalmente, por la creatividad. En este nivel, el de la libertad, las relaciones humanas se centran en pensamientos y creencias compartidos, y aquí es donde nuestros sentimientos y pensamientos pueden comunicarse: dejamos de ser los “idiotas” de los griegos antiguos para pasar a ser seres comunicativos... de vuelta: ciencia en común, consciencia.
Pero la línea que corta al triángulo no está en el extremo del triángulo y esto puede ser identificado como una moderación de la expansión hacia el “uno” del ápice. Mientras el fuego es un triángulo estable y carece de limitación alguna hacia su ascenso, no pasa lo mismo con el triángulo ascendente del aire que sí tiene una línea que lo corta, y a la que explicamos como un límite que transforma: no sabemos qué puede haber más allá de ese nuevo triángulo equilátero que aparece.
Es en ese nuevo pequeño triángulo donde vuela el águila en su misterio de distancia como símbolo del aire. Y, de hecho, el aire es casi tan “la nada” que requiere de toda una constelación de símbolos anexos que lo ayuden a expresarse, con dioses desplazándose ingrávidos por el aire, por las nubes o por arco iris. Todo elemento natural que convoque ideas de profundidad en la altura del cielo, como el sol desde su inmensidad, remite al aire y a su vastedad cada vez mayor a medida que ascendemos hacia el vértice superior: el triángulo se expande hacia la unidad verdadera desde la falsa realidad dispersa en su base.
Tal el recorrido de la diosa hindú Maia4: la ilusión. Y la Maia que no nos deja ver la verdad es también, la Maia griega, la Maia romana, Ma(r)ía o Maia judía, introduciendo, con un semidios mortal, la bajeza material del conocimiento como forma lícita de violencia: lo real es ella, la que “no conoció varón” -no conoció la serpiente de Eva- pero introdujo la sombra de la serpiente: “Seréis como dioses”, conociendo la verdad. Igual, el cuervo de Noé es un dragón sin alas... que las gana con la paloma y su ramita de olivo: el Cristo que salvará al Hombre.
Vehículos simbólicos
Al inicio del Génesis, el aire es un símbolo más fundamental que la de hacer agradable un paseo (Gen 3, 8): “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día...”. El aire se muestra como atmósfera de santidad o teofanía abstracta, sin antropomorfismos. En 1 Reyes 19 leemos:
Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.
El símbolo en sí mismo, es nada, está vacío: su sustancia está fuera de él y sólo fuera de él, el símbolo adquiere sustancia en poética paradoja. Por otro lado, esta necesidad de apelar a representaciones sensibles ha llevado al Hombre a representar lo invisible con lo invisible más cercano que tenía a mano, y esto era el aire como paradigma de inmaterialidad espiritual. Así se explican las distintas teofanías aéreas, como la paloma de Noé que antitetizó con el cuervo. En Génesis 8:11 se nos habla de la paloma poseída por el Espíritu Santo durante el bautizo del Cristo y en Hechos 2:2 se lee:
Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen…
El fuego en pequeñas lenguas es sometido a la voluntad del aire y supera -en tanto que “lenguas”- la maldición de Babel: el aire de aquellos pulmones llegaba a la glosolalia... Por último, rescatamos a Juan 20:22: “Después de decir esto, sopló sobre ellos (los apóstoles) y les dijo: recibid el Espíritu Santo”.
El aire es el vehículo simbólico que nos lleva hasta Dios desde la línea transversa del triángulo y que nos convierte en dios una vez alcanzado el ápice: la unidad monológica de, por ejemplo, el piramidión de las pirámides cuadrangulares egipcias. Trabajar simbólicamente un elemento cercano a la “nada” requiere de símbolos que le aporten a la mente algo más “manejable”. Se vio en la paloma blanca que voló sobre el Cristo a punto de convertirse -bajo el agua- en menos que la sombra de una serpiente para comenzar a acabar con la realidad y a disolverla en la verdad, cuando alcance el ápice del triángulo (la piedra filosofal alquímica) y sea un nuevo dios, gracias a la paloma que flota sobre él en el aire.
Hay formas religiosas en las que el aire se va mezclando con pensamientos panteístas y surgen los animismos. No tenemos en América, dioses en el sentido asiático que Europa heredó, sino una espiritualización generalizada de una atmósfera sagrada que lo baña y anima todo. Anaxímenes estaba también cerca de esta visión: el aire como principio vital de todo lo existente.
En este viaje por los elementos no faltan los dualismos, por ejemplo entre el aire y el agua: ésta caótica y el viento, cosmogénico, según sostenían Eusebio y Filón de Biblos: el aire estéril se une al agua, la ordena y de allí surge el Universo sensible. Esta tradición reaparece, con pocas diferencias, entre los quichés guatemaltecos. Entre los babilonios tenemos el Enuma Elis: el aparato mítico de la creación, en una de cuyas versiones -la de Beroso o Bel-Marduk- dice que “había un tiempo en el cual todo era oscuridad y agua, dónde nacieron extrañas criaturas [...]; sobre todas estas regía una mujer llamada Omorka (Όμόρκα), la cual en caldeo es llamada Thalath (Θαλάτθ), que en griego significa "el mar" (Θάλασσα)”.
Esa Thalat es Tiamat que, ahora como principio masculino -una masa de agua salada-, se une a Apsu: abismo femenino de agua dulce, armonizados para la creación gracias al aire que sopló sobre ellos desde la voluntad de Tiamat... fórmula también aplicada en la creación Adán: al amasijo de tierra y agua, el soplo divino del dios da orden vital. Esta relación entre el psiquismo humano y el aire aparece en psique y pneuma (griego), atman (brahmanismo) o animus, anima, spiritus (latín): en todas ellas encontramos el significado de aliento, soplo de vida... aire, en definitiva.
De esta síntesis con el aire es que aparecen en el pensar helenístico y romano, los poemas homéricos, las fórmulas presocráticas, el epicureísmo, el estoicismo y los precursores espirituales del taoísmo. La vía escatológica es análoga: si la espiritualidad penetra por las vías respiratorias, por ellas sale como “último aliento” o por el aire de las heridas. El espíritu se hundirá como aire psíquico en el Hades (como con Homero o en el “Ka” egipcio) o retorna a su origen aéreo (Eurípides, Virgilio, Ciceron, etc.). Para los pitagóricos, el espíritu flota en el aire como “polvillo solar” o se une al pneuma universal de los estoicos... Según Saint Martin, el aire es el lado sensual del espíritu y en el esoterismo islámico; el Aire es el inicio de la fructificación, intermediario entre el Fuego5 y el Agua6 así como el primer lām del Nombre divino (que cuenta con dos: Allah). Es la función del Tāli o Alma Universal hindú: nuevamente, un soplo...
En el hinduismo es Vāyu (“el que sopla”) el poderoso dios del viento purificador y esencial para la vida, y parecido al dios mexica Ehécatl, en el aliento de los vivos y en las brisas que traen las lluvias fertilizantes. Ehécatl (con un pico como máscara bucal) era un “avatar” de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada y como tal, su soplo inició el movimiento del Sol, dominaba las lluvias y daba vida a lo inerte. Pero, enamorado de una muchacha humana, vio su problema: la Humanidad era “inocente”: no era capaz de amar, y para que lo fuera -y la muchacha le correspondiera- hechizó al Hombre con el amor.
En llamativos paralelismos, esta “caída” fue causada por una serpiente (Quetzalcóatl) en un lugar donde crecería un árbol como recordatorio del “milagro” negativo -porque significó el nacimiento de la muerte- de la llegada de Ehécatl. Además, la “caída” de la inocencia original al conocimiento imperfecto y material del mundo, tuvo como partícipe a la amada de Ehécatl, la que se llamaba Mayah, nombre asociado no sólo a los cercanos Mayas, sino -y como vimos-, a sus equivalentes griegos, romanos, judíos e hindúes (sin olvidar la “Ma(g)ia” persa que visitó al Cristo recién nacido con sus “magos” o sacerdotes mazdeístas)... todos “recordándonos” la caída hacia la base “materialista” del triángulo. Y dado que el viento suele -en las tormentas- adelantarse a las lluvias, Ehécatl le abre camino a Tláloc -el dios de la lluvia- y a su esposa Chalchiuhtlicue (“la de la pollera de jade”), diosa de los cuerpos de agua. Ligados a los cuales tenemos el rito del renacimiento en un “bautismo en vapor de agua” en baños de vapor con piedras calientes, llamados temazcalli o “casa de vapor”.
Y para terminar con los paralelismos entre símbolos del aire y los continentes que los desarrollaron, nos acercaremos a las aves. Los seres alados son más propios de Asia. Entre los mesopotámicos: Enlil: “El buey corpulento”; Marduk: “el Toro Negro del Abismo”; Enki: “El carnero de Eridú”. Hubo águilas y serpientes-dragones. Formas humanas aladas como An: dios del cielo, señor de las constelaciones y rey de los dioses y su hijo Pazuzu (conocido por el filme El Exorcista, 1973, de William Friedkin): dios malo (destructor de almas) o bueno (protector de embarazadas); Inanna: patrona de Uruk, diosa del amor y la guerra, dueña de la vida y la muerte, o el Grifo: protector de los muertos... Todos seres llevados por los vientos. De estas divinidades, lentamente y por sucesivas migraciones y mutaciones, irían apareciendo las huestes de ángeles voladores que proliferaron en Occidente.
En Egipto, Maat: hija de Ra y esposa de Thot, juez de todos los dioses. Dueña del equilibrio cósmico será equivalente a Libra: la balanza que sólo pesa sostenida en el aire. Isis: ladrona de los poderes de Ra, ofrece al Hombre su sabiduría malhabida como diosa de la fertilidad, protectora del amor y señora del destino. Por último, Bannu o Fénix: la garza nacida de su propia muerte cada mañana junto al sol, trayendo fertilidad en el limo de las inundaciones: las clepsidras y nilómetros estaban dedicados a ella. Por su lado, en América, en vez de alas tenemos plumas: las ya conocidas de Quetzalcótal, así como en los más o menos complejos tocados de plumas mágicas de los aborígenes, desde Canadá hasta la Patagonia.
El aire como símbolo busca el desapego de lo material, cerebral y egocéntrico rumbo a la inteligencia del amor puro: dominio del espíritu abierto al otro y no a los propios intereses. Dejarnos llevar por el aire como una semilla de vida y no detenernos en la materia. Volar hacia un destino divinal. Movernos hasta conseguir la quietud perfecta... como bien lo resume el siguiente diálogo zen:
Dos estudiantes discutían frente a un árbol sacudido por el viento:
-Es el aire el que se mueve... -dijo uno.
-No es el aire, es el árbol el que se mueve... -afirmó el otro.
Un Maestro Zen, que acertó a pasar junto a ellos, sentenció: “Es vuestra mente la que se mueve...”.
Notas
1 Sobre esto, ver nuestro artículo “El poder de lo invisible”.
2 Para ampliar sobre este tópico, recomendamos la lectura de “Simbolismo y metafísica del círculo”.
3 Acceso a nuestro artículo “La tierra: el símbolo límite”.
4 Ver nuestro artículo “La muerte”.
5 Para ampliar sobre este elemento, “Del Fuego y sus cenizas”.
6 Sobre este elemento, ver nuestro artículo “El agua: nuestro primer espejo”.