Con una glosa crítica a Martin Heidegger, el filósofo contemporáneo Bernard Schumacher afirmó que la existencia humana tendría certeza de sí misma solamente a partir de la certidumbre de la muerte. Que el hombre sea un “ser-para-la-muerte” expresaría la conciencia de su finitud. Pero, a diferencia del filósofo alemán que asevera que el “ser-ahí” estaría arrojado en el mundo donde sentiría el carácter ineludible y pesado de la muerte como la negación de las posibilidades de existir; Muerte y mortalidad en la filosofía contemporánea afirma el sentido positivo del ser humano como alguien deseante. En el libro existen consideraciones biomédicas que discuten, según filósofos relevantes del siglo XX, la eutanasia e incluso lo que cabría afirmar ante la posibilidad de que, habiendo muerto la corteza cerebral, todavía funcionarían impulsos tronco-encefálicos y cerebrales1.

La muerte no debería ser pasada por alto por la sociedad, más aún en el mundo tecnológico del siglo XXI; a pesar de las ocupaciones prioritarias del hombre moderno procurando el mayor confort y resguardándose de las problematizaciones filosóficas que le incomoden. Siguiendo a los filósofos antiguos, Sócrates y Platón, Schumacher asevera que cada ser humano debería enfrentar su muerte, de modo que la Filosofía le sirva para orientar su vida preparando el deceso. En contra de la posición epicúrea llamada la “nada de la muerte” (no tiene sentido hablar de la muerte en vida porque no se da a quienes están vivos y hablar de ella cuando acontece y uno está muerto, ya no es posible referirse a ella) Schumacher defendió la necesidad de tratar la muerte como un mal ocasional allende el hedonismo y el materialismo del filósofo de Samos; siendo recomendable hoy día, incluso pensar el propio deceso en el horizonte de pensamiento que explicitaría la mortalidad, evidenciada por la muerte del otro como condición de la existencia humana.

Para Platón y Aristóteles, tanto la Filosofía como la Ciencia, tendrían una actividad similar: su objetivo consistiría en la tarea de descubrir las ideas, las causas, las leyes y los principios de todo. El mundo de las ideas, el topos ouranos, fue para Platón el espacio ideal, el territorio divino y la fuente de conocimiento; el cielo, la bóveda celeste, la morada divina y el habitáculo donde permanecerían por sí mismas, las formas, las esencias y los contenidos de los conceptos. Receptáculo de los secretos del mundo, de las esencias de los acontecimientos y del ser de las cosas; en él subsistirían las formas objetivas, independientes y trascendentes, haciendo que los hombres se parezcan a los dioses.

El método platónico para alcanzar el conocimiento en la Filosofía y en la Ciencia es el dialógico, conducente a descubrir las ideas sin que haya un final concluyente que acabe con el diálogo ni con la búsqueda de la verdad y la sabiduría. Dialogar no significaba quedar exento de controversias ni de disputas, sino proseguir una guerra como combate de gigantes sobre el ser (γιγαντομαχία περι ουσία).

El diálogo permitiría descubrir el ser de las cosas dando cuenta de las peculiaridades de lo que es pasajero, distinguiéndolo de lo esencial, gracias al alma humana. Según David Ross, el alma para Platón sería intermediaria entre las ideas y lo sensible. En Fedón o del alma, el filósofo ateniense diferenciaría el alma que “se asemeja más a lo divino, inmortal, inteligente, uniforme, indisoluble e inmutable”; del cuerpo del ser humano: “mortal, multiforme, ininteligible, disoluble y en perpetuo cambio”. La condena y muerte de Sócrates bebiendo la cicuta permitió que su alma superior e inmortal alcance la cima del topos ouranos, seduciendo las esencias para que se mostrasen deslumbrantes, mientras el filósofo convertido en sabio, marchaba hacia lo más alto, solo, sin compañía humana ni divina, convertido en un dios.

El alma haría nuevos descubrimientos, tendría nuevas visiones de ideas y forjaría relatos; dando lugar a la Filosofía y la Ciencia, según la temporalidad de las cosas. No sería correcto referirse a las cosas perceptibles como si estuviesen terminadas para siempre o como si fuesen definitivas o estáticas. Sea alguien en concreto o sea una multiplicidad de cosas, es conveniente referirlas siendo, llegando a ser, cambiando, y denominarlas como algo que participa de determinadas ideas que las constituirían en su ser, de modo temporal, espacial y circunstancial, aunque la idea misma sea inalterable.

Para Platón, la Ciencia y la Filosofía se apropiarían de la verdad, las formas puras, las substancias y las esencias, presentándolas conceptualmente. Es conocimiento verdadero, episteme (έπιστήμη) arte, habilidad, saber, aplicación mental y estudio; en oposición al concepto de doxa (δόξα) que se entendía como simple opinión, parecer, juicio, creencia, conjetura y apariencia, reinante en el mundo de las sombras.

Platón fue el filósofo occidental de pensamiento utópico temprano que sostuvo posiciones políticas oníricas en La república, mostrando la organización ideal de la ciudad-Estado con el filósofo-rey como gobernante principal, acompañado de pares, otros filósofos, y respaldado por numerarios castrenses ―que podían ser mujeres―. Que un filósofo sea rey sería el mejor escenario político porque las personas de alma racional amarían las ideas, recordarían las esencias mejor que cualquiera y, en un contexto de poder, tendrían la posibilidad de aplicarlas, en especial, las referidas al sumo bien, la justicia, la verdad y el bien común.

La visión del filósofo-rey se sustenta en la teoría platónica de la anamnesis: la remembranza en el mundo de las sombras, de las esencias contempladas previamente. El filósofo las poseería incluso en las profundidades del mundo engañoso, seduciéndolas con su mente, descubriendo su belleza y cantando su esplendor. Es como si de nuevo estuviese ante las excelsas cimas de las ideas olvidadas, recuperando las visiones amadas. El héroe de la caverna, de cualidades emprendedoras, orientaría su valentía al propósito exitoso de desafiar la condición humana de ignorancia y error, con la venia de los dioses, capturando el brillo de las formas puras que explican todo. El filósofo-rey conocería las esencias, sabría cuál sería el fundamento de la realidad, daría cuenta de las cosas con el conocimiento del mundo, del hombre y de su alma; siendo capaz de emplear el poder orientándose por el pensamiento. El mito de la caverna es la alegoría profunda, con la fascinante analogía del Sol, la luz, la verdad, el conocimiento, el poder y la visión de las esencias.

A contrahílo de Sócrates y Platón, los sofistas de los siglos V y IV a. C., despreciaron las esencias y el moralismo. No aceptaban la verdad eterna, absoluta, incontrovertible y definitiva; concibiendo el momento histórico que vivían como la clave que instituiría apenas verdades temporales, transitorias y modificables; no exentas, sin embargo, de otorgar poder y placer a quienes las refiriesen.

Protágoras expresaba sus ideas exaltando el antropocentrismo. Aparte de los elevados salarios que cobraba por sus enseñanzas y sin considerar su magnífica retórica que lo convirtieron en el sofista por excelencia, la tradición doxográfica referida al tiempo de Sócrates muestra que, para él, “el hombre es la medida de todas las cosas. De las que son, en cuanto que son; de las que no son, en cuanto que no son”. La visión del filósofo de Abdera otorgó centralidad al hombre develando el relativismo sofista. Aparte de que cada hombre establecería su medida para las cosas, todo giraría en torno a los intereses, las obras y la valoración de las cosas; hipostasiando la subjetividad y el fuero interno sin discusión, siendo el antropocentrismo relativista el más conspicuo antecedente de la posverdad actual en la recién inaugurada era geológica del Antropoceno.

Enunciar y mostrar la verdad sería solamente un ardid, escurriendo las palabras por los alambiques llamados teorías. Los discursos serían prefabricados según la demanda y la verificación de que los costos financieros fueran cubiertos; sin embargo, además del placer logrado por el reconocimiento y el prestigio que ocasionaría la prédica, su realización se alcanzaría con el convencimiento del auditorio realizando la seducción del verbo. El discurso se reduciría a un instrumento de dominio para anticipar reacciones. La enunciación discursiva aparentaría mostrar la verdad, cuando solo condicionaría y controlaría tanto el pensamiento como la conducta y las actitudes del auditorio.

Los sofistas reducían la Filosofía a la retórica, a los recursos estilísticos y giros del lenguaje; a las sutilezas, las metáforas, la perfección de las formas, las simetrías y los adornos, para convencer. Estaban conscientes de que no motivarían análisis crítico alguno, buscando solo la adscripción emotiva y subjetiva a consignas fáciles. Abominaron de la universalidad de la razón y de su prístina belleza; comerciaban los discursos pervirtiendo la retórica y reduciendo la elocuencia a un medio de satisfacción de sus impulsos. Triunfaron contra la mesura y el bien; aplastaron la palabra que ilumina, la excelsa virtud y el conocimiento con poses, tonos y gestos apenas para inducir, estudiando cómo manipular mejor al auditorio para que crea en sus discursos.

Los sofistas jugaban con las palabras, con las inconsistencias y las paradojas; popularizaron los temas y banalizaron las ideas. Explotaban lo convencional del lenguaje y la arbitrariedad de los términos, usaban la equivocidad de los conceptos y tejieron significados para generar poder. Con humor y desprecio, con cinismo y crueldad, mostraban el sentido falaz de los discursos, la mentira que subyace en toda aseveración y la falsedad de todo acto veraz. Suponiendo que la verdad no existe, buscaban la máxima sofisticación de la retórica, descubriendo la materialidad del lenguaje. En cuanto universo de símbolos, las palabras les dotaban de magia para persuadir, vehiculizar el poder y condicionar la acción. Ejercieron dominio en medio de un ambiente de frivolidad y elegancia; de elocuencia y vacuidad; su erudición y escepticismo fueron la retórica efectiva de contenidos fugaces.

Respecto de la condena y la muerte de Sócrates que sin duda los sofistas festejaron a pesar de que los enemigos del filósofo que actuaron en el juicio fueron ciudadanos nada destacables; el maestro de Platón mantuvo su temple y cumplió con lo que asumía como su deber cívico y moral. A pesar de la flagrante injusticia contra él, rechazó eludir el envenenamiento y escapar, pese a que tal posibilidad estaba organizada. Expresó que, a sabiendas, siempre procuró hacer el bien y realizar la justicia, alejándose del mal.

Notas

1 Muerte y mortalidad en la filosofía contemporánea. Trad. Vicente Merlo Lillo. Herder. Barcelona, 2018, pp. 160 ss. Aparte de Martin Heidegger existen referencias a Max Scheler, Jean-Paul Sartre, Emmanuel Levinas, Edmund Husserl, Jacques Derrida, Hans-Otto Gadamer y Ludwig Wittgenstein.
2 Véase de Johannes Hessen, Tratado de Filosofía, Trad. Juan Adolfo Vázquez. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1970, p. 16. La referencia a la obra de Platón es el diálogo Eutídemo; publicado en Diálogos, Volumen II. Trad. Julio Calonge Ruiz, Eduardo Acosta Méndez, Francisco Oliviere & J.osé Luis Calvo, con el asesoramiento de Carlos García Gual. Editorial Gredos. Biblioteca Clásica, Madrid, 1987, § 288-d, pp. 217-8.
3 Sofista, 246-a, p. 412. En Diálogos. Vol. V. Trad. María Isabel Santa Cruz, Álvaro Vallejo Campos & Néstor Luis Cornejo. Gredos. Biblioteca Clásica, Madrid, 1988.
4 La teoría de las ideas de Platón, Trad. José Diez. Cátedra. Teorema, Madrid, 1989, p. 251. La referencia a Fedón (en Diálogos. Vol. III, Trad. Carlos García Gual, Marcos Martínez Hernández & Emilio Lledó Iñigo. Gredos, Madrid, 1988) corresponde a 80a 10-b5.
5 Teeteto, 157-ab, p. 205. En Diálogos. Vol. V, Op. Cit.
6 Diccionario griego-español ilustrado, Rufo Mendizábal, Conrado Pérez Picón, Francisco Ibiricu y Martín Andrés Muguruza. Vol. I; Editorial Razón y fe, 5ª ed. Madrid, 1995, pp. 140, 203.
7 Aunque usualmente se refiere de Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres (Trad. Carlos García Gual. Alianza Editorial, Madrid, 2007) como fuente del fragmento X, p. 51; también cabe mencionarse de Sexto Empírico, Hipotiposis pirrónicas (Libro I, pp. 216 ss.) en Protágoras: Fragmentos y testimonios (compilación y traducción de José Barrio Gutiérrez. Aguilar, 3ª edición, Madrid, 1977) p. 74.